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Poner nombre y rostro a la violencia



Por Sara Lovera
Periodista desde hace 40 años, fundadora de Comunicación e Información de la Mujer AC(CIMAC), fue directora del suplemento Doble Jornada, y actualmente es corresponsal de Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y del Caribe(SEMlac) en México; integrante del Consejo del Instituto de las Mujeres del Distrito Federal; conduce y codirige Mujeres en Movimiento y participa en la Mesa Periodistas de Capital 21, el canal por internet de la Ciudad de México. Es editorialista de Antena Radio, MujeresNet, Cuadernos Feministas, y Proceso digital. En 2005 fue nominada al Premio Nobel de la Paz.


Las mujeres, gays y vecindario de la delegación Benito Juárez, de la ciudad de México, se citaron en la torre de Comunicaciones (Lázaro Cárdenas y Xola). Desde que llegué las banderas de la diversidad me enseñaron que todas y todos tenemos algún agravio que reportar al gobierno de Felipe Calderón, algún agravio relacionado con la brutalidad en la que estamos viviendo, sufriendo, lamentando haber callado durante tanto tiempo.

Ahora que el poeta y escritor Javier Sicilia, que a pesar de sus buenos sentimientos, su inmenso dolor y esa capacidad creativa que da hablar con la poesía, le puso al ¡Ya Basta! el agregado ¡Estamos hasta la Madre ! texto que parece inofensivo y es sexista, tremendamente en un país donde lo que priva es el lenguaje y una profunda convicción machista que ni las feministas pueden rechazar totalmente.

Estar "hasta la madre", en México significa llegar a un límite, estar hasta el gorro, no aguantar más. Sin embargo, algunas, de las citadas a la esquina de Xola y Lázaro Cárdenas me dijeron que no era grave.

Lo grave es que se produzcan mil 700 asesinatos de mujeres y no pase nada; lo grave es que haya más de 500 desaparecidas en el último año y nadie pueda rendir cuentas, lo grave es el reguero de viudas y huérfanos por esta guerra inútil y confusa a que nos lanzó la presidencia de la República y, a pesar de todo, dirigentes de muchos partidos políticos, gente de buena fama y los así llamados líderes de opinión, no le hayan puesto un hasta aquí a esta situación que nos agobia.

Por eso es tan esperanzador, nuevamente, que la ciudadanía salga por multitudes a las calles de la ciudad de México, a las carreteras, a pueblos, ciudades y comunidades de Chiapas a Nuevo León, de Durango a San Luis Potosí, de México a Berlín, con una parada en Nueva York y otra en Barcelona, que todas las personas digan: ¡Ya basta!

Ahí, en medio de la tremenda y gigantesca marcha por la paz con justicia y dignidad, me encontré con las caras y las voces de la estulticia. Me encontré que de su casa fueron secuestradas, el 6 de enero pasado, cuatro mujeres en Xalapa, Veracruz, antigua ciudad cultural, bellísima y pacífica, donde el chipi, chipi de la lluvia calma los nervios. Cuatro mujeres de clase media, incluso adineradas. Bueno tres y su trabajadora doméstica. Tienen por nombres Josefina Campillo de 49 años, Johana Monserrat Castro de 23 años, Karla Verónica Castro de 20 años y Araceli Utrera, la trabajadora doméstica. Y nadie contesta dónde pueden estar, el ministerio público callado, la angustia del padre y marido, Carlos Castro, le ha quitado kilos y aumentado años desde el suceso.

Hallé rezando a una religiosa, que es de las madres benedictinas/guadalupanas, mortificada e indignada porque a su madre y a una hermana las mataron desde el 15 de diciembre y no sólo nadie le informa sino que la casa familiar fue sellada por las autoridades y sus cinco hermanos y hermanas no pueden entrar, nadie investiga.

Increíble, la religiosa de nombre Angélica María Robledo Álvarez, me contó cómo fueron muertas su madre Martha Álvarez y su hermana Blanca Robledo. Primero me dijo que el crimen organizado se las llevó y luego me contó que seguramente ello tiene relación con que Blanca estaba organizando un sindicato campesino en San Luis Potosí, lugar donde fueron asesinadas. Represión, le dije, y se le llenaron los ojos de lágrimas y ya no me dijo más, seguro sabe quién es el funcionario o el cacique involucrado.

Luego me encontré a Margarita Rosas Santillán, que vino de Durango a la marcha y que hace dos años está buscando a su sobrino "levantado" y sin huella. Me dijo que nadie le abrió todavía un expediente y las autoridades como si nada.

Lo más grave es que en la marcha iba una familia de Tulancingo, Hidalgo, que me contó que el 27 de marzo pasado, su hijo fue decapitado. Se llamaba Leonardo López Sevilla y las autoridades les dijeron que era un delincuente, y no se investiga nada sobre los responsables del hecho.

Vi cómo una hermana de Elvia Zúñiga llevaba una manta larga, pidiendo justicia, porque Elvia, profesora de 49 años, fue asesinada de 33 puñaladas por un exalumno, el caso está en veremos, aunque tienen al delincuente, porque han dicho que Argelia González, está mal de la cabeza al pedir que se certifique que el asesinato de la maestra es un feminicidio.

En fin, ahí en la marcha pude verle el rostro a la estadística, esa de las asesinadas y desaparecidas, que forman parte de los miles de casos con número que manejamos para darle un realce al tamaño del crimen.

No puede ser, de pronto se me aglomeró toda mi emoción en la garganta cuando la religiosa me contó cómo mataron a su madre y hermana, una hermana luchadora social, la definió, y vi el cartel que recuerda el caso de Betty Cariño, asesinada durante una caravana pacífica que se dirigía a San Juan Copala, en Oaxaca, y observé que todas se movilizan por que se encuentre a los culpables de su asesinato y no vi a nadie, más que a tres monjas, con la hermana de Blanca, con un poco de temor porque era la primera vez que se atrevían a denunciar lo que pasa en San Luis Potosí.

Me dio una ternura infinita ver al ingeniero civil que busca a su mujer e hijas secuestradas en Xalapa. En el Zócalo, escuché a una madre, a otra, vi a un padre retorcer el periódico y recordar cómo se llevaron y mataron a su hijo...

Entonces entendí que ya hay muchos agravios que sólo la estúpida distancia entre los que mandan y el pueblo puede nublar, desaparecer, no importar, darles lo mismo. Vi con claridad que es inútil, que en México hemos perdido el sentido humano y de la vida, que ello es algo que reta, que entristece, pero que fortalece el espíritu para no desviarse.

Tan importante el rostro y el dolor, si no es plañidero, como los números estadísticos, el resumen, el análisis global de lo que pasa.

Tal vez la movilización del 8 de mayo no sea inútil, ojalá que realmente se organice la ciudadanía para reconstruir el tejido social, para hacerse cargo de lo que a cada quien toca en esta devastada nación, empobrecida, doliente, a la que le hace falta la dignidad, tanto como el empleo y las oportunidades. Pero también le hace falta un verdadero valor, como el de los hombres y mujeres que son protagonistas de los cambios y empeñan en esos cambios sus propias vidas, no su puesto o su aspiración de poder temporal y estrictamente personal.






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