Cris estaba enfadada
Por Patricia Karina Vergara Sánchez
Feminista, periodista y profesora
Odiaba el agua helada que cada mañana tenía que soportar al bañarse porque el calentador ya no servía y la casera no quería arreglarlo ni poner uno nuevo. Le ensombrecía el ánimo salir tiritando muy temprano a la ciudad acelerada y contaminada de México.
Pero, lo que de verdad le ponía los cabellos de punta y le amargaba la mañana, era el chiflido de acoso que le lanzaban los obreros de la industria cercana a donde vivía. ¡Seré perro, para responder a un silbido!, pensaba.
En el metro, tren de transporte colectivo, No faltó el gracioso que, aprovechando la aglomeración mañanera, pretendiera frotar su pene contra las nalgas de Cris. (En realidad, contra su espalda, pues Cris es muy bajita). Ella: a rechazarlo a codazos y empujones, hasta que el tipo se conformó con frotarse contra el portafolio de una chiquilla de escuela secundaria que estaba un poco más alejada. La gente miraba y no intervenía, como ocurre todos los días.
Se hacía tarde y después de colarse por entre las personas que se apretaban hostiles, sin dejarla pasar, logró salir del subterráneo y correr las tres calles que faltaban.
Despeinada, con la pintura de labios corrida, un diente manchado de esa misma pintura y la blusa arrugada; llegó al Instituto de Escritores donde tomaba un curso que la llevaría, según ella, a ser un día la gran escritora que América Latina y el mundo esperaban.
Algunos de sus compañeros sonrieron, amables, cuando vieron llegar a Cris, atolondrada y hecha un lío, justo a tiempo, antes de que el profesor estricto cerrara la puerta y comenzara la clase.
Cris lo detestaba pues era un profesor al cual le encantaba admirar a las mujeres que portaban falda corta y no se cansaba de elogiarles su feminidad, pero, nunca las elogiaba por buenas calificaciones. También gustaba de hacer enrojecer a las alumnas, acariciándoles suavemente los hombros, el brazo o el cuello, cuando entregaba evaluaciones por escrito. Nadie se quejaba, pues era uno de los más afamados instructores del curso. A Cris, quien no usaba faldas y no permitía que la tocara, ni era nada amable con él, apenas la tomaba en cuenta, pero ella no tenía nada que opinar. Lo único que deseaba en todo el mundo era escribir y ella escribía, escribía y re escribía esperando un día obtener comentarios favorables, becas, la publicación de sus libros, todos los premios del país. Escribir, escribir. Hacía falta aprender cómo y para eso asistía todos los días a ese lugar.
Sin embargo, Había algo en la mente o en el corazón o, más exactamente, en el vientre de Cris. Había algo que se comenzaba a contraer.
Tal vez fue la lista de autores que les dio el profesor para ese período: Los mejores autores de América Latina, según el profe. Quince nombres y obras para adquirir. Cuando una de las alumnas le comentó que no había ninguna autora en la lista, él respondió que no hay mujeres en América que sepan escribir; que no había producción reciente de mujeres que valiera la pena. Podía concederles el favor de hacer una lectura de Rosario Castellanos como la más reciente Hace más de cuarenta años-, aclaro riendo, y lo haría únicamente por gentileza de género.
Al mirar la furia en algunos rostros femeninos, el profesor se apresuró a aclarar: -No es sexismo ni burla, mi comentario es un desafió. A ver si ustedes son lo suficientemente buenas como para cambiar esa realidad. - Silenció con rudeza.
- Recuerden: No existe literatura de hombres o literatura de mujeres. Sólo buena o mala literatura. En lugar de quejarse, pónganse a escribir. A ver si consiguen hacerlo bien-. Así evitó discutir.
Tiempo después, Cris no pudo recordar si fue a partir de ese día o si fue en la primera contracción en el vientre, que comenzó a notar cómo el maestro demoraba más tiempo y ponía más atención en la evaluación oral o escrita a los textos de los compañeros.
-Felicidades, colega Juan, muy buen trabajo -.
Mientras que, a las alumnas prácticamente las ignoraba.
-Señorita Ruiz, no es claro su comentario -.
La nausea también pudo haber surgido días antes, cuando Cris vio en televisión el escándalo que se armó, ya que el Instituto de Escritores retiró una beca a una joven escritora porque estaba embarazada. Como si esta mujer escribiera con la barriga , consideró, sin poder evitar preguntarse qué ocurriría si ella también se embarazara y decidiese tener al hijo. Pensó mucho en ello, pero, por medio a represalias sobre su beca, no se atrevió a hacer algún comentario, como tampoco comentaron nada sus compañeras de clase.
Lo que sí recuerda es que se hartó cuando al ir distraída caminando por la calle no pudo evitar que un tipo metiera rápidamente la mano entre sus nalgas y se alejara riendo triunfante, junto con un grupo de tipejos que miraban a cierta distancia.
Lo cierto, es que la opresión en el centro del vientre comenzó a disminuir cuando pudo escribir sobre ello. Sí recuerda la tarde en que llegó a su casa y se sentó a teclear ante la computadora.
Un cuento de alivio, desahogo. Sesión de terapia particular:
En la fantasía, Cris se daba un largo baño con agua tibia y salía como cada mañana de su casa. Respiraba a fondo antes de cerrar la puerta y, esta vez, iba llena de fuerza. No hacía oídos sordos a los obreros de la fábrica, si no que sacaba un arma del bolso y los obligaba a disculparse de rodillas.
Qué placer imaginarlos temblando del susto, pensando: - Ora, está vieja loca, si na´mas la chuleábamos-.
Cris Se emocionó cuando pudo escribir todos los insultos que se le ocurrían. Bálsamo para la dignidad maltrecha.
- Ahora sí, pinche pendejo. De rodillas, cabrón. -
Disfrutaba cada letra escrita, asentía acercándose más al teclado.
- Tú también. Pide perdón, desgraciado, pedazo de mierda.
Un desagravio.
- ¿Ya te orinaste del susto? Qué bueno. ¡Idiota!
A ver si con eso volverían a molestar una mujer en su vida, pensaba ella.
Cris los dejaba así, de rodillas y temblando. Sujetos a la curiosidad de quienes los miraban en la calle, orinados y pálidos del susto. Nunca más le silbarían al pasar.
En el Metro, buscaba a uno de tantos acosadores que abundan en esos trenes. El arma de Cris lo encontraba:
- ¡Imbécil, desgraciado, estúpido! ¡Ahora sí, de rodillas y quieto, que me toca la mía!
Cris, avisaba a otras que viajaban en el Metro y permitía que todas aquellas mujeres que habían sido agredidas por ese, o por cualquier otro hostigador en el transporte público, pudieran darle un mamporrazo. Hasta que ese hombre, enrojecido a golpes, maltrecho y asustado, juró no volver a hacerlo.
Cris dejaba arrodillado y a merced de las otras mujeres al agresor. Guardaba su pistola en el bolso. Salía del Metro, y se iba tranquilamente a comer un helado.
Cuando puso punto final a su texto, Cris se sintió tranquila y contenta: ¡Qué liberador! Se relajó y fue a dormir pensando que ya le había pasado el enfado.
Al otro día presentó el relato a evaluación. Estaba alegre. Aún cuando el profe no le iba a poner mucha atención o le señalaría los errores de sintaxis por escrito y nada más, le parecía un ejercicio divertido y tenía ganas de compartirlo con la clase.
Grave error.
Cuando terminó de leer; el grupo la miraba en silencio. El profesor tomó aire y lanzo una larga, muy larga, disertación sobre la violencia de algunas feministas amargadas que odiaban a los hombres y los peligros de imitar ese género tan pasado de moda.
-No odio a los hombres yo, estaba...- alcanzo a decir Cris, antes que la interrumpiera otro alumno hablando de forma enredada y asustada sobre la ética del escritor y sobre el respeto al lector. Imitadora del Psicópata Americano, la llamó.
Cris enmudeció. La clase ardía. Alumnos y alumnas estaban ofendidos. Algunas alumnas plantearon su inconformidad con el texto. Estaba mal la psicología del personaje, ¿Qué mujer hablaría así, con "tanta" vulgaridad? Ninguna mujer sería tan violenta, ni escondería en ella misma tanto odio a los hombres. ¿Estaba segura de no ser lesbiana reprimida?
Alguna otra, se atrevió a recordar la libre expresión de ideas y la injusticia de reprimir la idea en lugar de analizar el texto. Sin embargo, al percibir la mirada de otros alumnos, se apresuro a agregar que estaba de acuerdo en que la psicología del personaje estaba equivocada, pues las mujeres no se comportarían así. Ni hablarían tan vulgarmente. No creía que Cris fuera lesbiana, sólo que no sabía encausar su enojo.
La clase se venía abajo con la molestia desatada.
El profesor, al ver la polémica, decidió trabajar el texto con la mentada psicología del personaje al final de la clase y continuar con las evaluaciones de otros escritores. Cris permaneció en estado de choque y sin reaccionar el resto de la sesión.
El relato de Cris no se trabajó al final de la clase, pues se agotó el tiempo. Se dejaría para el día siguiente.
Cuando Cris se retiraba, el profesor la llamó en privado, muy amigablemente.
No te lo tomes a pecho. Un error lo comete cualquiera. Sigue esforzándote y verás como mejora la calidad de lo que escribes. Te entiendo. Hoy está de moda hablar de esas cosas de justicia para mujeres, de equidad de género, y te extralimitaste. No es tan grave.
El profesor acarició suavemente la mejilla de Cris hasta llegar a la barbilla y sostenérsela para obligarla a mirarlo a los ojos.
- Ahora, dame una de tus sonrisas tan sexys que tienes y estamos en paz -, dijo con ternura paternal y comprensión.
Cris salió con la sensación de la mano del profesor escociéndole en la barbilla y la indignación ardiéndole en todo el rostro. Al caminar por la calle esa sensación de angustia en el vientre llegó al punto máximo y casi la dobló de dolor, de ardor. Nausea. Qué pasaba, qué pasaba. Qué era aquello que no sabía cómo nombrar. Si quería seguir escribiendo, tenía que resolver el enigma. Cómo era que funcionaba esa lógica secundaria encubierta, que nadie le había explicado antes. Qué leyes la regían y cómo podría continuar escribiendo a partir de esta comprensión.
Toda la noche se pasó dando vueltas en la cama tratando de entender. Hasta bien entrada la madrugada logró la comprensión. Entendió, y lo asumió.
Fue a vomitar en la taza del baño, se lavó los dientes y regresó a la cama para reflexionar: Se apropió todo a fondo, no sin cierto dolor. Fue perder la inocencia. El mundo es como es. Tiene un orden definido, y si no puede ser cambiado, ella tendría que cambiar. Decidió el cambio y tuvo miedo.
A la siguiente clase, Cris llegó primero que nadie. Iba muy arreglada, peinada, labios bien pintados y la blusa recién planchada, falda corta, impecable. Muy amable, sonreía a todos y su sonrisa fue más amplia cuando llegó el profesor. Comenzó la clase con el análisis previsto del relato.
Cris pidió la palabra, al mismo tiempo que colocaba una hoja de papel sobre la mesa. Con toda dulzura, voz chillona de niña pequeña, comenzó a exponer su intención:
-Quisiera poder abordar un poco de la psicología del personaje, que ayer fue señalada. La he revisado toda la noche. Si me lo permiten, procedo a explicar, para que el profesor pueda realizar la evaluación correspondiente.
La clase entera sonrió, presintiendo la reconciliación con su compañera.
El profesor no sonreía si no que miraba las piernas flacas de la alumna que se congraciaba.
Cris miró la confianza que ella esperaba en los rostros de sus compañeros de clase y abrió su morral. Sacó su arma, apuntó al profesor y gritó con voz potente, firme y disfrutando cada palabra:
-Ahora si, cabrón, pedazo de mierda. Ven, y sonríe sexy, tú para mí.
Cris exigió a gritos que los alumnos se sentaran en un ángulo al fondo del salón, en el punto más alejado de la puerta. Ellos obedecieron y se quedaron como petrificados. Luego, se dirigió al profesor:
-Colócate aquí, idiota, pendejo, en el centro del salón y sonríe muy sexy a toda la clase.
A empujones y amagos de pistola lo colocó en donde ella quería.
- ¡Imbécil, desgraciado, estúpido! ¡Ahora sí. De rodillas y quieto, que me toca la mía.! Sonríe y pobre de ti, si dejas de sonreír.
Disfrutaba el ridículo del educador patán.
Los ojos de miedo de los alumnos eran enormes y llorosos.
El hombre, amarillo de miedo, obedecía.
-De rodillas, señorito, pedazo de excremento misógino y sexista. De rodillas, y ahora dime tú si mi personaje no puede hablar con vulgaridad, si mi personaje no se puede hartar, si mi personaje no puede explotar.
El profe sólo atinaba a sollozar.
-Sí, sí, sí. Hay personajes con esa formación. Sí puede ser.
Cris tiraba de la tela y desnudaba las piernas del hombre jalando con una mano, mientras con la otra continuaba apuntando.
-Quítatelo, pronto, ya. Ahora, vuélvete a arrodillar. Me permitiré palparte el rostro y manosearte el cuerpo, para que sepas cuán tolerante soy con tus errores.
El profesor gritó de terror cuando ella acercó su mano para tocarlo, pero ella apenas lo rozó, disfrutando del temor que provocaba.
Cris tomó la hoja que había colocado sobre la mesa y, sin dejar de apuntar con la pistola, obligó a que otro alumno la pegase con chicle masticado en el frente de la cabeza medio calva del profesor.
-Toma esta lista, hombre. Escritoras que han publicado recientemente, sólo de este país. No hice la lista de otros países, pues un librillo entero habría tenido que llenar. Te muestro la lista ante tu ignorancia, para que luego no digas que las mujeres no escriben.
La hoja, duró pegada un momento en la frente, cubriendo su rostro y luego el chicle resbaló hacia un lado y la hoja cayó al piso. Había mocos escurriendo de la nariz del profesor silencioso.
-Ya déjalo. Probaste tu punto, es un cerdo-, se atrevió a intervenir otra alumna.
-Pero, si todavía no término la exposición. ¿Cómo me va a evaluar éste? ¿Le ayudo, le sugiero la evaluación?- contestó Cris.
-Puedes escribir así tu evaluación, profesor: La personaja respetó su psicología original: la de mujer. La autora definió a su personaja con palabras clave, entre ellas la de dignidad. Palabra muy femenina, por cierto. Sin embargo, mientras ocurre la trama, la personaja vive serías dificultades para poder hacer realidad la palabra ya mencionada. Así que, la autora de la obra se vio forzada a resolver el conflicto haciendo a su personaja tomar una postura radical.
Cris reía, estaba tranquila y siguió: -¿Qué tan radical? ¿Acabar con todos los machistas de este salón? ¿La castración? (se escuchó el sollozo de un alumno, mientras otros encogieron las piernas tratando de proteger sus genitales y Cris sonrió.) Había que escoger entre finales posibles varios, pero no se dice el final, hasta el final.
Cris se lamió los labios con gesto de gata satisfecha, y continúo su auto evaluación:
- El gran defecto del texto es que no es un planteamiento original, pues la escritora repitió la fórmula que ya explotaron tantas otras autoras. Autoras que han dicho: -No más.
Cris, concluyó: -Usted dirá, profe, califique mi relato como lo quiera calificar, pero, ya no me queda tiempo para escucharlo, se acabó la clase.
Cris colgó de su hombro el morral y se acercó a la puerta, haciendo gestos de adiós a sus compañeros en el fondo del salón, sin dejar de apuntar al profesor, mientras los de la clase seguían convertidos en piedra.
Cris respiró profundamente y sonrió mientras apuntaba con cuidado a la cabeza del tipo.
Algún alumno contuvo un grito.
-El final, también es poco original, ya había sido contado: Renuncio a esta clase y a este lugar y me voy contenta, nada mas por el gusto de dejarte a ti, señor misoginia; de rodillas, en calzoncillos, con los mocos salidos y por no tener yo que volver nunca más por aquí.
Cris sólo se marchó. Se fue a tomar un helado, y pidió que el helado fuera doble para festejar el seguir escribiendo, pero, a otro aire y a otras formas.
Cris ya no estaba enfadada.
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