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La violencia y la generosidad de la poesía
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Mi hija secuestrada, torturada, /Mordida, golpeada, pateada/ Quemada, manos esposadas, violada, estrangulada/ Sin piel/ Sin corazón/ Sin alma/ Por corazón-roca/ Por alma-hueca/ Por mano diabólica/ Mi hija/ Botada, como cosa desechable/ Tratada como desecho/ Mi hija desdeñada/ Difamada, desgraciada, calumniada en su virtud/ Vilmente/ Falsamente/ Cobardemente/ Aquellos en el poder/ Sin corazón/ Sin oídos para oír/ Sin ojos para ver/ Sin alma para buscar justicia. Para mi hija. Eugenia Muñoz , Abril 7 de 2004.
¿Acaso solamente la muerte, la tragedia en su máxima expresión, el gran dolor humano puede sensibilizarnos en torno a la violencia que sufren las mujeres en México, aquí, allá y en todas partes?
¿Cómo lograr que los medios de comunicación dejen de presentar como personajes anónimos, fáciles de olvidar, víctimas sin nombre, torturadas sin alma, estúpidas necias, provocadoras ignorantes a las mujeres que sufren cualquier tipo de violencia en cualquier escenario de la vida cotidiana?
Tal vez cuando descubran que los seres humanos que han sufrido violencia no son cifras, ni la vecina que no conocía, no son los débiles ni los inermes, los objetos, las insignificantes, las indefensas porque sí, son simple y sencillamente personas, seres vivientes, corazones que laten, almas que aman, sueños que no merecen un despertar abrupto.
Un primer paso quizá pueda ser buscar otras expresiones que denuncian con sensibilidad e indignación la violencia hacia las mujeres y difundirlas en nuestros escenarios, en espacios digitales como éste, en nuestros salones de clases, en las charlas de café, en los blog de nuestras amigas... Y si los medios de comunicación privados, soberbios, egoístas, dieran espacio a otro tipo de expresiones para denunciar la violencia contra mujeres, podríamos coincidir con Luisa Ramírez y repetir:
Y siempre pienso en la violencia como un acontecer lejos de casa/ Pero no es así/ No es propia del varón/ O del guerrero/ No del violador/ No del asesino/ O del mendigo/ Tiene los rostros de los habitantes de esta tierra/ Las formas de revolución sangrienta/ De brazos caídos/ De silencios e indiferencia/ No, no es verdad que sea un acontecer lejos de casa/ Es un acontecer en el fluir de la sangre/ Y en el palpitar del corazón/ De cada hombre/ Es ahí donde se encuentra su morada/ ¿Por qué, entonces pienso la violencia como un acontecer lejos de casa?
El dolor, el descontento, la impunidad y el reclamo ante la injusticia ante cualquier hecho de violencia no deben recrear escenarios, debe sensibilizar corazones. Y la poesía puede ser una expresión dignamente humana para denunciar la muerte violenta de una mujer. La poesía que ha cantado al amor y ha descrito las formas provocativas de una mujer enamorada, ha expresado en estos últimos años de una manera próxima, viva, humana y digna el dolor de tantas mujeres que han perdido a sus hijas y hermanas. La poesía ha sido la manera más generosa de mostrar tu dolor y compartirlo con los demás, no para que sientan lástima de ti, sino para conmoverlos con tu dolor y lo compartan, lo sientan, lo vivan y se acerquen a ayudarte.
Soy una madre sin su hija/ Soy una madre despojada de mi hija/ Soy una madre con una hija/ Arrancada del jardín de mi corazón/ Mi hija en florecida primavera/ Colorida, bonita/ Llena de ilusiones-pétalos/ Fragante, suave/ Amorosa, llena de risas/ Gracia y encantos/ Soy una madre llena de tristezas/ Lágrimas y oscuridades/ Sin mi hija/ Mi amiga, mi compañía, mi esperanza/ Mi orgullo, mi luz, mi amor.
Y las voces de otros poetas solidarios, de más poetas sensibles llenaron las páginas de Metapolítica junto con análisis y reportes, junto con fotografías artísticas pero dolorosas, cargadas de denuncia y de compromiso social. Los escenarios de violencia están ahí pero ahora duelen y no son ajenos, los escenarios de violencia no se ocultan pero tampoco se exhiben, los escenarios de violencia cargan el dolor y la indignación con la simple fuerza de las palabras, pero palabras sensibles, solidarias, con tinta dolor, con inspiración llena de sororidad.
Nunca pensé que esto me pasaría/ Que alguien me explique qué hago aquí/ Que alguien me diga qué mal cometí/ ¿Por qué nadie me ayudó cuando grité en aquel lugar?/ ¿Acaso nadie escucha mis gritos?/ ¡Soy una mujer!/ ¡Alguien haga algo!/ Por favor deténganse, estoy viva/ Mamá, perdóname/ Siempre quise ser una buena hija/ Que todos me perdonen si alguna vez les hice daño/ Que el cielo me perdone si me olvidé de mirarlo/ ¡Quiero vivir!/ Y no sé cuál fue mi pecado. (Nakarowari Leal)
Y es así como a través de las palabras de otros, de la sensibilidad de otras quiero persuadirlos de que los escenarios de violencia son reales, pero difundirlos con toda su crudeza no asusta pero nos llena de distancia, de extrañeza, de indiferencia. Los medios de comunicación deben denunciar los casos de violencia contra las mujeres, pero para desaparecerlos por siempre necesitan sensibilizarnos, hacernos sentir el dolor y la indignación, llenarnos de coraje y de dolor. Y que ese cuerpo sin nombre, tuvo una vida. Y que esa cifra puntual representa a un alma soñadora.