|
Si Elena le escribiera a Paz...
Tweet
Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
A la memoria de Elena Garro, que murió el 22 de agosto de 1998, a la edad de setenta y ocho años, y ha sido una de las mejores escritoras mexicanas de todos los tiempos; su novela Recuerdos del Porvenir lo demuestra así como toda su obra. Octavio Paz estuvo casado con ella, quizá desde ese momento el destino compartido y separado se escribió de muchas maneras, por eso, como forma de homenaje me aproximo al corazón de Elena Garro.
Octavio:
Así, sin adjetivos ni superlativos, sin evocar tu apellido, porque nunca me diste Paz, ni yo a ti. Pero sin despreciar ese apellido, porque fortalece la fama y el reconocimiento que jamás te envidié. Sin maldecirlo, porque tu nombre completo sigue unido a la belleza de tu poesía, que siempre compartiste y que te ha hecho eterno, esa eternidad que siempre da la literatura y nos vuelve inmortales.
Me enamoré de ti todavía niña pero sintiéndome toda una mujer, pero ya mi historia pronosticaba irreverencias, rebeldías y destinos crueles, mucho antes de unir nuestras pasiones. Desde pequeña fui irreverente y soñadora, esa partícula revoltosa que asustaba a la buena sociedad o que provocaba, como dijo mi amigo Emanuel Carballo, que cuando se hablara de mí se hiciera en voz baja porque fui siempre una "dinametera", prendía chispas en toda discusión, delaté mis pesadillas en cada escrito, te amé y te odié, te perdoné y te maldije.
Pese a ese destino, decidimos unirnos aquella tarde en que nos conocimos cuando yo estudiaba la preparatoria y tú ya eras pasante de Derecho. Al día siguiente me regalaste unas camelias y me obsequiaste el primer poema dedicado a mí con tu puño y letra, con tus vocales redondas y tus consonantes sensibles. Nos enamoramos, yo ya sabía que eras un gran poeta, tú no sabías ni creías en la magia que yo podía hacer también con las palabras.
Pero en esa época me importaba más caminar de tu mano, dar vueltas al ex convento de Santa Teresa, charlar y hasta soñar que tendríamos un hijo varón al que llamaríamos "Felipe".
Decidimos casarnos en 1937 y escapé contigo a España, donde palpamos la imaginación y la creatividad, la pasión y el don de la palabra. Desde ese momento nuestro amor por la literatura fue más fuerte que nuestro propio amor, nos amamos y nos odiamos, competimos y nos reconocimos como diferentes, como hijo del patriarcado te molestaba mi natural sensibilidad y calidad literaria porque simplemente era tu mujer y una mujer, la competencia y el amor nos unieron y nos enfrentaron, nos inspiraron pero nos hicieron también demasiado daño. Siempre lo he dicho, viví contra ti, estudié contra ti, hablé contra ti, tuve amantes contra ti, escribí contra ti y defendí a los indios contra ti. Escribí de política contra ti, en fin, todo, todo, todo lo que fui y soy fue contra ti. En la vida no tienes más que un enemigo y con eso basta. Y mi enemigo fue Octavio Paz, tú.
Lo demostramos nosotros y lo advirtieron todas las personas que nos conocieron y las que no nos conocieron, las que ahora escriben de nosotros, obsesionados con explicarnos y delatarnos. Fuimos un matrimonio consensuado sin acuerdos, me obligaste libremente a casarme contigo y yo como capricho consciente quise ser tu mujer. De ti, el mejor poeta de todos los tiempos, pero finalmente hombre, macho, celoso, egoísta, sensible, de mirada transparente que me enamoraba y que me asustaba.
En 1939 nació nuestra hija, siempre en medio de nuestras locuras y bajezas, del amor odio que nos unía y nos separaba, cuidada muy de cerca por mí, cuidada desde muy lejos por ti.
Dicen que fui tu musa y tu anti-musa, tu personaje negado y tu no-personaje presente, tu inspiración y tu negación, tu ángel maldita de inspiración así como tus demonios que iluminaron tus discursos poéticos.
Te enamoraste de mi belleza pero también de mi perversión. ¿Recuerdas cuando me recitabas: "Tus ojos son los ojos fijos del tigre y un minuto después son los ojos húmedos del perro. Patria de sangre, única tierra que conozco y me conoce, única patria en la que creo, única puerta al infinito".
Quienes analizan tu poesía encuentran en tus versos mi presencia ausente, creen descubrir lo que nunca me dijiste pero siempre sentiste, están seguros de delatar tus pasiones por la belleza de mi alma y tu perdición por la fealdad de mis odios. Juran que soy la presencia femenina que evocas con la palabra, represento la cultura que más has amado pero que nunca comprendiste y por eso la encerraste en una laberinto de la soledad, como lo hiciste conmigo. Alardean que he sido la calcinada que ardió tranquilamente en la lluvia de tus versos. Presumen que he sido la resaca que te sembró de palabras y frases con emoción eterna. Sospechan que fui la aridez rencorosa que bajaba la guardia los días que te amaba y quedaba totalmente desarmada los minutos en que te aborrecía con todo mi corazón. En tus poemas fui la mujer en reposo telúrico y planetario. Por eso en tu gran y magnífico poema "Blanco" no te quedó más que delatarte y confesar: "Caes de tu cuerpo a tu sombra no allá sino en mis ojos, en un caer inmóvil de cascada de cielo y suelo se juntan, caes de tu sombra a tu nombre intocable horizonte, te precipitas en tus semejanzas, yo soy tu lejanía, caes de tu nombre a tu cuerpo, el más allá de tu mirada... tú te repartes como el lenguaje espacio dios.
¿Recuerdas? Uno de los primeros poemas que ya publicaste y que me dedicaste fue "Bajo tu clara sombra", teníamos un año de casados, fue en 1938, y se me doblaban las piernas cuando lo recitabas en esas noches solamente nuestras, me enamoraba más de tu mirada aunque la tuvieras clavada en esa hoja donde imprimías tus bellas palabras, y como si rezara, me atrevía a musitar a tu ritmo: "Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo, un cuerpo como día derramado y noche devorada; la luz de unos cabellos que no apaciguan nunca la sombra de mi tacto; una garganta, un vientre que amanece como el mar que se enciende cuando toca la frente de la aurora; unos tobillos, puentes del verano; unos muslos nocturnos que se hunden en la música verde de la tarde..."
No sabes cuántas mujeres me siguen envidiando cuando adivinan, sospechan, comprueban y suponen que "Piedra de sol" tiene mucho que ver con tu mirada que me espiaba, con tus manos que me memorizaron y tu aliento que escribió cada palabra: "Voy por tu cuerpo como por el mundo, tu vientre es una plaza soleada, tus pechos dos iglesias donde oficia la sangre sus misterios paralelos, mis miradas te cubren como yedra, eres una ciudad que el mar asedia, una muralla que la luz divide en dos mitades de color durazno, un paraje de sal, rocas y pájaros bajo la ley del mediodía absorto, vestida del color de mis deseos como mi pensamiento vas desnuda, voy por tus ojos como por el agua, los tigres beben sueño de esos ojos, el colibrí se quema en esas llamas, voy por tu frente como por la luna, como la nube por tu pensamiento, voy por tu vientre como por tus sueños, tu falda de maíz ondula y canta, tu falda de cristal, tu falda de agua, tus labios, tus cabellos, tus miradas, toda la noche llueves, todo el día abres mi pecho con tus dedos de agua, cierras mis ojos con tu boca de agua, sobre mis huesos llueves, en mi pecho hunde raíces de agua un árbol líquido, voy por tu talle como por un río, voy por tu cuerpo como por un bosque, como por un sendero en la montaña que en un abismo brusco se termina voy por tus pensamientos afilados y a la salida de tu blanca frente mi sombra despeñada se destroza..."
¿Y después? ¿Qué pasó después, Octavio? De 1937 a 1959 conjugamos el verbo amar en pasado y en silencio pero unificamos el verbo odiar en todos los tiempos y en voz muy alta. Rivalidad o envida, simbiosis absurda, diferencias leales, escándalos y sosiego, la nada y todo en contra. Siempre te compadecieron por casarte conmigo y yo quedé maldecida porque al decir mi nombre siempre me respondían: "Ah, la mujer de Paz".
Representamos a la pareja mexicana de intelectuales presta para chocar y coincidir. Estuvimos cubiertos de inteligencia, talento, éxito y celos. Una vez agradeciste en tu poesía que yo existiera, pero en tus blasfemias siempre preferiste maldecir el día en que llegué a tu vida, solamente ese día.
Dicen que no soportabas que me consideraran la pionera del realismo mágico en la literatura mexicana, pero fuiste tú mismo quien llevó mi novela "Recuerdos del porvenir" a la editorial para que la publicaran.
Dicen que me vengué de ti al escribir "Testimonios de Mariana", novela que durante mucho tiempo negué que tuviera algo que ver con nosotros, pero cada página delataba que no podías ser otro que mi personaje llamado Augusto. La novela causó escándalos, suposiciones y molestia. Yo misma tuve que escribirle a mi querido amigo Emanuel Carballo y con mi estilo y desfachatez irónica le dije: "Augusto dice que Mariana lo persigue, y la famosa Mariana ya está muerta. Tú dices que persigo a Paz. Seguramente te lo dijo él. ¿Podrías decirme cómo lo persigo? ¿Escribiéndolo? La novela no es un pleito privado ¡Es una novela!.. Yo ignoro las vidas y milagros de Octavio Paz. Si los ignoraba cuando estuve casada con él, pues ahora mucho más, entre él y sus amigos lo cubren con espeso velo de misterio imposible de penetrar. Creo que ya hablé bastante de Mariana..."
Luego vino el 68, las declaraciones, las renuncias, la furia, las acusaciones, las culpas y los castigos. Me exiliaron, huí, escapé, me fugué, me corrieron de mi propio país, me cerraron todas las puertas y dicen que fuiste tú quien puso los candados. Viví mucho tiempo en Francia, caminé por los barrios parisinos extrañando el olor de mi país, olvidada y enterrada en viva. Regresé anciana, tú ya eras nuestro primer gran don Premio Nobel de Literatura. Y lo que es la muerte, nunca más volvimos a vernos ni a hablarnos, pero te moriste en abril de 1998 y yo cuatro meses después. Ahora en el infierno leo tus poemas que sigues escribiéndome y en el cielo extrañas nuestro odio amor que te sigo ofreciendo por simple "revoltosa dinametera", mientras que en el limbo se escucha como un rezo, para salvar nuestras almas: "Busco sin encontrar, escribo a solas, no hay nadie, cae el día, cae el año, caigo al instante, caigo al fondo, invisible camino sobre espejos que repiten mi imagen destrozada..."