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Adrenalina pura



Por María Esther Espinosa Calderón
Periodista, ha colaborado en diversos medios, entre ellos el Uno más Uno, Mira, El Universal, Etcétera, 'Triple Jornada' del periódico La Jornada, y en la revista Fem.


Los juegos de azar, han estado presentes en todas las culturas desde tiempos inmemoriales. Algunos historiadores señalan a Sófocles como el primero que jugó a los dados. Se dice que el Rey Enrique VIII perdió en una partida las campanas de la catedral de San Pablo. También que Fedor Dostoievsky, escribió su obra El Jugador para pagar las deudas contraídas por este tipo de "recreación".

A la fascinación de obtener ganancias de manera rápida que ofrecen los juegos de azar, han sucumbido hombre y mujeres por igual. Para éstas el juego ha sido visto tradicionalmente como un acto de carácter social, propio para la reunión, la convivencia y el entretenimiento. Realizado en espacios privados. Es el caso del famoso juego semanal de canasta que tras su apariencia indefensa, oculta un incipiente y peligroso hábito en el que quedan también escondidas posibles adicciones o compulsiones a las apuestas que en la actualidad conocemos como ludopatía, hoy por hoy considerado un trastorno del control de los impulsos, más que una adicción aunque la frontera entre ambos es casi imperceptible.

Los casinos eran los lugares públicos por excelencia para los juegos de azar entre los hombres, también las mujeres tuvieron una asistencia ocasional que se interpretaba como un acto social de convivencia más que una actividad individual, solitaria o clandestina.

En fechas recientes esto se ha ido revirtiendo. El juego en casas particulares como pretexto de convivencia grupal, ha pasado de moda con la aparición de los centros públicos de juego y apuesta rápida conocidos como Yak, Bingo, Caliente, Play City, entre otros donde hoy podemos ver una proporción mayor de mujeres solitarias ocupando dichos recintos que cada día pululan en cualquier punto de la ciudad de México.

Es así como día tras día un gran número de mujeres llegan a los lugares de juego (casinos) algunas ya son viejas conocidas, por lo general buscan la misma mesa o la misma máquina. Llegan con un mismo fin: que la diosa fortuna les sonría, a pesar de que la mayoría de las veces las abandona, pero eso no importa, mañana será otro día y junto con él se renovarán las ilusiones por ganar o la justificación de recuperar lo perdido como si se tratase de una causa en donde está jugado el honor.

Los Yaks, Play City, Calientes, Casino Life, entre otros, son centros de juego que empezaron a proliferar en el sexenio de Vicente Fox, no sólo en el Distrito Federal sino en ciudades del interior de la República Mexicana.

Es un mundo aparte con sabor a adrenalina. Las mujeres, por un momento se olvidan de sus penas, de sus deudas, de sus obligaciones, de sus preocupaciones. En cada mesa, en cada máquina, existe una historia diferente: "la mujer a la que sacó su marido de los cabellos" porque va sin su anuencia o aquella que lo hace de manera secreta y casi clandestina. "Mi esposo no sabe que vengo, por eso siempre me voy a la misma hora, lo que más me pesa es que me tengo que salir cuando esto se pone emocionante, pero si me descubre, me mata", "ya me gaste el dinero de la renta y pues ni modo lo tengo que recuperar", "tengo las tarjetas de crédito hasta el tope, pero esto me apasiona", "dicen que es una enfermedad, pero no lo creo, en el momento que quiera dejo de venir".

Claudia se sabe ludópata, pero no le importa, es más grave el cáncer que le aqueja, va casi todos los días: "esto me ayuda a despejarme de lo que se avecina, pues quizá tiene los días contados, me distraigo, aunque también me angustio cuando voy perdiendo; me gusta, es una sensación muy fuerte cuando la máquina empieza a sonar, cuando me caen los giros gratis, cuando me llega el bono o cuando me falta un número para llenar el cartón".

 

A diferencia de los hombres que llegan sin necesidad de pedir permiso, las mujeres si requieren de autorización y cuando no la hay infringen las reglas familiares y asisten a escondidas: "mis hijos se enojan, dicen que vengo a perder mi dinero a lo pendejo. El día que uno de ellos me acompañó, la suerte me socorrió y me gané 15 mil pesos, desde entonces no me dice nada, pero los otros tres se enfadan conmigo". "Si mi marido supiera en que me gasto el dinero, me mataría, él no sabe que vengo todos los días una o dos horas a jugar". "Mi esposo es militar, es una persona muy estricta no le gustan estas cosas, yo juego a escondidas de él, no quiero ni pensar el día que se entere". "Si supiera mi marido, que mientras entro un rato dejo a mi hijo adolescente a que cuide del pequeño allá afuera".

También están aquellas parejas que comparten el gusto por la apuesta, juegan en equipo, se divierten y comparten la ganancia o la perdida. A veces la mujer se queda apostando en la mesa, mientras que el hombre lo hace en la computadora (el juega más fuerte).

Para Cecilia los juegos de números son como un castillo de sueños, no es como en las máquinas en donde no hay una relación afectiva, mientras que en este juego se puede establecer contacto con las personas que comparten la mesa, con quienes se intercambian experiencias, "nos deseamos suerte o llamamos al unísono aquellos números que creemos que le dará el triunfo a uno de los compañeros de mesa en un acto de complicidad solidaria absurda porque en cada ronda, la emoción del triunfo dura hasta que una voz repentinamente grita 'Yak' y la desilusión se apodera de toda la concurrencia excepto del gritón.".

Pero para Blanca, desde que empezó a jugar en las máquinas, no hay nada mejor que la sensación de ver como va subiendo la cantidad de dinero cuando una jugada fue generosa, o cuando caen virtualmente las monedas anunciando que esa fue una "tirada buena", o incluso , cuando los nervios llegan al tope al ir perdiendo.

No sólo las mujeres son vulnerables a la exaltación de emociones,, también los hombres se apasionan como Pablo quien juega fuerte, y también así gana, o así pierde, se ha sacado la lotería en dos ocasiones. Le gusta compartir su mesa con mujeres, porque dice tienen buena vibra, además de que siempre llaman a la suerte. Sin embargo, existen otras historias: la de aquellos hombres o mujeres que "gracias" a su afición, lo han perdido todo: casa, automóvil, familia y hasta han estado al borde del suicidio. Ni que decir de sus tarjetas de crédito que están al tope, porque cuando se termina el dinero van al cajero a ordeñarlo pare seguir jugando.

A diferencia de los hombres las mujeres, llegan con sus amuletos, le dan vuelta, o sacuden a la mesa, rocían alguna loción, acuden a las limpias, sacan sus ranitas, rezan, acarician los cartones, los soban, invocan a Birjan (Dios del juego), o rezan "San Juan Minero traeme dinero". Le hablan o acarician la máquina, a veces hasta la golpean y amenazan como si tuviera vida y las escuchara. Lo más importante en ese momento es ganar. Los remordimientos vendrán después.

Así como el alcohólico que no acepta su enfermedad y asegura que él puede controlar su forma de beber, también los y las ludópatas dicen lo mismo y se ofenden cuando se les llama así o jugadoras compulsivas.

De acuerdo con el psiquiatra Alfredo Whaley más que "vicio", el juego se incluye en la categoría diagnóstica de trastorno de control de impulsos “existiendo el juego patológico como una entidad bien identificada, lo que se asemeja a conductas adictivas como puede ser el uso y dependencia de alcohol. Existe la incapacidad de frenar el impulso de jugar a pesar de las graves consecuencias que se producen en el ámbito laboral, social, familiar y económico".

Para el especialista, el juego no es cuestión de género, sin embargo, las consecuencias en hombres y mujeres son distintas sobre todo en aquellas familias donde el hombre es el principal proveedor, la catástrofe económica es más notoria, en el caso de la mujer de rol tradicional sería el descuido de la crianza de los hijos y de la pareja, así como el posible mal uso del gasto destinado al hogar. Y cuando ella es dependiente económico la autocensura puede agudizarse de pensar que gasta un dinero que no ganó con “el sudor de su frente”.

Carmen va una hora antes de entrar a su trabajo, hace tiempo que no gana y siempre dice que "mañana será otro día", sufre y goza esos momentos y promete que no regresará más, sin embargo, no es así. "como el alcohólico mantiene la idea de poder controlar la cantidad de alcohol que bebe y que lo lleva a una nueva borrachera, se podría decir que existe un ciclo sobriedad-embriaguez-culpa. En las y los jugadores se produce un patrón conductual de: juego-perdida-culpa y deseo de reivindicación".

La mujer vive de manera diferente su ludopatía, en un principio entra con cierto miedo, a veces con vergüenza o temor de llegar sola a ese lugar y con un cúmulo de remordimientos por descuidar a sus hijos. En tanto para el hombre, es una actividad más libre y aceptada dentro de su rol masculino.

Son los mismos rostros, aunque cada vez hay más nuevos., sobre todo jóvenes que han cumplido la mayoría de edad. Se sientan en los mismos lugares, ya se conocen. Son sitios que nunca están vacíos, llega gente de todo tipo y de diferente condición social: intelectuales, artistas, oficinistas, tianguistas y amas de casa todos van a estimular la adrenalina, y a experimentar esa descarga (para muchos parecida al orgasmo) de gritar, línea, Yak , bingo, o escuchar el ruido de la máquina ganadora cuando empieza a sonar a todo lo que da.

La sensación de ganar tampoco es cuestión de género. Es adrenalina pura, se siente una especie de descarga eléctrica que recorre el cuerpo, es una felicidad indescriptible asegura Blanca. Pedro disfruta el triunfo de igual manera.

El juego de azar es un salvoconducto para escapar de los problemas diarios, para aliviar sentimientos de desesperanza, culpa, ansiedad o depresión (American Psychiatric, 1995), pero como toda adicción "invade, socava y a menudo destruye todo lo que es significativo en la vida de la persona".

La ludopatía o juego compulsivo es un trastorno psiquiátrico que por primera vez en la historia fue reconocido como tal por la Asociación Pisquiatrica Norteamericana en 1980. La Organización Mundial de la Salud (OMS) la considera como una enfermedad, un trastorno compulsivo de la conducta que convierte a quien lo padece en una persona incapaz de resistir el impulso de jugar, y que se agudiza de forma crónica y progresiva hasta convertirse en una adicción con consecuencias de alto riesgo.

Según un estudio realizado por la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, las mujeres se pueden volver adictas a los juegos de azar, casi tres veces más rápido que los hombres, debido a que se aficionan a este tipo de juegos para escapar de sus problemas y generalmente comienzan a jugar a una edad más tardía que los hombres.

En México no existe una cifra exacta de ludópatas, se estima que 2 millones de personas padecen esta patología y son pocos los que buscan ayuda. Además, tampoco existen muchos lugares donde se atiendan este tipo de transtornos conductuales.

Desde que se abrieron estos centros de juego en el país cada vez son más los adeptos a este tipo de "diversión", cada vez son más las familias con problemas económicos porque alguno de los proveedores pierde parte de su sueldo en estos lugares. Los que han tocado fondo y buscan ayuda, no saben a dónde acudir. Ni la Secretaría de Salud, ni el Consejo Nacional de las Adicciones (Conadic), ni el sector privado realizan campañas para prevenir y erradicar la adicción al juego.

De los pocos lugares a los que se puede acudir está el Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez, el Instituto Nacional de Psiquiatría, o aquellos organismos no gubernamentales que se empiezan a formar como la asociación de Jugadores en Recuperación que ofrecen alternativas a los jugadores empedernidos. Es importante buscar ayuda profesional porque según las estimaciones de los especialistas de la Asociación Americana de Psiquiatría, con sede en Estados Unidos, de todas las adicciones, la del juego es la que más se relaciona con tendencias suicidas.






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