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Nuestro cuerpo



Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.


Mientras un grupo de hombres y mujeres debaten en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Elisa se encuentra tumbada en un petate, mientras un médico que le cobró 500 pesos le práctica un legrado sin higiene ni solidaridad humana. Ella ya tiene nueve hijos, a los que todos los días ve morirse de hambre pese a que ella y su marido trabajan 25 horas al día. Al otro extremo de este país Luisa es abandonada por el hombre que juró amarla y ella tiene la certeza de que no puedo continuar sola con ese embarazo no deseado, por eso acude a una curandera que le rasga lo más profundo de su ser. A esa misma hora, Eva ha sido traicionada por su dispositivo, nunca había entrado en sus planes la maternidad no deseada, y pese a todo, decide gastar sus ahorros porque está segura que es dueña de su cuerpo. Jessica estaba enamorada y confió en su mala suerte, apenas está terminando la preparatoria, no sabe ni cuidarse a sí misma, no puede ser madre a los 16 años.

El aborto, todo mundo opina y nadie coincide. Los que no han arrojado la primera piedra, señalan con sus dedos pecadores a las mujeres que se ven obligadas, orilladas, decididas y convencidas que no pueden ser madres en ese momento de su vida. Pese a toda la información disponible sobre anticonceptivos, les falló el que usaban. Aunque conocen las pastillas y los condones, el destino las traicionó y enfrentan un embarazo no deseado. Otras desconocen todo tipo de protección, están aterradas porque ese embarazo no deseado las delata ante la sociedad, que solamente aplaude la maternidad abnegada. Algunas creen en el amor tan mitificado en la sociedad y se entregan sin más protección que sus propias ilusiones y el terror es mayor que su destino natural marcado por la sociedad patriarcal.

De verdad, cuando una mujer no desea, no planea un embarazo pese a todo lo que la ley del hombre y la ley divina legislen-castiguen y condenen, jamás podrán impedir que tomen la decisión que les dicta su corazón de verdaderos seres humanos con nombre, vida y errores.

Lo triste y preocupante es que a esas mujeres, que no solamente les ha fallado su suerte, su amor y su destino, ahora también les falla la sociedad al juzgarlas, condenarlas y encarcelarlas. Ese tipo de legislaciones las obligan a acudir a lugares que ponen en peligro su vida, donde son mal atendidas y a veces abandonadas en plena hemorragia, infección y muerte.

No hay nadie en esta sociedad que no celebre un embarazo deseado. Quienes deseamos ser madres por firme convicción amamos a quien no existe todavía porque ya lo deseamos. Desear, qué verbo tan importante al tomar la decisión. Yo misma descubrí con sorpresa y amor mi vientre crecer, resignada acepté los cambios de mi cuerpo porque estaba convencida de que deseaba parir en nueve meses a quien sería mi hijo o mi hija. El deseo te ilumina esos nueve meses.

¿Por qué juzgamos tan duramente a quienes en algún momento difícil de nuestra vida no deseamos continuar un embarazo no deseado? La decisión se ha tomado solamente porque hay miedo y no amor, únicamente hay temores y dolor constante en el alma. Te sientes traicionada por la vida y el amor no existe. Por qué continuar con un proceso que nos lastima y nos enoja, nos corta en jirones el alma y cada minuto flagela nuestra desilusión. ¿Por qué la sociedad no nos no deja decidir sobre este cuerpo que es nuestro? Juro que la mujer que abortó nunca será feliz al tener que tomar esa decisión, pero sabe que es el último recurso para seguir siendo ella misma y para no a odiar a nadie más. Y por eso, después de la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, este rezo se oye murmurar en el alma de muchas mujeres mexicanas:

Me declaro absolutamente cobarde para enfrentar otra vez el reto maternal. Me declaro absolutamente egoísta porque en este momento pienso en mí y en mi desarrollo profesional. Me declaro absolutamente pecadora porque no quiero cumplir con los sagrados mandamientos. Me declaró absolutamente herida porque mi decisión no puede hacerme feliz. Me declaro absolutamente traicionada porque yo no elegí esta situación. Me declaro absolutamente deprimida porque preferiría no tener que decidir. Me declaro absolutamente inmoral porque no cumplo la ética patriarcal. Me declaro absolutamente valiente porque, pese a todo, dije no. Me declaro absolutamente responsable de mi cuerpo porque es mío. Me declaro absolutamente una mujer que está segura de interrumpir un embarazo no deseado. (Desde el castillo de maternazgo, DEMAC, 1994)






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