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OPINION


Calidad en la Educación Superior



Por Elsa Lever M.
Periodista con Maestría en Comunicación por la FCPyS de la UNAM, diplomada en Género por el PUEG de la UNAM, y en Feminismo por el CEIICH de la UNAM. Directora de http://www.mujeresnet.info/


Cuenta la historia que, en 1533, el obispo Ramírez Fuenleal pidió ayuda al emperador Carlos V para fomentar estudios superiores en los jóvenes indios, que a juzgar por el obispo, eran hábiles, con gran capacidad intelectual y aventajaban a los españoles.

Como resultado de esa carta que Ramírez Fuenleal envió a España, se creó en la Nueva España el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, que se convirtió en el primer instituto de educación superior fundado en América. En sus orígenes, el plan de enseñanza del Colegio comprendía en su grado de educación superior, estudios filosóficos y literarios. Después llegó a cultivarse la retórica, la medicina indígena, la música y la teología. El Colegio adquirió fama e influencia; produjo maestros que además de enseñar las lenguas indígenas, instruían sobre las artes liberales:

“Salieron de sus aulas aventajadísimos alumnos que llegaron a su vez a enseñar en el mismo Colegio, y no sólo: también llegaron a impartir cátedra de humanidades en los conventos… De esta suerte, algunos indios se convirtieron en maestros de los conquistadores, los que, a decir verdad, no se sentían humillados al recibir enseñanza de quienes se habían elevado a un grado de tan notable saber”. [1]

También cuenta otra historia que el mexicano es un ser conformista, no comprometido, acomplejado y con poca autoestima. ¿Qué pasó entonces –surge la duda- con el espíritu noble y creador que poseíamos y que tanto admiraban los españoles? ¿Por qué la educación superior, desde hace más de cuatro siglos, en lugar de mejorar, ha decaído? ¿Tanto hemos cambiado?

“Una de las poderosas razones del probado éxito del Colegio, se debió tanto a la competencia de su profesorado como a la calidad de sus alumnos”. [2]

Con el anterior fragmento se muestra desde cuándo se tiene la conciencia de lo importante y definitorio que es tener calidad en la educación. Y se marcan además, dos de los elementos que hacen posible la calidad: docentes y alumnado.

En la actualidad, los comentarios respecto a la educación en México no son muy alentadores. Sin embargo, esto no debería provocar que nos agazapemos. Al contrario, debería impulsarnos a entender que poseemos raíces, y que ellas son fuertes. Que si hace más de 400 años fuimos capaces de sorprender a nuestros “conquistadores”, qué no haríamos en el presente. Urge, definitivamente, que rescatemos nuestra seguridad y autoaprecio como pueblo y como individuos. Apremia que todos recibamos, a nivel país, un curso sobre calidad.

El concepto de calidad es de uso cotidiano. Lo utilizamos al evaluar distintas cosas, servicios, personas. Decimos que tal empresa tiene una excelente calidad en su servicio, que fulanito de tal posee un alto grado de calidad humana. Pero de cualquier manera en la que se utilice, el término de calidad hace referencia al área de la cualidad más que la cantidad. Se refiere a las características que hacen valioso algo o a alguien. Tiene que ver entonces con los elementos que hacen valiosa la educación.

“El concepto de calidad de la educación implica necesariamente una definición, un punto de vista o una posición ante la educación, o al menos una idea sobre la educación. Puede referirse a los resultados o productos de la acción educativa, a los procesos y elementos que intervienen en ella, a las instituciones y al sistema escolar”. [3]

A pesar de que la historia marca que México ha tenido calidad como nación, algunos factores económicos, políticos y sociales despertaron esa conciencia aparentemente dormida. De ser el pueblo víctima –posición adoptada por siglos-, de pronto somos, al mismo tiempo, un país en guerra y con una economía y tecnología en transición. Abrimos los ojos y nos percatamos que hemos permanecido en el anonimato, y entonces reclamamos un cambio, se modificaron nuestras expectativas y, sobre todo, cambió lo que por costumbre esperábamos de la educación. Nos encontramos en conflicto al sopesar la situación y observar claramente el problema de nuestra calidad ante el reto de la competitividad internacional; estamos ante la necesidad de ser un pueblo honesto y sabio para determinar la distancia a la que nos encontramos y la medida del esfuerzo necesario.

“En la prestación de los servicios educativos lo moderno ha de consistir en un sistema nacional de calidad y dentro de sus grandes lineamientos someter a una auditoría constante a cada plantel escolar, a cada institución educativa. Es necesario asegurar la calidad de la educación para que cumpla normas de calidad nacional que tengan el reconocimiento internacional”. [4]

Son diversos los factores y elementos que intervienen en el proceso de enseñanza escolarizada. Entre otros destacan los alumnos, los docentes, los directivos y los padres de familia. También son importantes los planes y programas de estudios, los materiales de apoyo, los métodos de enseñanza-aprendizaje, las instalaciones escolares y los recursos que se invierten en la educación, así como el entendimiento de la tarea educativa y de la adaptación a las reales necesidades, de la organización administrativa del sistema educativo.

Los recursos que se invierten en la educación son importantes. Se traducen en cobertura suficiente y oportuna, en materiales actualizados y pertinentes, en equipo adecuado, en profesorado bien pagado y dedicado a su labor profesional y en buenas condiciones materiales de trabajo.

En gran parte es cierto que los programas para elevar la calidad de la educación deben partir del mejoramiento de la preparación de los docentes y de sus condiciones de vida y de trabajo. Los métodos para elevar la calidad de la educación surgen en su aplicación de los medios y recursos que se destinan para la superación del magisterio y su mejoramiento integral. La calidad total de la educación debe surgir del seno mismo de la escuela que es donde se realiza el proceso de enseñar y aprender, sin olvidar lo que acertadamente advirtiera el gran pedagogo Paulo Freire, respecto a que “ el estudio no se mide por el número de páginas leídas en una noche, ni por la cantidad de libros leídos en un semestre; estudiar no es un acto de consumir ideas, sino de crearlas y recrearlas”.

Pero como en los procesos educativos modernos, es necesario elevar la responsabilidad de los directivos, clarificar la política educativa general y sus objetivos, formular y reformular los contenidos educativos y sus estructuras, conseguir crear unidad en torno de los grandes acuerdos nacionales. También se requiere modernizar la organización escolar y desarrollar la supervisión y evaluación en un compromiso de asegurar la calidad de la educación nacional.

En un sistema educativo de calidad se han de romper las inercias burocráticas de la administración pública, asegurar la educación al mayor número posible de personas, elevar la eficiencia terminal en todos los niveles educativos, y ejercer un verdadero sistema nacional de supervisión y evaluación.

La calidad de la educación se puede apreciar no sólo por la nobleza de los fines que persigue, sino también por la calidad de los procedimientos y medios que se utilizan. Hay un verdadero proceso de mejoramiento de la calidad cuando hay un proceso de racionalización, un ajuste de los medios a los fines educativos. Buscar los medios más adecuados y oportunos y reducir la distancia que hay entre la teoría y la práctica.

De acuerdo con Juan Esquivel [5], la calidad es “un desiderátum que contribuye al crecimiento y desarrollo de las instituciones”, que se manifiesta a través de los procesos de generación, transmisión y preservación del conocimiento. En términos relativos –explica- “se puede entender la calidad de la educación superior como la eficiencia en los procesos, la eficacia en los resultados y la congruencia y relevancia de estos procesos y resultados con las expectativas y demandas sociales, es decir, el impacto y el valor de sus contribuciones con respecto a las necesidades y problemas de la sociedad”.

Las universidades, por muy pequeñas que sean, forman parte del grupo de escuelas encargadas de generar la educación superior, formar y cimentar la fuerza productiva e intelectual del país; de desarrollar el conocimiento científico, y la formación de investigadores. También como cualquier institución, tienen sus carencias y problemas de organización y administración que obstaculizan, tergiversan o modifican por completo sus objetivos primeros. Por lo tanto, sería prudente que cada universidad haga un análisis meticuloso, bajo microscopio, del sistema que impera; detectar los errores, las fallas y trabajar sobre ellas, sin otro fin que el afán de elevar la calidad de la educación que se imparte en ella.

En efecto, el proceso es largo. Pero se puede contribuir diariamente a que se eleve la calidad en las universidades, ofreciendo nuestra propia calidad como docentes. Carlos A. Carrillo, un educador del siglo antepasado, recomendaba, a manera de receta, lo siguiente: Poner una cucharada de conocimiento de lo que se va a enseñar; dos de buen método para la enseñanza y siete de orden y disciplina. Todo esto debe mezclarse con diez partes de emoción, fe y cariño hacia la tarea de educar.

Seguramente, si todos aplicamos estos principios cotidianamente, veremos que por consecuencia, habremos impulsado lo que reclamamos: calidad. Con seguridad también, la historia nos contará que el mexicano superó su complejo de mediocridad, resurgió de sus ruinas y reconquistó sus valores asombrando al mundo y, lo que es mejor, asombrándose a sí mismo.

Notas:

[1] Larroyo, Francisco. Historia comparada de la educación en México. Porrúa, México. P.129
[2] Idem p.130
[3] Esquivel Larrondo, Juan E. La Universidad. Hoy y mañana. Perspectivas latinoamericanas. CESU-ANUIES, México, p.155
[4] Meza Estrada, Antonio, “Estrategia para asegurar la calidad educativa”, en Revista Mexicana de Pedagogía, Año 4, núm. 16, p.13
[5] Esquivel, Op.cit. pp.157-158






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