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Ay papacitos
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Es un buen tipo mi viejo... Hoy tengo que decirte papá, te quiero más que a nadie... Papá, papá, ayer cuando jugaba... Hey pa, fuiste pachuco, también te regañaban, hey pa, bailabas mambo, tienes que recordarlo...
¿Cuántas canciones recuerdan dedicadas al papá? ¿Quién celebró, celebra o celebrará con ellos el día del padre? ¿Quién puede presumir una bella relación con ese machín que nos dio la vida? ¿Quién valora con orgullo esa tarea, ese compromiso, esa presencia, esa virtud de ser padre?
Por supuesto, yo siempre presumo que no hay nadie como mi papá, Alejandro Hernández Toro. Hasta la fecha, es tan grato charlar con él, siempre atento y solidario a todas las situaciones que le compartes. Además, siempre presumo que fue un verdadero padre feminista porque nos apoyaba para jugar futbol, nos dejó practicar todos los deportes y nos regalaba muñecas pero también carritos, luchadores y balones. Gracias a él conozco todas las canciones de la Sonora Santanera, de Pedro Infante, de Lobo y Melón o de Beny Moré. Solidario y cómplice, siempre se hizo amigo de mis galanes y pretendientes, que podían enojarse conmigo pero seguían visitando mi casa solamente por el gusto de charlar con mi papá. Nunca nos pegó, jamás faltó al trabajo, no le gusta beber y solamente se enoja cuando pierde su equipo de futbol, América. Hasta la fecha es mi amigo y confindente, siempre tengo la certeza de que cuento con él.
Después conocí a otro hombre que se convirtió muy joven en papá, mi hermano Ernesto, a los 18 años ya tenía en brazos a su primer hijo. A veces parecían hermanos, jugaban y bromeaban, tenían gustos muy parecidos y hasta gestos. Por desgracia, mi hermano enfrentó la prueba más cruel que te pone la vida, enfrentó la muerte de su hijo con dolor pero con una entereza admirable. Es tan fuerte y solidario que terminó por consolarnos a nosotras de esa muerte tan triste y tan injusta de un niño que toda la familia seguirá amando por siempre. Ahora mi hermano Ernesto es un abuelo maravilloso y bromea y cuida a mi sobrino Alam, quien con todo y su silla de ruedas sigue a su abuelito por todas partes.
Pero también, he observado a distancia, y con mucho respeto, que la mayoría de mis mejores amigas no tuvieron cerca a su papá, algunas porque se murió y otras porque las abandonaron desde pequeñas. Entonces a veces las escuchaba manifestar con dolor esa ausencia paterna y otras veces maldecir o mostrar una cruel indiferencia hacia esa persona que las abandonó y no les dejó ningún buen recuerdo. Posiblemente otras amigas, vecinas y conocidas me reclamen porque en la actualidad la relación con los padres de sus hijos e hijas es muy mala. Fueron padres pero ahora ellos no quieren dar la pensión, abandonan con facilidad a sus hijos, no les demuestran su cariño y se alejan cruelmente de sus vidas. Es cierto, hay padres así, hay padres que se convierten en eso, para quienes la paternidad es sinónimo de indiferencia y de abandono. Pero en este artículo quiero ser optimista y mostrar el lado bueno de la paternidad.
Por eso al mismo tiempo me ha tocado convivir con mis amigos que se han convertido en papá y a veces me parece inverosímil que lo sean. Los atisbo en su papel de padres y me parece extraño, curioso, tierno y admirable. Posiblemente porque los conozco como amigos, y convivo con ellos para platicar, irnos de parranda, escribir algún artículo académico, dar conferencias o clases. Por eso, quedo totalmente conmovida cuando los veo correr detrás de sus hijos o hijas, cuando les llenan de besos, cuando se ponen serios porque tienen que regañarles y cuando se preguntan con temor si están siendo buenos padres. Ahí está mi amigo Mauricio Ortiz, siempre pendiente de su niño y niña y hasta me puede llamar por teléfono para pedirme que les ayude a resolver una tarea. Ahí está mi amigo Vicente Castellanos discutiendo con su hija pero asegurándole que nadie podrá quererla como él o presumiendo lo hermoso que es su hijo Rodrigo. Ahí está mi amigo Rafael Ávila besando con tanta ternura la frente de su hija Paloma y explicándole como nunca lo hará en su clase por qué es importante la historia. Ahí está mi amigo Nacho peinando mal a su hija, olvidando traerle una muda de ropa, pero queriéndola con toda su alma tlaxcalteca.
Y ahí está el papá de mi hijo, acariciándome mi pancita cuando supo que ya estaba embarazada. Ahí está su voz gritando con cámara en mano y con la voz ahogada en llanto que ya nació nuestro hijo. Ahí está cambiándole el pañal, sufriendo con los primeros pasos, volviendo a llorar cuando le dijo papá. Lo evoco como ese papá nervioso el primer día de escuela, molestándome porque se comen delante de mí esos kilos de mariscos que no me gustan pero el padre y el hijo devoran. Ahí está ese papá presumiendo los diplomas, orgulloso porque su hijo ya estudia en la universidad y será psicólogo. Y yo amo su sonrisa orgullosa porque formó un buen hijo, tenemos un lindo hijo.
Y ahí están cada uno de ustedes, queridos padres de hoy y de siempre, disfruten ese rol, vivan ese compromiso de manera más cercana, porque la paternidad es una de las tareas que como nunca demuestran ese corazón machín y sensible que late dentro de ustedes. Ay, papacitos...