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Omecíhuatl
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
La columnista describe a una mujer desconocida a quien puede admirársele su trayectoria como periodista y valiosa feminista que, a base de esfuerzos y dedicación, logró recibir la medalla Omecíhuatl.
Y una mujer desconocida se atreve a escribir sobre sí misma y hasta abusa de este espacio periodístico para agradecerle a la vida esta buena suerte que la sigue y bendecir a su estrella generosa que la alumbra mejor que cualquier reflector. Una mujer desconocida que está convencida que es posible ser a veces inmensamente feliz.
Y así, todas las mañanas llena de música su cubículo y todos los días escribe por absoluta compulsión, por total pasión, por ganas de delatarse, por inspiración natural, por deconstrucción de género, para que la quieran a quienes ella quiera y para sobrevivir iluminada por la luna, su cómplice más leal.
Colorea sus piernas de verde esperanza y de rojo pudor. Usa medias con gatos sonrientes y rasgaduras solidarias. Se atreve a caminar para dar pasos en azul imprudente y rosa abnegado. Se pone minifaldas para mostrar lo corto de sus desconfianzas y lo efímero de sus temores.
Ella tuvo una infancia llena de sueños posibles, sonrisas a la hora de la comida y bendiciones eternas. Vivió una adolescencia segura de que el periodismo era su oficio de por vida. Y muy jovencita descubrió esa honesta vocación de recuperar memorias femeninas y feministas simplemente para reconciliarse con la vida.
Que todavía ama y es amada. Que tiene amistades leales. Que agradece las miradas masculinas solidarias. Que habla en público para tener la certeza incierta de que todavía sabe que no sabe nada. Que regala besos porque son fáciles de crear y más de compartir. Que escucha admirada a las voces jóvenes deseosas siempre de aprender. Que acaricia su vientre partido porque es la mejor prueba de su maternazgo amoroso.
La que desde hace 25 años escribe de mujeres desconocidas para hacerlas visibles en esta sociedad patriarcal tan insensible todavía a nuestras voces y a nuestros logros.
La que desde hace 25 años da clases por simple gusto de aprender más mientras disfruta esa miradas llenas de vida, de sueños y de frescura.
La que desde hace 25 años escribió su tesis de licenciatura sobre las periodistas del siglo XIX, y en 1992 recuperó el lado periodístico de Rosario Castellanos, y tres años después hizo visibles a las primeras reporteras mexicanas, y que hizo su tesis de doctorado sobre las periodistas de la Revolución Mexicana. La que hace unos años recuperó a mujeres bellas y airosas nacidas en su estado generosamente adoptivo: Hidalgo. La que desde hace varios años tiene esta columna periodística.
Esa mujer recibió en noviembre la medalla OMECIHUATL por su labor a favor de los derechos de las mujeres y la equidad de género. Y mientras regresaba a su lugar, con esa medalla en su corazón, piensa en la suerte de tener junto a ella a tanta gente que la quiere y celebra de cerca y de lejos. Personas que en los pasillos del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades la detenían para abrazarla y felicitarla. La que recibió cientos de felicitaciones en su Face. Que es celebrada por alumnos y alumnas, por sus amigas hermanas y sus hermanas por siempre. Por los hombres que ama y las mujeres que quiere. Y con la medalla en su corazón, esa bellairosa, esa feminista, esa señora de 50 más uno, es inmensamente feliz en ese instante eterno.