2019 Edición Junio'19 Gabi Revueltas Valle Reflexiones 

Las sobrevivientes

Foto: Mariana C. Bertadillo/MujeresNet

Por Gabi Revueltas Valle
Maestra en políticas públicas y género. Madre independiente de dos jóvenes.


Aceptar la crianza para luego dejarla ir, respetar las decisiones de las y los hijos, a veces es duro, sobre todo si se es una mujer aislada a quien le representan el amor y la vida misma; algo que se asemeja al mundo en constante apocalipsis de Doris Lessing.



“Memorias de una superviviente” es un texto de Doris Lessing, que leí en un momento raro de la vida, me ayudaba a viajar y ver la ciudad de otra forma, como ese mundo en decadencia y caos, con un foco puesto en los jóvenes, niños y niñas, y me sentía igual, con basura y edificios a medio caerse en esta ciudad de México. Desde luego no pretendo hacer una crítica de literatura ni mucho menos, recuerdo el texto porque es el marco de lo que contaré en este texto y porque imagino a Lessing mostrándonos uno de sus múltiples espejos para mujeres, como las de ahora, en otro tiempo pero todas.

En sí, hay un momento en la narración en que la protagonista vive con una adolescente, Emily, y contempla sus preocupaciones, sus miedos, cómo se mira con ropas al espejo, cómo interioriza la sensualidad, la inquietud de desear y ser deseada, el hastío y la flojera ante ese mundo que se está desbaratando, en una ciudad que se está consumiendo a sí misma en el fin del mundo. Emily se encierra con un gato por días, es difícil salir a la calle pues andan vándalos, todos buscan cosas que sirvan y comida, la gente se agrupa para robar, para viajar a donde haya sustento, incluso hay grupos de niños. Emily sale y se enamora de un líder, cuida a otros y trabaja, pero el empeño masculino suele ser superior: cuidar no es importante, cultivar niños no es de líderes; emprender hazañas, sí. Parece ciencia ficción pero desde mi vida en estas calles me parece que habla de nuestras ciudades caóticas y latinas contemporáneas.

Mi hija es joven, viaja por su cuenta y las distancias me hacen imaginarla en ese fin del mundo interminable, de más de dos mil años en constante final; me entró el miedo y la representación de su ropa prestada, rota, sin lavar, consiguiendo alimento con la horda que formó con su compañero de viaje; ella me dice que comparten muchas cosas de la vida pero que no son nada, que son amigos. Me entra el miedo de que no coma bien y de que se tendrá que curar ella sola, pero que eligió y ni cuenta me di. Un balde de agua fría, una cachetada de la realidad el momento aquel cuando las hijas son mayores de veinte años y se van de la casa… qué difícil y más cuando soy una aislada que depende del amor de sus hijos ya que representan la vida misma, y el momento de confiar en ella a pesar del filo en que se está acabando todo. Sentir esto me está obligando a ver para adentro y volver a decidir qué quiero hacer, claro aparte de sostener la vida y el gozo, tengo un poco de coraje también.

El fin del mundo siempre entre las manos de las mujeres. Mi amiga del trabajo, de un día para otro engendró a cuatro hijos, dos biológicos y dos que el fin del mundo le entregó al dejarlos huérfanos de madre y padre, también eran jóvenes y la fiesta los llevó al accidente y el accidente a terminar sin despedirse: así la ciudad que genera igualdad para morir. Mi amiga de más de cincuenta años separada del padre de sus hijos, vive con ellos y no tiene más que un sueldo para todos. Pasó algo semejante en la mayoría de varias compañeras que criaron hijos porque estaban ahí, no todas experiencias buenas, pero estaban ahí. Cuánta admiración sentí de conocer su historia.

Mucho silencio por parte de la vida, muchos hijos que pueden estar abajo del techo y que abrazamos y cuidamos porque estábamos ahí y porque quisimos hacerlo. Ahora que llueve y siento el techo que era nuestro me motiva una idea sobre la fuerza para hacer lo que uno quiere y no sentir que hay una imposición desde la autoridad o la madre que no termina de verse pero que se siente en el aire para detener, recibir aceptación, venia o para sentir miedo. Mucho trabajo por limpiar la casa, por crear sustento y compartirlo con quienes uno elige o con quienes no.

Tengo miedo de los fines del mundo y de que repitan el miedo entre nosotras, hay que respetar y buscar, cada mujer u hombre tiene voluntad y seguridad de continuar para sí misma, para sí mismo. Yo ya no recuerdo qué hice. Me gustaba querer y hablar con todos, de verdad es feo crecer sin elegir. En el techo mojado existe aparente seguridad y muchas cosas que hacer, trabajar para cada uno, rebelarse para cada quien, sin esclavos, sin someterse tampoco.

Doris Lessing miraba a las mujeres y escribió sobre ellas en contextos diferentes para mostrar su cambio y las bestias que habitan en nosotras, imaginar sus sentidos y las emociones frente a un mundo constantemente en apocalipsis y en refuerzo de vivir o retoñar por donde se escape algo de aire, de agua y de luz. Es insoportable todo el tiempo, así parece la crianza para luego dejarla ir y qué duro cuando hay que respetar.

Imagino que le gusta la vida a quien tiene aparentemente mucho tiempo, no sabemos cuánto queda para nadie y el cuerpo es frágil, me desespera un poco. Porque la vida también arrebata. Es fascinante que tengamos ficciones de mujeres que hacen el juego para espetar en la cara la realidad.

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