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DJU



Por Patricia Karina Vergara Sánchez
Feminista, periodista y profesora


Era una niña de piel morena, con piernas regordetas de niña de nueve años, con manos pequeñas, con cabello negro que su madre había recogido en una coleta esa mañana y con el vestido un poco sucio porque había estado jugando toda la tarde a escalar la barda de la casa de su vecino. Estaba triste pues la habían regañado un rato antes y le habían dicho que las niñas no debían trepar árboles ni bardas, que eso correspondía a los niños. Le habían dicho que tenía que entrar en casa porque las niñas no debían andar por las calles y que no respondiera porque las niñas necesitaban aprender a callar y obedecer.

La niña estaba sentada tras la ventana y miraba a la calle en donde no se le permitía estar, los juegos de los otros en los que no se le consentía participar y las cabelleras de algunos transeúntes agitadas por un viento que ella no tenía autorizado sentir. Fue cuando empezó a enumerar las cosas que se le aprobaban hacer a los niños y no a las niñas. Luego, comenzó a pensar en las cosas que se criticaban cuando hacían las adultas y no a los adultos. Se dio cuenta de que algo de lo que estaba pasando era injusto. Entonces se propuso hacer un plan para que las cosas fueran diferentes.

Lo primero que decidió fue ir a buscar un pantalón en los cajones de su hermano y ponérselo para jugar futbol con los otros niños. Así ya no habría diferencia –pensó por un momento-. Sin embargo, recordó que incluso cuando tuviera puestos los pantalones, sería a ella a la que le tocaría servir la cena a su hermano por la noche. Además, el truco sólo serviría por un tiempo porque ella había observado que cuando a las niñas les crecían los senos, el resto de niños las miraba en forma distinta. También, se dijo que podría vendarse los senos y pintarse barba y bigote, pero sintió que eso sería algo complicado de cumplir cada día sólo para poder hacer lo que a las niñas no se les permitía.

Luego, soñó con un plan de futuro: tendría reconocimiento, dinero, poder, sería una gran ejecutiva o política o dueña de una empresa…una persona reconocida, que saliera en la tele o en los diarios, que se hiciera obedecer de cualquier forma. Algo haría para que todos la admiraran, hasta podrían tenerle miedo. Así, nadie le diría lo que podía o no podía hacer. Era un gran plan para poder tener los mismos privilegios y recursos que los otros. Sólo se preocupó cuando se puso a pensar que en caso de que tuviera poder y riqueza, de todos modos sería tratada como tratan en casi todos los sitios a las mujeres.

Entonces, recordó que en el televisor había visto que existían médicos que podían hacer cirugías que quitaban los senos y ponían penes a las mujeres y que hasta de nombre podía cambiarse. Se sintió alegre. Había encontrado la solución. Transformaría su cuerpo y tendría la libertad de movimiento, de palabra, el acceso a todo lo que no tenía en ese momento. Saltó y, nerviosa, comenzó a dar grandes pasos por toda su casa. No podía contener su propia energía. Imaginaba cómo sería su nueva vida y cómo haría para poder cambiar y se preguntaba si las cirugías esas serían muy costosas, cuánto tendría que ahorrar para ello, si alcanzaría con el billete de a quinientos pesos que su abuela siempre le daba en su cumpleaños. También jugó fantaseando en cómo se llamaría y en qué le gustaría trabajar cuando fuera grande.

En su caminar excitado llegó al lavadero y vio a su madre lavando los platos y a su hermanita dormida en el portabebé. En ese momento algo pareció rebotar en su mente. Se dio cuenta de que ponerse un pene de carne no haría diferencia para su madre ni para su hermanita ni para sus compañeritas del colegio ni borraría la historia de prohibiciones que a ella misma le estaba pasando.

Despacio, fue desandando el camino por las habitaciones de su casa y pensó que incluso transformando su cuerpo, los privilegios seguirían siendo para los otros y ella estaría en el mundo de los otros, lejos de su madre y de su hermana. Tal vez habría alguna a la que transformarse en varón le serviría para algo, pero ella ya no estaba segura de querer ser hombre y mucho menos de querer tener privilegios sobre las otras. Ese fue el momento cuando supo que su problema no era el encontrar la forma de cómo hacerse de un pene, sino que el conflicto estaba en los privilegios. No quería ser privilegiada, ni que otros lo fueran respecto a ella. Quería algo de lo que no conocía el nombre pero estaba segura de que se trataría de algo parecido a la justicia.

Todavía no tenía la respuesta, pero tal vez estaba intuyendo un camino. Entonces fue de nuevo a colocarse en su sitio de soñar, tras a la ventana por la que entraba el sol de la tarde. Se sentó con su cuerpo de niña, y se puso a imaginar cómo construir un mundo sin privilegios, otro mundo posible.






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