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Ser mujer
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Por Elvira Hernández Carballido
Doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación. Profesora investigadora de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, fue jurado en el reciente Premio Nacional de Periodismo.
Mis pies lucen tacones inexplicablemente altos y generosamente bajos, incómodos y seductores con lo que pese a todo doy pasos de nubes, huellas de sol y pisadas de luna.
Mis piernas se envuelven en medias de seda humilde, bordadas de insinuaciones coquetas y tejidas de abnegación sensual, pinto mariposas que me reconcilian con mi feminidad y tatúo frases atrevidas para denunciar mi feminismo natural.
Mi nube de algodón es un perfecto triángulo de deseos cumplidos, de ventanas abiertas que permiten ser alumbradas por tonos claroscuros de luna, zona preferida de relámpagos varoniles que creen en los amorosos instantes de entregas eternas, cielos que te obligan a perderte en infiernos que te hacen musitar rezos gozosamente placenteros.
Mi ombligo deforme delata esta cesárea mal hecha pese a cumplir con mi papel asignado por la sociedad patriarcal, pero este vientre partido también revela el amor más profundo que puedo sentir por alguien que sin conocerlo lo amaba simplemente porque siempre fue muy deseado.
Mi cintura todavía tiene amarrado el nombre de los hombres que amo, que se aferraron a ella cuando me convertí en la amazona de sus pecados, que se subieron a ella para compartir las pasiones más alocadas, que calcularon sus centímetros para no compararme con ningún cuerpo perfecto y me amaron como soy.
Mis manos solamente se sienten vivas cuando brincan por el teclado de una computadora donde delato mis monólogos más descabellados y honestos, en teclas digitales de teléfonos donde te escribo mensajes amorosos que nunca responderás, las mismas que caprichosamente han trazado un destino que no creen el azar y siempre le apuesta a la suerte.
Mis brazos se buscan para reconciliarme siempre con la que soy y para felicitar a la que un día cumplirá sus sueños por purita terquedad, los mismos que dan asilo a la cómplice que al amante bandido, que acurrucan vida y hasta esperan a la muerte, que se llenan de sonidos con pulseras pájaro y relojes tic tac.
Mis pechos medias lunas que conmueven hasta el viento, montañas que embellecen mi paisaje sin importar tamaños ni medidas, fuentes solidarias que pueden saciar tu sed de ímpetu y ofrecerse como los girasoles más alegres en invierno.
Mi corazón desordenado que no jerarquiza cariños ni renta espacios privilegiados, el mismo que late cuando creo más en mí misma pero más cuando escucho la voz amada o recibo la caricia soñada.
Mi cuello que no guarda manzanas de pecado pero sí tentaciones disfrazadas de collares de perla, dijes mágicos y cruces que me salvan de excomuniones machistas. Escenario que te invita a memorizar mi aroma, que guarda dos gotitas de este perfume que ya no olvidas.
Mis orejas que se alían a mi sentido del oído y escuchan tus mentiras pero también tus confesiones, que me permiten distinguir el ritmo de la lluvia serena y la fuerza de tempestades osadas, que me insisten en escucharme para quererme como soy.
Mis ojos que al delatar una extrema miopía se esconden detrás de un anteojos que ya son parte de mi propia sensibilidad para verte mejor, para distinguirte donde sea, para leerme sin objetividad, para espiarme y reconocerme.
Mis cabellos cortos que presumen su feminidad, despeinados para delatar que la vida todavía me inquieta con sus sorpresas, con rayos de luna para jurarte que todavía no alcanzo la madurez de la vida.
Mi cerebro de mujer que me invita a hacer mil cosas a la vez, el mismo día, en el mismo lugar y donde sea, que inventa historias para recuperarnos del silencio, que te reta con su talento, que te rinde ante su creatividad, que hoy lograr aliarse para construir palabras y sumar discursos que te delaten el significado de ser mujer aunque para que me escuches tenga que esperar un 8 de marzo más.