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Simone de Beauvoir, esa mujer informal
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Escudriñar sobre la vida de Simone de Beauvoir no es tarea difícil. Ella misma se delegó esa labor al escribir sus memorias. Es así como podemos atisbar con detalle a la niña burguesa, a la joven formal, a la filósofa, a la feminista, a una compañera que supo amar y a la mujer que vivió con intensidad hasta sus últimos días. Si bien, el gran escritor colombiano Gabriel García Márquez advirtió que "la vida no es la que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla", porque los textos autobiográficos siempre viven el conflicto de arriesgar la objetividad y de ser honestamente subjetivos en pos de aproximarse al arte de la autenticidad.
Fue así como cada vez que leo "Memorias de una joven formal", "La plenitud de la vida", "La fuerza de las cosas" y "Final de cuentas" la vida de Simone se abre ante nuestra mirada curiosa, admirada y respetuosa pero finalmente, también subjetiva. Por lo que la Simone que quiso dibujarse con sus palabras posiblemente no será la misma que la lectora recree en su imaginación.
Sin duda, hay datos que no se pueden interpretar, simplemente son expositivos y puntuales, objetivos, fríos, pero no cuestionables:
Fecha de nacimiento, 9 de enero de 1908
Fecha de defunción, 14 de abril de 1986
También realiza referencias entrañables que marcaron su vida y que son absolutamente puntuales. Como su padre, Georges Bertrand de Beauvoir, al que describió como alegre, culto e inteligente. Su madre, Francoise Brasseur, abnegada y católica, Su hermana Helene, cómplice y rival. Su mejor amiga de la infancia, Elizabeth Mabille, Zaza, que murió muy joven pero cuya actitud ante la vida, marcó para siempre a Simona pues observó que había una opresión familiar que impidió a su compañera ser lo que deseaba ser.
Cada palabra y testimonio compartido por la autora en sus memorias reafirman su interés por hablar de sí misma, mirándose en un espejo literario pero auténtico para concretizar su existencia. En cada página existe un yo que rompe estereotipos y moldes patriarcales. Desecha fantasías y mitos femeninos construidos por la sociedad, y se muestra como una mujer que rompe con su tiempo. Es así como durante la adolescencia empieza a rechazar el "concepto burgués del matrimonio", decidió ser atea y estudiar filosofía en La Sorbona.
El espejo y la escritura trazaron la imagen deseada, dividida entre el narcisismo feminismo y la irreverencia orgullosa. Observamos a una estudiante dedicada, comprometida, maliciosa y lúcida. Pese a ser reconocida por sus compañeros, se entusiasma por conocer a un grupo masculino hermético y carismático, de donde por cierto saldrá el apodo que la acompañó por siempre: "El castor", por la similitud de su apellido y la palabra en inglés de dicho término. Entre cuyos integrantes estaba Jean Paul Sastre, su compañero de vida. Ella confesó que el amor de su vida fue Nelson Algren, un escritor estadunidense con quien se escribió más de trescientas cartas durante los veinte años que se relacionaron, aunque solamente convivieron durante seis ocasiones. Sin embargo, con Sartre llevó una relación profunda, intensa y para siempre.
Otras pasiones que compartió en sus autobiografías fueron la academia y la literatura. Durante mucho tiempo dio clases con el optimismo de orientar a sus estudiantes aunque también con la decepción que produce el no verlos crecer o comprometerse. Su segundo apasionamiento fue escribir. Nunca perdió la oportunidad para plasmar sus experiencias de vida en algún género literario, además de las memorias escribió "La Invitada" (1943), su primera novela, "La sangre de los otros" (1944) y "Los mandarines" (1954), obra que fue galardonada y se considera su mejor trabajo literario. También dio a conocer cuentos como los presentados en "La mujer rota".
La filosofía y el existencialismo, así como su visión crítica fueron determinantes para que escribiera la obra representativa y clásica del feminismo académico: "El segundo sexo", en 1949. Cuando lo escribió no se consideraba feminista y tardó un buen tiempo en autorreconocerse como tal. Pero cuando venció esas resistencias hacia el movimiento de mujeres. Una prueba tangible de su compromiso feminista fue firmar el "Manifiesto 343", al iniciar la década de los setentas, un documento donde ese número representaba a las mujeres que se habían practicado un aborto. Fue presidenta de la Liga de derechos de mujeres en Francia.
Todas estas experiencias y acciones fueron creando la imagen de una mujer militante, sabia, contestataria, independiente, comprometida y feminista.
Nada mejor que este mes de abril, aniversario de su partida, para recuperarla más allá de su obra cumbre, "El segundo sexo", y palparla como esa mujer nada formal.