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Elena Arizmendi. Presencia femenina en la Revolución Mexicana
Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Que viva sí, la Arizmendi Mujer de buen corazón Que a todos cura con alma Y atiende sin distinción Que vivan esas mujeres Que en la guerra de caridad Para los que están sufriendo Por la amada libertad
Este corrido titulado "A la noble jefa de la sección de la Cruz Blanca", fue dedicado a su fundadora Elena Arizmendi Mejía, cuya familia era una de las privilegiadas en el México de don Porfirio Díaz, empezaba el año de 1884. Cuando apenas tenía catorce años su madre murió y forzada por el destino se convirtió por algún tiempo en la figura materna de sus seis hermanos. Su biógrafa, la historiadora Gabriela Cano, asegura que la joven "ocupó una posición de autoridad sobre sus hermanos menores y sobre el personal doméstico al servicio de la familia Arizmendi. La responsabilidad debió de fortalecer su carácter y dotarla del don de mando que sus allegados reconocerían en distintas circunstancias como característica muy personal". Pero esta situación de estar frente a su familia duró muy poco, su padre se casó con una joven casi de la edad de su hija. Entre las dos nunca hubo una buena relación y esta se complicó cuando tuvo once hermanos más.
Posiblemente por ello, decidió casarse joven y al iniciar el siglo XX se hizo esposa de un hombre llamado Francisco Carreto. El matrimonio sin amor ni ilusión fue un gran fracaso, además durante el tiempo que estuvo casada sufrió de violencia doméstica. Si bien no hay documentos probatorios, ella se declaró como mujer divorciada en 1912 cuando fundó formalmente la Cruz Blanca, organización que tuvo como objetivo atender a los heridos de la guerra durante la Revolución Mexicana.
Pero antes de tomar esa gran decisión de su vida, tanto el divorcio como la organización que fundó, estudió enfermería en los Estados Unidos en el Hospital de Santa Rosa, a cargo de la congregación católica de las hermanas de la caridad del Verbo Encarnado.
Fue precisamente en el país vecino donde Elena hizo gran amistad con Francisco I. Madero y su esposa Sarita, cuando él tuvo que exiliarse en San Antonio. Obviamente simpatizó con la causa maderista pero primero terminó sus estudios de enfermería y regresó a México en abril de 1911. "Para entonces, Elena había dejado de ser la muchacha que no acaba de encontrarse a sí misma y de superar las decepciones amorosas de su juventud. Ahora regresaba segura de sí misma, orgullosa de sus estudios, rebosante de entusiasmo y firmeza en sus convicciones políticas a favor del movimiento democrático encabezado por Madero..."
Al regresar a México fue testigo de la terrible situación de los heridos en los enfrentamientos bélicos, ya que no recibían la atención necesaria. La Cruz Roja mexicana se había creado en 1908 y además de tener poca experiencia en ese tiempo poseía un carácter oficial y por ello espíritu de neutralidad quedaba mermado por completo. Ante tal situación, Elena Arizmendi denunció por escrito esta situación, ya sea a través de textos escritos por ella o a través de entrevistas que dio a publicaciones como el Diario del Hogar y hasta El Imparcial. Fue así como desarrolló una gran campaña para formar la Cruz Blanca Neutral, objetivo que logró pese a todos los obstáculos que le pusieron en el camino.
Durante ese tiempo conoció a José Vasconcelos, se enamoraron y fueron amantes. Él nunca dejó a su esposa y además era muy celoso. Si bien su relación fue muy intensa y profunda, terminaron con muchos rencores de parte de él.
Ante un país herido y un hombre resentido, Elena decidió irse a Estados Unidos donde volvió a casarse y a divorciarse. Nunca pudo tener hijos, pero la maternidad jamás fue ni destino ni objetivo en su vida. En Nueva York buscó su cuarto propio y empezó a escribir en periódicos y escribió su única novela titulada "Vida incompleta". Ligeros apuntes sobre mujeres de la vida real, en 1927, narración con grandes tintes biográficos. De igual manera participó activamente en congresos de mujeres y feministas. Creó representativas agrupaciones feministas.
Regresó a México en 1938, sorprendida y quizá un poco herida se descubrió como personaje en el prestigiado libro de José Vasconcelos Ulises Criollo, pues el personaje llamado "Adriana", que se parecía a ella, era retratado como una mujer fatal.
La boca de Adriana, fina y pequeña, perturbaba por un leve bozo incitante. Unos dientes blancos, bien recortados, intactos, sobre la encía limpia, iluminaban su sonrisa. La nariz corta y altiva temblaba en las ventanillas voluptuosas; un hoyuelo en cada mejilla le daba gracia y los ojos negros, sombreados, abismales contrastaban con la serenidad de una frente casi estrecha y blanca, bajo la negra cabellera abundosa. Decía de ella la fama que no se le podía encontrar un solo defecto físico. Su andar de piernas largas, caderas anchas, cintura angosta y hombros estrechos, hacía volver a la gente a mirarla...
La Cruz Blanca seguía con vida al iniciar la década de los años cuarenta gracias al apoyo de Rodulfo Brito Foucher y su esposa, padres de la reconocida feminista mexicana Esperanza Brito de Martí, que fue directora de la revista Fem durante 20 años y quien conoció a Elena y juntos compartieron ideas, así como puntos de vistas que influyeron para el feminismo de la joven Esperanza.
Elena Arizmendi murió en 1949 en la casa de su hermano en Coyoacán. En los párrafos finales de su novela afirmó: "Soy dichosa. Aquí no hay hombres ni mujeres. No hay sexos, todos somos iguales, por lo tanto no hay celos, odios u otras malas pasiones".