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Enriqueta Ochoa, la delirante



Por Lucía Rivadeneyra
Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros "Rescoldos", "En cada cicatriz cabe la vida" y "Robo Calificado" fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía "Elías Nandino" (1987), "Enriqueta Ochoa" (1998) y "Efraín Huerta" (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional.

"Un día creí que me iba a suicidar por él ¡porque era una intensidad! No me cabía tanto amor. Llegué con un médico, ¡el de la vuelta!, ya que era un caso urgente, como una operación de cabeza. Y le dije:

"- Deme una pastilla, algo para los nervios porque tengo deseos de suicidarme, de quitarme la vida, y no quiero porque tengo una niña chiquita; mire, ahí está sentada afuera.

"- ¿Pero qué pena tan grande tiene usted, señora?

"- No tengo ninguna pena, es amor.

"- ¿Cómo amor?

"- Sí, estoy enamorada.

"- ¿De quién?

"- No, no puedo decirle de quién, pero estoy muy enamorada.

"- ¿Y esa persona no le corresponde?

"- Sí, me corresponde igual, pero ya no puedo. Me rebasa el amor. Ya no puedo.

"Y me tuvo que dar pastillas para los nervios porque no cabía en mí tanto amor…". *

Así relató la poeta Enriqueta Ochoa parte de su enamoramiento en la humedad de la ciudad de Jalapa, luego de la aridez de su natal Torreón, un matrimonio muy difícil, una hija, una estancia en el norte de África, una separación, un tiempo nómada y 18 años de no publicar.

"Mi tierra es la región del embarazo/ y yo soy la semilla donde Dios/ es el embrión en vísperas…", escribió esta mujer que osciló entre el cielo y el infierno personal, entre la palabra y el vértigo. Una mujer que con el aquelarre de sus versos causó conflictos severos a las "buenas conciencias" de su ciudad, al publicar Las urgencias de un dios , en 1950, poemas que escribió entre los 19 y los 22 años.

Cuando salen a la luz los poemas que conforman Las urgencias de un dios , que hablan del descubrimiento y la transformación del cuerpo, de un hijo, de dios, del deseo, en todo Torreón pensaron "dio un mal paso y está esperando un hijo, hay que ayudarla para que cure esa afrenta tan grande que le va a hacer a su familia", cuenta Enriqueta. Y agrega "Un señor, un doctor en filosofía, fue a ofrecerme matrimonio para ser el padre del hijo que yo estaba esperando. Yo estaba indignada, cómo es posible que usted me diga eso´ le dije. No pudo entender el poema, entonces creo que ni yo misma lo entendía. Ahora sí, ahora sí sé lo que estaba diciendo. Ahora sé que tenía que decirlo".

Cuando empezó a escribir, no entendía cómo le llegaban las palabras. "De pronto siento como un 'plap, plap', como un aviso, una necesidad de escribir, aunque sea una cosa cortita. Como si me estuvieran dictando. Por ejemplo, Las vírgenes terrestres , que son siete cantos grandes, los escribí en diez o quince minutos, y no tienen ninguna corrección. Lo mismo que Retorno de Electra . Son para mí mis mejores poemas".

La poeta refleja la realidad adversa que las mujeres vivían en la década de los sesenta. En Las vírgenes terrestres lo deja claro: "Dicen que una debe/ morderse todas las palabras/ y caminar de puntas, con sigilo/ cubriendo las rendijas, acallando al instinto desatado/ y poblando de estrellas las pupilas/ para ahogar el violento delirio del deseo/ Pero es que si el cuerpo/ pide su eternidad limpio y derecho/ es un mordiente enojo andarle huyendo;/ dejar su temblorosa mies ardiendo a solas/ sin el olor oscuro de los pinos".

Desde sus primeros poemas, Ochoa dejó claro que era inagotable, que tenía demasiado qué decir. Su conflictiva cotidiana oscilaba entre la necesidad de Dios y la búsqueda de respuestas, así como entre el amor y la sexualidad. Se dice que forma parte de las poetas desgarradas, y si hay una contraparte de autores desgarrados, seguramente ella habría elegido a uno: José Revueltas. La vida los acercó y ya que hubo mezcla de sentimientos para la amistad, ésta debe haberse dado entre otras causas porque él era el místico más ateo de la literatura mexicana y ella la mística más intensa y terrenal.

Los títulos de sus libros tienen la analogía que sólo pueden poseer dos desgarrados. Ella: Las urgencias de un dios , él: Dios en la tierra. Ella: Las vírgenes terrestres , él: Los días terrenales . Ella: Canción de Moisés , él: Los motivos de Caín . Ella: Los himnos del ciego , él: El luto humano . Ella: Bajo el oro pequeño de los trigos , él: Las cenizas . Ella: Los días delirantes , él: En algún valle de lágrimas . Estas obras, publicadas en diversos momentos, emparentan por la fuerza narrativa y poética que cada una tiene.

Ochoa le dedica a Revueltas el poema "Desmoronada en el misterio…". Ahí dice: "A veces pienso que esta orfandad tuya y mía/ la liquidamos ya en su precio justo./ ¿Y el porvenir?/ Quién sabe…".

A pesar de que en Torreón se le censuró tanto, el tiempo, como acostumbra, ha puesto a la poeta en el lugar que le corresponde: múltiples reconocimientos, edición y reedición de sus libros, ensayos sobre su obra, la entrega de la Medalla de Oro Bellas Artes, en 2008. El Fondo de Cultura Económica tuvo el acierto de publicar Poesía reunida , ese mismo año.

Casi medio siglo después de los escándalos que sus primeros poemas suscitaron, se instituyó en 1994, el Concurso Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa. Uno de los promotores del mismo fue su gran amigo, el también escritor, Fernando Martínez.

De esta manera, nuevas generaciones de poetas participan en él y otros tantos fungen como jurados. Y cómo no caer seducidos por un premio que lleva semejante nombre, que es luz y pauta para la creación, si esta mujer dejó constancia de que siempre y a pesar de todo "sólo queda una espina:/ la palabra".

La difusión de su obra ha hecho que el hierro candente de su voz traspase piel, músculos, huesos y llegue a la médula de quien la necesita. Así, ha llegado a miles de lectores que no la juzgan sino la disfrutan, que no la condenan sino la descubren, que no la marginan sino la enaltecen.

Ella dijo: "Seré siempre la anónima, la gris, la desterrada/ para quien sólo existe por patria/ un índice de estragos y de hogueras." Y no queda duda, toda su obra es la mezcla del dolor y el deseo, de la pérdida y el encuentro; del grito y el silencio, de la intensidad y la muerte, y todo eso es lo que millones de seres humanos viven y quieren compartir con sus iguales, es decir, con los anónimos, los grises, los desterrados que se queman, a veces, a solas. Por eso, todos ellos, al leerla se descubren, se encuentran o se reencuentran en sus palabras. Enriqueta es el contraste y la conjunción de un hombre y una mujer sobre el planeta.

He aquí algunos de sus versos que congelan o encienden:

"No pediré limosna en el umbral de mi miseria./ Voy a morirme aquí como las bestias en su madriguera,/ en la oscuridad de mi guarida".

"Vamos a jugar a la mascarita sonriente,/ mascarita de barro./ ¡Rechingada máscara del diario/ con que oculto/ estas grietas de fuete/ que son la vida en mi cara!".

"…a la tierra estéril no se le oyen los labios".

"Me repudio al decirlo/ pero cualquier cosa es mejor/ a este avispero en llamas en que vivo".

"Busco a un hombre y no sé si sea para amarlo/ o para castrarlo con mi angustia./ Tengo hambre de ser/ y me siento frente a la ventana/ a masticar estrellas/ para que mi dolor de estómago sea cierto".

Enriqueta, la maestra, coordinó múltiples talleres literarios. Fue profesora en la Universidad Veracruzana , en la Universidad Autónoma del Estado de México, en la Universidad Nacional Autónoma de México, entre otros espacios. Quizá nunca imaginó que sus poemas fueran a ser traducidos al inglés, francés, alemán y japonés. Además, es de las pocas que logró el equilibrio entre el mar delirante de su vida y el de su obra.

Enriqueta, la noctívaga, perdía los aviones, contemplaba desde la ventana la tarde íntegra sin moverse; afirmaba que la cocina era una alquimia y confesaba su debilidad por los quesos. Enriqueta, la entrañable, tuvo amigos entrañables como Emmanuel Carballo, Dolores Castro, Thelma Nava, Efraín Huerta, Fernando Martínez y José Revueltas, entre muchos otros.

Enriqueta, la viajera, que leyó y amó como pocas, vivió muchos años en la Ciudad de México, en la calle Amores. Anduvo por el mundo de mayo de 1928 a diciembre de 2008. Un día escribió: "Si me voy este otoño/ entiérrame bajo el oro pequeño de los trigos...".

Y se fue en otoño, hace poco más de dos años. "Un aplauso para la poeta" pidió uno de sus amigos, cuando el ataúd salía de la sala de velación. Ella, la señora de la palabra, se fue entre aplausos hacia la noche infinita, pero dejó mucha luz; y en sus versos dejó muchas certezas, una fundamental: "Toda borrasca de pasión es sala de torturas".

 

* Las declaraciones de Enriqueta Ochoa pertenecen a la entrevista "Lo esencial es amar", concedida por la poeta a quien esto escribe, y publicada en el libro versoconverso.poetas entrevistanpoetas . Instituto Municipal de Arte y Cultura de Durango/ ediciones Alforja, México, 2000, pp. 60-70.






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