Hace algunos días encontré en Facebook una publicación que al instante llamó mi atención; esta decía así: "La lucha contra el sistema que nos rodea no es más importante que la lucha contra lo que del sistema tenemos interiorizado". Antes de seguir con el presente texto, me permito puntualizar que no pretendo reproducir estas frases patéticas que rezan "el cambio está en ti" o "para cambiar al país, debes cambiar tú", ya que me referiré a un asunto mucho más serio, que problematiza nuestra ética y marcos de referencia.

No diré algo nuevo, pero, solo para recordar, desde ciertas posturas teóricas feministas nombramos "patriarcado" al sistema de relaciones sociales basado en la violencia, opresión y exclusión de las mujeres, así como de los hombres que no obedecen al modelo hegemónico de la masculinidad. Así mismo, el patriarcado expropia y destruye los recurslos de la Naturaleza y ejerce violencia contra el resto de los seres vivos del planeta. En efecto, nuestro país es patriarcal.

Tomando en cuenta lo anterior, comencé a reflexionar qué del patriarcado permanece en nuestro interior. Y es que, las y los tomadores de decisiones que han sumido en la tragedia a México no fueron construidos en otra galaxia, sino en el mismo contexto social que el resto de las personas, en el cual, por cierto, existe una alta tolerancia social a la violencia y opresión contra las mujeres y las niñas; por lo tanto, compartimos esquemas y marcos de referencia. Por supuesto, no me atrevo a comparar (en magnitud) lo que José Luis Abarca hizo como presidente municipal de Iguala con sobornar al policía de tránsito para evitar una infracción, pero, se presume, se parte del mismo principio.

Hace unas semanas reflexionaba junto a una de mis mejores amigas que las marchas de protesta por la desaparición de los 43 normalistas concentraron a personas diversas, posicionadas desde, también, diversas posturas políticas, y que algunas de estas personas clamaban justicia públicamente, aunque en el ámbito privado, lleven a cabo acciones miserables contra otras personas.

Si no somos capaces de construir con respeto, amor e integridad nuestros vínculos más cercanos, ¿qué nos motiva a gritar y clamar por justicia en las calles? Insisto, no se trata de negar lo estructural, sino de entender que, pese a los avances y conquistas obtenidas, nuestros actos miserables son la base del sistema patriarcal, son los cimientos que provocan que la injusta estructura de patriarcado permanezca intacta.

Solemos minimizar nuestra miseria humana; pensamos: "no es para tanto"; "lo que yo hago no se compara con esto". Realmente, ¿esto es así?

Alguna vez, un conocido se atrevió a expresar: "Bueno, yo no estoy a favor de la violencia de género, pero apoyo el derecho de las mujeres a prostituirse". Sin meterme en todo lo criticable y absurdo de la frase anterior, sería bueno que este chico entendiera que la violencia de género es el mecanismo que opera la explotación sexual de las mujeres y las niñas, por lo tanto, no puedo estar en contra de la violencia de género y reivindicar la violencia sexual, porque ambas son lo mismo.

Hace cinco minutos leí otra publicación facebookera: "No sé quién me cae peor (sic) los guadalupanos y sus peregrinaciones o los pendejos que marchan y protestan por lo de Ayotzinapa". Y algunas personas me tacharán de exagerada, de intolerante, "total, eso se queda en el muro de alguien, no afecta a otras personas", justo como la cuenta de Twitter de Paulina Peña Pretelini, cuando acuñó la insultante, clasista e hiriente frase: "Pinche prole pendeja". Sí, eso no tuvo consecuencias, solo correspondió a la construcción simbólica que una adolescente "cualquiera" posee sobre 60 millones de pobres en nuestro país.

Y así vamos por la vida, disculpando nuestros actos y omisiones miserables; justficándonos y evadiendo responsabilidades, las cuales se miden según la posición y recursos de cada quien.

Estamos por cerrar un año muy duro; hemos iniciado un proceso doloroso, preocupante. Se trata del regreso al poder de los grupos más conservadores, de los patriarcas del mal que no descansarán hasta recuperar al Distrito Federal y echar atrás todos los incipientes avances en materia de derechos humanos. Ante eso, es urgente construirnos una ética a prueba de balas, de esforzarnos por ser coherentes, por tratar de trascender la contradicción. Eso sí, dicho sea de paso, aquí nadie excluye la responsabilidad del Estado y de cualquier otro agente social involucrado. Solo se trata de reconocer el nivel de responsabilidad que tenemos en función de quiénes somos.

Son tiempos difíciles. Entendamos también que si asumimos públicamente una posición política, asumimos un compromiso ético, mediante el cual trabajaremos por ser dignas y dignos representantes de un movimiento o grupo social.

Ahí está mi primer propósito de Año Nuevo: comenzar la lucha contra lo que del sistema tengo interiorizado. Ya después vendrá la lucha contra el sistema que me rodea, una vez que venza y desmonte lo que del patriarcado conservo y uso para avalar mis actos y omisiones miserables.