“ENTRE MUJERES INSURGENTES Y REVOLUCIONARIAS”
FACULTAD DE CIENCIAS POLITICAS Y SOCIALES
UNAM
Jueves 29 de abril. Mujeres insurgentes
- Josefina Hernández Téllez. La educación femenina en 1810
- Layla Sánchez Kuri. Presencia femenina en la Independencia.
- Elvira Hernández Carballido. Leona Vicario, la corresponsal de los insurgentes.
- Rosalinda Sandoval Orihuela. Los taconazos de Doña Josefa
Moderador: Vicente Castellanos Cerda
Inaugura: Maestro Arturo Guillemoud Rodríguez Vázquez
Salón 12 Edificio de Posgrado (“F), 18:00 horas, FCPyS
Viernes 30 de abril. Mujeres revolucionarias
- Rosa María Valles Ruiz. Periodista y feminista: Hermila Galindo
- Elsa Lever M. El Universal y las mujeres periodistas
- Gloria Hernández Jiménez. Mujeres, revolución y fotografía
- Francisca Robles. Los corridos y la presencia femenina
Moderadora: Noemí Luna García
Inaugura: Maestro Arturo Guillemoud Rodríguez Vázquez
Sala Lucio Mendieta, Edificio de Posgrado (“F), 18:00 horas, FCPyS
De los peligros del amor romántico y las políticas de género
Profesor, con interés en el estudio de la evolución de las identidades masculina. Barcelona, España.
En un reciente artículo de Marta Selva, presidenta de l'Institut Català de les Dones, titulado Desaprender la violencia[1], la autora daba cuenta del esfuerzo institucional que se está realizando por “desarticular los mecanismos implicados en el concepto del amor romántico”, al parecer una creación cultural extraordinariamente peligrosa, porque favorece las relaciones abusivas y la violencia de los hombres sobre las mujeres con sus mensajes de entrega total por un lado (la mujer) y de dominio por el otro (el hombre).
Hace ya tiempo que el feminismo señaló al amor romántico como una de las herencias culturales más tóxicas y que más urgía combatir. Una de las primeras fue Margaret Mead, quien en Adolescencia, sexo y cultura en Samoa (1928) denunció el amor romántico y “su unión inextricable de monogamia, exclusividad, celos y fidelidad” como un modelo irrealizable, inventado en Occidente y sin equivalente en Samoa, cuya práctica del "amor libre” podía proporcionarnos pautas de conducta más plausibles. Y no olvidemos que también las obras de antropólogos tan relevantes como Bronislaw Malinowsky habían apuntalado la tesis de que las relaciones afectivas y sexuales dependían de cada contexto cultural.
En la estela de estos planteamientos, la crítica feminista no tardó en descubrir en el amor romántico una de las estratagemas más sibilinas y eficaces de la cultura patriarcal para doblegar a las mujeres y consolidar relaciones asimétricas. Alimentar ese ensueño distorsionador sirve para que la mujeres asuman como un destino deseable la renuncia personal, la entrega total y apasionada, la sumisión absoluta a su príncipe idealizado. Aunque pudiera pensarse que con sus fogosidades y arrebatos el amor romántico implica y complica por igual a hombres y mujeres, la critica feminista denuncia que más allá de las retóricas dolientes masculinas lo que en realidad se exalta es la propiedad y dominio del varón sobre la mujer, representada insistentemente como un ser incompleto, frágil y necesitado de protección. Basta con realizar una rápida revisión de los contenidos románticos de los cuentos infantiles, las canciones, las revistas, las películas o las series de televisión para constatar cómo vinculan la plenitud de la mujer al anhelo de entrega y sometimiento al amado, al deseo de resultarle siempre atractiva, a la disposición permanente a satisfacer sus deseos. El ideal romántico, además, hace depender el éxito de la relación de que la mujer abrace decididamente este esquema escandalosamente asimétrico, asumiendo los sacrificios y renuncias que hagan falta. El cuidado de la relación aparece así como un deber de las mujeres y la responsabilidad del posible fracaso de la relación siempre es de ellas.
Kate Millet, la feminista que en los setenta acuñó el lema “lo personal es político”, lo explicó de forma muy explícita: “El amor ha sido el opio de las mujeres, como la religión el de las masas".[2] Para Ana Jonasdottir[3], feminista materialista sueca, el amor con su extraordinario poder de manipulación se ha convertido en la más eficaz herramienta de subyugación de las mujeres, una vez abandonadas las anteriores coerciones materiales. Ya en su momento Millet había señalado que el amor romántico -sublimación de la pasión erótica- tenía un alto poder de manipulación emocional porque era la “única circunstancia en que se disculpa (ideológicamente) la actividad sexual de la mujer”[4]. Pero, ahora, en la época del capitalismo tardío –como explica Alicia Puleo- el mito del amor se ha readaptado desublimándose y convirtiendo la práctica sexual que antes era cínicamente “disculpada” en una nueva exigencia. Del “Patriarcado de Coerción” que prohibía las prácticas sexuales se ha pasado al “Patriarcado de Consentimiento”, que impregnado de la ideología del amor prescribe la práctica de la sexualidad como una nueva obligación. Según este nuevo precepto amoroso, las mujeres de verdad para ser completas han de ser deseables y satisfactorias sexualmente. Si a esa exigencia sumamos la responsabilidad de la salud emocional de la pareja, la presión que el mito del amor carga sobre las mujeres es extraordinaria.
Este análisis que parece destilar una seductora lucidez parte sin embargo de una premisa muy discutible: el amor romántico no tiene explicación biológica alguna ni es un fenómeno universal, sino una construcción cultural nacida en Occidente cuyo origen podemos precisar tanto en el tiempo como en el espacio. Era previsible, porque Millet - la feminista radical que hemos dicho con más empeño presentó el amor como una creación androcéntrica- era la misma que había afirmado que "en el nacimiento no hay ninguna diferencia entre los sexos” y que “la personalidad psicosexual se forma en fase postnatal”, como fruto de un aprendizaje cultural destinado a perpetuar la hegemonía de los hombres sobre las mujeres.
El término que tanto Millet (en Política sexual, 1969) como su correligionaria Shulamith Firestone (La dialéctica de la sexualidad) y otras feministas radicales empiezan a utilizar para englobar el conjunto de prácticas que permiten el dominio masculino sobre las mujeres es el de "patriarcado", un sistema de opresión que inspiró otras formas de dominio como la raza y la clase. El dispositivo patriarcal establece el dominio del macho sobre la hembra y -según Firestone- para justificarlo recurre a la exacerbación de la importancia de las diferencias genitales y de las constricciones que la reproducción impone a las mujeres. Según Millet el patriarcado era una estructura de poder arcaica y universal, planteamiento que suscitó críticas en el movimiento feministas porque equivalía a naturalizarlo y convertirlo en inevitable. Por eso, poco a poco, la noción de patriarcado empezó a ser relegada y se prefirió recurrir al «sistema de sexo-género»[5], entendido como el conjunto de arreglos por los que una sociedad asume como realidades biológicas lo que no son más que productos de la actividad humana, como estableció la antropóloga Gayle Rubin en The Traffic in Women (1975)[6],y por tanto la opresión no es inevitable, es el producto de las relaciones sociales específicas que la organizan. Germaine Greer con La mujer eunuco (1970) deja claro que los roles sexuales no dependen de diferencias biológicas, sino que son constructos sociales sobre los que se basa el patriarcado. Por eso critica el eterno femenino simbolizado por la mujer eunuco, un ser producto de la cultura patriarcal condicionada desde la cuna a la represión de su sexualidad e independencia. Rechaza el matrimonio y propone la promiscuidad como forma de afianzamiento de la independencia femenina.[7]
De todos modos, el término patriarcado quedó ya incorporado definitivamente al vademécum feminista y en 1986, la historiadora Gerda Lerner no tuvo reparo en relegitimarlo definiéndolo como “la manifestación e institucionalización del dominio masculino sobre las mujeres y niños/as de la familia y la ampliación de ese dominio sobre las mujeres en la sociedad en general”[8]. Guiada por la convicción de que el patriarcado fue una creación histórica y de que en consecuencia su desaparición histórica es posible, Lerner, a falta de mayores precisiones, se conformó con documentar la existencia de este sistema de dominio entre los años 3.100 al 600 a. c. en el Próximo Oriente, dónde se podemos documentar “la autoridad absoluta del hombre sobre los niños, la autoridad sobre la esposa y el concubinato”[9]. El patriarcado es una creación histórica de hombres y mujeres que se formó a través de un proceso de unos 2.500 años de duración. En su forma más temprana, apareció como el estado arcaico. La unidad básica de su organización fue la familia patriarcal, que expresó y generósus reglas y valores paso a paso (Lerner, Gerda: La creación del Patriarcado)[10] y [11].
Esta hegemonía del poder paterno llega hasta la modernidad, pero el ascenso de la burguesía exigió un fundamento para el ejercicio del poder no basado en el linaje. Surgió entonces el patriarcado moderno basado en el pacto o acuerdo social, en el que es el Estado y no el pater familias quien “garantiza a través de la ley y la economía, la sujeción de las mujeres al padre, al marido y a los varones en general, impidiendo su constitución como sujetos políticos” [12]. En ese contexto, el amor romántico aparece como una estrategia cultural innovadora que contribuye sutilmente a desarmar a las mujeres y que permite al patriarcado seguir ejerciendo su dominio. Esa es la razón por la Anna Jonásdottir -siguiendo a Karen Millet- señala la importancia de la lucha feminista en el ámbito de “las condiciones políticas del amor sexual”.
Sin embargo, las últimas evidencias que nos aporta las investigaciones científicas hacen tambalear estas elaboradas nociones y teorías sobre el origen del amor romántico y su hábil instrumentalización por los hombres para oprimir a las mujeres. Unas tras otra, las nociones que sustentan estas explicaciones están quedando en entredicho por las nuevas revelaciones de la neurología, la arqueología, la antropología o la historia.
Y la razón de todo ello es sencilla: se parten de premisas simplemente falsas. Obsesionado con el riesgo de que la diferencia biológica se utilice para justificar la discriminación de la mujer, el feminismo se ha empeñado en convertir el simple sustrato biológico masculino en una creación cultural urdida por los machos humanos para someter a las mujeres. Una vez establecida esta conjura masculina se ha creado una inacabable constelación de conceptos y desarrollos de notable brillantez, a pesar de carecer de apoyo en prueba evidente alguna que la fundamente.
Se trata de “explicaciones de caja negra” como las denomina Mario Bunge, en las que todas las claves del fenómeno estudiado (por ejemplo la violencia de género, la dominación masculina, el amor romántico, ...) se atribuyen a una estructura que no puede ser observada, ni probada, pero cuya existencia se pretende presentar como incuestionable, en este caso, el patriarcado y el género como creación exclusivamente cultural sin base en la naturaleza. Una vez asumido el patriarcado y el género como realidades incontestables, todo se explica en función de estas premisas y de acuerdo con una supuesta “lógica” patriarcal", para después convertir esas explicaciones no sólo en una demostración, sino en una denuncia de su existencia. Como señala Ana León Mejía:
La violencia que ejercen los hombres hacia las mujeres o las diferencias salariales entre ambos sexos son explicados en términos de una sociedad patriarcal... Pero no sabemos por qué se producen tales hechos. No conocemos las causas de esta dominación ni el mecanismo por el cual se produce. El mismo concepto de poder que utiliza el discurso feminista,determinante para explicar la dominación, es otra caja negra. Y no solo de mecanismos, sino también de significados.[13]
El caso es que este enfoque ideológico ha conseguido tal éxito que su léxico y sus análisis están siendo socialmente asumidos como una principios indiscutibles, sin que apenas se activen resortes críticos capaces de evitarlo y, lo que es más grave, con peligrosas repercusiones en el marco legal y en el enfoque de la acción educativa.
De entrada, habría que empezar por señalar que lo que comúnmente conocemos como amor-romántico o amor-pasión es un fenómeno universal, cuya existencia se puede documentar y rastrear a través de la historia sin demasiada dificultad. Aunque hay que reconocer que los defensores de la tesis contraria han contado con eficacísimos propagandistas. No nos referimos sólo a Malinowsky o Mead, si no a ensayistas de éxito como Denis de Rougemont, cuyo seductor ensayo El Amor y Occidente (1938, 1956) obtuvo una difusión extraordinaria. En esa obra, Rougemont sostuvo que el amor tal como lo entendemos en Occidente surgió en la Francia cátara de los siglos XI y XII. Otros, que le han complementado, matizado o corregido -por ejemplo invocando su origen andalusí o norteafricano-, han seguido coincidiendo con él en su empeño en asignar al amor romántico un origen histórico y geográfico preciso, a partir del cual evolucionó hasta nuestros días. Tan profunda ha sido la huella de Rougemont, que presentar el amor romántico como un producto histórico se ha convertido en otro lugar común inquebrantable, a pesar de las solventes voces críticas que señalan lo contrario. Entre otras, la de Octavio Paz, quien en un brillante ensayo La llama doble. Amor y erotismo (1993) demostró por un lado la oposición entre el amor romántico y el catarismo (que condenaba todo amor profano) y, por otra parte, el cultivo de la pasión amorosa en todas las culturas de Oriente y Occidente. El hecho de que en la antigüedad no existiera una completa doctrina del amor con sus ideas, prácticas y conductas específicas -como empezó a ocurrir en la Francia del siglo XII con el amor cortés-, no significaba que anteriormente el amor pasión no fuera invocado, recreado y ensalzado o vilipendiado en infinitas ocasiones, como demuestran los abundantes testimonios literarios[14]. Paz es concluyente: “La existencia de una inmensa literatura cuyo tema central es el amor es una prueba concluyente de la universalidad del sentimiento amoroso”[15]
Más allá de las ideas y elaboraciones culturales que hayan arropado a este sentimiento amoroso a lo largo de la historia, los testimonios a favor de su carácter universal son apabullantes. Sentir atracción pasional por una persona entre muchas –eso es el amor pasional o romántico definido de la forma más breve y concisa- es un conducta propia de todo ser humano. Repudiar esta dimensión de nuestra humanidad es absurdo y hacerlo invocando una supuesta conjura patriarcal resulta de lo más peregrino.
En su monumental trilogía La naturaleza del amor (ed. s. XXI, 1992), Irving Singer explica que incluso Malinowski “señala que si bien los jóvenes trobriandeses definían su relación mutua en términos de relación sexual... experimentaban también fuertes vínculos, dependencia emocional e incluso celos ocasionales. Sin duda es razonable suponer que la gente de otras tierras y épocas mas tempranas no era tan diferente de nosotros como para haber vivido sin amor sexual hasta que un puñado de poetas en Provenza, o en algún otro lado, lo descubrieron o lo inventaron. Parece mucho mas plausible creer que el amor, en todas sus variedades, existe como un hecho complejo pero común en la naturaleza humana como un todo.” (t. II, El amor cortesano y romántico, p. 18) [16].
Las últimas investigaciones no hace sino confirmar estas evidencias día tras día. Los antropólogos ya han conseguido documentar el amor de cariz romántico en 147 sociedades humanas y la neurología día tras día no cesa de aportarnos nuevos datos sobre cómo se desencadena. Hoy sabemos que el cerebro experimenta el enamoramiento como una adicción que se asocia a intensas descargas de dopamina y a una inhibición de la actividad del córtex prefrontal, la principal sede de la racionalidad en el cerebro. Como señala Ignasi Morgado, catedrático de Psicobiología de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB), siguiendo los estudios de Samir Zeki y Andreas Bartels en el Colegio Universitario de Londres, “parece hacer falta una cierta irracionalidad para el enamoramiento”. Como ocurre en el resto de mamíferos, en estas circunstancias, las principales áreas del cerebro involucradas en el enamoramiento trabajan a nivel inconsciente.
Para la antropóloga Helen Fisher, "en los humanos el atractivo con base sexual ha evolucionado hacia el amor romántico o pasional, una forma de lazo o unión que, en perspectiva evolutiva, tiende a asegurar la estabilidad de la pareja para garantizar el cuidado paternal de la prole". Y añade Ignasi Morgado, un lazo instintivo similar se observa en animales como el campañol de pradera, pequeño ratoncillo que al copular segrega hormonas cerebrales como la oxitocina y la vasopresina, que contribuyen a mantener de por vida la fidelidad sexual de la pareja. En humanos se segregan también esas hormonas durante las relaciones afectivas y sexuales, pero no tienen la misma capacidad que en animales inferiores para establecer lazos duraderos, ya que el desarrollo de la corteza cerebral confiere al amor romántico, además de componentes motivacionales instintivos, otros emocionales que contribuyen a originar y mantener el atractivo entre los individuos de una pareja.[17]
El enamoramiento es seguramente un impulso básico de los mamíferos para optimizar el proceso de apareamiento, con la particularidad en los humanos de que al tener su cerebro una conciencia de este proceso muy superior al de las otras especies, ese impulso ha empezado a estar condicionado por las influencias culturales y se ha vuelto mucho más complejo. Sería absurdo, por tanto, reducir el amor pasional a pura fisiología, pero también lo es presentarlo como un producto patriarcal o una deriva de la ideología machista. Es evidente que somos híbridos de biología y cultura y si nos empeñamos en menospreciar nuestro substrato biológico, nuestros análisis serán construcciones artificiosas y las estrategias educativas que se deriven resultarán inasumibles.
De hecho, eso es lo que está ocurriendo con tantas consignas como la de “desarticular los mecanismos implicados en el concepto del amor romántico”, basadas en una perspectiva de género radicalizada. Basta contemplar el nulo alcance de estas directrices en los adolescentes, a pesar de la presión adoctrinadora a que se ven sometidos incesantemente. En este sentido, es significativo el éxito alcanzado entre las y los quinceañeros por las novelas de Stephenie Meyer y por la película Crepúsculo, un canto apoteósico al amor romántico. Y no hay que atribuirlo a ninguna conjura patriarcal, ni a rebrotes de un machismo endémico, se trata simplemente de un impulso que no puede ser reprimido. Si se aspira a construir relaciones más equitativas y satisfactorias entre hombres y mujeres, sería mejor partir de este impulso, en lugar de maliciarlo. Flaco servicio haremos a la formación de las adolescentes si nuestra gran aportación es inocular en las chicas la desconfianza hacia un impulso irreprimible, o en los chicos la convicción de que en ellos ese impulso no es más que afán de manipulación y dominio.
Pero, si nos atenemos al discurso feminista sobre el amor, así deberíamos proceder. Habría que enseñar a las chicas a deconstruir minuciosamente el veneno patriarcal que se esconde en su emotividad amorosa. Habría que explicarles que enamorarse –creer que alguien es único- es un sentimiento estratégicamente inducido por la cultura del dominio masculino, una creación cultural opresora sin base en la naturaleza. Desde edad temprana habría que suministrarles materiales que evitaran sublimar esos sentimientos, sustituyendo la palabra amor por expresiones más prosaicas pero menos peligrosas como “liarse”...
No estoy haciendo ciencia ficción: esos pasos ya se han dado. Ahí está, por ejemplo, la campaña “No te líes con chicos malos”[18], promovida hace ya años por la Junta de Andalucía y cuyo enunciado revela su filosofía sin necesidad de mayores precisiones. Según este monumento a la ecuanimidad, el mundo se divide en chicos buenos –aunque de ellos apenas se habla- y chicos malos, grupo al que se reconoce por su sentimiento de superioridad y su afán de dominio y control. Y, precisamente, lo que caracteriza la forma de proceder de los chicos malos es servirse de la añagaza del amor romántico para desarmar a las chicas y someterlas...
"Se nos ha enseñado que en la vida de toda chica hay una persona especial que un día encontraremos. La idea del amor romántico puede hacer que no veas lo que está pasando en tu relación. Muchas veces pensamos que aunque nos trate mal, también hay momentos en que se muestra cariñoso. La idea del príncipe azul hace que sólo veamos las cosas buenas que hay en él. Se supone que ese príncipe azul nos salvará y nos protegerá.
Frente a esos desvaríos, las consignas son claras: “no podemos depender de otra persona para sentirnos seguras”; y “nosotras tenemos que ser autónomas para poder romper las relaciones que no nos convienen.”[19]
¿No sería más sensato explicar que enamorarse y mirar al otro como alguien especial y único es algo absolutamente natural que transitoriamente lleva tanto a hombres como a mujeres a exagerar las virtudes e ignorar los defectos de la persona amada? ¿Y que en esas circunstancias las adversidades actúan estimulando la pasión de los enamorados y las separaciones disparando su ansiedad?. ¿No sería más sensato explicarles que nada de eso responde a una conjura machista porque que los chicos experimentan exactamente lo mismo que ellas, que no se trata de un sentimiento culturalmente inducido sino de procesos propios de nuestra común condición humana? ¿No sería más sensato explicar que es absolutamente normal aspirar a una relación afectiva que nos lleve a sentirnos queridos, protegidos y seguros y que comprometerse en ese proyecto de vida es uno de los ejercicios de autonomía más respetables? ¿No sería más oportuno enseñar que es legítimo y deseable vivir desacomplejadamente nuestros sentimientos, aunque siempre deberemos compatibilizar esa actitud con la de “vivir por encima de nuestros sentimientos”[20], o lo que es lo mismo dejando que intervenga nuestra inteligencia? ¿No sería más sensato enseñar que en lugar de un mundo dividido en buenos y malos, lo que hay son conductas buenas y malas en las que todos y todas podemos incurrir, incluidos los buenos chicos, y frente a las que conviene ser críticos/as y autocríticos/as, porque pueden dañar seriamente relaciones satisfactorias y viables? ¿No sería más sensato enseñar que vivir la experiencia del amor con plenitud y madurez requiere darse tiempo para conocer mejor a la pareja y superar la inevitable distorsión perceptiva inicial? ¿No sería más lógico mostrar el amor pasión es la forma más natural de iniciar una relación, pero que si queremos que madure, necesitaremos tiempo para saber si somos capaces de relacionarnos positivamente no sólo con las virtudes de la persona amada, sino también con sus defectos, con ese lado oscuro que todas y todos tenemos? ¿No sería más sensato presentar el anhelo de un amor pleno y duradero como un proyecto más deseable que el de una sucesión de “líos”?.
Precisamente si algo nos están señalando las últimas investigaciones[21] es que es posible y realizable una vida guiada por el amor romántico. Como han comprobado en un estudio de la Universidad de Stony Brook en Nueva York, es factible mantener durante décadas el enamoramiento de los primeros meses de noviazgo, frente a la tesis habitual de que el amor apasionado decae con el tiempo. Hasta ahora las manifestaciones de amor intenso a largo plazo se atribuían a un proceso de autoengaño o al deseo de quedar bien, según explica Art Aron, uno de los autores del estudio. Sin embargo, el propio Aron ha comprobado aplicando técnicas de resonancia magnética en el cerebro que hay parejas maduras con una media de 21 años de vida en común en las que se activan las mismas áreas que en novios recientes. No se trata exactamente de las áreas que se activan en la atracción sexual, sino de áreas especificas del enamoramiento -aunque algunas de estas áreas son comunes en ambos casos- y que explican que el enamoramiento se focalice en una sola persona mientras que la atracción sexual puede dispersarse entre varias personas distintas.
De todos modos, lo cierto es que el mantenimiento de la pasión durante décadas parece hoy por un fenómeno no inasequible pero sí minoritario[22]. Lo normal es que la fase romántica e irracional del amor inicial pierda intensidad. Pero eso normalmente no supone la desaparición del amor sino su transito a una fase de fluida comunicación, de calma, de complicidad y de una afectividad más tranquila y serena. Es la fase del cariño y de la ternura. Los circuitos cerebrales de la conservación y del compromiso a largo plazo se vuelven más activos. Este circuito de la adhesión se activa con el aflujo sobre todo de oxitocina en las mujeres y de vasopresina en los varones, producido por experiencias gratificantes como las caricias y el contacto físico. Estas dos neurohormonas a su vez aumentan los niveles de dopamina y esta combinación actúa como un poderoso cemento químico que mantiene unida a la pareja de por vida.
El anhelo de una vida de amor incesante no es una entelequia, es realizable y responde a un impulso natural que nuestra especie no ha cesado de elaborar y reelaborar culturalmente, que modulado y enriquecido mediante la inteligencia, se ha convertido en una aspiración y promesa de felicidad irrenunciable. Quizás la mejor manera de desarmar las versiones patológicas del amor romántico no sea descalificarlo en su conjunto, sino hablar más de las formas de amor saludables. ¿Alguien lo hace?. Enseñar a descreer del amor, presentarlo como un sentimiento sospechoso puede resultar muy destructivo y hay pocas acciones más lamentables que dañar la capacidad de amar de un joven.
Yo a mi hija, en lugar del folleto “No te líes con chicos malos” le invitaré primero a leer los capítulos “El cerebro adolescente” y “Amor y confianza” de El cerebro femenino escrito por la neuróloga Louan Brizendine y, después el capítulo sobre el amor de El laberinto sentimental de José Antonio Marina.
NOTAS
[1] http://www.sindicat.net/n.php?n=8961
[2] http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Kate/Millet/amor/ha/sido/opio/mujeres/elpepisoc/19840521elpepisoc_5/Tes/
[3] JÓNASDÓTTIR, Anna : El poder del amor. ¿Le interesa el sexo a la democracia?, Madrid, Cátedra.1994, http://info.nodo50.org/La-sexualidad-de-las-mujeres.html
[4] http://www.carceldeamor.net/vsc/textos/textobs.html
[5] OSBORNE, Raquel: Evolución del concepto de género(Selección de textos de Beauvoir, Millet, Rubin y Butler) http://isonomia.uji.es/archivos/pdf/terecomendamos/recomendada59.pdf , http://isonomia.uji.es/archivos/pdf/terecomendamos/recomendada60.pdf (2008-11-10.)
[6] http://www.univ-brest.fr/amnis/documents/Aguilar2008.pdf.
[7] http://www.univ-brest.fr/amnis/documents/Aguilar2008.pdf
[8] http://www.mujeresenred.net/spip.php?article1396
[9] LERNER, Gerda: La creación del patriarcado, editorial Crítica, 1990
[10] Las tesis principales de Lerner pueden resumirse de la manera siguiente: los hombres se apropiaron del control de la sexualidad femenina antes de la aparición de la propiedad privada y las clases sociales; posteriormente, la experiencia de dominación sobre la mujeres sirvió a los hombres para subordinar otros pueblos. Los mecanismos que institucionalizaron la subordinación de las mujeres fueron: la fuerza, la dependencia económica del cabeza de familia, los privilegios otorgados a las mujeres de clase alta y la división, creada artificialmente, entre mujeres respetables y no respetables. Después del inicio de la subordinación sexual y económica de las mujeres, éstas siguieron teniendo prestigio por sus funciones mediáticas entre los dioses y los humanos como sacerdotisas, videntes y curanderas. La consolidación de una monarquía imperialista derrocó las diosas y originó un dios acompañado de una diosa madre. En ese momento se separó la sexualidad de la reproducción y después el monoteísmo hebreo la convirtió en pecado. Por último, el simbolismo basado en la alianza de dios y la humanidad excluyó a las mujeres, ya subordinadas, por lo cual ellas accedieron a una cierta importancia social solamente a través de su papel de madre.
Aunque la autora acepta, en su explicación del patriarcado - conceptualizado en su obra como relación social entre los sexos – que los cambios económicos jugaron un papel importante en la degradación de la posición de las mujeres, no considera el aspecto económico como el factor decisivo. Lo más novedoso de su argumentación, a mi parecer, se encuentra en su análisis de la "devaluación simbólica de las mujeres en relación con lo divino", unida a la visión que dio Aristóteles de éstas como seres humanos "incompletos y defectuosos". La conjugación de estos dos elementos sentó las bases "de los sistemas simbólicos de la civilización occidental", que invisibilizaron la subordinación de las mujeres haciéndola parecer "natural". Esta naturalización de la subordinación es uno de los problemas históricos importantes pendientes de esclarecer. Lerner no explica en su obra cómo se construyeron los sistemas simbólicos que intervinieron en esa naturalización, quizá porque su visión del poder es tradicional y porque concibe la dominación de la reproducción femenina fundamentalmente a partir de la economía. http://www.ua.es/univerano/cursos2004/movimientos/lglunaconf.pdf
[11] Un psicólogo contracultural de gran eco mediático como Claudio Naranjo sintetizó estas tesis en su obra La agonía del patriarcado(1993) presentándolas como una evidencia histórica. Según Naranjo, la causa del malestar psíquico se encuentra en el patriarcado, única raíz de la mentalidad industrial, el capitalismo, la explotación, la ansiedad, la alienación, la incapacidad para la paz, y el expolio de la tierra, entre otros males que estamos padeciendo. Según Naranjo sólo podremos sanarnos reintegrando lo masculino (intelectual), lo femenino (emocional) y lo infantil (instintivo) dentro del campo de lo espiritual o transpersonal. Lo que aquí me interesa, sin embargo, es mostrar cómo se pueden llegar a superponer las especulaciones realizadas hasta entonces sobre el patriarcado (y un supuesto matriarcado idílico previo) para arropar sus propuestas con el rigor de la Historia. Ni que decir tiene que ninguna de las pruebas que invoca cuenta con el aval de la crítica histórica exigente, pese a lo cual Naranjo insiste en que se trata de hechos demostrados, conocidos o evidentes:
"El tema del patriarcado fue introducido por el pensador suizo Johan Jacob Bachofen (1815–1887), cultivador de la filosofía de la historia y de la filosofía social, cuya obra acerca del régimen matriarcal sobre la religión originaria de Europa tuvo un gran influjo en los antropólogos posteriores así como en el movimiento feminista, en Nietzsche, en Engels y en otros autores.
Sorprende que Bachofen fuera capaz de descubrir la preexistencia de un mundo centrado en la figura de la madre, anterior a las civilizaciones patriarcales conocidas, partiendo únicamente de una información tan dispersa como escasa, como por ejemplo los datos sobre costumbres de diversos pueblos antiguos transmitidos por Heródoto y Tucídides. Con una notable combinación de intuición y erudición, llegó a formular una teoría de la evolución social que, según sus conclusiones, habría conocido tres estadios.
Un primer estadio, “telúrico”, habría sido de promiscuidad y maternidad sin matrimonio; luego, como reacción a éste, habría venido un segundo estadio, “lunar”, donde se habría instituido el matrimonio como principio regulador y en el que las mujeres habrían asumido la propiedad exclusiva de los hijos y de la tierra ––estadio que coincidiría con el asentamiento de comunidades en territorios estables y con el nacimiento de la agricultura––, y un último estadio, “solar”, el patriarcado, que habría consagrado el derecho conyugal paterno, la división del trabajo, la propiedad individual y la institución del Estado.
Joseph Campbell, en su introducción a la traducción inglesa de "Mito, religión y derecho materno", dice que para estudiar mitología como lo hizo Bachofen era necesario “dejar de lado el modo condicionado de pensar, e incluso de vivir, propio de su tiempo”, y cita un comentario de Bachofen a su maestro (un esbozo autobiográfico escrito a su requerimiento): “Sin una transformación completa del propio ser, sin recuperar la antigua sencillez y salud del alma, es imposible alcanzar ni el más mínimo vislumbre de la grandeza de aquellos tiempos antiguos ni de su forma de pensar, de aquellos días en que la raza humana aún no se había apartado, como lo ha hecho hoy, de su armonía con la creación y con el creador transcendente”.
Maestro de la psicología de los arquetipos antes de que se inventara la palabra (él los llamaba “Grundgedanken”, “pensamientos fundamentales”), Bachofen ejerció una profunda influencia sobre Joseph Campbell, quien con toda la elegancia propia de su rango de profesor universitario habría de asestar un duro golpe al patriarcado al presentar de forma irónica el fanatismo centrado en torno a la figura del padre, propio del Medio Oriente, dentro del contexto universal de las religiones y la mitología de todo el mundo. Como no tengo la menor duda de que Joseph Campbell aportó un telón de fondo decisivo a la inspiración de la religión de la Diosa, en auge hoy en día dentro del movimiento feminista, creo que es apropiado considerar a Bachofen como abuelo cultural del mismo.
El influjo de Bachofen en la antropología fue enorme, a pesar de que hoy ese influjo es apenas visible, debido al hecho de que tras haber proporcionado un poderoso impulso a esa ciencia, entonces naciente, sus ideas pronto pasaron a ser consideradas pasadas de moda.
Pero después de que Morgan y otros inspirados por Bachofen hubieron estimulado a su vez a toda una generación de antropólogos a plantearse la cuestión de la evolución cultural, la comprobación de un “matriarcado” contemporáneo llegó a estimarse poco clara, y la confirmación antropológica de la visión histórica de Bachoffen, discutible. Tal vez por ello la antropología fue interesándose cada vez menos en los estudios comparados, y se fue inclinando más en tratar de comprender las características culturales dentro del contexto significante de la sociedad concreta en que aparecen.
Ciertamente, la antropología (y, dentro de ella, particularmente Malinowski y Margaret Mead) nos han familiarizado con muchas sociedades no–patriarcales aún existentes, pero no se sabe bien en qué medida el conocimiento de éstas nos acerca a un conocimiento real de las sociedades prehistóricas. El resumen más sobresaliente de cuanto se sabía acerca de pueblos y culturas con prevalencia de la madre cuando el tema comenzaba a perder interés para los especialistas, se puede encontrar en la monumental obra de Robert Briffault "Las madres", publicada en 1927. Fue escrita en contraposición a la idea entonces prevaleciente de que la institución patriarcal era expresión de la ley natural, y en este sentido tuvo gran resonancia. A él debemos el desplazamiento del foco de interés en la autoridad de la madre al de la herencia por vía materna y a la cuestión de si la esposa reside tras el matrimonio en la casa del esposo o viceversa (patrilocidad o matrilocidad). Fue también el primero en formular la idea de que el matrimonio fue originalmente un contrato entre grupos, en el que se convenía que un hombre perteneciente a uno de ellos pudiera tener acceso sexual a cualquier mujer de otro u otros grupos, a la vez que se le negaba el acceso a las mujeres del suyo propio.
Más significativo aún que los descubrimientos antropológicos, ha sido el hecho de que las afirmaciones de Bachofen se hayan visto confirmadas por hallazgos arqueológicos en el Medio Oriente y en la vieja Europa prearia, sobre todo en conexión con la revolución agrícola sobrevenida en el Neolítico. En tales excavaciones, fueron desenterradas literalmente miles de figuras de mujer (bautizadas en ocasiones como Venus), mujeres embarazadas en las que los brazos y los pies apenas vienen representados, que no son casi más que vientres, y en las que incluso la cabeza no pasa apenas de ser el simple vértice de esa especie de triángulo formado por el cuerpo. Su aspecto iconográfico parece ser representativo de la capacidad de procreación de la naturaleza, y por toda Europa parece sugerir un sentimiento religioso muy extendido en torno a una divinidad femenina, una deidad creativa y procreadora relacionada con la fertilidad. Marija Giambutas ha llevado a cabo extensas y profundas investigaciones al respecto.
También en lo que hoy es Turquía se han desenterrado ciudades datadas en torno al año 6.000 a. C., en las que, a diferencia de lo que ocurre en las ciudades patriarcales posteriores, no hay signos que revelen que hayan existido en ellas guerras a lo largo de un período de unos quince siglos, antes de acabar siendo destruidas por efecto de las migraciones indoeuropeas.
La etapa histórica que vino a continuación nos es hoy bastante bien conocida. Los pueblos indoeuropeos fueron los conquistadores patriarcales que, en virtud de la supremacía que les confería el dominio de dos técnicas concretas ––la doma del caballo y la metalurgia del hierro–– llegaron a someter a las culturas “matrísticas” (por usar la expresión acuñada por Gimbutas en referencia al dominio cultural de los valores femeninos, y no a la supuesta autoridad de las mujeres que implica el término “matriarcal”).
No obstante, no es en el campo especializado de la arqueología o de la etnología donde la palabra “patriarcado” se ha dado más a conocer. No cabe la menor duda de que esta palabra viene íntimamente asociada al movimiento feminista. Pues aunque el patriarcado, por todo lo que representa, constituye algo así como el enemigo arquetípico de la humanidad desde sus comienzos, en un principio sólo pareció representar una amenaza para el mundo de las mujeres. Así, el libro de Eve Figes "Actitudes patriarcales", escrito en las primeras décadas del siglo, constituye un alegato contra la injusticia masculina. Se trata de una obra política que compara el chauvinismo machista con el antisemitismo y pretende enarbolar la bandera de la defensa de los oprimidos y los explotados.
Sólo posteriormente parece haberse impuesto la evidencia de que el enemigo arquetípico de la mujer merece también ser considerado como enemigo de los niños y, en cuanto que todos tenemos algo de niño, como enemigo de todos. Encuentro en el libro de Mary Daly "Gyn Ecology", una referencia a la obra de Françoise Enbonne "Le Féminisme ou la Mort", en la que ésta acuña la expresión “eco–feminismo” y sostiene "que está en juego el destino de la especie humana y del planeta, y que ninguna revolución dirigida por hombres podrá ser capaz de contrarrestar los horrores de la superpoblación y la destrucción de los recursos naturales”. Y continuando su reflexión en este ensayo sobre la “meta–ética del feminismo radical”, escribe Mary Daly: “Yo comparto esta premisa básica, pero el enfoque y el acento son distintos. Aunque me preocupan todas las formas de polución generadas por la sociedad falocrática, este libro se interesa sobre todo por la polución mental–espiritual–corporal que se deriva del mito y el lenguaje patriarcales en todos los niveles. Estos niveles abarcan desde determinados estilos gramaticales hasta el manejo del atractivo, desde los mitos religiosos a los chistes verdes, desde los himnos teologales que celebran la “presencia real” de Cristo en la sagrada Hostia al pregón comercial de la “sensación de vivir” de la Coca–Cola, o el etiquetaje trucado de los ingredientes de productos en conserva. El mito y el lenguaje fálicos generan, legitiman y enmascaran la contaminación material que amenaza con acabar con toda forma de vida en este planeta”.
Mary Daly sostiene que los siete pecados capitales en los que los Santos Padres de la Iglesia compendiaron la maldad de la naturaleza humana se dan dentro del contexto de la falocracia (nombre con que ella designa a la aberración patriarcal de la sociedad).
R. Eisler, sin embargo, ha acusado aún más explícitamente al patriarcado de ser el problema esencial de la humanidad. Recapitulando los datos fundamentales aportados por la investigación especializada, Eisler nos recuerda que el patriarcado, lejos de formar parte de la naturaleza de la humanidad, supuso una caída respecto de la condición paradisíaca prepatriarcal de la época neolítica. Esta autora presenta la idea de que hablar de “orden patriarcal” equivale a hablar de un mundo de dominación fundado en el predominio de lo masculino a través del poder, y que en ésto debemos ver la aberración fundamental de nuestra cultura. La importancia de esta sola idea confiere a este libro un peso mucho mayor que el de una mera obra de divulgación histórica y antropológica, lo suficiente tal vez como para justificar la afirmación de Ashley Montagu de no haber recomendado nunca tanto un libro, ya que “merece ser considerado como la obra más importante aparecida desde El origen de las especies de Darwin”
Fuente: http://www.claudionaranjo.net/pdf_filestheoryhacia_una_sociedad_sana_spanish.pdf
[12] http://www.nodo50.org/mujeresred/spip.php?article1396
[13] León Mejía, Ana:Feminismo y sociología analítica: una crítica al pensamiento feminista http://www.iesa.csic.es/archivos/Comunicaciones/LEON.pdf
[14] Octavio Paz cita la poesía de Safo, pero sobretodo se centra en el poema de Teócrito La hechicera (s. III a. de C.), en el que Simetha, abandonada por su amante Delfis, realiza un largo ritual para conjurar su amor fracasado, y mientras lleva a cabo sus sortilegios se le escapan apasionadas confesiones y quejas. También cita el Shih Ching (el Libro de los Cantos), El sueño del aposento rojo de Cao Xuequin sobre los amores de Bao-yu y Dai-yu, en el que se mezclan las reflexiones sobre el amor con la metafísica budista y taoista, defendiendo la pasión de estos jóvenes frente a la moral hipócrita de los adultos. Otra obra citada por Paz es la novela de Murazaki Shikubu Genji Monogatari (Historia del Genji) sobre los amores entre miembros de la nobleza, contemplados desde un sentimiento de transitoriedad del mundo de cariz budista. Comenta Paz: “es extraño que Denis de Rougemont haya sido insensible a todos estos testimonios”.
[15] PAZ, Octavio: La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, Barcelona, 1997, p. 34.
[16] http://books.google.es/books?id=srdUu7Vh2IQC&dq=la+naturaleza+del+amor+irving&printsec=frontcover&source=bl&ots=7aTgseG8fy&sig=ILK6hLoMT64esoMVrFtq_cqoU20&hl=ca&sa=X&oi=book_result&resnum=5&ct=result#PPA18,M1
[17] Fuente: La Vanguardia, 2 de junio de 2005.
[18] http://www.juntadeandalucia.es/institutodelajuventud/informacionsexual/ficheros/publicaciones/No_te_lies_con_los_chicos_malos.pdf
[19] http://www.juntadeandalucia.es/institutodelajuventud/informacionsexual/ficheros/publicaciones/No_te_lies_con_los_chicos_malos.pdf
[20] MARINA, J. A.: El laberinto sentimental, ed. Anagrama, Barcelona, 1996, p. 234.
[21] http://chicosymasculinidades.blogspot.com/2009/01/una-minora-de-parejas-mantiene-viva-la.html
y http://chicosymasculinidades.blogspot.com/2009/01/el-amor-es-qumica-y-algo-de-amistad.html
[22] Entre los factores que favorecen la calidad de una relación se citan en este estudio las siguientes:
1. Tener buenas aptitudes de comunicación, lo que permite resolver conflictos familiares sin crear tensión adicional.
2. Hacer con la pareja de manera habitual actividades nuevas que supongan un reto.
3. Celebrar juntos los éxitos de la otra persona.
4. No estar sometido á grandes causas de estrés ajenas a la relación como la enfermedad de un familiar, la pobreza o conflictos profesionales.
5. Que ninguno de los dos miembros de la pareja sufra ansiedad o depresión.
Este texto es reproducido con el permiso expreso del autor.
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