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La Marcha de las Putas: No, significa no



Por Sara Lovera
Periodista desde hace 40 años, fundadora de Comunicación e Información de la Mujer AC(CIMAC), fue directora del suplemento Doble Jornada, y actualmente es corresponsal de Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y del Caribe(SEMlac) en México; integrante del Consejo del Instituto de las Mujeres del Distrito Federal; conduce y codirige Mujeres en Movimiento y participa en la Mesa Periodistas de Capital 21, el canal por internet de la Ciudad de México. Es editorialista de Antena Radio, MujeresNet, Cuadernos Feministas, y Proceso digital. En 2005 fue nominada al Premio Nobel de la Paz.


La idea de que las mujeres somos un objeto y que cualquier hombre puede usarnos, mandarnos, decidir sobre nuestro destino, tocarnos sin permiso y obligarnos a tener relaciones sexuales  parece tan antigua y fuera de lugar en algunos círculos que cualquiera hubiera pensado que el domingo 12 de junio, marcharían unas cuantas mujeres por la avenida Reforma, en la ciudad de México.

Pero la llamada Marcha de las Putas, sucedida en forma paralela en varias ciudades latinoamericanas y estados del país, convocó a miles de jóvenes mujeres que saben el significado de decir no. No es no, dice la consigna que levantaron en cientos de carteles las mujeres, sorprendiendo al mundo.

Efectivamente nada parece haber cambiado. Recuerdo una marcha de antorchas, nocturna, exigiendo el no abuso y no acoso y demandando el derecho de salir de noche por las calles. Una protesta  en la misma avenida hace casi 30 años, revelando al mundo que el acoso, el abuso sexual, los piropos, las miradas lascivas significan un atentado a la integridad de las mujeres.

En 1988, un grupo de diputadas encabezadas por la entonces joven activista Amalia García, dieron una larga batalla en la Cámara de Diputados para modificar el Código Penal que entonces no reconocía en la violación un atentado a los derechos humanos de las mujeres, entonces ni existía el término, porque ese instrumento legal en muchos estados de la República apenas castigaba la violación sexual con una multa menor a la que se imponía a un individuo  que se robaba una vaca. Se ganó la modificación, no de más cárcel a los abusadores sino a reconocer la violación equiparada.

Tres décadas después nos lamentamos del asesinato de miles de mujeres que simplemente dicen no, toman la vida en sus manos y deciden sobre su destino, son ellas las desobedientes las que son castigadas, día a día, simplemente por ser mujeres, todavía  pensadas como objeto sexual, desechables, usables, como si no fueran humanas.

Los hombres se ríen. Dicen "simplemente admiramos sus encantos" y las atacan porque van libres a la escuela, porque se suben la falda, porque deciden renunciar a ser recatadas y calladitas. Y otros, más rebuscados, afirman que todo es un asunto de gusto, de broma, que una mujer es para exhibirse y dar felicidad, así sea virtual a los ojos ansiosos del deseo. Total no pasa nada.

La larga batalla por hacer comprender lo contrario no ha podido ganarse. Por eso en la ciudad de México se crearon los transportes Atenea, o se ponen líneas divisorias en los pasillos del metro, o se buscan otras medidas para evitar que un "simpático señor" se le ocurra darle un pellizco en la nalga a una jovencita, porque está "muy buena".

La discusión sobre el contenido de la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia (2007) fue tan brutal como no se imagina. Menudearon los dichos entre los diputados de que se exageraba, ¿cómo es eso de que no me puede cumplir mi mujer?, si es mía, exclamó uno que otro, y cuando también se legisló para castigar la violación en el matrimonio hubo una revuelta silenciosa entre los legisladores.

Lo más grave es que quienes ahora mismo están leyendo, dicen tranquilamente que "piropear" no es lo mismo que obligarlas a tener una relación sexual y que las feministas somos del todo amargadas, conservadoras y sin ninguna capacidad para reírnos y para desear.

Lo cierto es que desde que descubrimos que el uso de nuestros cuerpos es contra nuestra voluntad, que es un delito, que se atenta contra la inteligencia cuando un asqueroso payaso denomina a sus colaboradoras como "una nalguita", nadie se indigna, como nadie se indigna porque libremente se anuncian servicios sexuales de "bellas colegialas" en la pantalla de la televisión, donde sus dueños son militantes del Opus Dei y como Don Corleone velan por la integridad de la familia. El resto de las mujeres son putas, piensan y se les puede machacar.

Lo grave es que la sociedad lo admite, lo consciente, lo propicia. Si una mujer enseña sus piernas o sus pechos, una mujer es candidata a ser abusada y el contorno lo justifica. Las conversaciones de los hombres en las cantinas, en los pasillos de una empresa o institución, versan sobre estos temas: toda mujer, que no es la suya ni es su hija, es simplemente un objeto de uso y placer, sin que nadie lo ponga en duda.

Es  este el significado profundo de la marcha, llena de jóvenes mujeres que anduvo por la avenida Reforma el domingo 12 de junio, y que, simultáneamente, apareció en otras ciudades del país y de América Latina, porque ahora que tienen derechos, muchos más que hace 30 años, y sin embargo son objeto permanente de acoso y  lascivia.

Se nos había olvidado que una inmensa mayoría de mujeres siguen sufriendo acoso sexual y que una industria millonaria de trata camina por el mundo, sin que ello altere las conciencias de nadie. La broma del compañero puede convertirse en una tragedia para una mujer y en un delito grave. Hay que dejar de pensar que total son mujeres.

Los cambios profundos en una sociedad que aspira a la democracia pasan por este asunto fundamental y profundo, que es la raíz de los crímenes contra las mujeres. Nadie puede pensar en esta época que vamos hacia tiempos mejores de convivencia y aplaudir la introducción del reconocimiento de los derechos humanos en la Constitución nacional, mientras una sola mujer sea objeto de escarnio, risas, supuestas miradas varoniles, que pasan de esa mirada al abuso con una frecuencia que espanta.

El extremo de esto que parece tan simple es la violencia contra las mujeres en la que muchas de ellas son asesinadas.

Por eso es posible, a pesar de la interpretaciones que se quieran, que el jefe del Fondo Monetario Internacional haya abusado de una camarera, y que miles de hombres con un poco de poder sigan pensando que cualquier mujer tiene que ceder a sus insinuaciones y millones de hombres en cualquier circunstancia tocan, se acercan, se insinúan a las mujeres porque les parece simple y natural.

En México, con todo y una cultura feminista importante, los abusos y el acoso siguen impunes. Nunca se pudo realmente avanzar hacia una cultura diferente, ahí están los programas de televisión, las indignidades en cada rincón y la burla hacia una postura que pide y exige que se entienda que las mujeres no somos una cosa, somos personas.






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