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Frases Feministas
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Lucha y Victoria. Historia de sororidad y resistencia




Foto: Karina Vergara

Por Patricia Karina Vergara Sánchez
Lesbiana feminista. Docente, periodista, teatrera, performancera, poeta y contestataria de vocación.

Karina Vergara Sánchez cuenta la historia de unas muñecas, Lucha y Victoria, producto de una cooperativa conformada por mujeres costureras de diferentes talleres que se conocieron a partir del terremoto de 1985 en la Ciudad de México, a 30 años de sucedido, que unieron su trabajo para ayudar a las personas damnificadas. Historia de solidaridad y sororidad que se vuelve necesaria para momentos en que el país sangra tantas tragedias, reconoce la autora.

Estamos cumpliendo un aniversario luctuoso, hace 30 años un sismo dejó cientos de muertos y muertas en la Ciudad de México, así como edificios derrumbados y cientos de familias damnificadas y sin empleo. Entre el caos y el horror en los días y meses posteriores al sismo, hubo quienes buscaron cómo tejer lazos de acompañamiento y construir otras historias y otras vidas, literalmente desde levantarse de los escombros. Ayer, 14 de septiembre, en una charla íntima tuve la oportunidad de escuchar a Tessa Brisac y Beatriz Ramírez narrar la historia de unas muñecas llamadas Lucha y Victoria, historia que compartiré aquí.

Lo primero que me gustó de estas dos mujeres es el respeto por la palabra de las otras. Por ejemplo, que no querían comenzar a hablar hasta la llegada de Berta, una de sus compañeras a quien también habían citado, pero que finalmente no pudo asistir. También, me gustó que se cedían una a otra la palabra constantemente y se miraban al rostro con ese gesto que sólo las cómplices de hace muchos años logran encontrar.

Beatriz fue la primera en tomar la palabra. Narró cómo con el sismo que ocurrió el 19 de septiembre de 1985 por la mañana se vinieron abajo varios edificios del centro y otros cercanos a Tlalpan, a la altura de San Antonio Abad en la Ciudad de México, donde se encontraban talleres de costura, la mayoría de ellos eran clandestinos. Tessa contó que como al ser clandestinos los talleres, los edificios que los albergaban no estaban diseñados para contener maquinaria pesada y menos aún los rollos de tela que llegaban a pesar toneladas, lo cual contribuyó al derrumbe de los edificios.

Había muchas costureras muertas y otras estaban atrapadas entre los escombros, era urgente cavar para rescatarlas. Sin embargo, en el caso de las costureras y de muchos otros edificios colapsados, el gobierno actuó con total ineficacia. Beatriz y Tessa narraron cómo las autoridades rechazaron ayuda de otros países arguyendo que todo lo tenían bajo control; mandaron a los militares a rodear las zonas para impedir que la gente pasara en lugar de permitir la ayuda y ayudar ellos mismos; sumado a ello, ocurrían indignantes historias de corrupción y negligencia. Incluso, dieron la orden de que en los medios no se hablara de temblor, sismo o terremoto. "Como si el que no se mencionaran hiciera que dejaran de haber los daños y el desastre", criticó Beatriz. Los medios repetían: "Más ayuda el que no estorba", para que nadie se acercara a la zona que requería auxilio, señaló Tessa.

Sin embargo, la gente no obedeció. Con sus propias manos fueron a remover piedras, a buscar personas, a tratar de encontrar a sus vecinos, a sus familias, a desconocidos. La consigna era ayudar, como se pudiera a quien se pudiera. Tessa se unió como traductora a un grupo de rescatistas franceses -a quienes, por cierto, el gobierno había ordenado no salir de su hotel-, les acompañó en sus labores de rescate en los edificios de San Antonio Abad y cuando se acercó al campamento a dar algo de asesoría sobre medidas de cuidado para las personas que estaban en la búsqueda de sus madres, esposas, hermanas, se encontró con Beatriz y otras compañeras que estaban sumando esfuerzos y organizándose.

En esos días, se unieron mujeres que habían pertenecido a cuatro talleres de costura diferentes. No se conocían entre ellas, pero se conocieron tras el sismo y con sus fuentes de trabajo destruidas y la necesidad de aliarse conformaron una cooperativa. Beatriz estudiaba diseño, pero su formación inicial era de socióloga y estaba muy comprometida con el trabajo de solidaridad tras el sismo, "Las personas estábamos muy deprimidas, teníamos que hacer algo, ayudar de alguna forma". Entonces, tras ver un cartón político en un periódico, se le ocurrió que podían hacer muñecas y venderlas como un modo de apoyar el trabajo de la cooperativa. Lo propuso en la asamblea y lo aceptaron.

La hechura de las muñecas fue toda una aventura. Les donaron retazos de tela, pero no todos estaban en buenas condiciones, así que vendieron bonos para obtener dinero y comprar telas. Pidieron a artistas que donaran diseños para poder hacer las muñecas y llegaron propuestas desde las formas más clásicas y sencillas hasta unos dibujos muy complejos que las costureras tenían que interpretar y convertir en una obra de arte de tres dimensiones.

Estas mujeres sabían coser, pero solamente lo que correspondía a su oficio. Es decir, sabían hacer ojales o pegar botones o hacer una bastilla, pero no cortar patrones de muñecas ni cortar las telas, ni armarlas. Alguna sabía algo de bordar, alguna algo de tejer, pero ninguna hacer muñecas. Así que todo lo fueron inventando o aprendiendo en el camino. "Las primeras muñecas eran horrorosas, no sólo porque no sabíamos manejar la tela, sino porque reflejaban cómo estábamos, el estado de ánimo, las caras de las muñecas eran de angustia", contó Beatriz.

"Trabajábamos en un local prestado, sin luz, con butacas como esas de cine antiguo, coser era muy difícil", continuó narrando Beatriz y Tesa agregó: "No teníamos ni agujas ni nada, pero lo hicimos de tal manera que para diciembre tuvimos nuestra primera exposición. Fíjate, de septiembre a diciembre, ya teníamos los primeros prototipos y los expusimos para que la gente pudiera hacer sus pedidos y cuando estaban listas las muñecas se las entregábamos. La gente era paciente porque sabía que era por solidaridad".

"Nosotras habíamos puesto un precio y vino Vicente Rojo (uno de los artistas que donó diseños para la realización de la muñecas), llegó y nos dijo: "No, estas muñecas son obras de arte, tienen que venderse en el precio de la obra que son y les ponía el precio", recordó Tessa y Beatriz narró: "Las mujeres del taller de costura se avergonzaban de los precios, se tapaban la cara y se agachaban, ¿cómo va a ser que alguien pague tanto?", pero sí, la gente lo pagaba y hacía encargos, apoyaban la lucha de las costureras y la venta de las muñecas fue un buen ingreso que permitió ir aportando a la cooperativa y sostener esa lucha conjunta. La cooperativa hizo varias actividades y maquila además de las muñecas, duró 10 años existiendo. Un logro como organización laboral.

"Por eso, ahora, que las cosas están tan tristes, que la gente no sabe qué hacer vale la pena rescatar esta experiencia", reflexionó Tessa.

Ese es un punto irrenunciable, rescatar esa experiencia en donde un equipo de mujeres encontró una labor para hacer en conjunto y se ayudaron unas a otras a sostenerse tras la tragedia. En este momento en que nuestro país sangra tantas tragedias, ciertamente son pedagógicas las historias de solidaridad y de sororidad que incluso además del proyecto en sí, tejieron lazos de afecto que permanecen vivos tras treinta años de haber sucedido.

Tessa nos invitó a mirar algunas de las más de ciento cincuenta muñecas que ella tiene en custodia. Es un mundo de colores, texturas, estilos, tamaños... Todas diversas, pero la realización de cada una refleja un alto grado de compromiso con el trabajo, sobre todo una ternura infinita de quienes las elaboraban.

El resultado es que cada muñeca es tan hermosa como la otra: costureras de largos cabellos con su cinta de medir en las manos; Lucha, la gorda, muñeca enorme con sus tijeras colgando de una cinta en su cuello y con ojos grandes tras sus lentes amarillos; mujeres abrazadas entrelazadas, acompañándose; niñas riendo, sirenas sobre una ballena; almohadas que abrazan; una mujer desnuda sobre la luna; una niña jugando con palomas; muchos gatos; un pez-león; niñas acróbatas...

Cada muñeca con un grado de dificultad distinto, cada muñeca con una historia de realización y resolución creativa que emocionan, encantan y, de alguna manera, cuentan la historia de las mujeres que las elaboraron. "Era coser las muñecas y era también irse rehaciendo una misma, irse cosiendo por pedacitos", explicó Beatriz.

Queda, por ahora, aquí, esta historia de muñecas, de resistencia y resiliencia, que a través de unos pedacitos de trapo y de estambre nos cuenta que, cuando hasta la esperanza estaba derrumbada, qué poderosas y sanadoras son las creaciones de las mujeres organizadas.






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