OPINION |
Centenario y soldaderas del periodismo
Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Y las quise llamar las otras soldaderas. No tomaron el fusil, no siguieron a sus “juanes”, no preparaban las tortillas en el toldo de un tren, pero como buenas “valentinas” las dominaba una pasión: el periodismo. Por eso, las consideraba otras soldaderas. Tomaron la pluma para escribir lo que pensaban y para denunciar con lo que no estaban de acuerdo. Seguían sus ideales y la certeza de que las mujeres mexicanas podían estudiar, debatir, inspirarse, auto describirse y reconstruirse a la par que iniciaba el siglo XX. Preparaban sus escritos en su habitación o en su recién estrenada sala de redacción. Y presintiéndose herederas de “adelitas” y “valentinas” la pasión que las dominaba se llamaba periodismo.
Fue así como aparecieron en escena mujeres nacidas en el siglo XIX y que solamente habían conocido a un hombre gobernado su país, Porfirio Díaz. Algunas lo admiraban hasta la ignominia. Otras lo enfrentaron con indignación y coraje. Ninguna fue a la universidad. Algunas fueron autodidactas, otras señoritas porfirianas que tocaban el piano, recitaban y se inspiraban. Otras, jovencitas de una incipiente clase media y estudiaban en la escuela de artes y oficios para las mujeres o entraban a la Escuela Normal para convertirse en profesoras.
Una se llamó Juana Gutiérrez de Mendoza y repartió de mano en mano ese periódico político llamado Vésper que escribía en su vieja máquina de escribir, siempre crítico contra la dictadura de Porfirio Díaz.
Otra, como la hidalguense Elisa Acuna Rosete, confirmó su fuerte carácter en las frías paredes de la cárcel de Belém y junto con su amiga Juana enfrentaron la censura y soportaron los encierros porque si ése era el pago por denunciar la injusticia y la ausencia de democracia en México, valía la pena correr esos riesgos.
Hubo una más, que vestida de negro regresaba a la oficina de Juan Panadero para ejercer un periodismo crítico y valiente, el mismo que aprendió de su esposo, asesinado por el régimen porfirista. Guadalupe Rojo de Alvarado diez veces fue apresada por ejercer la libertad de expresión.
Una dicen que murió amando en silencio a Zapata porque prefería delatar el amor por su país y por los derechos humanos de cada hombre y mujer nacido en este territorio nacional. Dicen que Dolores Jiménez y Muro escribió el prólogo del Plan de Ayala, que fue soldadera y tomó las armas, que escribió en diversos periódicos como el Diario del Hogar censurando la política de Díaz, que fue perseguida, que fue una mujer intensa, apasionada.
Y quizá alguna prefirió escribir poemas y fundar publicaciones feministas como lo hizo Dolores Correa. Mientras que otras optaron por difundir una imagen femenina tradicional y como Emilia Enríquez de Rivera que fundó la revista El Hogar y se convirtió en la empresaria mexicana más importante de esa época porque su publicación se vendió muy bien durante casi 20 años.
En tanto, en el mismo lapso otras surgían como torbellinos periodísticos con claras posturas feministas y políticas como Hermila Galindo que desde su propia publicación, La mujer moderna, defendió los derechos de las mujeres y difundió su certeza de que Carranza era la respuesta al fin de la guerra de 1910.
Los textos y contenidos de algunos textos convirtieron a mujeres como Laura Méndez de Cuenca en el modelo de la mujer culta del siglo XIX, la guía para las principiantes que buscaban espacios periodísticos donde publicar sus artículos, el ideal de una mujer que se realizó en el espacio público y privado.
Y otras torcían su destino como Julia Nava que lo mismo escondía en su residencia armamento de los revolucionarios, que transportaba bajos sus faldas los rifles de los zapatistas y que persuadía a los soldados de su inocencia al mostrarles con orgullo su título de profesora normalista, y en cuanto se apartaba de ellos pregonaba de manera verbal y a través de sus textos periodísticos su convicción por la causa revolucionaria.
Fue así como un número representativo de mujeres de la época revolucionaria, ellas y muchas más que aguardan ser recuperadas por quienes reconstruyen la historia de la prensa y la historia de las mujeres en México, dejaron en la prensa el testimonio de su existencia, de sus ideales, de sus incertidumbres y de sus certezas por un mejor país, por mejores condiciones de vida para las mujeres, por mejores ideales femeninos y feministas.