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Aquí sigo
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Por Patricia Karina Vergara Sánchez
Feminista, periodista y profesora
* La autora nos habla en este poema del dolor de ver a su tierra y su gente agotadas, violentadas y asesinadas, pero también de su renuencia a abandonarlas.
Como ramita seca,
algo se me parte, de a poquito,
cuando tantas hacen maletas
o no las hacen, pero igual se van.
Yo no me marcho,
cuando tantos ya no viven aquí.
Me niego al exilio,
aun cuando ya sé que a cada paso
amenaza la presencia del déspota;
la bestialidad del tirano;
las huellas del desamparo.
Ante los rostros en las fotos del diario
de los fantasmas de 45, 46, 60 mil.
Cada día, mujeres, hombres, niñes,
que aquí no se llaman asesinadas,
dice el presidente que son daños colaterales.
Me quedo,
a mirar las ruinas de lo que eran
sueños tan sencillos, de sosiego,
como el desayunar cada día
con un trozo de pan fresco,
tal vez con mermelada de durazno.
Ilusiones tan simples
como ir a la escuela sin miedo
de ser desaparecida, como otras, al regreso.
Buscar en el periódico los anuncios
empleos de maestra de teatro,
para vender hamburguesas, naranjas
o cualquier otra cosa.
Ambiciones tan desbordadas
como contar con dos monedas
para invitarte un helado
comprado en la tienda de la esquina.
O, dormir tranquila la siesta
con tus piernas tibias entre las mías.
Me sostengo aquí.
Aún en contra del terremoto,
de los brazos cansados,
del monedero vacío.
En contra de las traiciones.
De los acomodaticios,
que nunca faltan.
Mirando a los ojos de los milicos,
que ocupan las calles y dan miedo,
rostros grabados en la infancia de mi niña,
que no juega en los parques.
Reclamado a los represores,
por todos los que han sido golpeados
por todas las que nos faltan,
conteniendo a los machos
que se sueñan héroes de guerra..
Todos juntos, esos que no se enteran
de lo tarde que es ya en este siglo.
Pues así, así y todo:
No renuncio.
No me marcho.
No me marcho.
Porque la esperanza para mi tierra
es para construirla mía.
Más alimento que los alimentos.
Más hermosa que el paraíso,
de nubes blancas, a la obediencia
que ofrecen los vendedores de cruces
para cuando yo muera.
Porque ni los plantadores de miedo,
ni todo su horror,
pueden combatir la certeza
que da el llamado de la Pachamama.
Yo sé que el único lugar al que puedo ir
es hacia este grito en el viento.