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Estamos solos



Por Antonio González Díaz
Reportero, enviado especial, conductor, redactor, corrector de estilo, coordinador de contenidos, diseñador creativo, asistente de producción y jefe de corresponsales. Especialista en temas de Seguridad, Justicia y Derechos Humanos. Su columna 'En el Punto' se publica en diversos medios de la ciudad de México, Baja California, Coahuila, Durango, Nuevo León, Chihuahua, Tamaulipas, Sonora, San Luis Potosí y Puebla.


Fue en 1993 cuando se comenzaron a documentar los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez, Chihuahua. Esther Chávez Cano, que en paz descanse, alzó la voz sin miedo. Y a golpe de periodicazos y escándalo internacional fue que Ciudad Juárez se llenó de funcionarios.

Recuerdo una tarde, en medio de la nada del desierto, en la que llegó un grupo de ellos, "trajeados" y descendiendo de helicópteros. Habían dispuesto lonas y sillas, pero los lugares para las madres de las asesinadas estaban dispersos... lejos, como si pareciera que no quisieran escuchar sus reclamos.

Pero pudo más la fuerza de la voz que a todos quiebra... y una abuela levantó el volumen y llegó el reclamo. Ellos, los "trajeados" estaban ahí en cuerpo, pero su voluntad se encontraba muy distante. Hicieron como que escucharon, fingieron que se indignaron, llegaron las fotos, una tras otra y hasta la cara les cambió.

Presentaron diversos proyectos y hablaron de reorganizar Juárez, sacudieron sus trajes, desempolvaron sus zapatos y "escaparon del lugar". Pero las cosas siguieron igual.

Era el 2002 y compartía la mesa en una oficina de la redacción del canal cuatro de Televisa. Aquél joven periodista y yo un mocoso hablábamos, derecho, de lo que estaba haciendo en ese entonces. Aquél me decía una dura verdad "mira, quien tiene toda la fuerza, capacidad y medios para investigar los homicidios de mujeres en Ciudad Juárez es el Gobierno... y si el Gobierno no ha hecho nada es porque de plano no ha querido [...] deja de darle tantas vueltas al asunto y mejor búscale por otro lado". Y vaya que tenía razón mi amigo a quien semanas después dejé de ver porque le dieron un noticiero matutino en el "Canal de las estrellas".

Tiempo después me entrevisté con Guadalupe Morfín, en aquél entonces comisionada para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en Ciudad Juárez. Hablábamos de lo onerosa que resultaba la Comisión que encabezaba y de los nulos resultados visibles, tangibles... y sus ojos se llenaron de lágrimas. Fue entonces que me encontré frente a la impotencia de estar encargado de hacer algo... y no poder hacer nada.

La misma suerte corrió la Fiscal Especial para la Atención de Delitos Relacionados con los Homicidios de Mujeres en aquella ciudad, María López Urbina. Me habló de falta de datos, de pistas, de evidencias, de mal manejo de investigaciones, pérdida de expedientes... en fin, todo era una porquería y ella sola no podría con el paquete.

Mientras tanto, muchos nos preguntábamos ¿por qué en Ciudad Juárez la muerte tiene permiso? ¿Por qué en Juárez puede asesinarse a cientos de mujeres sin que pase nada, sin que nadie escuche, sin que nadie vea, sin que nadie ayude, sin que nadie se conmueva?

La explicación no se dejó esperar y sociólogos, antropólogos, psicólogos, y muchos otros me la intentaron dar: falta de apego, falta de respeto por la mujer, falta de amor por la virgen de Guadalupe, podredumbre del tejido social, falta de esto, del otro... ¿y el miedo? Nadie me lo mencionó.

Volvieron las giras, la firma de acuerdos por parte de "los trajeados" con aquellos que se convertían en simples espectadores de la degradación de una sociedad ávida de esperanza y paz. Volvieron los aplausos, las ovaciones, las frases "contundentes" y las propuestas "al aire" una y otra vez; las fotos, las firmas y las promesas de esas que se hacen sin ganas de cumplir.

Mientras tanto, el miedo seguía esparciéndose por Ciudad Juárez… llenaba sus calles y pudría a su gente, gente buena, luchona, trabajadora, honesta, derecha; personas de bien que veían a su ciudad convertirse día a día en el centro del hueco conteo de cadáveres, de muertos, de asesinados.

...Si hoy en día me preguntaran a qué huele el miedo, de inmediato diría que a lo que huele Ciudad Juárez.

Sin embargo, pese a ello, hay quien sigue con su férrea convicción de hacer periodismo allá, de seguir con su apostolado de información. Aun hay quien está seguro que no hay que agacharse, bajar la mirada y ver hacia otro lado.

Pero las balas matan y ya se llevaron a dos de los "nuestros", Armando Rodríguez y a Luis Carlos Santiago Orozco.

¿A quién pedir Justicia? Y ¿Qué quieren de Nosotros? Serán los estandartes de la inacción y la impotencia. Son los gritos en medio de un desierto convertido en vorágine que se traga a sus habitantes.

Hay quien malogradamente juega con las circunstancias por las que atraviesa Ciudad Juárez, Chihuahua y afirma que está próximo el fin de tantas muertes: cuando se acaben sus pobladores. Algo muy estúpido, más, tratándose de quien debe evitar la muerte de tanta gente. Tan estúpido como afirmar que un homicidio se trata de "una cuestión personal".

Por lo mientras, a muchos nos sigue envolviendo esta maldita sensación de vacío y la idea de que de verdad, de verdad, estamos solos.






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