“ENTRE MUJERES INSURGENTES Y REVOLUCIONARIAS”
FACULTAD DE CIENCIAS POLITICAS Y SOCIALES
UNAM
Jueves 29 de abril. Mujeres insurgentes
- Josefina Hernández Téllez. La educación femenina en 1810
- Layla Sánchez Kuri. Presencia femenina en la Independencia.
- Elvira Hernández Carballido. Leona Vicario, la corresponsal de los insurgentes.
- Rosalinda Sandoval Orihuela. Los taconazos de Doña Josefa
Moderador: Vicente Castellanos Cerda
Inaugura: Maestro Arturo Guillemoud Rodríguez Vázquez
Salón 12 Edificio de Posgrado (“F), 18:00 horas, FCPyS
Viernes 30 de abril. Mujeres revolucionarias
- Rosa María Valles Ruiz. Periodista y feminista: Hermila Galindo
- Elsa Lever M. El Universal y las mujeres periodistas
- Gloria Hernández Jiménez. Mujeres, revolución y fotografía
- Francisca Robles. Los corridos y la presencia femenina
Moderadora: Noemí Luna García
Inaugura: Maestro Arturo Guillemoud Rodríguez Vázquez
Sala Lucio Mendieta, Edificio de Posgrado (“F), 18:00 horas, FCPyS
La mujer creadora. Más allá del libertinaje sexual sadiano y la huérfana corporalidad mexicana
Por Josefina Mata Zetina
Filósofa, periodista y cineasta independiente, con estudios de Feminismo por la Universidad Complutense de Madrid.
Me baño, me depilo, me visto, me maquillo. Ritual estético imprescindible para (generalizando) toda mujer mexicana. Somos bellas, sin duda. Y si hay duda, o no se acepta que lo somos, nuestra voluntad nos arrastra a serlo. Sea como sea, casi todas nos convertimos en seres humanos “elaborados”, frente a esos “casi todos” que llevan el estandarte de sencillez y simplicidad masculinas todos los días de la cotidianeidad nacional.
Somos bellas, repito verbalmente, pero al repetirlo reflexivamente no puedo escapar de la inmediata reacción de inaceptación que retumba en mi mente: pero, ¿somos libres? Volteo a mi alrededor, busco en mis adentros, viajo a otros continentes, cuestiono a mi madre, a mis hermanas, a mi prima, a mis amigas… No, no parece que lo seamos. Algunas somos libertinas, otras putas, unas más mojigatas; las hay decentes, también lesbianas, y las que quedan son “normalitas”. Pero no he tenido el gusto de toparme con una mujer libre.
De casos en casos, parezco Aristóteles intentando reunir suficientes particularidades que me trasporten a una especie de verdad general, algo así como una afirmación irrefutable acerca de la libertad femenina. Si llegase a este destino, podría regocijarme y sentir, gracias al lujo de lo que suele llamarse “suerte”, mi esencia más próxima: ser mujer. Lamentablemente, mi recorrido falla una y otra vez, y caigo como bebé aprendiendo a caminar. No soy libre; ellas tampoco lo son. Pero somos bellas: las mexicanas siempre pretenderemos serlo.
El determinante papel del cuerpo femenino, sin embargo, se mostró evidente a lo largo de mi búsqueda. Anoréxica de antaño, no pude más que sentirme indirectamente aludida mientras descalificaba la esclavitud corporal de la prostituta. Mexicana de educación conservadora, no dejé de identificarme con las mojigatas que criticaba a propósito de su miedo a perder la virginidad antes del matrimonio. Lidié con el despertar de la sexualidad femenina, la orientación de la misma, la feminidad mexicana desgarrada dentro de un ambiente europeo, el desamor. Crisis, caos, depresión. Y, después, el comienzo de un despertar: una “probadita” de libertad.
Libertinaje sadiano: una farsa de la sexualidad femenina
“… Querida niña, tenéis a mis ojos el gran pecado de ser mujer…”[1]
La libertad y el libertinaje apenas podrían ser considerados parientes. Lamentablemente, las mujeres nos hallamos tan lejos de por lo menos rozar la primera, que el segundo se disfraza de ella y nos engaña. No es libre la mujer libertina, a no ser que todas sus convicciones coincidan con sus prácticas. ¿Será posible tal coincidencia? Es evidente que la respuesta sólo puede darse una vez definido el libertinaje femenino. La opus sadicum por excelencia, La filosofía en el tocador, podría ser un acertado manual sobre las aportaciones que la inmoralidad exagerada otorga a la mujer. En esta obra encontramos el primero de los extremos farsantes con que la feminidad se proclama libre: el “putanismo”.
“EUGENIA: (…) ¿Qué entiendes tú por esa expresión de puta? Perdón, ya sabes que estoy aquí para instruirme.
SRA. DE SAINT-ANGE: Se denomina así, bella mía, a esas víctimas públicas de la depravación de los hombres, siempre dispuestos a entregarse a su temperamento o a su interés; felices y respetables criaturas que la opinión mancilla, pero que la voluptuosidad corona, y que, más necesarias a la sociedad que las mojigatas, tienen el coraje de sacrificar, para servirla, la consideración que esa sociedad osa quitarles injustamente. ¡Vivan aquellas a las que este título honra a sus ojos! Ésas son las mujeres realmente amables, las únicas verdaderamente filósofas…”[2]
Sade no dudaba acerca de la utilidad que las putas aportan al ámbito social. Las aprecia tanto, que llegamos a encontrar en algunas de sus líneas una sorprendente expresión reduccionista sobre la naturaleza femenina: todas las mujeres nacimos para ser putas. “Vamos, Eugenia, haced acto de putanismo con este joven; pensar que toda provocación de una muchacha a un muchacho es una ofrenda a la naturaleza, y que vuestro sexo nunca la sirve mejor que cuando se prostituye al nuestro: en una palabra, que habéis nacido para ser jodida, y que la mujer que se niega a esta intención de la naturaleza no merece ver la luz…” [3]Más allá de una inocente filosofía naturalista, Sade deja bien sentadas las bases para una teleología de la corporalidad de la mujer. Tenemos determinadas características corporales que, de acuerdo con las intuiciones sadianas, concuerdan con las demandas del deseo masculino. Nuestro sexo debe someterse a las peticiones naturales del cuerpo del varón. No podemos negarnos; ¡la naturaleza nos lo exige! Y si nos rebelamos en contra de ella, lo único que podríamos merecer es desprecio. Queda, de acuerdo a esto, bien clarificada nuestra función dentro del orden natural.
Transportando la discusión del ámbito teleológico al terreno axiológico, nos topamos con la relación entre tal funcionalidad de nuestro cuerpo y el valor de libertad que con ella dicha corporalidad pueda tener. De acuerdo con una posible lectura que me atrevo a hacer de la ideología sadiana, la mujer podría hallar su libertad en la práctica del libertinaje sexual. Esto es, la realización de la libertad femenina podría vislumbrarse, indudablemente, en las putas.
Como ya al principio de este apartado indiqué, el libertinaje femenino poco o nada se acerca a nuestra libertad. La mujer libertina no equivale a la mujer libre, en primer lugar, porque incluye la primaria satisfacción del varón. Tal primacía es la conclusión resultante de la consecución de la línea argumentativa sadiana, cuyos tintes, cabe mencionar, se asemejan a la concepción de feminidad que Freud maneja en sus Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis.[4] De acuerdo con ambos pensadores, la práctica sexual femenina está relaciona con el placer varonil. Si la mujer tiene una tarea primera al llegar a este mundo, no puede ser otra que satisfacer la sexualidad masculina. Aunque Sade no deja de lado el placer femenino, prioriza el goce del otro sexo. En contra de esto, el simple hecho de observar una diferencia anatómica bien marcada entre varones y mujeres, me conduce a la inevitable intuición de que “gozar como los hombres” no es, de ninguna manera, un goce real para la mujer.
“…. No hay nada tan bárbaro ni tan ridículo como haber unido el honor y la virtud de las mujeres a la resistencia que ponen a los deseos que han recibido de la naturaleza y que enardecen sin cesar a quienes cometen la barbarie de censurarlas (…) Sexo encantador, serás libre; gozarás como los hombres de todos los placeres que la naturaleza te impone como un deber; no reprimirás ninguno. La parte más divina de la humanidad, ¿debe acaso recibir cadenas de la otra? ¡Ah, rompedlas, la naturaleza lo exige!; no tengáis más freno que vuestras inclinaciones, más leyes que vuestros deseos, más moral que la de la naturaleza; no languidezcáis más tiempo en esos prejuicios bárbaros que marchitan vuestros encantos y cautivan los divinos impulsos de vuestros corazones; sois libres como nosotros…”[5]
En segundo lugar, la libertina no es libre si busca construir su libertad atendiendo a la imagen masculina. Sade habla al supuesto “sexo encantador” definiendo su correspondiente práctica libre como el equivalente femenino del goce del hombre: “serás libre”, esto es, “gozarás como los hombres”. Y, al considerar el goce un principio de libertad, de la equivalencia señalada resulta un paralelismo entre la libertad del varón y la libertad de la mujer. No obstante, éste parece ser el error principal de quienes defienden una falsa igualdad (imposible de por sí) entre ambos sexos; frente a ellos, la reivindicación de nuestras diferencias es, desde mis más profundas convicciones, el mejor de los caminos hacia la libertad femenina. La mujer sentirá un placer sexual real que contribuya a convertirla en un humano libre, no al seguir la sentencia sadiana “sois libres como nosotros” (los varones), sino al indagar con la razón y la experiencia, fuera de toda valoración predeterminada, su potencial sexual.
¿Es posible, entonces, la coincidencia entre el libertinaje y la libertad? La libertina podría tratarse de una mujer libre en la medida en que sus principios libertinos sean verdaderamente consecuencia de lo que Bergson llamaría “actos libres”, “hijos de uno mismo” (en este caso, “hijos de la mujer misma”). Ahora, tales nacimientos se producirán únicamente en función de una desvalorización del tradicionalismo, cuya consecuencia sea algo parecido a la idea nietzscheana de creación de nuevos valores. Sin embargo, en este proceso, el elemento más variable es el libertinaje: la mujer no necesita ser libertina para ser autora de sus actos.
Mientras no se dé una definición propiamente femenina, proveniente de la mente no educada ni prejuiciosa de la mujer, no será posible la creación de convicciones puramente femeninas. Pero, para ello, es necesario pensar, pensar mucho. Y, sólo en base a o en función de ello, experimentar. Los deseos, se definan como se definan (ya sea como complemento de la razón o fallo de la misma), jamás podrían ser constructores de convicciones. Ahora, del hecho de que la libertad femenina únicamente puede ser dictada por creencias individuales (de cada mujer), puestas fuera de todo límite (ideológico, moral, académico, social), se deriva que la mujer guiada por sus deseos, la libertina, no es libre.
Corporalidad sin dueña: la mojigata, modelo de la mujer mexicana
“… Tienes que darte tu lugar…”[6]
Confieso ser una mojigata de tradición. Mi madre me enseñó que las mujeres tenemos un “lugar”, y que una de las tareas más importantes en nuestra trayectoria vital es conservarlo. También me dejó claro cuán determinante es la virginidad femenina: los hombres no quieren mujeres “usadas” para casarse. Me heredó la manía de buscar un hombre que cuidara de mí en todo momento: “Tú no naciste para manejar. Tú naciste para que te lleven…” Y así crecí. Todo me lo creí.
Lo que nunca me explicó mi madre es cuál es ese pretendido “lugar” que debo darme, ni porqué tengo la necesidad de luchar por su conservación. Tampoco me aclaró la razón por la cual los hombres merecen (y hasta exigen) una mujer “nueva”, mientras nosotras nos conformamos con aquél que haga todo lo que podemos hacer sin él. Crecí un poco más. Ya no me lo creí.
¿Cuál es, pues, mi lugar? ¿Verdaderamente tengo que conservarlo? ¿No tendrían que ser también ellos vírgenes? ¿Por qué necesito de alguien si puedo hacer todo yo misma? Asaltada por estas cuestiones, ya no continúo con la línea tradicionalista de la mujer mexicana promedio. Ya es hora de ir más allá de toda esa mitología que poco campo empírico me permite.
Desde la perspectiva del mexicano, el cuerpo de la mujer aparece como un tesoro en peligro. Si el cofre que lo contiene llega a ser abierto, ni una sola de las monedas conserva ya el valor inicial. Quien se atreva a experimentar el placer sexual con más de un hombre, es puta. Quien no sea virgen frente al altar, es puta. Quien sea convencida fácilmente, es puta. En México, todas somos potencialmente unas putas.
La definición de la mujer mexicana queda fuera de todo control proveniente de sí misma. Más allá de lo ridículo que parece el extremismo nominal, lo más preocupante es la fuente del mismo. En efecto, la mexicana o es mojigata o es puta; no hay nombres intermedios. Pero nunca será ella quien así se califique, sino que su cuerpo será etiquetado por su medio externo de una forma u otra en función, principalmente, de su vestimenta y sus acciones. Sólo en la medida en que las mujeres reconocen la etiqueta asignada, son capaces de definirse dentro de la sociedad mexicana.
El pudor de la mexicana es un buen ejemplo de este fenómeno de incapacidad de autodefinición femenina. ¿Por qué me siento avergonzada de mi cuerpo cuando lo muestro “más de lo debido”? ¿De dónde proviene ese tal “debido” que tanto respeto? Los límites son claros aunque no sea capaz de identificar el origen de los mismos: la falda corta y los escotes pronunciados me hacen sentir incómoda. Sin duda, es la mirada de los hombres la que siento que me pesa. Me miran, con deseo, pero jamás son ellos los culpables, sino yo por no limitarme a “lo debido”. Yo tengo la obligación de evitar su atención. Yo. Ellos no tienen porqué respetar visualmente mi espacio corporal; muchos incluso llegan a olvidar el respeto táctil que le deben a mi corporalidad. Los famosos piropos mexicanos y el metro de la ciudad de México son una viva muestra de la poca o nula autoridad que tiene la mexicana sobre su cuerpo. La corporalidad femenina de México es una huérfana: si acaso con dueño, mas nunca con dueña.
Que el control de los varones mexicanos sobre el cuerpo de las mexicanas se manifieste desde el momento mismo en que aquéllos las miran, muestra el determinante poder ejercido por ellos en el proceso definitorio de ellas. Si él me ve con lujuria o me grita algún piropo vulgar, es porque estoy vestida provocativamente. En tal caso, soy una puta, por no ser una mojigata. Mi cuerpo está siendo manejado por su juicio, para el cual no hay términos medios. Sin embargo, al no contar con una autodefinición independiente de antemano, cualquier forma aclaratoria que cubra tal carencia semántica será adoptada inmediatamente. No sé qué soy, pero sé que siento vergüenza ante su mirada lujuriosa; por lo tanto, soy puta.
Quizá el “lugar” aquél del que tanto me habla mi madre es el de la mojigata. Éste es, en efecto, el extremo correcto hacia el cual el comportamiento de la mujer mexicana debe tender. En caso contrario, no se trata de una mujer ni liberada, ni libre, ni valiente, ni auténtica, ni original, ni siquiera de una simple pretenciosa: será, sin duda, una puta. Así, “darte tu lugar” parece equivaler a “darte el lugar que los hombres te asignan”, algo así como el lugar de la mojigata que ellos quieren llevar a su lado.
Si la mujer no se da su lugar, es una “cualquiera” (término equivalente al de puta). ¿Una cualquiera para quién? No hay respuesta ambigua: una “cualquiera” para los hombres, una más de las tantas putas en potencia, una más que no pudo esquivar los muchos obstáculos que la heroína mojigata sabe sortear. Vayamos, mujeres, a la realidad: estamos siendo, en el fondo y primariamente, unas “cualquieras” para nosotras mismas, pues no nos hemos tomado la molestia de establecernos como seres teórica y prácticamente autónomos en el mundo. Hagámoslo ya, aunque sea sólo para tener un arma defensiva ante los frecuentes ataques verbales y corporales masculinos.
La mujer creadora: una conclusión fraternalmente nietzscheana
“Que no te den la razón los espejos….”[7] , dice una canción de Sabina. Al menos que los espejos hayan sido construidos por mujeres libres, agrego yo. La realidad es que todos esos espejos a partir de los cuales las mujeres nos calificamos provienen de la fábrica patriarcal predominante aún en nuestros tiempos. La anoréxica esquelética siempre se verá gorda en ellos. La libertina nunca dejará de ser una puta en el reflejo. La mojigata se hallará inmediatamente trasformada en la virgen heroica que todo hombre merece. La madre se mostrará con facetas cambiantes: desde la estúpida abandonada hasta la intocable “madre de mis hijos”. La lesbiana aparecerá como “la machorra” peligrosa e incluso despreciable… Lamentablemente, esta variedad femenina catalogada desde los ojos externos es adoptada por la perspectiva interna del conjunto humano denominado “mujeres”.
Ni la libertina ni la mojigata, sólo la mujer libre será capaz de derribar esos espejos empañados y rotos, demasiado viejos para seguir utilizándolos. Únicamente esa mujer que goza de libertad podrá reconstruir unos espejos nuevos: limpios, brillantes, extensos. Unos espejos con dimensiones superiores nos permitirán actuar con naturalidad ante cualquier comportamiento filtrado en nuestro intelecto. “Ni putas, ni sumisas, sencillamente mujeres que quieren vivir su libertad para poder aportar su deseo de justicia…” [8] Más allá del manifiesto de Fadela Amara, propongo simplemente vivir la libertad, a partir de la cual, estoy segura, todos nuestros deseos (no sólo el de justicia) emanarán de una corporalidad intelectual y empíricamente purificada, renovada, poderosa y revalorada. Tales deseos serán auténticos, puros, sin manchas patriarcales: el material adecuado para una axiología propia.
La mujer libre es la mujer creadora. “¡Ved los creyentes de todas las creencias! ¿A quién es al que más odian? Al que rompe sus tablas de valores, al quebrantador, al infractor: - pero ése es el creador (…) Compañeros en la creación busca el creador, que escriban nuevos valores en tablas nuevas…” [9]Las palabras de Zaratustra bien podrían utilizarse en la descripción de la labor de la mujer libre: crear tanto valores nuevos como tablas nuevas donde plasmarlos.[10] Para ello, tal vez sea necesario convertirnos en quebrantadoras, infractoras, en seres poco apreciados o hasta odiados por la sociedad. No importa, pues solamente será pensando y actuando fuera de los límites establecidos como podremos vislumbrar nuestros verdaderos deseos. Será sin prejuicios y lejos de miedos que sabremos qué deseos nos corresponden en verdad. Al parecer, tendremos que enlodarnos en los charcos de la esclavitud para lavarnos en las aguas de la libertad. Tendremos que ser mojigatas, madres, hijas, hermanas, casadas, solteras, putas, libertinas, lesbianas, amantes, amadas, esposas, viudas, niñas, pecadoras, santas, cabronas, divorciadas, vírgenes, puritanas, trabajadoras, jefas, escritoras, esclavas, reinas, víctimas, verdugos, jueces, acusadas, liberales, conservadoras, monjas, brujas, religiosas, negras, blancas, mestizas, filósofas, luchadoras, feministas, viajeras, “fáciles”, heroínas… Pensaremos y experimentaremos. Pero, ante todo, seremos mujeres. Y cuando el pensamiento y la experiencia nos hayan llenado, y estemos a punto de explotar, sabremos cuáles son nuestros deseos, seremos capaces de establecer nuestras creencias y lograremos, al fin, crear tablas propias, donde escribiremos todos los valores que habremos creado, sin clasificaciones ni jerarquías inútiles. Entonces, seremos libres porque seremos creadoras.
(…)
¿Qué es pesado?, así pregunta el espíritu de carga, y se arrodilla, igual que el camello, y quiere que lo carguen bien.
(…)
Con todas estas cosas, las más pesadas de todas, carga el espíritu de carga: semejante al camello que corre al desierto con su carga, así corre él a su desierto…”[11]
Mujer camello, mujer de espíritu cargado, éste es el primero de los estadios de nuestro desarrollo. Seamos esas débiles, ignorantes y maltratadas mujeres. Pero sintámoslo. Con ello, experimentaremos también la necesidad de trascender esta etapa, así como la urgencia de transformación. Entonces, dejaremos a un lado las culpas, la debilidad y la vergüenza. Pensaremos: aún no hemos llegado al final.
Aquí busca a su último señor: quiere convertirse en enemigo de él y de su último dios, con el gran dragón quiere pelear para conseguir la victoria.
¿Quién es el gran dragón, al que el espíritu no quiere seguir llamando señor ni dios? <
(…)
<
(…)
Crear valores nuevos –tampoco el león es aún capaz de hacerlo: mas crearse libertad para un nuevo crear –eso sí es capaz de hacerlo el poder del león.
Crearse libertad y un no santo frente al deber: para ello, hermanos míos, es preciso el león…”[12]
Mujer león, mujer experimentadora y luchadora, es ella la protagonista de la batalla contra los valores que obstaculizan la plena realización de la mujer en el mundo. Se trata del segundo de los estadios, la etapa de la creación de libertad, mediante la cual la mujer se planta frente al deber y dice “no”. Es el momento en que los viejos espejos caen en pedacitos, y ella, con una sonrisa en la boca, ve sus manos ensangrentadas pero fuertes, pues han roto el reflejo del pasado. ¡Yo quiero!, grita. Y eso que quiero es lo que voy a hacer: la mujer ya es libre para crear y crearse.
Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí.
Sí, hermanos míos, para el juego del crear se precisa un santo decir sí: el espíritu quiere ahora su voluntad, el retirado del mundo conquista ahora su mundo…”[13]
Mujer creadora, mujer libre, niña. Es el tiempo de la realización de la mujer. Se presenta, finalmente, el estadio en que el deber ya no recibe un “no” por respuesta, sino un verdadero “si”. Sin embargo, este deber ya no es un dragón ni una voluntad ajena; la mujer ha creado su propio mundo, donde sólo existen su voluntad y su deber propios. Se ha olvidado del dragón y ha dejado atrás el reflejo destruido; sus manos han cicatrizado. La mujer libre para crear, ahora, es plenamente libre. Piensa libremente, cree libremente, valora libremente y, por supuesto, actúa libremente.
De camello a niña, no dejo de perseguir la libertad. Escribo y, de tal forma, pretendo crearme libertad para crear. Pienso y experimento: he llevado encima muchas de las etiquetas de la larga lista incluida en esta conclusión. Ya no pienso solamente; actúo, pienso y actúo. ¿Será este proceso aún libertad para crear o ya libertad-creación? Lo sea o no, en el actuar-pensar-actuar-escribir-actuar, ahí está mi “probadita” de libertad.
Notas
[1] MARQUÉS DE SADE, La filosofía en el tocador, España, Valdemar / Planeta maldito, 2004. P. 140.
[2] Ibid, p. 50
[3] Ibid, pp.125-126.
[4] Freud construye un discurso falocéntrico sobre la noción de “feminidad”, sin salir nunca de una visión absolutamente masculina, cuyo pilar es el modelo patriarcal reproductivo. El pene es el elemento básico en este simbólico. Más aún, tal órgano representa el símbolo de supremacía, siendo, por tanto, de determinante importancia el tenerlo o no. Sólo a partir de él se posibilita el placer.
[5] MARQUÉS DE SADE, Op. Cit., p. 195.
[6] Mi madre. De la tradición mexicana.
[7] “Noches de boda”, de Joaquín Sabina.
[8] AMARA, F., Ni putas Ni sumisas, “Apéndice 3. El manifiesto de las mujeres de los barrios. ¡Ni putas Ni sumisas, es ahora y de esta manera!”, Madrid, Cátedra, 2004. P. 152.
[9] NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza Editorial, 2005. P. 47.
[10] Quiero aclarar que no he tomado la filosofía de Nietszche como modelo ideológico. La idea de la mujer creadora surgió enteramente de mis reflexiones, quizá ya influenciadas por dicha filosofía pero nunca producto de la misma. Cualquier filosofía concebible a partir de la idea de la mujer creadora será más auténtica en la medida en que surja de los pensamientos y las experiencias de una mujer. Citar a Nietzsche no es más que una técnica literaria de gran efectividad descriptiva: algunas líneas de Así habló Zaratustra son tan explicativas para la temática de la libertad femenina, que la filosofía de este pensador llega a emparentarse con ella. De ahí que mi conclusión no sea nietzschena, sino, lo que yo llamo, hermana de la filosofía de Nietzsche.
[11] NIETZSCHE, F., Op. Cit., “De las tres transformaciones”, p. 53-55
[12] Loc. Cit.
[13] Loc. Cit.
Bibliografía
MARQUÉS DE SADE, La filosofía en el tocador, España, Valdemar/Planeta maldito, 2004.
AMARA, F., Ni putas Ni sumisas, “Apéndice 3. El manifiesto de las mujeres de los barrios. ¡Ni putas Ni sumisas, es ahora y de esta manera!”, Madrid, Cátedra, 2004.
NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, Madrid, Alianza Editorial, 2005.
4 Comentarios:
- At 25/10/08, Soñadora nos comenta que...
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No nacimos para ser putas. ¿A qué llamas ser putas? ¿A ejercer libremente nuestra sexualidad? ¿O a estar sometidas al varón? Porque a mí me gustaría ejercer libremente mi sexualidad, poder hacer lo que me apetezca con quien me apetezca sin que por ello me llamen puta. Quizá no sean libres porque las tachan de putas, ¿no creees? ¿Tú las tachas de putas? Me gusta el artículo, en todo caso, y está muy claro que el maquillaje y la depilación no son sino elementos que nos hacen esclavas.
En realidad, nadie es libre, ninguna persona. Pero deberíamos tener el mismo derecho todos para intentar serlo.
Me gustaría que te pasaras por mi blog, porque trato también este tipo de temas.
Un saludo y enhorabuena :) - At 17/3/09, nos comenta que...
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Mientras nuestra cabeza se calienta en pensar si es bueno o no ser puta o mojigata, la verdad de todas las cosas está en que el meoyo del asunto no está ahí, sino en el poder que los hombres se adjudicaron para evaluar y desechar a las mujeres, para que automáticamente sus esfuezos sean neutralizados y desacreditados, como? através de cuerpo, adjudicandole a las mujeres el disque poder de la belleza, solo a las mujeres, monopolizada por las mujeres, ese poder es muy bien utilizado por los hombres para poder comparar y desechar a la que es fea, porque ser mujer y ser fea es un pecado mortal, mucho mas que ser puta, eso lo puedo apostar, a las feas les queda ser buenas y sumisas pa que un hombre y las mujeres las respeten, tiene que ser eternamente joven, y si ya no es tan joven, entonces le queda ser madre paque siga teniendo valor, entonces cuando una mujer es libertina o es domina, no es libre porque antes que tener placer, primero tiene que dar placer a través de su belleza natural asignada por la sociedad, las mujeres no tienen derecho a ser viejas y feas para poder disfrutar de un hombre, yo soy una persona muy atractiva y mucha gente me dice que he tenidp suerte en la vida, pero a nadie le interesa quien soy realmente, ni siquiera me respetan por ser inteligente y creativa, sino por ser bella, eso me abre las puertas en muchos lados, hasta con las mujerres, las mismas mujeres te admiran y te respetan si eres bella, las desventaja es que muchas mas te atacarán sin siquiera conocerte, un merito que me ha dado la naturaleza y que me lo quitará, el otro lo podré seguir construyendo con mi voluntad y mi pensamiento, y mis acciones, mientras las mujeres sigamos dando culto al poder engañoso y subordinado de la belleza idolatrada, deseada, exaltada y dada por los hombres, y también por las mujeres, eso nos seguira poniendo en desventaja en todos lados, de hecho nosotras antes que mirar a un hombre ellos nos deben mirar primero, la fea que no es mirada, debe dar sus dotes de servilismo, tenemos qe empezar a aser autónomas, no apostar todo a nuestro cuerpo, pero si cuidarlo, que conserve la salud, la sociedad no sabe cuanto daño me hace dándome meritos efimeros, entre ella mi mamá, las mujeres son las primeras que condenamos a las mujeres, por eso yo quiero tener el derecho a desear primero, antes de ser deseada, el derecho a no ser bella y aun así tener el sex apple, como lo tiene los hombres, una cosa es ser bello y otra es esa personalidad que te hace deseable, pero hay que empezar a contruir nuevas personalidades, es dificil, pero por eso existe la imaginación.
- At 27/5/09, nos comenta que...
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Tal vez "tu lugar" al que se refería tu madre era el de ser el ser mas divino sobre la tierra, capaz de dar vida y de apaciguar demonios, y dentro de todo esto, donde entra la felicidad? donde entra el amor? donde entra la familia? donde entra el bien y el mal?
Los hombres tampoco somos libres, nadie nunca es libre, lo que nos queda no es tratar de ser libres, sino tratar de ser felices.
Tal vez tu búsqueda la deberías empezar por llegar al fondo de cual es "tu lugar".
Y para "Soñadora": Tu en mi libro, eres una puta :)
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