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De la misoginia al profeminismo
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Por Adiel Martínez Hernández
Maestro en Comunicación y Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Docente e investigador de temas de semiótica, género y masculinidad, e identidades y cambios culturales.
Adiel Martínez cuenta cómo se acercó a la lucha feminista y se convirtió en un "profeminista", y reconoce que en ocasiones le cuesta entender y relacionarse con personas que asumen el machismo como "algo normal en sus dinámicas sociales".
En cierta ocasión un amigo me recriminaba con desdén el que apoyara y creyera en ideologías de izquierda y contraculturales, incluido el feminismo. ¿Cómo puedes ser feminista? me inquiría. Yo le decía que no era feminista por el simple hecho de que no era mujer, pues entiendo al feminismo como un movimiento político, social y cultural surgido desde las entrañas de las mujeres para la emancipación de las mujeres. De este movimiento, el hombre sólo puede ser partícipe si cuestiona, critica y transforma su condición masculina, a este proceso le llamo profeminismo.
Mi condición biológica, se recubrió y benefició del discurso de la masculinidad. Pero mis circunstancias históricas e individuales, además de mi formación universitaria, me llevaron a apropiarme de la perspectiva de género y su potencial para la crítica cultural. Mediante dicha perspectiva he identificado que en varias culturas y en distintas épocas históricas la condición de las mujeres (y de algunos hombres) no ha sido la más justa ni equitativa. Por el contrario, han quedado rezagadas, invisibilizadas, desplazadas o sometidas en varios ámbitos de la dinámica social. Estas manifestaciones tienen como fundamento ideológico el discurso patriarcal y misógino arraigado en hombres y mujeres, basado en concepciones biologicistas, místicas y arcaicas.
La misoginia es una patología social que se distingue por la animadversión expresada hacia el género femenino. Este odio irracional hacia la mujer tiene su origen en vivencias traumáticas en la niñez por las psicodinámicas que establezca el infante con las figuras femeninas (la madre, la abuela, las maestras, las hermanas). La misoginia se refuerza por el discurso patriarcal que exalta las cualidades masculinas por encima de las femeninas. Además, la socialización de las prácticas misóginas a través de las diversas manifestaciones culturales, consolidan a la misoginia como una ideología que justifica y legitima la agresión física, verbal y psicológica hacia las mujeres.
Crecí en una familia que reproducía con facilidad los rasgos machistas y misóginos que caracterizan a la cultura mexicana. Mi madre era una mujer criada en provincia que entendía que su rol femenino tenía que estar caracterizado por la sumisión a la voluntad de mi padre. Ser testigo del trato autoritario y violento que mi padre imponía no solo a mi madre sino también a mis hermanas y a mi hermano, me generaron una serie de resentimientos tanto a la figura paterna (y su masculinidad implícita) como a las ciertas maneras de ser de las mujeres.
Cuando mis hermanas crecieron y comenzaron a buscar su autonomía como mujeres, me di cuenta que en ellas estaba el anhelo de no reproducir las conductas de sumisión de mi madre. En ese proceso de reconstrucción, mi hermano y yo nos vimos impactados. Nos solidarizamos con ellas y al menos en mi caso busqué los recursos terapéuticos para minimizar esos rasgos misóginos que estaban presentes en la dinámica familiar. Parte de esa terapia consistió en apropiarme de la perspectiva de género y del discurso feminista.
Todavía hoy me cuesta trabajo entender y relacionarme con aquellas mujeres que asumen el machismo y sus consecuencias como algo normal en sus dinámicas sociales. Su pasividad y sumisión hacen emerger en mí ciertos pensamientos misóginos. Por otro lado, apoyo y admiro a las mujeres que han conseguido romper con los esquemas de género tradicionales. Detesto sobremanera a los hombres que expresan conductas misóginas hacia estas mujeres que están buscando la transformación de las relaciones entre las personas para llevarlas a condiciones más equitativas.
Es por ello que no acepto que se me acuse de misógino pues no odio a todas las mujeres, sólo a cierto tipo: a las que todavía son como era mi madre. Pero me esfuerzo en cambiar esa misoginia al solidarizarme con el pensamiento y la lucha feminista. Por eso me considero profeminista.