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Nuevas formas, viejas ideas
Por Teresa Mollá CastellsPeriodista y feminista en Ontinyent, Valencia, España. Aquí su blog
Un tiempo un poco extraño nos recorre. Las elecciones generales se acercan y los dos grandes partidos se llenan la boca de críticas al otro y de propuestas. Con la crisis predican austeridad máxima y casi todas las propuestas son en un único sentido: reducir.
Reducir costos, reducir prestaciones, reducir recursos, reducir escaños parlamentarios tanto del Senado como del Congreso, reducir las diputaciones, el número de concejales y concejalas en los Ayuntamientos, reducir listas de espera, reducir, reducir, reducir…
Pero hay un tema en el que ninguno de los dos entra y también se trata de reducir: ¿Por qué ninguno de los dos grandes partidos habla de cómo reducir en número de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o exparejas?
A partir de las próximas elecciones un nuevo Gobierno tomará las riendas de parte de nuestros destinos y seguramente veremos como un neomachismo que ya está enseñando las narices se apoderará del poder en el sentido más amplio de su expresión.
Cabría comentar la sentencia del juez Del Olmo, pero ya se ha hablado demasiado del tema y, este juez, es un ejemplo de lo que intento exponer, aunque, por supuesto no es el único.
El neomachismo está intentando desmontar algunas parcelas de protección, de reconocimiento y de igualdad conseguidas por las luchas de las mujeres en los últimos años y con sus discursos enrevesados y contradictorios pretenden eliminar las mejoras conseguidas en los últimos tiempos para la vida de millones de mujeres con la excusa de la crisis.
Los neomachistas pretenden recuperar los privilegios que el patriarcado les ha otorgado históricamente y, de ese modo poder volver a ejercer de amos y señores del mundo. Quieren poder volver a imponer su voluntad sobre las vidas y haciendas de las mujeres con discursos aparentemente neutrales y cargados de artículos de distintas leyes, decretos u ordenanzas para justificar esas actitudes.
Pero no dan la cara ni explican que todos esos artículos, leyes y ordenanzas han sido dictados para su propia protección, que no la de las víctimas.
En estos días ando muy preocupada porque ya han conseguido que con el discurso de la crisis, las propias mujeres justifiquemos algunos temas como el hecho de la necesidad de denunciar a otras mujeres bajo la sospecha de que han interpuesto denuncias falsas sobre malos tratos a sus parejas o exparejas y que hay que reducir gastos también en la justicia. Es un mensaje que poco a poco están consiguiendo que cale en la sociedad y de ese modo y sin cuestionar otro tipo de delitos, ya me he encontrado con mujeres que utilizan ese mismo argumento sin pestañear para justificar que "algo habrá que hacer". Y ni se inmutan.
Ni una sola palabra de los desfalcos o apropiaciones indebidas de los altos ejecutivos de algunos bancos, cajas, políticos o empresas.
Pero las voces de las mujeres son sospechosas de mentir, que ya lo hizo Eva con Adán dándole la manzana de la discordia.
Y ahora está ocurriendo de nuevo. Intentan hacernos creer que, de nuevo, somos las mentirosas, las que con nuestras mentiras y tretas pretendemos hacer daño al sistema que despilfarrará dinero por nuestra culpa y además arruinará al pobre hombre sospechoso de haber sido denunciado falsamente.
Las personas neomachistas se suelen envolver en un discurso sobre la igualdad que, inmediatamente que rascas un poco, esconde la necesidad de mantener el orden establecido históricamente o, lo que es lo mismo, asumir un discurso de modernidad para mantenerse en los privilegios de la historia.
Otro ejemplo del que están haciendo uso es el hecho de que la Ley de Protección Integral contra la Violencia de G énero no proteja por igual a mujeres que a hombres y que sólo defina como víctimas a las mujeres y como agresores a los hombres. Y se quedan tan anchos con el discurso que pregona que con sólo un hombre que sea o haya sido maltratado debe ser protegido de igual modo que las mujeres. Y yo me pregunto ¿acaso la situación de las mujeres en su conjunto, de desigualdad en el acceso a los recursos, en el sentido más amplio, es la misma para hombres que para mujeres? U otra pregunta: ¿Acaso no es, precisamente la violencia ejercida sobre las mujeres la señal más inequívoca de todas de la búsqueda de la dominación y de la desigualdad todavía existente en nuestras sociedades?, ¿Qué intereses perversos existen en la continua necesidad de mantener esas desigualdades y, por tanto, ese goteo continuo de mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas?
La formación en igualdad es básica. Pero hasta en esos discursos se han inmiscuido los neomachistas. Y cuando de la formación me refiero a toda la formación: la de las criaturas, la de la adolescencia, la de personas adultas, etc... aparecen por cualquier rendija y con argumentos de aparente actualidad y modernidad que esconden, precisamente, las viejas ideas de siempre, las de dominación y sumisión, pero ahora envueltas con discursos aparentemente novedosos y con la austeridad como bandera.
La austeridad siempre está bien, pero lo que no está bien es que se aplique con los derechos de algo más de mitad de la población mundial que somos las mujeres y eso es lo que, al parecer, traen los nuevos vientos que se acercan con los neomachistas que vamos reconociendo.