OPINION |
Las horas contadas de la luz*
Por Lucía Rivadeneyra
Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros "Rescoldos", "En cada cicatriz cabe la vida" y "Robo Calificado" fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía "Elías Nandino" (1987), "Enriqueta Ochoa" (1998) y "Efraín Huerta" (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional.
Sólo una mujer de ojos insomnes podía pensar en la luz. Sólo una mujer de fuerza incontenible podía hacer caso de las horas. Sólo una mujer atemporal podía contar el tiempo. Sólo Itzel Gómez Rodríguez podía, puede, aprehender las palabras de la luz.
Las horas contadas de la luz son las horas que Itzel dedicó a las palabras para en su infinita generosidad obsequiarnos un poemario organizado en cuatro apartados. Y si bien es cierto que la poesía no se escribe con ideas sino con emociones, Itzel pensó este libro con el corazón y eso hace la diferencia. Y el libro huele a tiempo.
La autora va por la vida descubriendo la poética de la cotidianidad. Por eso, quizá, un día encontró una poética en la acupuntura de su diario vivir. En la punta de una aguja descubrió la posibilidad del bálsamo, la renovación, la esperanza de que un día -al menos por un momento- la serenidad nos haga caso. Pero sólo por un momento, de lo contrario, el exceso de serenidad paraliza.
Itzel ofrece un panorama de instantes y de acontecimientos. En la primera parte, “Autorretrato y cuaderno de notas”, encontramos el ritmo de la vida, una presencia de la naturaleza aunada a preguntas y reclamos que mutuamente nos podemos hacer. Aparecen los árboles, la ceniza, el fuego, el mar y algunos versos que como agujas se clavan en los ojos. Gracias a eso sabemos que “La ausencia es sobornable tras los párpados”.
En “Galería” tenemos la visión que la poeta posee de dos magos de la lente Manuel Álvarez Bravo y Henri Cartier-Bresson. Es un lujo ver estas fotografías con las emociones de la poeta, con su lente de mujer de palabras. Por eso la portada del libro muestra el brillo que brinda el “Espejo negro” de Álvarez Bravo, igual que los poemas aquí presentados brillan por su humedad en la luz, como por ejemplo “Las lavanderas sobreentendidas”.
Mis ojos anegados hidratan delirios;Excavan presagios en el cielo.
Hay nubes retóricas y nubes canallas;
Nubes descafeinadas y nubes para las seis de la tarde;
Nubes contra el mal agüero y nubes definitivas.
También hay nubes lienzo,
Desnudas en los tendederos,
Ofreciéndose al sol.
Así, Itzel ofrece a nuestros ojos Ichigo-Ichie que gracias al poeta Saúl Ibargoyen (quien hace el prólogo) sabemos que significa “todo momento es único”. Aquí nos enfrentamos a la mezcla eros-tánatos y a una serie de versos y calificativos sorprendentes: “Los sótanos del asombro, los salmos del odio” También descubrimos que hay épocas antiguas y tristes, pero Itzel dice que son “como el color de la palabra tranvía”. También entendemos que hay mañanas que huelen a “marzo remendado”.
Finalmente, Shunkan (momentos, a secas). Apartado con poemas breves como la luz en el amor o en el instante, como cuando “Una mujer me ofrece / sus rodillas. / El verano se abre hacia adentro”. Un poema que puede acompañar por su calidez. El intenso poema Kenko: “Que nos bendigan la belleza / y la salud / para tornar insoportable nuestra vida”. Y ya después de eso qué.
Pero Itzel Gómez Rodríguez no se conforma y dice: “Si existe el perdón es desapasionado / ejercicio en contrasentido / a la gravedad de los nombres”.
Todo es difícil hasta perdonar. Hay años en que es más difícil nacer. Itzel nació en 1968. Es difícil sobrevivir a adversidades, a accidentes, a las agujas de la vida –aun con su poética- es difícil sobrevivir a las palabras cuando nos hieren. Pero la poesía, a veces nos salva y nos reencuentra con nosotros mismos como en un proceso milagroso de liberación.
Después de leer el libro sé que era preciso que se presentara en octubre porque es en octubre cuando hay reconciliaciones con el tiempo. Itzel repregunta “¿Recuerdas octubre y sus árboles que volaban fuego?”. Yo recordaré octubre porque al leer el poemario de Itzel descubrí que hay poemas que vuelan con el fuego como los que conforman Las horas contadas de la luz , las horas contadas por la poeta, las horas sin reposo que se armaron de tal forma que un día ella y yo nos encontramos cuando ambas vivíamos diversas fiebres, pero siempre fiebres entre agujas.
* Texto leído en la presentación de Las horas contadas de la luz. Casa del poeta “Ramón López Velarde”, 19 de octubre de 2010.