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Frases Feministas
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Tercera edad, la invisibilidad de las personas




Foto: Brenda Ayala/MujeresNet

Por María Esther Espinosa Calderón y María del Socorro Martínez Cervantes
Periodista, ha colaborado en diversos medios, entre ellos el Uno más Uno, Mira, El Universal, Etcétera, 'Triple Jornada' del periódico La Jornada, y en la revista Fem. / Estudió la licenciatura en Ciencias de la Comunicación en la FCPyS de la UNAM. Se ha especializado en el cuidado editorial y la difusión cultural, y trabaja como colaboradora independiente para varias casas editoriales.

Ma. Esther Espinosa Calderón y Ma. del Socorro Martínez reflexionan sobre la situación de las personas de la tercera edad; a través de varios testimonios de mujeres, revelan las diferentes violencias y discriminaciones de las que son víctimas, como el abandono y la pobreza. Las articulistas invitan a la sociedad a pensar sobre las discriminaciones cometidas contra este sector de la población y a reconsiderar su valía dentro de ella.

Para muchas personas llegar a la tercera edad resulta un camino lleno de abrojos, de incertidumbre, maltrato, abandono, despojo, invisibilidad, discriminación y todo eso recubierto de violencia, soledad, depresión, inequidad y desigualdad, una edad que no la vive de igual manera el hombre que la mujer.

Algunas personas llegan a la vejez en un mundo de violencia. Para Graciela Hierro "...existe otra violencia no menos terrible que sucede en las relaciones interpersonales, en las familias y en las comunidades. Es la violencia de género que se ejerce en todos los ciclos de vida. Especialmente dolorosa resulta a mayor edad por la desprotección de las personas; y ese es el caso paradigmático de las mujeres mayores en las sociedades patriarcales. Violencia que se ve agravada por la etnia y la clase socioeconómica y otras diferencias relevantes". [1]

En la ciudad de México hay diversos tipos de residencias para adultos mayores; si tienen una buena situación económica pueden asistir a aquellas con todas las comodidades, diversiones y atenciones las 24 horas del día. Hay otras que les cubren sus necesidades principales de un cuarto con un baño común y sus alimentos. Las hay de asistencia social o pública que cuentan con lo mínimo indispensable.

En la residencia donde se encuentra Bertita algunas personas llegan solas, otras con engaños porque sus hijos o sus familiares las llevaron, saben que es la última morada que tendrán en su vida, que de ahí sólo saldrán para el panteón o para el crematorio, algunas lo viven con tristeza, otras se adaptan inmediatamente, hacen nuevas amistades e incluso construyen otro tipo de relaciones que difícilmente podían concebir al permanecer en el núcleo familiar con las familias de sus hijos y nietos; entre pares también pueden florecer coqueteos y enamoramientos derivados de la convivencia diaria que fuera de ese entorno estaban casi olvidados. Algunas mujeres llegan ya muy habituadas a su soledad y se les dificulta la socialización o prefieren no salir de sus habitaciones, quedarse a leer o a ver televisión, pues cada día, muchas de ellas aunque quisieran ya no se pueden mover y en esa rutina se acostumbran al silencio, la falta de contacto y a la poca interacción con el mundo.

Para vivir en una casa de retiro como la que ocupa Bertita hay que tener recursos o una familia con solvencia económica que pueda pagar cuotas de 25 a 35 mil pesos mensuales. Ella ha podido ocupar una habitación en una hermosa residencia de la colonia Del Valle gracias a su generosa pensión de Pemex y a la cuenta bancaria con los fondos de la venta del departamento en el que vivió cuando todavía podía ser autosuficiente e independiente para gobernar su espacio y su tiempo, que por fortuna lo pudo hacer hasta pasados de los 90 años. El lugar es muy bonito, cuartos con baño, jardín, roof garden, sala de cine, biblioteca, comedor, salas para platicar o jugar. Tienen diversas actividades todas adecuadas a su edad. Es una residencia modelo para los pocos ancianos que la pueden pagar. Más que asilo parece hotel, sin embargo, al salir se percibe un dejo de nostalgia, de tristeza, de aislamiento con el mundo anterior al que estaban acostumbrados, porque un sitio así no deja de acotar los movimientos y quehaceres de las personas que bajo ese "cuidado" ya no pueden salir ni hacer lo que les pega la gana. Para salir necesitan de la autorización de la persona que funge como responsable de ellas.

Bertita llegó ahí después que una sobrina la rescató de otra casa de retiro, a donde la había ingresado otra sobrina, en ese lugar la única cuerda y sana físicamente era ella. Después de muchas vicisitudes finalmente llegó a un buen lugar, que gracias a su buena pensión puede solventar. No obstante, su gran compañera es la soledad. Cuando ella vivía sola, decía: "vivo sola, pero no estoy sola". En su nuevo hogar aunque está rodeada de personas de su edad, extraña su vida anterior con total libertad de albedrío para decidir, hacer, dar, comprar y hasta imponer sus obsesiones.

La suerte de Claudia es diferente, ella está en una residencia para ancianos donde todo es compartido: la recámara, el baño, tiene apenas la atención necesaria; sin embargo, está mejor que en su casa donde la tenían abandonada. Al menos ahí tiene un pan que llevarse a la boca y compañía con las otras residentes.

Josefita vivía sola, todos los días sacaba a vender sus dulces, la gente de su barrio ya la conocía y le tenían cierta consideración, les apenaba que su hija no fuera a verla. Un día ya no la volvieron a ver, después se supo que se la llevaron lejos, porque su hija vendería su casa; murió de tristeza y de abandono.

Clotilde contra su voluntad fue a parar a una residencia para ancianos. Ella quería su cuarto y sus cosas, aunque le llevaron su Cristo y otras pertenencias y la visitaba su familia deseaba el calor de su casa, al poco tiempo murió también de tristeza.

Es un tipo de violencia que se ejerce contra la y el anciano, al separarlo de la familia, de sus cosas, Graciela Hierro en su artículo La violencia moral contra las personas mayores señala que es un tipo específico de agresividad "que no se representa necesariamente por la violencia física. Se trata de violencia simbólica en el sentido de falta de respeto a la dignidad de la persona; el desconocimiento de su valor como ser humano, en lo que atañe a su libertad, a su autonomía, a su derecho a orientar la vida de acuerdo con su propia decisión acerca de lo valioso, de lo que vale la pena elegir como persona. Se refiere también a la falta de respeto a la edad, por la violación de los derechos humanos de las personas mayores que han trabajado toda su vida, sea en el trabajo doméstico no remunerado, como lo hacen la mayoría de las mujeres; sea en el trabajo público remunerado. En muchos casos carecen de la jubilación una vez que han alcanzado la edad mayor. No se respeta su derecho al retiro, a la pensión económica y al reconocimiento social por su dedicación a la familia y su contribución en la vida pública"[2].

Bertita, a pesar de no haber tenido hijos tiene alguien quien vele por ella, además de contar con los recursos necesarios para pasar tranquila los últimos años de su vida. Los ancianos en México son una parte de la población inevitablemente vulnerable al momento de sortear situaciones de enfermedad, abandono, inequidad y discriminación por su edad.

Según datos del Instituto Nacional de las Personas Mayores (Inapam), 10 de cada 100 mexicanos son mayores de 60 años y sólo dos de cada 10 puede sostenerse económicamente. La mayoría vive en situación de dependencia o de carencia.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), el número de adultos mayores en el país se duplicó en las últimas décadas, al pasar de cinco millones a 10 millones. En el Censo de 2010 se señala que el 26.9% de los hogares está integrado por al menos una persona adulta, quien desarrolla múltiples roles dentro del hogar, desde la aportación de un ingreso hasta el cuidado de nietos, cónyuge u otros familiares dependientes.

El Consejo Nacional de Población (Conapo) estima que para 2030, en México habrá más adultos mayores que jóvenes menores de 15 años y para 2050, casi 30 por ciento de la población tendrá más de 60 años. Aunado a que la esperanza de vida es mayor, también es mayor la probabilidad de padecer enfermedades crónicas degenerativas, como la demencia senil, el Alzheimer, osteoporosis, depresión, lesiones por caídas, pérdida de visión y audición y muchas otras que los adultos mayores que no tienen un servicio médico difícilmente pueden encarar sin la ayuda de la familia.

Graciela Hierro señalaba que: "La sociedad moderna ha ido haciendo de la vejez cada vez más una suerte de deshecho, con base en sus valores centrados en la fuerza, la agilidad para el éxito y la conquista de bienes materiales". [3] No le interesa el cúmulo de vivencias y experiencias que los ancianos pueden transmitir a las nuevas generaciones. [4]

Las mujeres mayores son generalmente más pobres que los hombres y muchas veces continúan desarrollando funciones de gran valor "pero de productividad invisible: cuidan de los nietos, participan en la economía informal, ayudan a las labores de la casa..."[5]

Anna Arroba, dice en su artículo La vejez de la negación a la preparación: "No quiero ser una vieja abandonada, o pobre, o enferma. No quiero volverme gris e invisible, o llegar a sentir repulsión ante mi propio cuerpo. No quiero que me hablen como si fuera una niña grande asexuada que no ha vivido y que no sabe oír o entender lo que le están diciendo. Tampoco quiero siempre ser una viejita dulce, ni tampoco tan rabiosa. Pero si me sale la rabia que se entienda como sabiduría, y como un derecho a rechazar lo que no me gusta, y como un deber de llamar las cosas por su nombre. Y si soy indiferente, me lo gané. Y quiero, por encima de todo, salirme de las estadísticas de horror que revelan que las mujeres viejas son las personas más pobres y abandonadas en este mundo". [6]

Lo cierto es que en la vejez hasta las mujeres más fuertes, robustas, audaces y autosuficientes titubean ante la inexorable fragilidad física con miedos que otrora no existían a caer, tropezar, romperse un hueso, quedar postradas, perder sus facultades. Hasta las que vencieron al miedo en los retos que les puso la vida activa, retornan a él y prefieren las certezas, los caminos conocidos, las previsiones necesarias pues temen los obstáculos que se puedan cruzar en sus fuerzas ya mermadas, las inminentes enfermedades o dolencias del cuerpo agotado que ya prefiere hacer poco, pero con la misma libertad y respeto de antaño. Por eso la sociedad debíamos tener presente de cuántos modos y formas hemos impedido a los viejos participar hasta su muerte en la comunión de la mesa familiar.

Notas:
[1] Hierro, Graciela, "Violencia moral contra las personas mayores" en https://www.google.com.mx/?gfe_rd=cr&ei=eLvgVdPlFMbE8gfR1qyoDA&gws_rd=ssl#q=violencia+moral+contra+las+personas+mayores+graciela+hierro consultado el 28 de agosto de 2015
[2] Ídem
[3] Ídem.
[4] Ídem.
[5] Mercedes Charles, "Con arrugas en la cara", en http://mercedescharles.blogspot.mx/2003_08_01_archive.html , consultado el 28 de agosto de 2015
[6] Anna Arroba, "La vejez: de la negación a la preparación" en   http://ciem.ucr.ac.cr/boletinas/boletinas2012/abril2012/1274-VEJEZ_NEGACION_PREPARACION.pdf , consultado el 28 de agosto 2015






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