Mi país por cielo y por mar. Me enamoré de México cuando descubrí mi corazón verde jade, bordado con las manos oaxaqueñas de mi mamá. Descubrí mis bajas pasiones cuando grité gol a un lado de mi papá en el mero estadio Azteca. Y luego, poco a poco descubrí su historia de héroes y revoluciones posibles. Viajé de Oaxaca a Sonora, del Distrito Federal a Pachuca, de los Cabos a Campeche. He cantado con mariachi y tequila en mano, he llenado mi casa de alebrijes coloridos y he cubierto mi cuerpo con rebozos solidarios y cálidos. He sentido el vacío en mi alma a unos milímetros con la frontera en Estados Unidos y he palpado mi infinito amor en atardeceres frente al mar, su mar en calma.

Mi país amoroso. Aquí nacieron los hombres que siempre amaré, las mujeres que son mis amigas porque comparten secretos y sonríen de frente. Aquí he parido a mi único hijo, que dejó mi vientre partido y mi alma abierta al amor más desgastante y más profundo que he sentido. Aquí memoricé los poemas de Rosario Castellanos, los recuerdos del porvenir de Elena Garro y hasta me arranqué la vida como Ángeles Mastretta. Tuve maestros que me compartieron su mirada crítica y profesoras que me dejaron leer Fem para ser feminista por siempre. Aquí doy clases con la esperanza de que esas miradas juveniles crean en sí mismas para que con su talento, creatividad, ingenuidad e irreverencia cambien este país.

Mi país jodido. He visto injusticias y muertes anunciadas. He visto cómo el poder envilece a la gente vil y la hace más miserable. A poderosos matarse entre ellos. A poderosas traicionarse a sí mismas. Impunidad en tantos crímenes mientras todas las voces claman justicia. Marchas por la paz que terminan con infiltrados cobardes y granaderos ciegos que dan palos a gente buena como quizá alguna vez fueron ellos. Gente buena encerrada en la cárcel con todo en contra en tanto los buenos pagan multas y salen libres con las manos manchadas de injusticia. Traiciones y silencios para tener más poder aunque también más maldiciones. Urgencias por acaparar espacios y dineros porque el vacío de su alma no tiene fin. Apuñaladas en la espalada al centro de mi país que pese a tal herida traicionera intenta sobrevivir. Fosas clandestinas y cuerpos sin nombre, desaparecidos que nos duelen por la simple cercanía humana, amenazas en lugar de disculpas, violencia en vez de paz.

Mi país y el orgullo que lo levanta. Y entre su maravillosa geografía y los amores que me ha compartido, mi país se debe levantar, debe sobrevivir, debe cambiar, debe hacerse escuchar, porque la gente buena somos mucho más. Solamente hace falta sensibilidad y compromiso de esa gente en el poder. Reconocer sus errores y proponer los cambios necesarios, millones que nacieron en este México prestamos manos y buenas razones para transformarnos, para evitar caer en ese precipicio donde las malas decisiones nos han llevado. Que la gente llene las calles y los gobiernos se empeñen en hacer bien su tarea al escucharnos, al sentirnos, al memorizar nuestras consignas que van del 1 al 10 al 23 al 43... a la justicia.