El pasado 17 de abril acudí a ver "Lisístrata MX (cuando no quisieron darle de comer a conejito)", obra escrita por Luis Santillán, basada, en una parte, en la obra "Lisístrata" de Aristófanes. La trama da inicio cuando un grupo de mujeres, lidereado por Lisístrata, decide iniciar una huelga de sexo en protesta de la violencia contra ellas y las demás mujeres. No se habla explícitamente de algún lugar, porque el escenario es el mundo, cada uno de sus rincones, en los que a diario son asesinadas cientos de niñas y mujeres.

Lisístrata y sus compañeras se organizan de tal forma que logran construir un movimiento, con causas legítimas, con impacto, pero que no contaba con dos factores patriarcales: la respuesta de los hombres misóginos y la enemistad histórica entre las mujeres. No profundizaré sobre la respuesta de los hombres misóginos, porque ya sabemos que el patriarcado está muy enojado, y que por cada avance para y por las mujeres, éste responde con crueldad y contundencia. Quiero hablar sobre la necesidad de la sororidad, pero no entre todas las mujeres, quiero hablar particularmente de la sororidad entre las feministas. Iniciaré con los planteamientos que hace Marcela Lagarde sobre el tema, además de la propuesta sobre sororidad de las Mujeres de la Librería de Milán, y después trataré de explicar cómo se conecta con la trama de "Lisístrata MX".

Los posicionamientos de superioridad entre mujeres se establecen en función de la clase, la casta, raza, etnia y edad, pero, además, "las mujeres compiten y ejercen formas fragmentarias de dominio entre ellas por la manera en la que son mujeres". Esto implica que las mujeres compitan por el reconocimiento social, por alcanzar los estereotipos de ser mujer en el mundo en el que viven. Cada mujer es amenazante para la otra, porque puede "quitarle" su sitio, sus espacios sociales y los vínculos con los hombres y las instituciones mediante los cuales validan su existencia. Las mujeres se miden patriarcalmente en función de los otros, de quienes se rodean, por sus posesiones y habilidades. Como las mujeres son configuradas como "idénticas", el riesgo de ser sustituda por otras es latente:

"De ahí que se ejerza poder de mayores a menores de edad, de las adultas a las niñas, las adolescentes y las viejas, de madres a hijas, de suegras a nueras, de jefas a subordinadas, de maestras a alumnas, de patronas a empleadas, pero también se ejerce dominio entre pares: hermanas, compañeras, colegas, amigas.

"La enemistad y la opresión entre mujeres es tan intensa que aun entre semejantes se produce una desidentificación y un extrañamiento que hace de las mujeres seres incapaces de reconocerse (...)

"La capacidad real de dominar a otras mujeres permite una válvula fantasiosa de aceptación del propio dominio, lo cual diezma su potencial de rebeldía. En lugar de enfrentar los dominios concatenados que se centran en ellas, las mujeres tradicionales aceptan la sujeción a cambio de ejercer dominio sobre otras y poder conservar los vínculos con los hombres y las instituciones" (Lagarde, 1996, p. 83).

El patriarcado mantiene a las mujeres aisladas, divididas y enemistadas como mecanismo político de conservación del propio sistema. Pero, ante la enemistad entre mujeres, el feminismo creó un recurso político: la sororidad, es decir, el pacto político entre mujeres donde se reconoce su autoridad y su condición como humanas.

La sororidad, señala Marcela Lagarde, es una de las propuestas más radicales del feminismo, ya que propone una amistad entre quienes han sido configuradas patriarcalmente para ser enemigas. Sororidad "significa la amistad entre mujeres diferentes y pares, cómplices que se proponen trabajar, crear y convencer, que se encuentran y reconocen en el feminismo para vivir la vida con un sentido profundamente libertario" (Lagarde, 2012, p. 589).

La sororidad es una fuente de poder para las mujeres, es el motor del poderío de género ya que conlleva a sanar la escisión de género, es decir, "el extrañamiento entre las mujeres", en el que, a través de sus privilegios de clase, raza, étnicos, etarios, intelectuales, las mujeres desconocen a las otras y ejercen dominación sobre éstas.

La sororidad tiene su origen conceptual en el feminismo italiano de la diferencia. Ellas le llamaron affidamento a la nueva relación entre mujeres, la cual aporta fundamentos para la libertad de cada mujer. Affidarse implica confiar, apoyarse, aconsejarse, dirigir (Librería de Mujeres de Milán, 2004, p. 7).

La sororidad o affidamento lleva a sanar la relación de las mujeres con las demás y, por lo tanto, con ellas mismas, lo cual es un recurso transformador desde el poderío de género.

Evidentemente, no contaré el final de "Lisístrata MX", pero puedo decir que la falta de sororidad entre las protagonistas generó consecuencias que marcaron el rumbo del movimiento para siempre. En este sentido, ¿las feministas somos sóricas con las feministas? ¿Nuestra falta de sororidad genera consecuencias negativas para el feminismo? No estoy tratando de desacreditar a nadie, solo trato de sacar a luz un tema que se ha convertido en un tabú que lastima a muchas mujeres, feministas y no feministas.

"Lisístrata MX" nos leva a la reflexión sobre cómo "los ideales, la falta de experiencia, los intereses personales desvían una iniciativa convirtiéndola en botín de unos cuantos", y se presenta todos los viernes de mayo a las 8:30 p.m. en el Centro Cultural de la Diversidad (Colima, 261, colonia Roma Norte, a un costado del Metrobús Durango).

Referencias:
Lagarde, M. (2012). "El empoderamiento y el poderío de las mujeres". En El feminismo en mi vida. Hitos, claves y topías, Inmujeres-DF: México, D.F.
Lagarde, M. (1996). Género y feminismo. Desarrollo humano y democracia. Horas y horas: Madrid.
Librería de Mujeres de Milán (2004). No creas tener derechos, Horas y horas: Madrid.