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La doble colonización de las mujeres. La búsqueda del príncipe azul occidental
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Por Raquel Ramírez Salgado
Feminista, con Maestría en Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
Cierta noche, me contó una amiga, en un bar de Europa se encontraba un mexicano con un grupo de amigos, todos nacidos en dicho continente. "Al calor de las copas", los europeos comienzan a revisar el lugar, a identificar posibles "candidatas" para la "conquista". El escaneo consistía en tratar de identificar el lugar de origen de las mujeres presentes, ya que eso condicionaría la interacción y la forma de interpelarlas. Desde la perspectiva patriarcal de los protagonistas de este episodio, las francesas son "difíciles" de conquistar, mientras que las españolas "están más interesadas en los latinos" (como si los españoles, franceses o italianos no fueran latinos, por una cuestión lingüística), y así, el siguiente nivel lo ocupan las mujeres provenientes de América Latina, aunque con sus particularidades: tío, le dicen al mexicano algo así como que: "Tus paisanas son muy fáciles, y más si están borrachas, vaya, hasta las peruanas se dan más a respetar".
Al escuchar esta "anécdota", la indignación llegó a mí, y más aun cuando me contaron el desenlace. Los europeos se acercaron a unas mexicanas sentadas en una mesa vecina; antes de dirigirse hasta allá, le garantizaron al mexicano que éstas "caerían" al instante. Así fue, ellas, dispuestas, alegres y sonrientes comenzaron a departir con el grupo. Definitivamente, aquí hay un montón de cosas que analizar y sobre las cuales reflexionar seriamente.
Primero, hablamos de doble colonización porque estos hombres ejercieron su poder a dos niveles, por su condición de género y por ser europeos; segundo, se observa una clasificación racista, misógina de las mujeres a partir de su lugar de origen, en la que hay una jerarquía por el color de piel, por el tamaño de los senos, de las nalgas y por la disposición sexual (qué espanto saber que desde el punto de vista de estos hombres, las peruanas "valen menos" que las mexicanas, pero que a pesar de esto, son más "difíciles" de conquistar); tercero, es urgente reconocer que muchas mujeres conservamos el servilismo de género, por el que nos sentimos halagadas al ser tomadas como objetos sexuales dignos de la "conquista", y más si se trata de hombres occidentales, blancos, los cuales nos remontan a las rancias formas de la monarquía, de la figura del príncipe azul que llegará a rescatarnos y a "ayudarnos" a ser mejores. Qué tan interiorizada tenemos la dominación masculina que el prototipo del hombre "ideal" corresponde a la figura del sujeto hegemónico patriarcal. Me niego a pensar que el colonialismo y el servilismo sean los componentes nodales de la interacción entre las personas.
Cuando viajé por primera vez a Europa, algunas amigas me decían que seguramente conocería a algún hombre "maravilloso", que se enamoraría de mí y con quien hasta tal vez me casaría. En definitiva, nada de esto pasó, por el contrario, yo era vista como la latinoamericana típica "exótica", que viaja en verano a Europa en busca de un poco de "aventura". Resulta que desde el carabinieri de la estación de trenes hasta el mesero de algún café me invitaron a salir, y no precisamente para conocer a la "maravillosa" mujer que soy.
Con este texto no trato de afirmar que todas las personas en Europa o América Latina piensan igual; evidentemente, hablo desde una perspectiva feminista crítica y desde las ciencias sociales. Es solo que no debemos olvidar que la tropicalización, caricaturización y los estereotipos de las mujeres no occidentales (como bondadosas, sumisas, "buenas esposas", tradicionales e, incluso, insaciables sexualmente) se suman a las ya de por sí complejas relaciones de género, y si no, echemos un vistazo a las alarmantes cifras de explotación sexual de mujeres migrantes en Europa, de la cantidad de depredadores sexuales que año tras año acuden a Tailandia, Cancún, Holanda o Europa del Este para violar a niñas y mujeres, que de ninguna manera "ejercen voluntariamente la prostitución" (no hay prostitución en libertad y ésta no es un oficio, así que no se ejerce). Hace poco vi un documental acerca de la aparición reciente de agencias de matrimonios en Tailandia, a través de las cuales cientos de mujeres son engañadas por hombres mayores de distintos países de Europa, sobre todo de Inglaterra, ilusionadas por acceder a un nivel de vida digno. La dinámica de este engaño consiste en hacerlas pensar que se casarán, y aunque en algunos casos así suceda, al llegar al país de sus captores, se convierten en sus esclavas sexuales y domésticas, lejos de sus familias y redes de apoyo.
Aunque el machismo y la violencia de género es ejercida por distintos hombres alrededor del mundo, desde los pobres y ricos, los cultos y los ignorantes, los blancos, indígenas, orientales o árabes, es importante reconocer que las aspiraciones y expectativas de millones de mujeres están todavía orientadas a ser rescatadas por un "caballero" occidental, por el "príncipe" rubio, de ojos azules que nos mostrará qué es el "primer mundo" (cualquiera que eso sea; yo, cerca de cumplir 33 años aún no entiendo qué es eso del primer mundo). Por el otro lado, para los hombres de países no occidentales, las mujeres rubias, blancas, delgadas son una presa bastante atractiva, porque el patriarcado ha colocado esa condición racial como el hegemónico modelo de belleza, y lo que no es un tema menor, sino digno de reflexión y análisis en otro espacio.
A través de la crítica feminista he tratado de deconstruir la sumisión y el servilismo de género. Estoy convencida del valor que tiene mi cultura, mi lengua materna, y de que el color de mi piel no define mi posición en el mundo, aunque, por el otro lado, asumo, como posición política, que soy una mujer feminista, latinoamericana, mexicana, nacida en el DF. Y también asumo y expreso mi convicción sobre que es suficiente que las mujeres de los países no occidentales alimentemos y satisfagamos las necesidades y los deseos más perversos de los sujetos hegemónicos de occidente. Revisemos cómo miramos a las otras y a los otros, y también cómo nos miran las otras y los otros, y cómo nos miramos nosotras y nosotros.