|
¿Santa Elvira?
Tweet COMENTARIOS
Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
El 25 de enero celebramos a Santa Elvira y yo, que no tengo nada de santa pero sí mucho de Elvira, con todo el narcisismo y soberbia posibles, se me ocurrió compartir con ustedes una reflexión en torno a ese nombre, mi nombre desde siempre.
Mi bautizo no tiene nada de sorprendente y posiblemente sí de mucho de buena suerte. Decidí nacer exactamente el día que también había llegado a este mundo una mujer que fue la segunda madre de mi mamá. Mi abuela murió en el parto, entonces mi tía Elvira decidió cuidar y guiar a esa pequeña nacida en el bello estado de Oaxaca. Exigente, autoritaria e inflexible, pero generosa, mi tía Elvira le dio educación, hogar, disciplina y amor a mi mamá, claro, a su manera, porque siempre fue una mujer muy inexpresiva. Influyó para formarla como una mujer responsable, trabajadora y estricta. Posiblemente la aparente indiferencia de mi tía Elvira provocó que mi mamá fuera totalmente opuesta, ella siempre ha sido abiertamente amorosa. Doña Elvira, como le decían en el pueblo, fue dueña de la mejor panadería de la región. Siempre gozó de una excelente salud, dinero bien ganado, propiedades hermosas y trabajo constante. La lideresa de la familia, la que resolvía cualquier problema familiar y económico. Todo mundo le tenía mucho respeto y cierto temor. No le gustaba que la utilizaran ni que la vanagloriaran para quedar bien con ella. Descubría la sinceridad en tu mirada, pero también todo lo contrario y entonces no era buena amiga ni mejor tía. Soy la única de la familia materna que ha tenido el honor de llevar su nombre. Lo que permitió que me quisiera un poquito más y me regalara cosas hermosas los días de mi cumpleaños o donara dinero para la fiesta de mis quince años, cuando me titulé en la licenciatura, cuando me casé y hasta cuando tuve a mi hijo Baruch.
Entonces, gracias a esa mujer trabajadora, disciplinada y luchadora, yo me llamo Elvira. El mismo nombre que al principio de cada semestre no significaba nada para mis profesores, pero que al terminar el curso siempre relacionaban con la niña buena, aplicada, puntual y de casi siempre diez. El mismo nombre que cuando lo pronuncia el hombre que amo adquiere la suavidad de una nube y la fuerza de un huracán. Ese nombre que mis amigas pronuncian para celebrar conmigo, para consolarme o para juzgarme con absoluta sororidad de la buena. El mismo que pronunció el juez cuando decidí casarme. El mismo que pronunció cada sinodal de mis exámenes profesionales para protestar como licenciada, maestra y doctora por siempre. No es un nombre muy común, pocas canciones se llaman "Elvira". Recuerdo la de un grupo country que ganó el Grammy con esa canción en la década de los setenta. Hace poco me topé en internet con una bella melodía llamada "Elvira, la trapecista", nada mejor para describirme con todo y nombre:
Y la vida no tiene estacas de circo.
Vuela Elvira que es mentira la verdad.
Si vas a volar, vuela alto.
Si vas a perder que no sea en vano.
Sol de poniente, sudores con sal
Elvira se esconde donde nadie la puede alcanzar.