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La mujer cincodos
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Era que se era una mujer que nació en el mes de abril y cuando todavía era muy pequeña encontró una deformación en su alma que la hizo demasiado prudente, escandalosamente generosa y fatalmente amorosa, por eso decidió escapar a un circo. Fue ahí donde, junto con la mujer barbuda y el hombre de tres ojos, aceptó su raro destino, su exhibicionismo ingenuo y su filiación de fenómeno que no fenomenal. Víctima de sus encantos aceptó actuar en todas las pistas de esa primera etapa de vida. Fue así como aprendió a cabalgar como amazona abnegada y otras a mecerse en el trapecio de sus propios sueños que por osados la motivaban a dar piruetas para hacerlos realidad. Descubrió que por algo el reflector la seguía, así estuviera haciendo malabares con sus decisiones o se hiciera la payasa para burlarse de sí misma. La mujer sincodos ya presentía ese destino de extraño prodigio.
Un buen día descubrió que podía conocer nuevos horizontes, pues se hizo amiga de montañas que le soplaban a las nubes, de lunas infieles pero leales a sus sentimientos, de elegantes libélulas vestidas de negro que no podían quedarse en un mismo lugar, de mariposas irreverentes que hacían de sus capullos cautiverios listos para romper con ellos y de vientos apasionados que le hicieron palpar sensaciones bellas y airosas.
Desde entonces estuvo en todos lados y en ninguno, pero sus caminos estaban trazados con kilómetros de sororidad. Así palpa la verdadera amistad entre sonrisas y confesiones, entre secretos y solidaridades, entre competencias generosas y abrazos eternos. La mujer sincodos reconocía su diferencia y su propia maldición, pero jamás dejó de provocar esos encuentros que simplemente llamó amistad eterna.
Inquieta como siempre, decidió ir más allá de los territorios amistosos y de las fronteras de la sororidad, entonces conoció escenarios viriles de belleza masculina, de latidos machines, de besos inolvidables y pasiones tormentosamente amorosas. Descubrió a la otra mitad de la humanidad nada más para enamorarse sin días ni promesas. Palpó ese cuerpo diferente para memorizarlo en noches pecadoras. La mujer sincodos no fue egoísta con sus sentimientos y fue alegremente abierta en sus entregas. Aprendió a entregarse como luna indiscreta y como mar en calma, a quedarse con el alma encendida y a marcharse con un silencio de universo olvidado.
Posiblemente por esas sensaciones, ya en su edad madura encontró el pretexto perfecto para no traicionarse a sí misma y para encontrar en el espejo una mirada cómplice que no la justifica pero que sí la respeta. Desde entonces adora sus rayos de luna que iluminan su corta cabellera, no esconde la cicatriz de su vientre de donde emergió el amor de su vida, pinta de girasoles sus piernas y llena de estrellas su pulso siempre acelerado.
La mujer sincodos reconoce sus rarezas y acepta sus versiones de vida satisfactoria y en este mes palpa su pasado para evocarlo agradecida, logra tatuar efímeramente su presente que siempre pone a prueba su terquedad de ser feliz aunque sea por instantes y no le importa adivinar su futuro porque avanza con paso firme, siguiendo sus huellas inquietas y olfateando su propio perfume que la ha hecho inolvidable para su propia historia.
La mujer sincodos tiene alma que la premia todos los días con pequeñas historias que comparte en un espacio como éste y traduce que vivir cincodos, cinco y dos, 5 más 2, cincuenta y dos, cincodos, es un excelente pretexto para agradecer que a su ritmo y con sus reflectores que alumbran más su alegría por la vida, cumple un año más de vida que celebra con quienes la quieren y a quienes ella quiere reteharto.