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Otra vez, Marilyn Monroe...
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
La columnista presenta una descripción de la eterna figura de la actriz Marilyn Monroe, cómo era y cómo sigue siendo considerada, pero sobre todo cómo la reconstruye cada quien.
La misma que hasta la fecha seduce, destila sensualidad e ingenuidad, esa voz infantil que cantaba para provocar, la de cuerpo objeto pero alma sensible, inmortalizada en cada película, tentadora en cada fotografía, chamana de la belleza femenina, hechicera de miradas masculinas, inspiración de esencias sensuales, bendecida por la mala suerte, santificada por los infiernos del erotismo.
La misma que siempre es sencillo evocar recostada en terciopelo rojo, mirándote sin mirar, extendida en toda su belleza, recatadamente descubierta, descaradamente pudorosa, provocando la imaginación, enredando sus senos y su nube amorosa en ese rojo apasionado.
La misma que sigue siendo imitada con ese vestido merengue luna eterna y permite que el aire, el viento, los huracanes, los respiraderos y las corrientes bellairosas solidarias delaten la presunción de sus piernas, el encanto de sus tobillos, la gloria de sus muslos, el candor de sus rodillas y la alegría del erotismo que vuela por los aires como su falda.
Esa belleza que no creía en sí misma pero se convencía a la vez de que además de hermosura tenía un buen corazón. Que se enamoraba como todas sin esperanza y por eso dolía más la separación y el desamor demostrado por el otro. Que se miraba al espejo con dudas y complejos, que maquillaba sus lágrimas y pintaba de rojo sus besos eternos. Que con paso firme y tacón seductor arrastraba sus miedos, sus pecados, sus amantes y sus olvidos.
Esa belleza que podía conciliar el sueño si una gota del perfume Chanel número cinco persignaba su alma, la misma que advirtió no valía nada en un mundo de oropel que le ofrecía millones por un beso pero ni un quinto por su esencia. Que presentía esas absurdas rivalidades y traiciones femeninas, por eso creía que los diamantes eran los mejores amigos de las mujeres. Que hacía fiestas para comprobar que estaba sola y por eso le gustaba hacer fiestas.
Marilyn inventada por todos, reconstruida por todas. Real e imaginaria, glamorosa y víctima, sensual y única. Cada quien la ha creado a su manera. Ahí está Truman Capote que escribió una charla divertida con ella y la cerró de la mejor manera que puede describirse a una mujer como ella:
Marilyn: Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era una palurda.
Capote: Por supuesto, pero también les diría...
(Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: "Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?")
Capote: Yo diría...
Marilyn: No te oigo.
Capote: Diría que eres una hermosa niña.