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Esta lluvia es la misma
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Por Lucía Rivadeneyra
Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros "Rescoldos", "En cada cicatriz cabe la vida" y "Robo Calificado" fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía "Elías Nandino" (1987), "Enriqueta Ochoa" (1998) y "Efraín Huerta" (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional.
'Ella sabe que no sólo somos agua, sino tierra, polvo y fuego', nos dice la columnista sobre Rosa Gaytán y su reciente libro de poemas.
El poeta Marco Antonio Montes de Oca escribió en "Algo más que la sed":
El noventa por ciento del cuerpo humano
Se compone de agua
Y yo voy a licuarme por completo:
Si estás presente
Se me hace agua la boca
Si estás ausente
Los ojos también se me hacen agua.
Y a mí me pasó lo mismo con los poemas de Rosa Gaytán, en su libro Esta lluvia es la misma , ya que son una especie de "viaje a la semilla". Está tan lejano el tiempo de la infancia, que los ojos se me hicieron agua; sin embargo, gracias a los versos de la autora, está presente la vida y la conciencia del paso del tiempo. A pesar de esta conciencia, mientras haya vida, la boca se puede hacer agua con alguna frecuencia.
Rosa Gaytán (Oaxaca, 1955), vio la luz en Santa María Jalapa del Marqués, pueblo sepultado por el vaso de la Presa presidente Benito Juárez, hoy llamado Jalapa Viejo, que sólo reaparece cuando la aridez llega a un exceso indescriptible. El Istmo de Tehuantepec siempre ha estado presente en la vida de la poeta, quien hizo la primaria en Jalapa Nuevo, la Secundaria en Tehuantepec y la preparatoria en Salina Cruz, para después venir a la Ciudad de México a cursar la licenciatura en Relaciones Internacionales, en la UNAM. Pero ella va y regresa. Siempre está en busca de la semilla.
Hija de dos profesores de grata presencia y memoria en todo el pueblo, Rosa trae la naturaleza en la médula de sus huesos y, constantemente, la deja salir a través de todos sus sentidos. Tiene una conciencia asumida de su género. Sabe que las mujeres mueven buena parte del mundo y que el Istmo es del color de sus ropas.
Ella sabe que no sólo somos agua, sino tierra, polvo y fuego que aparece de repente, en ocasiones incontrolable, a veces hecho tiempo y de pronto hay fuego en la nostalgia del fuego. Y hay en los suspiros, un aire que aviva el fuego. Es justo el aire el que seduce la falda, la enagua, que las mujeres istmeñas lucen con altivez. Todas las que caminan por esta zona del país dejan tierra y aire a su paso, dejan aromas. El viento se encarga de llevarlos y traerlos. De vez en cuando, el viento viaja con agua y quien nace en el agua o cerca de un río sabe que la vida corre y se va. Por eso, Rosa -con el nombre que heredó- va como una flor buscando el sol. Y lo encuentra entre palabras. Así, llena de humedades ofrece sus recuerdos.
Esta lluvia es la misma es un deseo conseguido, logró aprehender el tiempo lejano, que sólo se detiene por momentos en la memoria. Qué seríamos sin la memoria, sólo una broma de mal gusto. Por tanto, esta oaxaqueña agarra sin temor sus recuerdos. Y resucita a una abuela amorosa, rescata el tiempo de las trenzas, del río, de la actual laguna, de los peines de madera, de la piel lastimada por el tiempo, del altar de muertos, de la tumba y el ayer mezclado con el futuro.
"Herencia"
(III)
Abuela, hoy no pondrás una uva sin piel
entre mis labios, no pondrás hoy al sol
mis vestidos ni comeré de tu mano
como en los días en que juntas
caminamos la cantera de nuestra ciudad.
Hoy quiero sentir que tu fuerza es la mía,
que hay otro precio por el beso de un hombre,
algún camino que no duela.
Hoy te llamo,
a que, como en otro día,
me lances una cuerda
para alcanzar la vida.
Gracias a que el tiempo no se detiene, se puede celebrar la aparición de este poemario que seduce y convence. Gaytán supo atar su pertenencia a un terruño y anclar su palabra en la memoria, en el continente de su tiempo. Sus versos están rodeados de agua dulce, y de sal. Las imágenes de las mujeres que aparecen en este trabajo están vistas por los ojos de una niña y florecen en la madurez.
"La acequia"
Frente a tu puerta
corría por la acequia el agua
como tu paso por la casa,
abuela,
ahí donde entibiabas el agua de mi baño
en apasle de barro
bajo el compasivo sol de nuestro valle,
donde el geranio aún se multiplica
en el perfume que te trae a mi lado.
Esa casa que guardaba regalos
para mí en cada visita
y que huele a mezcal, a chocolate
y al matutino peine de madera.
Esta casa donde faltaban los espejos
que yo necesitaba,
porque decidiste que no valía la pena
mirarte más en ellos.
El espejo era una puerta que cerrabas:
a mí me abría el camino
como el agua del apasle o de la acequia.
La poeta va y viene, está en el pasado, en el hoy y en el mañana. Sus ojos abarcan el tiempo. Se detiene en las aves, en el patio, en el altar de muertos, en las sombras, en el mercado, en el agua, en la leña, en la abuela. Y todo es movimiento, cambio, excepto los cubiertos acomodados sobre el terciopelo. Pero si el mundo fuera como el "remanso del estuche de cubiertos / brillantes y pacíficos" no nos conmoverían estos versos.
En el poema "Brazos", la autora reafirma el sentido del tiempo, del ir y venir del asombro:
Miro mi brazo aún firme
y aparece aquel otro
que ceñido en lo alto por la blusa
se levantó un día ante mis ojos.
Desde abajo
miro el brazo moverse
hacia el cabello en trenzas.
Me asombra que tanta carne cuelgue.
En el rostro sonriente
veo la luz de sus ojos
mirando con dulzura mi niñez.
Frente al espejo
el recuerdo anticipa
que algún día mi brazo
ha de asombrar alguna infancia.
En su calidad de internacionalista, Rosa Gaytán presenta sus cartas credenciales con Esta lluvia es la misma . Parece que los astros se alinearon para que este libro suave, aparentemente sencillo, viera la luz con una presentación del poeta Antonio del Toro y llegara a nuestras manos en una edición que se deja acariciar.
Por fortuna, Esta lluvia es la misma , la que cayó hace algunos ayeres y humedeció la tierra nos hace recordar que el agua, por momentos, la traemos adentro de los ojos. Gracias Rosa Gaytán por ofrecernos estas pinceladas de recuerdos tan presentes que, al igual que la lluvia, son los mismos, los tuyos, los nuestros, es decir, la memoria entre el aire, la tierra y el fuego, en el riesgo constante de la lluvia. Gracias por apresar y compartir, en aguas vivas, las palabras .
Gaytán, Rosa. Esta lluvia es la misma . Colección Lumía. Textofilia. México, 2012, 61 pp.