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Gladiadora 2012
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Y este 2012 estuvo asilado en especie de Coliseo. Ese lugar tatuado de vida y muerte. Un recinto de valentía provocada y de temores auténticos. Monumento tallado de gritos frenéticos y lamentos eternos. Espacio romano de victorias jubilosas y sacrificios absurdos. Algo parecido a mi vida en este año. Pero yo decidí desdibujar la caprichosa forma de una doncella a punto de desfallecer porque ya no quiero jugar a eso. Yo soy la gladiadora que lucha, ya no quiero ser doncella rescatada.
¿Quién podría ser el público que espía esta lucha? ¿Quiénes aplauden? ¿Quiénes exigen el fin? ¿Quiénes celebran mi triunfo? ¿A quién le fascina el espectáculo donde enfrento, desfallezco y sobrevivo? ¿Quién espera mi derrota? ¿Quién confía en mi fuerza? Y desde mi Coliseo del 2012, vestida de gladiadora saludo a mi público: Quien va a morir les saluda.
En primera fila está mi papá, solidario y cariñoso. Por supuesto, a un lado de él está mi mamá, segura de mis logros, dándose orgullosa el primer crédito. Mi hermano Ernesto bromearía desde su tribuna pero si fuera perdiendo se sobrepondría a su dolor para consolarme y demostrarme que siempre puedo contar con él. Mis hermanas se preocuparían mucho por mí pero confiarían como nadie en mi triunfo aunque ya no me conozcan bien. Mi hijo se aburriría un poco aunque estaría pendiente de mi duelo. Discretamente pero con fervor desearía mi victoria. Ahí estaría también mi esposo por siempre. A veces moverá el pulgar hacia arriba. Otras veces me amenazará con girarlo hacia abajo. Liberándome y condenándome en eterno amor dialéctico.
Seguramente estarán ahí mis amigas con su cariño auténtico. Cada una de ellas señalará la paja que nubla mi vista y dejarán a un lado sus propias vigas. Harán malabarismo con su cariño y su sororidad, para desaparecer ciertas envidias y algo de competencia. Pero son mis amigas y reconocen sin envidia el momento en que me alumbra el reflector. Por supuesto que estarán las villanas. Las imagino con el rostro petrificado porque pese a sus malos deseos saldré triunfante, quizá herida, empolvada, sucia y sudorosa. Pero ante ellas, pese a todo, ganadora.
Tal vez tendría más público masculino porque tengo buenos amigos machines. Los mismos que estarían dispuestos a orientarme y aconsejarme, sin importar si salgo a pelear con minifalda o si mis redes, además de atrapar al contrario, seducen por sus bordados en mis piernas. Son miradas que desaparecen mi miopía de género. Piropos que se convierten en frases de sororidad masculina.
Entonces escucho los gritos de ayer, entre victoriosos y laudatorios. Oigo las voces de hoy, sinceras y festivas. Percibo mi propia voz que cree en mí misma. Descubro que mi verdadera fortaleza está tatuada en mi alma. Palpo la alegría de vivir como si me fuera a morir mañana. Tengo la certeza de que mi gladiadora viste de color morado -tono feminista- y que luce medias bordadas de luna de abril, el mes en que nací. Y salgo triunfante del Coliseo del 2012, porque soy la gladiadora que levanta su propio pulgar para declararse feliz, bienquerida, atrevida, loca, perturbada y agradecida de ser quien es.