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Directora y Editora: Elsa Gpe. Lever Montoya                                                                                                                             

Frases Feministas
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Decir sí al poder





Por Elsa Lever M.
Lic. en Periodismo con Maestría en Comunicación por la FCPyS de la UNAM, actualmente doctorante en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Ciencias de la Comunicación (FCPyS-UNAM). Está diplomada en Género por el PUEG de la UNAM, y en Feminismo por el CEIICH de la UNAM. Es directora de http://www.mujeresnet.info/

Elsa Lever Montoya habla sobre el poder, un concepto 'polémico' dentro de los diferentes feminismos, ya que se ha asociado a lo masculino y por lo tanto se le rechaza; sin embargo, la columnista sostiene que si se continúa así, la historia de abusos contra las mujeres seguirá, por lo que invita a mirarlo desde otro ángulo y usarlo para que las mujeres se fortalezcan y potencien.

Dentro de los diversos abordajes al concepto de poder, hay uno que en especial quiero compartir, pues además de ser desde una perspectiva feminista, me parece muy claro y directo. Me refiero al que ha desarrollado Amelia Valcárcel en su libro Sexo y filosofía. Sobre "mujer" y "poder", en el que conmina a que los diversos feminismos que se han configurado se atrevan a discutir y construir una teoría del poder, pues sigue siendo un tema polémico al interior del movimiento feminista.

Pero por qué polémico se preguntarán algunas personas, si se supone que las feministas buscamos que las mujeres se "empoderen". La razón de tal polémica es, más que nada, filosófica; aunque con peligrosos resultados si no termina por resolverse de una buena vez.

Gracias a las tradiciones intelectuales y religiosas que han igualado al poder con el mal, es que hemos tardado en convencernos de lo contrario. Que toda la cultura te diga a gritos que el poder es malo y generador del mal, en pocas palabras que el poder es el mal, la bestia de siete cabezas, ha conseguido el efecto deseado: aborrecerle, acusarle, incluso huirle.

Pero esta apreciación sólo es la base de otra peor: la igualación de la mujer con el mal y, por dinámica de pensamiento, el mal es el vínculo mujer-poder. Los relatos que van desde la historia de Eva y los mitos fundacionales del orden y el caos, hasta los "profundos" análisis de las biografías de mujeres en puestos de decisión, sólo llevan al mismo resultado: la combinación mujer-poder es el cataclismo. Y es así, dice Valcárcel, porque al tener poder la mujer peca contra la naturaleza y la cultura y por tanto introduce el pecado.

"[...]La mujer, hija de pecado, madre de pecadores, tiene en su ser pecado y penitencia. Si además tiene poder, la expiación ha de ser suma. [...] Y, pese a los exorcismos, la mujer los comete [los pecados] porque existe, porque, dado que existe, hace que otros los cometan. Pero, si al menos no hay poder, la pecadora conserva su estólida inocencia". (p.78)

Pero el problema se agrava cuando desde algunas corrientes del feminismo, esto, de alguna u otra manera, se avala, volviendo la fórmula mujer-no poder una virtud; aquello que mantendrá a las mujeres lejos del mal.

Cuando desde las voces de algunos feminismos se escucha y se defiende que el poder es naturalmente masculino, y que, por tanto, es violento y destructivo, lo único que se está haciendo es asignarle género a una sustancia intangible. Algunas feministas hablan de que tenemos otro tipo de poderes: como el de producir vida, y que con ese nos basta y sobra para justificar nuestra existencia. Defienden que somos naturaleza, que nuestro destino es alimentar y cuidar, porque nadie lo hace mejor que las propias mujeres por esencia y que ahí, en esa esfera, somos invencibles.

Cuando desde el feminismo a este pensar le llaman "contracultura", en realidad no se están más que signando los mismos argumentos patriarcales que se han utilizado para mantenernos a las mujeres "a raya".

Rechazar el poder y evitar su análisis, porque es masculino y corrompe -y tenemos que mantenernos "incontaminadas"- es, más que contracultural, pro misoginia. Hay que andar con mucho cuidado por los caminos teóricos que están rodeados de maleza patriarcal, porque seguramente habrá ramas en el piso que se confundan con el mismo al grado de parecer ser parte del diseño original.

El detestar tener y ejercer poder, porque es masculino y corrompe, sólo nos está llevando a las mujeres a quedarnos en la esfera privada, a quedarnos ocultas, a seguir siendo nombradas como el "nombrador" quiera, a seguir siendo para otros y nunca ser para una misma.

Otra de las objeciones para considerar el poder como algo aspiracional en las mujeres es el asunto de la ética. Actuar con ética se ha visto disociado del ejercicio del poder. La ética se ha destinado al ámbito de lo moral, y al poder al ámbito del Estado y sus mecanismos de legitimación. El asunto es que la ética, entonces, se queda en meras buenas intenciones, y de buenas intenciones están llenos los panteones, reza el refrán. Al no contar con el respaldo del poder constituido, la moral tal vez tenga -dice Válcárcel- un poder fáctico amparado en la costumbre pero es esencialmente un querer, no un poder.

Y dadas las circunstancias de discriminación y violencia en que seguimos transitando las mujeres, de nada nos sirve querer y no poder. Por eso hay que decir sí al poder. Porque debemos considerar, como plantea Valcárcel, que el no tener poder corrompe también y, en ocasiones, hasta más rápido.

¿Qué sucede con las mujeres cuando no tenemos poder? Pues justo toda la historia de abusos, discriminación, violencia, y muerte contra ellas de la que ha dado cuenta el feminismo, amparada por un poder patriarcal que trabaja a sus anchas porque las mujeres se han creído el cuento de que tener poder no va con ellas. Y cuando se vive discriminada y violentada se ablanda la conciencia y se hace lo que se puede para subsistir, y por eso no tener poder corrompe. Por eso decirle no al poder, aparte de mantenernos donde nos quieren tener, nos corrompe.

Atrevámonos a mirar el poder de otra manera. Mientras más poder tengamos y ejerzamos, más aprenderemos de él y cómo usarlo para potenciarnos como mujeres, como seres humanas. Sí, algunas veces nos equivocaremos, otras más nos perderemos en el rumbo, pero sin él las transformaciones sociales que requerimos las mujeres no se consolidarán, quedándose en meros buenos deseos.

Quizá no compartamos del todo la reflexión de Valcárcel del derecho al mal (que no defensa del mal) como vía para la universalidad-igualdad destruyendo las dicotomías: "Si no los podemos hacer tan buenos, hagámonos nosotras tan malas: no exijamos castidad, sino perdámosla; no impongamos la dulzura, hagámonos brutales; no atesoremos naturaleza sino destruyámosla con el fervor del converso[...]" (p.164) ; pero sí estoy de acuerdo en que, si al "poder" se le nombra como "el mal", entonces es justo "el mal" lo que necesitamos para dejar de ser las mujeres "buenas" y sumisas que quieren que seamos, y potenciarnos para ser entonces, lo que queremos y somos capaces de ser.

Como dice Valcárcel, "no reclamamos entonces nuestro mal, el mal por el que se nos ha definido y no queremos tampoco el bien que se nos imputa [...] Este es un discurso moral feminista verdaderamente universal en el que no se pretende mostrar la excelencia, sino reclamar el derecho a no ser excelente".(p.165)






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