Pederastia en la Iglesia católica
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. La bola de nieve rueda, crece y, al parecer, no va a detenerse porque los casos continúan en aumento: El acoso y abuso sexual y/o la violación a niños y niñas en la Iglesia católica son un hecho irrefutable. Y también, como se ha visto, se da en otras iglesias, en escuelas primarias y secundarias, en estudios de danza, en “el hogar”, casas de amigos y familiares, en deportivos, sanitarios, cines, escuelas de natación, parques… Donde hay seres “humanos” hay violencia sexual. No tendría por qué no haber en la Iglesia católica, si quienes la conforman son, se supone, seres humanos. Como en cualquier espacio, nadie es sacrosanto ni un inmaculado elegido de los dioses ni casto a cualquier prueba. A mayor represión sexual –dicen los especialistas- mayor número de parafilias. En la historia de la humanidad han existido siempre. En la Iglesia católica, donde la sexualidad ha sido reprimida como una forma de control y a sus representantes les exige hacer voto de castidad, las perversiones, como la pedofilia, se pueden explicar aunque jamás justificar. Contener el deseo sexual, no tener como placer la sexualidad como tal sino únicamente con el fin de la procreación; lacerarse si la imaginación incita al deseo, si hay “sueños húmedos”, si hay masturbación o se tiene sexo antes del matrimonio y si hay muchos etcéteras no es más que, en palabras simples, represión. Es sorprendente que hoy en día, existan grupos que están en contra de cualquier expresión sibarita o hedonista. Que se solidaricen más con el dolor y el sufrimiento que con el gozo. En consecuencia, existen quienes buscan placer a costa de dañar al prójimo, a su próximo prójimo, en este caso, a costa del perjuicio eterno de niños o niñas a los que se les arrebata la inocencia de manera infame. De unos años a la fecha, los casos de pederastia dentro de la Iglesia católica que han salido a la luz pública, (seguramente cientos de miles a través de los siglos), han generado una serie de escándalos y declaraciones de sus jerarcas, que incitan a la rabia. Obispos, arzobispos y cardenales se toman muy en serio “su papel”. Aseveran, por ejemplo: “En Morelia no hay casos de curas pederastas”, según Alberto Suárez Inda, arzobispo de dicha ciudad. ¿Porque él así lo cree o porque así le conviene declarar? Como si tales delincuentes confesaran sus actos a la menor provocación o sin ella. O como si se hubiera hecho una investigación a fondo o como si él mismo hubiera pasado a todos los curas, incluido él, por un detector de mentiras o como si hubiese entrevistado a cada uno y luego hubieran jurado sobre Biblia ¿protestante? Otra declaración que indigna es la del obispo de Cancún, Pedro Elizondo que se atrevió a decir: “Lo hicieron por ignorancia, a lo mejor no sabían. En tal medida puede aplicárseles el precepto de Jesucristo `perdónalos porque no saben los que hacen´, declaró”, según nota del corresponsal del periódico La Jornada, Hugo Martoccia (30 de marzo de 2010). Sí, claaaaaro, pobrecitos ingenuos. No deberían enojar semejantes afirmaciones, si el máximo jerarca de la Iglesia católica, el papa Juan Pablo II, encubrió a uno de los pederastas más “sobresalientes” Marcial Maciel, que en su nombre llevaba el rigor castrense al que debe haber sometido a sus víctimas, apoyado en su supuesta y a la vez real, por increíble que parezca, autoridad sobre los niños-adolescentes que estuvieron bajo su perversión. Son cientos, son miles, en diversas ciudades, en diversos países, pero habría bastado una sola víctima de uno de estos sujetos para iniciar un juicio legal, auténtico, ya que mientras se siga mezclando la gimnasia con la magnesia y se quiera confundir el pecado con el delito, el abuso con la ignorancia no se va a llegar a ningún lado. Peor aún cuando se quiere medir la magnitud de un acontecimiento como éste con paralelismos absurdos, según comenta el susodicho Elizondo: “Cuántos sacerdotes acusados de pederastia hay en México?, ¿Unos 18?, ¿Cuántos profesores en Quintana Roo durante los pasados dos años? Son 100, 200 o 220. Ustedes tienen que saber. ¿Qué pasa con ellos? Tienen un sindicato, protección. Tienen algo”.(dixit). Lo que el sujeto no quiere saber es que los profesores, que también hay muchos y no sólo los que tienen que ver con infantes sino también con jóvenes de bachillerato o de nivel universitario, deben ser denunciados y, si se comprueba la acusación, juzgados de acuerdo a la magnitud de su delito. Las madres y los padres de familia tienen mucho de responsabilidad, en la medida en que aun en el año 2010 no dan información sexual a los hijos. Claro que en nuestro país, por desgracia, hay un gran analfabetismo sexual. Y, en consecuencia, es difícil que mamás o papás con gran desinformación sobre su cuerpo y su sexualidad, es decir, que padecen anorgasmia o eyaculación precoz, o un pudor patético o que confunden el clítoris con el glande, están prácticamente incapacitados para dar pautas. Pero el Estado –sobretodo si es laico- tiene responsabilidad. Información para todos, niños y niñas, adolescentes y adultos. Esto tiene que ver con la salud pública. Y no se trata de hacer milagros en un Estado laico, como se supone que es el nuestro. Se trata de dar información veraz, apoyada en la ciencia. Y, cuando hay delitos, aplicar la ley para que ésta deje de ser letra muerta. Existe un código penal y hay que hacerlo efectivo. Juzgar a los presuntos delincuentes para que, si se comprueba que lo son, se les aplique el castigo que marca la ley, para que una circunstancia tan violenta como la pederastia no la cobije la palabra que, por desgracia, nos acompaña todos los días a nivel nacional: impunidad. 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Aquí te guardo yo
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. Texto leído en el Homenaje a Thelma Nava, en la Feria Internacional del Libro de Minería, febrero, 2010. Una mujer que es capaz de escribir: “Este hombre que besa/ como si el cielo fuera a desplomarse…” tenía que vivir en la calle Acapulco, lo cual crea la posibilidad de que la vida diaria tenga un aroma salobre y las palabras sean capaces de provocar calor. Seguramente en ese departamento, una bahía de la colonia Condesa, con frecuencia hay duelos de voces que pelean por quedar impresas y llevar la firma de Thelma Nava, la poeta. Antes de establecerse en tan afamada zona, Thelma Nava vivió en Polanco nada más y nada menos que en la calle Lope de Vega. Responsabilidad y circunstancia premonitoria: ahí se dedicó a crecer en muchos sentidos. Ahí la amorosa que llevaba dentro salió a la ciudad y al mundo. Ahí hizo maletas para cruzar fronteras. Ahí amó y nacieron sus hijas Thelma y Raquel. Y de ahí, un día se fue ya sin su gran amor, el infinito Efraín Huerta, a continuar la vida. Quizá por eso el mar la acecha. Thelma Nava es, sin duda, una poeta urbana. No es gratuito que en su antología personal haya elegido un epígrafe de Lawrence Durrell: “Un ciudad es un mundo/ cuando se ama a uno de sus habitantes”. Y Thelma ha sabido atrapar esta inmensa ciudad de México que se le ha cruzado por los ojos y por el corazón. Ella ha apresado entre sus versos no sólo los placeres de las grandes urbes, sino que se ha detenido en personajes marginados que son reflejo de miles de angustias y de corazones estremecidos por el dolor. En consecuencia, sus lectores sabemos acerca de “Los locos”, “Los suicidas del Viaducto”, “Los sobrevivientes”, “Los inquisidores”, “… los herederos”, entre otros. Justo sobre “Los locos” dice: Los he visto de cerca, La poeta, nacida en la Ciudad de México, en noviembre de 1932, amorosa como es, también se ha detenido en la ciudad mientras ama y, a veces, aterra al corazón. Logra darnos imágenes a partir de mezclar los sentidos. Sabe decir con aparente desenfado: Te busco en la aguja del relámpago que viola la piedra… A Thelma le hubiera resultado imposible hacer viajes alrededor de su cuarto, ella es una mujer destinada a descubrir territorios de todo tipo. A grado tal que una de sus obras se llama El libro de los territorios. Por eso, su poesía es reflejo de sus viajes, de múltiples visitas a diversos países. Es difícil que uno mencione alguna ciudad de Latinoamérica o Europa y ella no diga: “Ahí tengo una gran amiga”, “Ay, en esa ciudad vive mi querido amigo…”, “En aquel encuentro de poetas nos reconocimos con…”, “Hacía años que no veía a tantos amigos como en este viaje…”. Para Thelma es común decir “lo platiqué con Juan Gelman”, “Cuando llegó Gioconda Belli, “En la época en que conocí a Benedetti y a Idea Vilarino”, “En Río de Janeiro visité a Manuel Bandeira”. “Estuve hablando por teléfono largo tiempo con Juana de Ibarborou”, “Ay, en Cuba traté a Julio Cortázar” y así lo dice como si platicara que acaba de regresar del súper. Puede contar miles de anécdotas y siempre hay ojos y oídos azorados que la atienden. Con Thelma se puede hablar toda la vida. Sin embargo, para muchos podría ser una mujer extraña. En este mundo, en este país y en esta ciudad, brinda su amistad sin condiciones y cuando uno se da cuenta ya la quiere. Y para colmo en la medida que la leemos, la queremos más porque advertimos que es una mujer auténtica, sin tiempo para envidias, competencias, riñas. Bien sabe el diablo a quién se le aparece. Es Thelma la generosa. Por eso pudo ser, también, editora de una revista fundamental en la historia de las publicaciones literarias Pájaro cascabel, en la cual se recibieron textos de cientos de poetas en ciernes o consagrados de diversos países del mundo. Pájaro cascabel colaboró con sus plumas a que volaran las palabras y cruzaran múltiples fronteras. Y por si esto fuera poco, en México, país tan dado a venerar y sublimar los sacrificios maternales, al más puro estilo Sara García y Marga López, Thelma marcó una pauta importante porque en los años sesenta no era fácil que una esposa y madre de dos hijas anduviera por el mundo. Algún día, según confiesa, le dijo a Efraín “te aviso que me voy de viaje” y se fue. Logró su espacio, compartió su libertad y, con tan buen ejemplo, pudo formar a sus hijas, en libertad. Prueba de ello es que las dos “Cocodrilitas” andan por el mundo soportando y gozando la nieve o el trópico. En uno de sus poemas más celebrados, “El primer animal”, se encuentra a un ser humano en su más pura esencia, es decir, la animalidad, pero en su pluma este animal es el hombre o la mujer, el poeta o la poeta, pero también los lectores y las lectoras. Quién no se ha sentido animal indómito o perro apaleado o león enjaulado. Gracias a sus versos nos reconocemos en otros o en otras y, en ocasiones, la palabra nos domestica o nos da elementos para rebelarnos. Soy un torpe animal melancólico que a veces se alegra de la lluvia Después de leer y releer a esta poeta es imposible no tener la certeza de que vive más acá del bien y del mal. Que ha tocado los temas universales: el amor, la soledad, la muerte, pero ha incursionado en una rama muy peligrosa de la poesía, la que tiene que ver con el compromiso social y político. No obstante, salió airosa. Prueba de ello son sus poemas sobre “Tlatelolco”, los cuales tienen versos de una vigencia absoluta: Ellos ignoran que los muertos crecen, La poesía se incrustó un día en Thelma Nava para siempre. Los que la leemos somos afortunados, los que gozamos de su amistad “no nos la acabamos”. Disfrutar algunos de sus poemas en tiempos de crisis es como saborear el olor del pan por la mañana. Además, sus versos generan inquietudes. Por ejemplo, en su poema “Ulises” hay uno que convoca a la imaginación y a la duda: Hacemos el amor como los peces. En la vida de Thelma, quizá el único que no se cuestiona asuntos amorosos es su gato Dylan porque es el único testigo que la observa fumar, tomar café, hacer llamadas, fungir como jurado de diversos premios literarios, planear viajes, leer, recibir a sus amigos. Dylan con serenidad y solidaridad ronronea junto a su dueña y la mira todas las mañanas, en la bahía de Acapulco, segundos antes de que inicie la cotidianidad de la vida. Y más allá de su dichoso felino, me permito subrayar que si su primer libro, de 1957, se llama Aquí te guardo yo, me siento en la necesidad de confesarle, por si alguna duda quedaba: Aquí te guardo yo, Thelma, muy cerca de mi corazón. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
¿Arrimones en el metro?
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. guerrera michoacana, in memoriam. Si escuchamos las declaraciones de un político, del partido que sea, el panorama es desolador. A cualquiera se le baja el ánimo. Cuando alguno dice que el país va bien a pesar de todo y que la gasolina y los impuestos subirán para beneficio de todos, sobretodo de los que menos tienen y bla, bla, bla, tales aseveraciones ante la realidad resultan de una comicidad trágica. Los causantes cautivos tenemos una vida de pagar impuestos a cambio de nada: los servicios de salud son deplorables, el nivel de violencia incontenible, las calles prácticamente están en un bache, la educación pública es una vergüenza, la corrupción agobia, etcétera, etcétera. Además, sabemos que hay cientos de miles que nunca han pagado impuestos ni pagarán. Y cuando los llamados servidores públicos no hablan de un “proyecto político” establecido, que responde a las instrucciones de su jefe sino que se salen del guión, sus declaraciones o comentarios tienen que ver con su estructura mental personalísima y, entonces, el panorama se vuelve patético. El 22 de enero, José Ángel Córdova Villalobos y Armando Ahued, secretarios de Salud federal y del Distrito Federal (DF), respectivamente, tuvieron la ocurrencia de subirse a un vagón del metro para ofrecer la vacuna contra la gripe A/H1N1. No sólo tenían, al parecer, ganas de divertirse sino que iniciaron una campaña de vacunación en dicho sistema de transporte colectivo. Y, aprovechando el viaje, se burlaron del ya clásico tono de los vendedores que vagón tras vagón ofrecen a los usuarios todo tipo de mercancías -lo cual teóricamente está prohibido. Cualquier persona que haya usado el metro sabe el horror que implica escuchar a un volumen inmoral desde música clásica a canciones de gruperos, pasando por melodías instrumentales y hasta las “ardillitas de navidad”. Los llamados “vagoneros” (reflejo agobiante del ya casi inenarrable desempleo que este país padece), venden, también, cuadernos para iluminar, chicles, bolígrafos de colores, dulces, diccionarios, tablas de multiplicar, libros con la interpretación de los sueños… La nota, claro, fue que los funcionarios calificaron de “espléndida” la campaña de vacunación en el DF. Y, además, mientras alguien bromeaba con la promoción de la vacuna afirmando que estaba “bara, bara”, Córdova Villalobos propuso “mejor vamos a decir como en las ferias: regalado, regalado”. Hasta ahí los lectores se pueden explicar, aunque no justificar, el numerito. Sin embargo, ya instalados en la chunga, fotógrafos y camarógrafos (según el periódico Milenio) hicieron una advertencia el secretario de Salud, “¡Cuidado con los arrimones!”; según el diario La Jornada “Al comentario irónico de si no extrañaba el manoseo, el funcionario federal respondió: `a mi edad sería un halago´”. Éste es un ejemplo de que el macho que la mayoría de los hombres trae dentro brota a la menor provocación, no importa si son universitarios, políticos, futbolistas, profesores, vendedores, amos de casa, secretarios de estado, estudiantes, albañiles o lo que sean. ¿Desde cuándo un arrimón, un manoseo, una falta de respeto a otro ser humano, en el metro, en la calle, en una oficina o en cualquier espacio puede ser un halago? No, señor secretario, está usted equivocado. Aunque seguramente nadie de su familia se sube al metro ni con guaruras, a usted no le gustaría -quiero creer- que algún pariente suyo, del sexo y de la edad que sea, viviera la experiencia del “arrimón” o del manoseo. Y si bien es cierto que un piropo tiene como sinónimos halago, lisonja, alabanza, flor, galantería, y, en consecuencia, tiene como fin elogiar, aun así no se justifica decirle nada a nadie. Nadie tiene el derecho de interrumpir de manera arbitraria la cotidianidad del otro o de la otra. Es claro que entre el piropo y la agresión verbal hay un abismo, y ésta va dirigida principalmente a las mujeres. Algunos machines se creen con el derecho de tocar el cuerpo de la mujer que se les da la gana o de decirle una leperada. A lo mejor porque esperan que eso les proporcione la testosterona que les falta. Es casi imposible que en esta ciudad y en este país exista alguna mujer que no haya sido violentada así. No importa si tiene 15, 40 o 70 años. Hace muy poco una señora se quejaba de que en el metro “ya no respetan ni las canas”. Señor doctor José Ángel Córdova Villalobos: ojalá éste sea, por lo menos, su antepenúltimo comentario desafortunado; ojalá si en un futuro (quizá en sueños) se vuelve a subir al metro, sea capaz de imaginar la rabia y la impotencia de un ser humano, de la edad y del sexo que sea, a quien le dan un “arrimón” en los andenes o en un vagón. Miles podemos asegurarle que eso jamás será un halago. Y aunque no faltará quien diga que todo fue broma, hay de bromas a bromas. Y las que tienen que ver con la violencia física o verbal, con la misoginia, con la falta de respeto, que no con los halagos, son -por desgracia- muy comunes y revelan el inconsciente de millones. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Nana Lu
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. “No se valen los compromisos desde lejos, por Internet, ni las palabras de aliento desde las oficinas gubernamentales. Hace falta y se exige ensuciarse los zapatos, caminar hombro con hombro con los pobres, charlar en medio de la lluvia, del frío y la desolación. Para comprender la pobreza hay que sentirla allá donde el frío se mete por todos los rincones y los niños lloran por un pedazo de pan. “Eso es lo que hizo Tata Vasco. Por eso su imagen es tan grande y su recuerdo es tan querido y tan alentador”. Y eso es lo que ha hecho una mujer que nació en los años sesenta, en la zona lacustre de Michoacán, en Santa Fe de la Laguna. Una mujer que asume con orgullo su lengua materna: el p´urhepecha; que aprende español, estudia y tiene gran capacidad de convocatoria e invita a las mujeres de su comunidad para trabajar juntas; participa en programas de radio, escribe libros, es funcionaria… Poco a poco ha rebasado las fronteras de su pueblo, de las ciudades más inmediatas, de su estado, de su país. Y no se detiene. María Guadalupe Hernández Dimas toma, desde que tiene memoria, un camino en pos del bien más preciado de los seres humanos: la libertad. Michoacán es un Estado exuberante, de mar y de montaña, de volcanes y lagos, de tierra caliente y serranías. Cuenta con grandes y graves momentos de la Historia nacional, es cuna de personajes memorables. Sus ciudades conservan diversa arquitectura tanto civil como religiosa. Morelia, su ciudad capital, alberga entre otras decenas de actividades, tres Festivales Internacionales: de Música, de Cine, de Órgano y el Encuentro de Poetas del Mundo Latino. En 1991, el Centro Histórico de Morelia fue declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Michoacán es rico en gastronomía, música, deshilados, alfarería, celebraciones, sitios arqueológicos… Y si bien es cierto que Michoacán y muchas de sus poblaciones poseen un sinnúmero de bondades, también es cierto que la opresión hacia las mujeres continúa de manera dramática. En los años cincuenta, cuando Marbella acompañó a Gaspar, su marido, (madre y padre de quien esto escribe) a diversos pueblos del Estado, al inicio de su ejercicio profesional como médico, algunas de las cosas que les indignaban a ambos, quizá más a ella que se daba el tiempo de observar mientras él atendía pacientes, era que las mujeres caminaran atrás de los hombres; que éstos y los niños trajeran huaraches, pero sus esposas y las niñas anduvieran descalzas; que los maridos golpearan a sus mujeres si parían una nena y no un varón; que si llegaban a tener carne para comer era para el sexo masculino “porque se iba a la labor y” y no para el femenino “las viejas se quedan en su casa” y así, un sinfín de cotidianidades . Los rayos de luz y de esperanza que han surgido en el Estado han sido generados por mujeres que salieron de su casa e iniciaron una lucha diaria por superar la desigualdad, la pobreza y la marginación. Esto tiene que ver con derribar tres murallas: son mujeres, son pobres y son indígenas, lo cual es el extremo de todo. En nuestro país, en donde el racismo es brutal, el color de la piel y hablar otra lengua produce rechazo y diversos tipos de segregación. En estas condiciones nacen miles. María Guadalupe Hernández Dimas, Guadalupe, Lupe, Lupita o Nana Lu, este último nombre el más socorrido por el cariño y respeto que implica, lleva a cabo una labor cotidiana. Más que currículum respetable (que lo tiene) ella tiene biografía, y la ha labrado con pico y pala, con miles de paletadas de cal y de arena, con la palabra en p´urhepecha y en español, con la sabiduría que da la experiencia de recorrer a pie la tierra, con ir de casa en casa, con el hecho de hablar con la gente que rodea. Por eso, las líneas con las que se inicia este texto son auténticas, en el sentido más amplio. Ella las ha vivido y ella las escribe en uno de sus libros: Vasco de Quiroga. El primer obispo de Michoacán, edición bilingüe, publicado en mayo de 2007, y hace semejante afirmación porque no se puede hablar de lo que se desconoce. Nana Lu habla con entusiasmo del fraile Vasco de Quiroga y su obra; menciona los tres ejes del compromiso de éste con los indígenas: compromiso con el más pobre; su preocupación por la evangelización; y su compromiso con la cultura y la salud. Con la serenidad en su rostro y el tono dulce de su voz, abre la puerta de su casa y a la menor provocación o sin ella ofrece su espacio, la chimenea, el comedor, el cuidado jardín, sus libros. El invierno con lluvia hace que Santa Fe de la Laguna se sienta más frío que de costumbre, pero el calor de la charla colabora a ignorar el frío. Nana Lu funda el grupo UARHI (mujer), sobre él ha dicho: su objetivo es impulsar el desarrollo de las mujeres indígenas para que se conviertan en verdaderos actores sociales y que a través de sus actividades, de su presencia creativa, y de sus unidades productivas, construyan y mantengan el tejido social. En este grupo se ha trabajado día con día, con reuniones informativas sobre cómo manejar el barro sin los riesgos del plomo, proyectos de engorda de cerdos; ahí se organizó un centro de acopio de telas, algodón e hilo de colores para la elaboración de uanengos (blusas); asimismo, diversos proyectos de créditos; capacitación para realizar labores de corte y confección; también, se realizan talleres de reflexión, encuentros, movilizaciones, publicaciones y denuncias. Y otro aspecto fundamental: ahí fue donde las mujeres empezaron a escuchar temas como equidad de género; fue ahí, donde algunas por primera vez supieron que ser mujer es muy importante y que ellas como tales tienen derechos escritos en la Constitución; y que la organización y la participación es medular en la vida diaria. Guadalupe Hernández Dimas llegó a ir a hablar con los maridos para que “les dieran permiso a sus esposas de ir a las reuniones”. Experiencias detalladas de un proyecto tan trascendente se han recogido en un libro, también bilingüe, coordinado por Nana Lu y Luis Sereno Coló, Mujeres Purépechas. Caminando entre piedras, editado por el Instituto Michoacano de la Mujer, la Secretaría de Desarrollo Social de la Mujer, el Centro de Desarrollo de la Mujer P´urhepecha y Ediciones Uahri, en 2005. Este texto reúne quince testimonios de mujeres que vieron una alternativa de vida al empezar a estar informadas y al darse cuenta que muchas padecían las mismas problemáticas, pero que tenían la posibilidad de mover su destino. Hay relatos dolorosísimos. Al final de cuentas lo son todos, de una o de otra manera, porque la opresión nunca da felicidad. Cada texto está firmado y en cada uno hay un agradecimiento a Nana Lu y Uahri, ya que según las autoras la vida de todas las mujeres que se integraron al grupo mejoró. En 2005 Guadalupe fue nominada, junto con 11 mexicanas más, al premio Nobel de la Paz. De igual forma, ha tenido diversos nombramientos como por ejemplo, titular de la Coordinación Interinstitucional para la Atención a los Pueblos y Comunidades Indígenas del Gobierno del Estado de Michoacán. Fue jefa del Departamento de Atención a Indígenas de la Secretaría de Desarrollo Social del Estado, durante su gestión se financiaron 178 proyectos en 69 localidades de 25 municipios, impulsados en su mayoría por mujeres. Por otro lado, la primera gramática de la lengua p´urhepecha El arte de la lengua de Michoacán, la realizó durante la Colonia Naturino Gilberti y tuvieron que pasar siglos, para que apareciera la primera gramática moderna del p´urhepecha, Janhaskapani, la cual elaboró Hernández Dimas con el Instituto de Antropología de la Universidad Nacional Autónoma de México. Además, es integrante de la Academia de la Lengua P´urhepecha. También es autora de La mujer purépecha. Una mirada desde la pobreza de sus comunidades. La dedicatoria de esta obra dice De mi pueblo P´urhépecha, Compañeras de ruta Que hemos caminado juntas Escribiendo nuestra historia En cascadas de risas y alegrías De llantos y tristezas! Guadalupe nació en Santa Fe de la Laguna. Tiene fe en la vida, sin duda. Quien la conoce deposita su fe en Nana Lu. Mientras la plácida laguna permite abrevar en sus aguas, la esperanza de que un día las mujeres ancianas no sean de las que aún -en 2010- deambulan por Pátzcuaro, descalzas, mientras intentan vender figuras de palma, “una carpetita bordada” o “chayotes espinudos, pero cocidos”. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Año ¿nuevo?
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. ¿Y de verdad creemos que porque han transcurrido 365 días, ahora sí el próximo año vamos a limpiar el cuarto de azotea, a bajar de peso, a dejar a la persona que ya no se ama, a acabar la novela abandonada hace meses o años, a hacer la tesis, a ahorrar…? Y todo tan sólo porque se le da una vuelta más al calendario. Todo indica que el año que está por arribar no va a ser como los anteriores, va a ser peor. No se requiere tener un coeficiente mental como el de Albert Einstein para ver que el futuro está más negro que la mayor profundidad del océano: el número de feminicidios va en aumento y, salvo protestas encabezadas por mujeres, no pasa nada; la economía se ha recuperado sólo en sueños; la corrupción no para, por el contrario aumenta; las diferencias socioeconómicas y culturales cada vez se agudizan más; algunas mujeres políticas promueven legislar contra mujeres; la desnutrición en los niños es patética; el salario mínimo una vergüenza; la educación, que es la base y el futuro de un país, está en unos niveles dolorosos; el desempleo en cifran nunca antes vistas… la lista parece interminable. Ante este panorama hablar de arte parecería una broma macabra. Sin embargo, existe la certeza de que el arte no se come, pero alimenta. Quizá sólo queda dar la batalla desde alguna trinchera, como la de la conciencia, en principio y –de vez en cuando– buscar algún tipo de consuelo. Por ejemplo, leer a algunas poetas que han sentido lo que muchas y muchos de nosotros y viceversa. Esas emociones hacen recordar la importancia de la solidaridad. Por eso hago memoria y comparto algunos versos que me acompañan siempre y que, en ciertos momentos, pueden salvar la vida: Se puede leer a Alejandra Pizarnik que fue capaz de Estos versos, y millones más regados por el mundo, son bálsamos y agua frente a la aridez del futuro incierto que rodea a millones de seres humanos desolados. No obstante, para todos siempre habrá un poema que dé fuerza y alimente el hambre. Mi deseo de que la esperanza no agonice, queda con ustedes. Y a esperar el año ¿nuevo? Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
¡Cómo me gustaría acostarme con otro hombre!
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. En tiempos de crisis, la relectura puede ser una tabla de salvación. Digo la relectura porque los precios de los libros están llegando a niveles prohibitivos, sobre todo a partir de la devaluación de este año. No importa si después el peso baja unos centavillos ante el dólar, porque después sube unos centavotes y lo que aumentó ya aumentó: alimentos, medicinas (hay algunas que suben cada quince días, depende del laboratorio), bienes inmuebles y muebles de todo tipo, ropa, electrodomésticos, vinos y licores importados (que también forman parte de la vida), es decir, los precios de todo se han incrementado. Dentro de la tragedia, un paliativo es echar ojo al librero y volver a elegir un volumen sugerente. De entre los ejemplares del librero, brilló uno que se editó gracias a dos mujeres: Jeanne Rucar de Buñuel y Marisol Martín del Campo Memorias de una mujer sin piano (Alianza Editorial Mexicana. México, 1990. 150 pp.) y es una entrevista que le hace la segunda a la primera; prácticamente se lee de un tirón porque es muy interesante conocer lo que vive una mujer inteligente, pero casada con un genio del cine como lo fue Luis Buñuel. De hecho, desde la portada aparece el posesivo de, a la no muy antigua usanza: Jeanne Rucar de Buñuel. Desde los años setenta se ha objetado el famoso de, debido a que cuando una mujer se casaba pasaba a ser “propiedad” del marido. Y si bien es cierto que miles de mujeres ya no lo usan también es cierto que algunas todavía lo usan, sobre todo en ciudades del interior de la República, y no sólo lo usan sino que lo exigen, esto se puede comprobar en las inenarrables secciones de “Sociales” de periódicos regionales. El horror continuaba o continúa cuando muere el marido, ya que se firman “fulana de tal viuda de”, es decir, la posesión es post mortem. Y si en México puede parecer terrible, en países como Estados Unidos o Francia, en pleno siglo XXI, al contraer matrimonio las mujeres pierden su apellido y a partir de la boda sólo usan el del esposo. Y aunque tales circunstancias se pueden explicar, por la opresión que a través de los siglos se ha ejercido sobre las mujeres, no se justifican. Jeanne Rucar casó con Luis Buñuel, el gran realizador, el maestro del cine, el surrealista venerado, el creador, el maestro del martini, el padre de dos hijos; el gran Buñuel que hoy se sabe, gracias a este libro de memorias, como marido era gran un machín español, nacionalizado mexicano. Sólo contextualizando los años en que ambos nacieron y crecieron, se puede medianamente comprender que Rucar haya soportado vivir a su lado más de 50 años, más ocho de noviazgo. Él llevó sus celos a límites insospechados. Le puso cercas por todos lados. Le impidió crecer en cualquier espacio personal. Posesivo, celoso, arbitrario fue Luis Buñuel. Es un lujo ver su obra, es fundamental conocerla, pero no se puede mezclar al hombre de la cotidianidad con el genio, con el gran creador, con el “gran artista de nuestro tiempo, gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana”, en palabras del escritor Carlos Fuentes. Jeanne dejó sus clases de gimnasia, cuando eran novios. “Por desgracia un día Luis me acompañó a la academia de madame Poppart y se metió a observar la clase. Al salir lo noté distinto, pensativo. Horas más tarde me prohibió hacer gimnasia: 'no es decente Jeanne, se te ven las piernas. Me desagrada que mi novia se exhiba'. Por tonta me quedé callada y obedecí”, relata. Jeanne dejó sus clases de piano. “También me escoltaba hasta la puerta de las clases de piano, luego iba a recogerme. Conoció a mi profesor: era un hombre atractivo. No me había fijado en él hasta que Luis lo vio, para mí solo era el profesor, un hombre “mayor”, cuarentón. “– ¿Quién está con ustedes mientras te da la clase? “– Nadie, Luis, ¿por qué? “– Por curiosidad ¿Es casado? “– Ay, Luis, no lo sé ni me interesa. “A la semana, después de comer en casa, papá me pidió: “– Jeanne, tócale a Luis algo de Strauss. “Traté de lucirme. Al acabar Luis me comentó: “– Para como tocas… sería mejor no hacerlo… “Cerré la tapa del teclado con lentitud, cuidando de colocar perfecta la tira verde de fieltro. Me levanté del banquillo. Fue la última vez que toqué el piano de manera profesional. Escribí una nota al profesor avisándole que ya no tomaría más clases. “Nunca me atreví a oponerme a Luis”. Así, la historia sigue su curso. De estos ejemplos se va a otros y a otros y duele saber y da mucha cólera que Jeanne Rucar no era la única mujer que vivía de esta manera. Ella, más bien es una muestra de la sutil violencia que millones de maridos han ejercido hacia sus parejas, y que relatos como éstos abundan. Hace unos meses, en Morelia, Michoacán una mujer de alrededor de setenta años defendía el hecho de que algunas féminas no trabajen porque el marido no les da permiso. Al cuestionarle que no eran minusválidas emocionales ni menores de edad su argumento fue: “eso dices tú, pero la ley de Dios dice otra cosa”. La anécdota, hay que subrayarlo, es del año 2009. El cineasta tuvo entre otras, tres acciones que Rucar recuerda en la recta final de su vida: “Tenía un cerezo que me dio ochenta cerezas. Luis ordenó al jardinero: 'Llévese el árbol y tírelo'. Me dolió. '¿Por qué mandaste quitar mi cerezo, Luis?' 'Era feo, no daba cerezas'. Era mío… La memoria es peculiar por qué recuerdo ahora el cerezo al hablar de mi libro. ¿Por qué recuerdo los tres puntos de enojo que tuve con Luis?: Cuando regaló mi piano, (“Jeanette Alcoriza me regaló un piano que colocamos en el vestíbulo. Cuando venían amigos franceses cantábamos La Marsellesa. Todos los días me sentaba a tocar. La música subía por el vestíbulo y llenaba la casa. Meses después durante una cena ya en la madrugada y con bastantes copas encima, Cotito, el hijo de los Mantecón, propuso a Luis: `Te cambio el piano por tres botellas de champaña. Me reí ante la incongruencia de la propuesta pero Luis contestó: 'Hecho'. Cerraron el trato con un apretón de manos. Pensé que ahí quedaría, que era una broma. A la mañana siguiente sonó el timbre: era Cotito con un camión de mudanza y las tres botellas de champaña. No quise ver cómo se llevó mi piano. Me quedé furiosa por no atreverme a decir: 'Este piano es mío y no sale de aquí.' 'Por supuesto guardé silencio'.), cuando ensució el tapete (Uno de los disgusto más fuertes fue causado por una tontería: Luis siempre que entraba al jardín, tenía cuidado de limpiar la suela de sus zapatos, pero esa vez no lo hizo. Yo acababa de lavar la alfombra y él la ensució. Por vez primera le grité: “– ¡Mira lo que has hecho! “– Es igual. ¡Esta casa es mía y hago lo que me da la gana!, “¡Me dio una rabia…!)… y cuando tiró mi cerezo. Jeanne tuvo un mundo interesante antes de casarse con Buñuel, estudió anatomía, gimnasia, música. Durante su vida matrimonial tuvo otro, muy rico, conoció a todo tipo de personalidades. Trató con decenas de gente famosa en diversos ámbitos y muchos estuvieron en su casa, en donde bebieron y comieron su famosísima paella. Conoció a gente como Brigitte Bardot, Marilyn Monroe, Alberto Gironella, José Luis Cuevas, Salvador Dalí, Luccino Visconti, Luis Alcoriza… Y, al mismo tiempo, tuvo una vida doméstica, de comida y tejido. Jeanne Rucar nace en Francia, en febrero de 1908. Tuvo siempre inclinación por la Bellas Artes. Conoce a Buñuel en 1926. Se casan 8 años después. Se van a Estados Unidos en 1939. Llegan a México en 1946. Tienen dos hijos. Vuelven a Europa en 1959. Viajan y viajan, pero su base de operaciones es México; de hecho en las memorias de Buñuel, éste afirma que se quedaría en México “hasta el último suspiro”. Y así lo hizo, así lo hicieron los dos. Buñuel fallece en 1983. Jeanne en 1994. Una nota del periódico español El mundo cabeceó, el 8 de noviembre de 1994: “Jeanne Rucar, la compañera silenciosa de Buñuel. Con ella desaparece el testigo más cercano del cineasta aragonés”. Jeanne Rucar muere en noviembre, hace exactamente 15 años. Desde aquí va un recuerdo para una mujer que, a pesar del celoso no confeso con el que se casó, un día le dijo “Ay, Luis, ¡cómo me gustaría acostarme con otro hombre! Para comparar si hay distintas formas de hacer el amor”. 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¿Quemar o arder? o ¿Cómo anda tu placer sexual?
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. “Si nos reprimen el aparato circulatorio nos morimos. Si nos reprimen el aparato respiratorio nos morimos. Si nos reprimen el aparato digestivo nos morimos. Si nos reprimen el aparato sexual no nos morimos, pero la pasaremos muy mal”, aseveraba un profesor de sicología en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM, en los ya lejanos años setenta. En donde hay represión política hay represión sexual, ésta es una forma de dominación social. Gracias a una formación judeocristiana somos proclives a la culpa y la culpa ha matado más gente que el cáncer. La tendencia al sufrimiento, a “si ya te tocó esa cruz, cárgala”, “aguántate las ganas”, “no comas, no bebas, no ames, ayuna, sacrifícate”, “Guarda tu virginidad como un tesoro”, “Sufre y alcanzarás el cielo”, etcétera, son frases que reflejan diversas formas de control que se han ejercido sobre los seres humanos. La represión sexual se da a través de la Historia. Durante siglos las parejas sólo podían tocarse con los ojos. Todo era pecado, incluso en el matrimonio había límites. Las mujeres llegaban por lo general vírgenes al matrimonio; sin embargo, eso no era lo peor, lo peor era que no tenían ninguna información de la sexualidad. Hay miles de casos en donde la “noche de bodas” acababa siendo un acto patético, violento, desquiciante. Muchos maridos, la mayoría machines que tenían experiencia porque salían del burdel al confesionario y viceversa, imponían su fuerza, aquí sí que literalmente sobre las mujeres. Pero se fue el tiempo y se cambió de una década a otra y de un siglo a otro y cuando se creía ver una luz al final del túnel, ¡oh, sorpresa! la luz es la de un faro de ferrocarril que quiere pasar a toda velocidad sobre la ciencia, la libertad, el placer. Así, entre otros casos, aparecen gobernantes y congresos en, hasta el momento, 16 estados de la República y deciden condenar a las mujeres que abortan. Olvidan el Estado laico y las amenazan con penas de cárcel, con declararlas pecadoras, asesinas; las mandan a la clandestinidad, a la persecución, a la muerte. Lo que también resulta indignante es que muchas mujeres promuevan y apoyen la penalización y, en consecuencia, se manifiesten en contra de la libertad y la ciencia. No saben o no quieren saber que a mayor educación sexual menor número de enfermedades, menor número de embarazos no deseados, mayor placer, mayor decisión sobre el cuerpo de cada ser humano. El 4 de octubre, en León, Guanajuato, un par de mujeres, para vergüenza de millones, Hortensia Orozco Tejada regidora panista y Lourdes Cázares presidenta de Suma tu voz, se dieron a la tarea de quemar libros de biología de primero de Secundaria, avalados por la Secretaría de Educación Pública (SEP), para sustituirlos por el de la Secretaría de Educación de Guanajuato (SEG). Las fotografías las muestran mientras deshojan los libros y los arrojan a una tina de metal para incendiarlos. Según el periódico Excélsior, Orozco quemó los de la SEP por considerarlos “perversos” y porque “promueven la ideología del disfrute sexual, lo cual, dijo, daña a los adolescentes y atenta contra la familia” (sic). La nota del periódico La Jornada relata “`Huele muy mal! ¡Huele muy mal´, corearon mientras las llamas consumían los textos federales, que presentan los órganos reproductores de la mujer y del varón, además de información sobre equidad de género, el uso del condón y otros anticonceptivos... . “La SEP mediante los libros está obligando a mis hijos a usar condón cuando yo quiero que ellos no hagan nada hasta el matrimonio” (sic) dijo la presidenta de la Cofavi, Beatriz Rodríguez”. (La Cofavi es la Coalición Ciudadana por la Familia y la Vida). Más adelante, La Jornada cita la declaración de Lourdes Cázares: “Expresamos nuestro apoyo a la educación sexual basada en valores, y nos manifestamos en contra de imposiciones ideológicas y sin perspectiva de familia” (sic). Lo extraño del caso es que lo que se acaba de citar aquí no es una broma de la literatura fantástica, ni una representación de alguna escena teatral. ¡No!, por desgracia es un hecho real, una acción efectuada en el año de 2009 de nuestra era, “aunque usted no lo crea”. Quién sabe qué habrán sentido los miles que haya visto las fotografías, leído las notas o quizá visto imágenes en televisión. Quien esto escribe siente náuseas y ratifica que la ignorancia es muy osada y hace que la gente se envalentone. Da vergüenza ajena ver a dos mujeres deshojando libros para echarlos al fuego. No saben que los libros arden por sí mismos. Y ellas, seguramente están heladas. Luego de conocer un acto semejante habría qué preguntarse si mujeres como éstas que queman libros apoyados en la ciencia sabrán lo que es un orgasmo, una fellatio o un cunilingue gozosamente inolvidables. ¿Sabrán poner un condón? Cómo habrán concebido a sus hijos -si los tienen- ¿con sábana nupcial o bajo la premisa de puta en la cama y dama en la iglesia? Si tuvieron dos hijos ¿sólo habrán tenido dos relaciones sexuales en toda su vida? Con qué derecho desean que sus hijos esperen hasta llegar al matrimonio para descubrir el placer que el sexo puede generar. El libro de la SEG establece, sin ningún fundamento científico, que “la píldora del día siguiente causa cáncer, que la masturbación es un placer egoísta y que la virginidad es un tesoro”. Por tanto, el libro que ellas defienden está limitando el derecho de niños y adolescentes a informarse acerca de la sexualidad; su derecho a enterarse, un poco al menos, de que existe el sexo seguro y que una relación sexual es para “el disfrute sexual”, sin duda. A mediano plazo los están exponiendo al riego de embarazos no deseados, de contagios de diversas enfermedades de transmisión sexual -si no hay sexo con protección- y a que la tan llevada y traída virginidad siga siendo “un tesoro”, en la medida en que sirve para mejorar contratos matrimoniales, la compra-venta nunca ha estado alejada del vínculo marital. No está de más recordarles a estas mujeres panistas que la Edad Media quedó atrás, que el tiempo que invierten en gritar que los órganos reproductores de la mujer y el varón huelen mal, mejor lo utilicen para descubrir que el aroma de la sexualidad, de los genitales, es una parte de la seducción y que si hay higiene elemental no sólo no huelen mal sino que incitan al placer, que por lo visto está muy lejos de ellas. Tampoco está de más recordarles que si sus hijos o hijas están desinformados, no van a saber qué hacer si se enfrentan a un eyaculador precoz, o a la anorgasmia femenina producto de la represión, o a un caballero que no tiene idea de dónde está el clítoris o a una mujer que no sabe cuáles son sus días fértiles... La represión sexual es reflejo de la represión política, no hay que olvidarlo. En la dictadura franquista, por ejemplo, estaba penado darse un peso en la calle. Y en otra dictaduras no tan lejanas, como la de Argentina, la quema de libros fue brutal. O la de Chile, en 1973, cuando la barbarie se impuso sobre la inteligencia, y Augusto Pinochet el genocida comulgaba los domingos. En la Alemania nazi, en mayo de 1933, se quemaron alrededor de 20 mil libros de filósofos, poetas, científicos. Según el historiador berlinés Michael Grüttner, “con ello comenzó la decadencia de Alemania como nación de la ciencia: con la emigración a América del Norte de 24 premios Nóbel de Alemania y Austria, el primer lugar pasó a ocuparlo Estados Unidos", declaró Grüttner en entrevista concedida al semanario Der Spiegel en su edición digital, según fuentes de Internet. La doble moral acecha. Es más fácil quemar que explicar. Es más fácil condenar que argumentar. Es más fácil evadir el placer que descubrirlo. Es más fácil cubrir el cuerpo que enfrentarlo. Es más fácil cambiar el lenguaje que dominarlo. Es muy probable que estas mujeres le tengan pavor a llamar a las cosas por su nombre. Es muy probable que al pene le digan pirrín o pajarito y a la vagina la llamen paloma, cosita o parte. Es tiempo de repetir todos los días “Educación sexual para decidir. Anticonceptivos para no abortar. Aborto legal para no morir”. Es tiempo de recordar y lo acaba de hacer Salvador Ordóñez, rector de la Universidad Menéndez Pelayo al inaugurar el mes pasado el encuentro internacional El diálogo de las culturas mediterráneas judía-cristiana-islámica en el marco de la Alianza de Civilizaciones. Desde la Biblioteca de Alejandría a la actualidad con una cita del poeta Heinrich Heine: “Donde se queman libros se terminan quemando también personas”. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Mujeres que investigan
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. Genera indignación que ocho diputadas (Carolina García, María Ivette Ezeta, Laura Elena Ledesma, Kattia Garza, Yulma Rocha, Ana María Rojas, Olga Luz Espinoza y Anel Nava) se hayan prestado a la simulación de tomar posesión de una curul en la Cámara Baja, para dos días después de que se instalara formalmente el periodo de sesiones, pedir licencia “por tiempo indefinido”. Así, los suplentes -todos hombres- ocuparían sus lugares. Esta acción causa verdadera cólera, ya que sólo refleja un juego político sucio, en el cual aparecen intereses personalísimos, ajenos por completo a la ciudadanía. De igual forma, esta acción violenta la equidad de género por la que se lucha desde hace décadas. Y sí, claro, hay indignación, cólera, rabia, pero también vergüenza ajena. Ante semejante oprobio, y en lo que la Junta de Coordinación Política toma una decisión, es preciso levantar el ánimo. Por tanto, es conveniente mirar el trabajo de mujeres comprometidas, apoyarlo, comentarlo, difundirlo y continuar, desde las múltiples trincheras que ofrece la vida. Una de las muchas opciones es la que realizan mujeres, generalmente, muy jóvenes cuando deciden hacer la tesis de licenciatura. Cada vez que me envían una tesis para que funja como sinodal, me da un gusto inmenso porque es un nuevo esfuerzo para concluir una etapa. Claro que siempre hay unas mejores que otras; algunas que requieren mayor atención; otras que con un poco más de esfuerzo pueden mejorar considerablemente y, también, tesis sorprendentes que reflejan el interés o la pasión por el tema elegido. Es obvio que un trabajo de investigación, como es una tesis, debe o debería ser sobre un tema que de verdad entusiasme al o a la estudiante. Trabajar con temas impuestos lo único que provoca, cuando mucho, es cubrir con los requisitos mínimos para liberar “el pendiente”. A diferencia de cuando se intenta llegar hasta el fondo de un asunto con gusto, con inquietud, con interés, con pasión, a fin de cuentas. Quizá esta circunstancia sea la que eligieron cuatro egresadas de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNM, al elaborar el llamado último trabajo académico pero, a la vez, primero profesional: la tesis de licenciatura. En meses recientes he tenido el gusto de leer, entre otros materiales sobresalientes, cuatro que me parecen verdaderas aportaciones, realizados por mujeres muy jóvenes que han sorteado las variables que la vida se encarga de ofrecer cuando se hace dicho trabajo. Y digo sortear porque, salvo a las Juanitas y los Juanitos aplicaditos no les ocurre nada en este periodo y terminan del kínder a la licenciatura, o incluso el doctorado, de un tirón. Pero al resto de los mortales se les cruza la vida, es decir, se consigue empleo de tiempo completo o súper completo; se ama y se desama; se viaja; se cambia de domicilio, de ciudad o de país; hay duelos cercanos, nacimientos, enfermedades, desencuentros, depresiones, matrimonios, divorcios, hay vida… En orden de aparición, María Cristina Salmerón Arroyo, Nora Reyes Loeza, Norma Irene Aguilar Hernández y María Adriana Gutiérrez Bello entregaron sus investigaciones con los siguientes temas: Del teatro a las camitas (Reportaje sobre espectáculos artísticos en hospitales infantiles de la Ciudad de México); Ecos del dolor (Deterioro del cuerpo en los bailarines. Caso del Taller Coreográfico de la UNAM. Reportaje); Damas del cuadrilátero (Reportaje sobre la lucha libre femenil en México); y La verdadera vocación de Marta. Un presunto discurso de género en la búsqueda del poder. (Ensayo), respectivamente. En ocasiones, por desgracia muy buenas tesis se quedan en la biblioteca para posibles consultas futuras. A veces, algunas se logran publicar íntegras o algunos capítulos. Sin embargo, creo que es importante tratar de difundir aquellas que no sólo tengan un nivel decoroso sino que sean propositivas o, por sus temas y sus formas, innovadoras. Así, Salmerón Arroyo, como el reportaje lo exige, se metió a los hospitales, entrevistó a niñas y niños enfermos, a sus padres, a médicos, a muchos de los artistas que se han dedicado a la llamada risaterapia, para que el ánimos de los hospitalizados mejore un poco. Da antecedentes, comparaciones, consecuencia. Expone una problemática: la de los pibes. Y si es una pena que un adulto enferme, en el caso de los infantes hay un doble dolor. Durante el tiempo de investigación que requería Del teatro a las camitas, Cristina, con su mirada inquieta y su aparente serenidad, vivió días casi inenarrables e inolvidables. Su brillante desempeño como estudiante continuó como periodista en medios de circulación nacional. Titularse era un paso ineludible. En términos taurinos, el día de su examen profesional, “salió por la puerta grande”. Reyes Loeza, también realizó un reportaje y trabajó intensa e incansablemente, sobre un tema que se deja de lado ante el hecho estético. Porque cuando un espectador disfruta la danza en cualquiera de sus manifestaciones, ya sea danza moderna, clásica, folklórica, etc. nadie se cuestiona qué hay atrás de tanta belleza; pero, atrás de ella hay dolor y deformaciones físicas terribles. A eso se dedicó Nora por meses, a preguntar, a investigar en fuentes “vivas” y bilbiohemerográficas y presentó un trabajo en el cual queda claro que los bailarines viven con el dolor y su cuerpo que algún día fue admirado acaba en pésimas condiciones. Las innumerables páginas que escribió, quedaron reducidas a cerca de 100, gracias a su capacidad de selección y discriminación de información. En los meses en que trabajó con esmero, su cabello claro creció junto con su capacidad de asombro y su interés por continuar en el infinito camino que ofrecen las palabras y entendió mejor que nunca los Ecos del dolor. Aguilar Hernández escogió, también, al reportaje para profundizar en el tema que la apasiona: la lucha libre. Y vaya que si lo logró. Eligió un tema casi inexplorado, el de la participación de la mujer en la lucha libre. Ella se va al fondo del asunto, busca, pregunta, acude a los lugares de los hechos: casas, vestidores de arenas, restaurantes, bares, automóviles… así se hace el periodismo. Se apoya en estructuras de reportaje dadas, entre otros, por el Maestro Manuel Blanco. Damas del cuadrilátero refleja una sólida metodología cómo lo exige el periodismo profesional. Ella, también, durante el proceso de realización de su tesis combinó sus labores cotidianas como reportera en la revista Box y lucha con las de la vida, que a la vez de vivirla le exigía concluir con el objetivo de titularse. Lo más importante es que, para ella, fue un gozo bajo presión. Norma Irene, con su nuevo look y sus nuevos anteojos, debe sentirse muy satisfecha del resultado. Gutiérrez Bello se inclinó por un tema escabroso: Marta Sahagún de Fox y, creo, lo prueban sus cinco votos aprobatorios, que salió avante. La verdadera vocación de Marta es, en cuanto al título, una paráfrasis de la verdadera vocación de Magdalena, película dirigida por Jaime Humberto Hermosillo, en 1971, porque si la verdadera vocación de Magdalena era el rock and roll, la de Marta Sahagún era el matrimonio. Así lo demuestra el material de María Adriana que dedicó parte de su tiempo, sólo parte y por eso se prolongó la investigación, a revisar exhaustivamente hemerografía sobre tema y también bibliografía. Sus reflexiones cuestionan la declaraciones de la susodicha, ya que siempre tenían una dosis de humor involuntario, que lo único que dejaban en claro era la falsedad de su postura ante la horrible palabra “empoderamiento”. Estas tesis que realizaron cuatro mujeres jóvenes son muestra de que no sólo hay vergüenzas ajenas sino orgullos ajenos. Son cuatro universitarias que responden por su trabajo con honor, sin dobleces. Ellas y sus investigaciones se defienden solas. Para ellas, Cristina, Nora, Norma Irene y Adriana, mi felicitación, mi entusiasmo, mi confianza, por tanto, mi fe. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
País de mentiras
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. “No hay peor sordo que el que no quiere oír”. Refranes A la escritora e investigadora Sara Sefchovich un periódico de circulación nacional le solicitó un artículo sobre la ciudad de México y ella escribió lo que veía: “calles en las que había mierda de perro, colillas de cigarro, bolsas de frituras y envases de refrescos; parques abandonados donde lo que alguna vez había sido pasto verde era un zacate seco y amarillo; autos estacionados en doble fila o incluso sobre las banquetas, que de por sí parecían bombardeadas por tantos baches y roturas del pavimento y no eran aptas para caminar; una ciudad, en fin, en la que cualquiera ponía un puesto en cualquier parte para vender lo que sea, cualquiera se apoderaba de los espacios públicos, ensuciaba y ponía música a todo volumen día y noche sin preocuparse si los vecinos enloquecían”. Sefchovich cuenta que el artículo nunca se publicó. Que lo que querían -dice- era el elogio al niño comiendo un helado y no el relato del peatón que se queda pegoteado en el piso porque lo que escurrió de aquel barquillo nadie lo limpia jamás; querían a la indígena que vendía artesanías pero sin que se notara su miseria, querían la puerta hermosa de la iglesia pero no la basura que se acumula en las esquinas del atrio, querían al sol posándose sobre el quiosco de la plaza pero no los faroles cuyos focos siempre están fundidos. A partir de esta situación, la investigadora de la UNAM advirtió la facilidad infinita que tenemos para suavizar la realidad, para borrar lo que no nos gusta, para hacer declaraciones sin sustento y para mantener un discurso político y una realidad alterna. Así, Sara Sefchovich se dio a la tarea de documentar, desde mediados de los años noventa, las declaraciones o lo que es lo mismo, las mentiras del discurso público, los documentos, los convenios, las estadísticas, las promesas… Y no tuvo duda de que en México se miente. Producto de esa labor titánica es el libro País de mentiras. La distancia entre el discurso y la realidad en la cultura mexicana. Ella ofrece un texto de casi 400 páginas en donde da un panorama de la vida cotidiana que se padece en el país, en los estados, en las ciudades en las colonias, en las familias. Y de verdad que leer el libro es como una bofetada brutal; es, quizá para muchos, un golpe que aunque se trate de esquivar se vuelve inevitable. La mentira en México no respeta sexo, clase social, credo, nombramientos, estados civiles, profesiones, partidos políticos. Al terminar de leerlo es posible que la lectora o el lector estén en la lona, con un nocaut técnico, pero es posible que cuando se levanten brote la mentira y digan “no es para tanto”. Pero sí es para tanto porque estamos acostumbrados a mentir. Nos lo han enseñado. Quién no recuerda la frase de la madre o padre al hijo cuando alguien los solicitaba en la puerta o en el teléfono “dile que no estoy” y el vástago informaba “dice mi papá que no está”. Esto, incluso, está documentado hasta en la literatura mexicana. Simular, fingir demencia o ya de plano hacerse pendejo es un deporte cotidiano de millones de mexicanos. Por eso, el libro duele, indigna, molesta. Pero la pregunta es ¿hasta cuándo vamos a seguir mintiendo? Hace varios años quien esto escribe realizó una entrevista con la economista húngara Judit Kiss y ella, experta en temas mexicanos, relató la sorpresa que se llevó cuando decidió terminar la relación que mantenía con un hombre (mexicano, se comprende). Él le preguntó “¿Por qué me dejas?”. Ella contestó “Porque ya no te quiero”. Él le dijo “¡Cómo te atreves a decirme eso! Dime que me quieres aunque no sea cierto”. Kiss no comprendía. Es más, estaba escandalizada. Esto implica que no sólo el discurso oficial es mentiroso sino que las relaciones personales o incluso amorosas viven en la mentira o la exigen. Temas trascendentes son los que toca Sefchovich: como el de la familia y todos los mitos que alrededor de ella existen; por ejemplo, que sea el espacio de amor, seguridad y felicidad que se dice es. Por el contrario, “La violencia ha sido parte integral de la vida de las familias desde el principio de la historia” y da muestras –con datos– de golpes, abandonos, encierros, torturas, gritos, amenazas, quemaduras, de padres a hijos y entre cónyuges. O el de la llamada justicia social que, para acabar pronto, se le entiende como “caridad, y como buenas intenciones, una forma clientelar, paternalista (o maternalista) y voluntarista de legitimar al gobierno…” porque al final de cuentas lo que se hace “no es por justicia social sino por razones políticas”. O el de la educación y la cultura, temas sobre los cuales siempre han dicho que son prioridades y siempre quedan a la zaga o son los puntos por donde empiezan los recortes presupuestales. La educación es la “catástrofe silenciosa”, como bien dice Gilberto Guevara Niebla, según cita la autora. O de la economía “sana y sólida”. O de “la nación y la identidad ¿existen?”. O los conflictos sociales y la impartición de justicia “¿algo que decir?”. Y así sucesivamente, no hay tema que la investigadora deje de lado. Da el contexto y luego el crédito a centenares de autores, con una serie de frases contundentes, algunas de una lucidez extraordinaria. Hay conciencia de muchas y muchos. Pero el proyecto político no va más allá de las buenas intenciones y de esas está hecho el camino al infierno. País de mentiras. País reflejado hace ya mucho en los ojos de creadores como Luis Buñuel y Los olvidados, cinta con la cual los ciudadanos de entonces se sintieron agredidos y negaban las escenas. Cincuenta años después está más vigente que nunca. Por su parte, Octavio Paz y Samuel Ramos dieron sus opiniones sobre el ser del mexicano. Y nadie salió bien librado. País de mentiras dice en una de sus solapas “Este texto se irá actualizando en la red. Seguiremos recogiendo las mentiras y buscando las explicaciones. Tenemos que hacerlo para exponer a nuestros poderosos, para que se den cuenta que nos damos cuenta. Acompáñenos en www.oceano.com.mx”. Sara Sefchovich es mujer que tiene pasión por la palabra y por la investigación, testimonio de ella son las novelas: Demasiado amor, La señora de los sueños y Vivir la vida; en cuanto a trabajos de investigación: Ideología y ficción en la obra de Luis Spota, La suerte de la consorte: las esposas de los gobernantes de México y Veinte preguntas ciudadanas a la mitad más visible de la pareja presidencial, entre otras obras. A ella, en este espacio se le celebra la disciplina y la transformación de su “obsesión” en un libro que aporta y confronta, que exhibe e interpreta, que informa y refresca la memoria. “La literatura es la gran mentira que dice la verdad” según Mario Vargas Llosa y su ensayo levanta el ánimo porque invita al placer de la lectura ante nuestra paupérrima realidad. Pero el Epílogo de Sara Sefchovich es desolador desde el título “La única verdad es la mentira”. Sin embargo, aquí está su libro. Un primer paso, quizá, es tomar conciencia de que la mentira y la desconfianza van de la mano y así es difícil ir por la vida. Sefchovich, Sara. País de mentiras. Oceáno. México, 2008. Una mentira más: Gas Natural México, se dice, una empresa socialmente responsable. ¡Mentira! Si usted ha tenido la mala suerte de contratarlo, quizá pueda saber a qué se debe este comentario. Para lograr una reconexión esperé 10 (diez) días -sin tomar en cuenta que dicen “entre 24 y 48 horas se hace la reconexión”- y cuando finalmente la hicieron dejaron una fuga de gas considerable. Si usted se comunica por teléfono prepárese para perder, por lo menos, 20 o 30 minutos de su tiempo. No se le ocurra hablar por celular. Cuando logre escuchar una voz humana prepárese para oír a unos jóvenes que parecen tarabillas y que es difícil entenderlos y que cada vez que le van a informar algo lo dejan en la línea y luego le agradecen su tiempo de espera. Uno agradecería un buen servicio. Luego de pagar tuve que ir personalmente y entablar “comunicación” con un promedio de ¡nueve personas! que no solucionaron nada: el joven que me atendió en la sucursal Mixcoac (porque la sucursal Acoxpa está fuera de servicio, vivo en Coapa); después Ángel Martínez, Laura Cosme, Alejandra Gaspar, Jesús Torres, Karla Baeza, Isaí Ramírez -¿supervisor?- Alejandra Gaspar (otra vez), David Romero y Hugo López, supervisor (3 veces). Todo esto, claro, después de aguantar que en el teléfono casi me feliciten porque ya voy a poder pagar con tarjeta de crédito y de tener que escuchar un sinfín de promociones publicitarias y, además, cuando se va a poder hablar con un ser viviente hay una sensación terrorista: “para fines de calidad esta llamada puede ser grabada”. Pobres empleados. También repetí mi historia hasta el hartazgo a cada uno y como no es posible hablar con la misma persona todos preguntan lo mismo y repiten los mismos absurdos. Les hablé en buen plan, en mal plan, con serenidad, sin serenidad, a gritos: perdí horas de trabajo. Mi hijo y yo vivimos de la caridad humana de mi familia y mis amistades, quienes nos permitieron bañarnos en diferentes hogares, como una elemental cortesía al prójimo. Además, fue necesario comer o cenar sin ganas, y con los gastos que eso implica, en diversos restaurantes. Todo durante diez días. El señor Isaí Ramírez tuvo el decoro de decirme “como no se ha arreglado su problema en estos dos días miércoles y jueves, va a ser hasta la semana que entra. No sé si se pueda antes”. Sí, así lo dijo, con singular pasión. Al fin que él sí tenía gas, agua caliente y comida hecha. Y lo cumplió, digo lo de la semana que entra porque el martes no hicieron la reconexión. De pronto, hablé con Hugo López a quien oooooooootra vez le repetí la historia, juró que al día siguiente, antes de las doce del día. A las doce y veinte minutos le llamé para decirle que sus palabras habían sido falsas. Volvió a jurar. Entre el día que se pagó la reconexión y el día que vinieron a hacerla pasaron 12 (doce) días de espera. Luego de la gloriosa reconexión, dejaron una fuga de gas. Como yo había salido de casa, un buen vecino la reportó. Tengo una certeza: Gas Natural México es una empresa socialmente irresponsable. Además, bajo la supuesta promoción de que sería más barato este servicio que el del gas tradicional, fueron muchos los que cayeron en la trampa. Hoy en día se paga lo mismo o más. ¿A quién benefició o beneficia la concesión dada a la empresa española Gas natural? A los clientes no. ¡Ah! El menú telefónico que Gas Natural México ofrece no da opción de ningún número para quejas. Qué tal. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
Los cementerios son para el verano
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. Cuando se viaja, entre otras muchas cosas, se intenta buscar lugares que tienen recuerdos y cierta vida: museos, edificios, parques, librerías, acuarios, mares, lagunas, castillos, ríos, familiares, amigos y personajes vivos... o muertos. Puede sonar extraño, pero miles de personas desean o desearon escuchar un concierto bajo la batuta de Herbert von Karajan en Nueva York o en Alemania; o ver bailar a Cristina Hoyos en Madrid; o asistir a la inauguración de una exposición de Botero en alguna galería del mundo; o contemplar el Calendario Azteca en el museo de Antropología de la Ciudad de México. También se vuelve al recuerdo de espacios en donde pasaron o vivieron personajes que de una u otra forma le han dado diversas sensaciones a sus visitantes. Podría ser, por ejemplo, el Teatro de la Scala, en Milán; o la casa donde vivió Mozart en Salzburgo; o la plaza de toros de La Maestranza en Sevilla; o la casa natal de José María Morelos, en Morelia; o temblar ante las cataratas de Iguazú; es decir, rincones del mundo que dan vida. Sin embargo, hay espacios más silenciosos, más húmedos, más fríos, que a veces parecen casi infinitos: los panteones, cementerios, camposantos, lugares en donde hay prueba irrefutable de –decía Erich Fromm– la única certeza que se tiene respecto al futuro: la muerte. Una visita a los cementerios, aunque no haya duelo es necesaria, sobre todo si se tiene un objetivo. En todos los países, hay personajes que le han dejado al mundo testimonio de que la vida es algo más que unos minutos. Por supuesto, hay países o ciudades que se pueden jactar de tener un número invaluable de nombres de seres humanos que transformaron para bien o para mal la vida de muchos. París es un ejemplo memorable. Dos de sus panteones más grandes resguardan las cenizas, los huesos ¿los restos? de algunas y algunos que fueron habitantes de este planeta. Los camposantos de Montparnasse y de Pere Lachaise dan cuenta del interés de cientos de miles de personas de todo el mundo por ir a “ver” a quien se admiró en su momento y a quien se admira o incluso se rechaza a pesar del tiempo. Se requiere un día entero para recorrer estos dos panteones. Se anhela buen buen clima y, si es posible, plantearse “Instrucciones para visitar un panteón” por eso, quizá, al llegar al de Montparnasse se buscan ciertas tumbas, como la del entrañable Julio Cortázar para recordar su mirada y agradecer sus palabras, sus Historias de cronopios y famas, “La autopista del sur”, Rayuela, “El perseguidor”, “Casa tomada”... Sobre el mármol, notas y una mancha de vino. En contraesquina de Cortázar está Jean-Pierre Rampal. Es grato imaginar que uno a otro se arrullan, el primero con palabras, el segundo con la música que le arrancó a la flauta; entonces se puede pensar en su imagen mientras tocaba, cuando parecía soñar y estar más allá del mundo. Un poco más lejos, el poeta César Vallejo con recados y algunas flores. Es imposible no recordar a “La tarde cocinera...”, y brota el deseo de releerlo para no tener duda de su afirmación “Yo nací un día que Dios estuvo enfermo, grave...”, entre muchos otros versos que conmocionan. Y hay una en donde descansa una pareja: Simone de Beauvoir y su compañero Jean Paul Sartre. Imposible no dejar una nota a cualquiera de los dos, pero muchas visitantes pueden emocionarse al ver el nombre de ella y recordar su obra y alguna frase como “no existe un destino biológico femenino”. Y una palabra fundamental entre un hombre y una mujer: lealtad. Otra que llama la atención no por su construcción sino por el nombre de quien ahí ¿reposa? Es la de Porfirio Díaz, el expresidente de México, en la cual hay una buena cantidad de notas y no precisamente elogiosas. Hay recados muy violentos y otros que manifiestan admiración por el político. No ha faltado el mexicano que ha depositado un billete o una moneda de México. Imposible no recordar la crónica de Martín Luis Guzmán sobre el final de Díaz y su petición de que le llevaran un puño de tierra de Oaxaca. Los silbatos de la policía, a las seis de la tarde, exigen retirarse a la voz de ya e impiden localizar la sepultura de la inmensa Marguerite Duras, a quien se le puede prometer volver. Y también queda la esperanza de buscar la de algunos otros y otras como la de Maupassant, Cioran o Durkheim. Toda la mañana se le ha dedicado al panteón de Pere Lachaise. Un espacio que parece que no se acaba y que invita no sólo a buscar a seres trascendentes en la historia sino a contemplar el llamado arte fúnebre. Algunos mausoleos son impresionantes, inabarcables y, también, tumbas muy sencillas impactan por su fama y número de visitantes; una de ellas tiene hasta letreros que acercan a los despistados, sólo dice “Morrison”. Y ahí está la memoria, en un terreno pequeño, aparentemente intrascendente, se encuentra Jim Morrison: la música, la poesía, la libertad, el que fue “fiel a sí mismo”. Flores, muchas flores, una botella de whisky, una de cerveza, notas, notas y poemas; fotografías, una tras otra. Los músicos Fédéric Chopin y George Bizet también tienen flores, recados, flachazos y muchos visitantes que reflejan emociones y gratitud. Podría decirse que el mausoleo de Oscar Wilde rompe con cualquier estilo, tiene un letrero donde se pide que no se mutile. Sin embargo, mutilada ya está y también está llena de besos marcados con lápiz labial y algunos mensajes. Siempre, por fortuna, Wilde llamará la atención. Y dos mujeres inolvidable, intensas, brutales: Isadora Duncan envuelta en sus cenizas, con algunos mini recados alrededor de la pared que la resguarda, a ella que voló mientras bailaba, a ella que hizo en su libertad sus movimientos, a ella que amó y desamó y padeció adversidades inenarrables, a ella una mujer que declaró “Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas”. Y el sepulcro de Edith Piaf, “el pequeño gorrión”, la mujer que cimbró una nación y muchos corazones. La mujer que dijo “Cantar es una forma de escapar. Es otro mundo”. Su tumba de mármol negro con un gran crucifijo, también muy visitada, guarda lo que fue un cuerpo pequeño pero infinito, un cuerpo y el recuerdo de una voz que reunió alrededor de 40 mil asistentes a su funeral. Edith Piaf, sinónimo de intensidad y de una certeza: “Non, je ne regrette rien” (No, no me arrepiento de nada). Una visita a los camposantos siempre dejará una experiencia, quizá una reflexión o una serie de emociones encontradas. En el caso de estos cementerios, hombres y mujeres que colaboraron a transformar a sus seguidores o a sus detractores y, en consecuencia, de alguna manera al mundo. Aquí están ¿los restos?, no, aquí están los recuerdos, la nostalgia y la memoria de una serie de personajes que están vivos, muy vivos. Y después de visitarlos, están más vivos que nunca. Por todo esto, es posible creer que los cementerios también son para el verano. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... |
Aleida: viaje a la semilla
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. Para Patricia Kelly Si el escritor Alejo Carpentier rompió el tiempo lineal en su relato “Viaje a la semilla”, Aleida Gallangos Vargas hubiera conseguido que este autor entrara en shock al conocer su historia, es decir, la historia de Luz Elba Gorostiola y su reencuentro con ella misma y una familia que la buscaba desde hacía casi treinta años, a ella, a su hermano, a sus tíos, a sus padres y a los amigos de éstos. Aleida volvió al origen, al realizar, literalmente, un “viaje a la semilla” arropado éste con sorpresas, congruencia, dolor y esperanza, a pesar de las heridas abiertas para siempre. La vida de Luz Elba era como la de millones de mexicanos: vivir al día y llevar la cotidianidad lo mejor posible, a pesar de las carencias. Un poco lograr el famoso “salir adelante”. Un poco sonreír y entristecer de pronto. Un poco llevar la vida. Sin embargo, un trabajo periodístico le deparó otro destino. Y la obligó a dar un giro de 180 grados, en tan sólo unos minutos. Un reportaje: “¿Dónde están?” (septiembre de 2001), en la revista Día siete le devuelve su verdadera identidad. Sí, dónde están dos niños, una de 2 años y uno de cuatro y dónde están sus padres y el tío, y dónde están las decenas de desaparecidos políticos durante el periodo de la llamada “guerra sucia”, en nuestro país. Una abuela, Quirina Cruz, que vio talada de golpe a su familia, al igual que decenas de madres, padres, esposos y esposas, cuenta la historia al reportero de Día siete. A los quince días, la portada del semanario ofrece el abrazo entre la abuela y la nieta encontrada. Y de ahí en adelante, Luz Elba queda atrás y la nueva Aleida toma una bandera que, por derecho de sangre, le corresponde, buscar a su hermano que tenía cuatro años cuando lo desaparecieron. Llevaba un balazo en una pierna. Toda esta vorágine se puede descubrir en Trazando Aleida, documental que la alemana Christiane Burkhard realiza a partir del interés por recuperar esta historia. En él se advierten las vicisitudes de Aleida Gallangos Vargas cuando decide ir a buscar a su hermano a Washington, luego de un duro proceso de autodescubrimiento tan doloroso que sólo se podía dar en la realidad. La realizadora no pierde tiempo ni espacio. Acompaña a la antigua Luz Elba en su búsqueda feroz, en su decisión por desenterrar la historia. Van juntas a Oaxaca, a Guerrero, a Washington, al Archivo General de la Nación, a las estaciones de camiones. Ambas son mujeres con un objetivo: recuperar la memoria personal e histórica, hacer un “viaje a la semilla” para entender la existencia, para jugar y retar al tiempo ante un diploma medio quemado de Carmen Vargas, la madre biológica de Aleida, una desaparecida política, un silencio más en la historia de México. Y una casa sumida en un silencio provocador, que pesa toneladas. Las entrevistas a los directamente involucrados, a los testigos; la búsqueda de documentos, el encuentro con veredas y árboles mudos, pero imponentes; las fotografías de los archivos policíacos, donde las miradas de los detenidos son brutalmente inolvidables, ya que sólo una persona que ha sido torturada puede mirar de esa manera ante una cámara. La dinámica de Aleida y su búsqueda personal e histórica y de Christiane y su cámara, dan por resultado, un trabajo auténtico, propositivo, que trae una serie de denuncias implícitas y un reflejo de la tenacidad de dos mujeres que saben qué quieren. El pasado de Aleida está ligado a la militancia de sus padres y de otros muchos seres que creyeron en un futuro distinto; que participaron en la Liga Comunista 23 de septiembre. La cámara de Burkhard está ligada a la necesidad de dejar un testimonio de un caso aparentemente único: dos desaparecidos en la guerra sucia que se encuentran por estricta casualidad. Ella da un contexto de la situación sociopolítica de aquellos años. No puede permanecer al margen de sucesos como los del 68 o los del 71. Hay otra tenacidad en la historia, la de la abuela paterna de Aleida: Quirina Cruz, que durante todos estos años no dejó de buscar, de acuerdo a sus posibilidades, a sus hijos, su nuera y sus nietos. No hubo noticiero que dejara ir, no hubo lugar a donde no acudiera: la ciudad de México, la preparatoria 5, la Procuraduría, los reclusorios; denunció en donde pudo y como pudo. En estos más de treinta años, la política de México ha sufrido transformaciones. La ciudad ha crecido incontenible. Hay muchas líneas del metro, hubo un terremoto, se desató el narcotráfico, apareció el sida, la seguridad social está en crisis, la economía inenarrable. Un partido sustituyó a otro. Los resultados son patéticos. Sólo las lágrimas y la pobreza se mantienen al día. Estas últimas son algunos de los muchos aspectos dolorosos del documental: advertir que casi cuarenta años después, la pobreza continúa igual o peor, quizá peor porque hacen falta las voces que fueron acalladas de manera brutal. La gente de Guerrero y Oaxaca, por no mencionar otros estados del país, sigue viviendo, literalmente al día. En casuchas, sin zapatos, comiendo cuando mucho arroz y algo de lo que cultivan. Oprimidos social, política y económicamente, en todos los sentidos. Muchos siguen sin saber leer. Todo tipo de emociones se generan al conocer el caso de Aleida Gallangos Vargas, una mujer valiente que con su fuerza moral logra transformar su realidad, la del hermano Lucio Antonio (hoy Juan Carlos Hernández) que encuentra en Washington, y la de sus lectores y espectadores que han seguido la historia porque no es solamente de ella, es de todas y todos los que todavía tiene esperanza. Va desde aquí respeto y un abrazo solidario para Quirina, Aleida y Christiane, en orden de aparición, porque cada una conserva su voz y porque le dan voz a todos aquellos a quienes silenciaron. Es imprescindible ver el documental, eso implica apoyar este tipo de producciones que sí mueven el piso. A pesar de la tragedia hay orgullos: Saber de dónde se viene, saber que la cuna fue de sábanas contestatarias, de lucha, de amores y saber que el nombre de Lucio es en homenaje a Lucio Cabañas, el guerrillero, y que Aleida existe con ese nombre “porque así se llamaba la hija del Che Guevara”. Eso por sí solo genera esperanza. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo... |
Sabines para los tiempos de influenza
Por Lucía Rivadeneyra Comunicóloga por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Cursó la maestría en Literatura Mexicana, en la Facultad de Filosofía y Letras. Sus libros 'Rescoldos', 'En cada cicatriz cabe la vida' y 'Robo Calificado' fueron merecedores de los Premios Nacionales de Poesía “Elías Nandino” (1987), “Enriqueta Ochoa” (1998) y “Efraín Huerta” (2003), respectivamente. En 2007, publicó la antología personal 'Rumor de tiempos'. Su material poético está incluido en numerosas antologías. La han traducido a diversos idiomas. Catedrática de la UNAM desde 1980, ejerce el periodismo en medios de circulación nacional. Confesión: Me desnudo igual que si estuviera sola, y de pronto descubro que estoy con Jaime. Cómo lo quiero entonces entre las sábanas y el frío. Me pongo a flirtearle como a un desconocido. Y él me hace la corte ceremonioso y tibio. No pienso que es mi esposo sino que lo engaño con otro. Y cómo lo quiero entonces en la risa de hallarme a solas con el amor prohibido. (Después, cuando pasó, no le tengo miedo, pero sí siento un escalofrío). Sí, así me pasa con Jaime Sabines. No puedo contar que fui su vecina o que mis padres lo conocieron cuando niño o que algún amigo me lo presentó en su casa, sólo puedo decir que apareció de pronto, que una noche empecé a leerlo y ya no lo solté. Lo descubrí en 1977, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, de la UNAM. Yo cursaba la materia Literatura y sociedad, con el escritor Gustavo Sainz y dejó leer Nuevo recuento de poemas, entre muchos otros libros, (uno por semana y, por supuesto, nadie se atrevía a protestar). Era la edición color rosa mexicano. Y fui a la presentación. Fue la primera vez que lo vi a los ojos, con mis veinte años a cuestas. Lo miré y me miró como sólo sus ojos podían mirar a una mujer, a una joven mujer que ya lo había descubierto. Me dedicó el libro. Yo todavía no acababa de entender la forma lúdica de sus versos, pero advertía el ritmo y la cadencia. Desde entonces anda conmigo siempre que lo necesito. Me acompaña en el deseo, en la desesperación, en la tristeza, en los placeres, en las ausencias. Algunos de mis compañeros decían que Sabines era el verso libre. Sí, ajá, ¡el verso libre! Muy pocos sabían lo que el poeta traía entre manos: el conocimiento perfecto de la técnica poética más la intensidad, el duende del que hablan los gitanos. Por eso, poco a poco su número de lectores se incrementó de manera sorprendente. Después de aquella remota fecha, me aparecí en algunas de sus lecturas. No olvidaré el homenaje por sus sesenta años, en 1986, en el Museo Nacional de Arte y en el Palacio de Minería. Y otra vez a pedirle una dedicatoria, ahora para el libro azul leído sin piedad cientos de veces. Y otra vez su mirada en mis ojos y su pluma y sus palabras. Las crónicas de los periódicos dieron cuenta del tumulto que generó el autor. Recuerdo una cabeza que decía “Sabines más público que en el futbol” y sí, aunque resulta insólito, así fue. Unos meses después, en el Teatro de la Ciudad, un domingo se llevaba a cabo la clausura de un Encuentro Internacional de Poetas. En primera fila, Octavio Paz. A Jaime Sabines le tocaba leer y estaba en el foro, rodeado del humo de su cigarro –uno tras otro, sin tregua. Aún no hablaba y los aplausos comenzaron. Dijo: “Hoy sólo voy a leer poemas de amor” y en ese momento todo el teatro estalló en una ovación memorable. Empezó a leer y de pronto le pedían poemas y él los buscaba en el libro; si no los encontraba de inmediato, le gritaban “en la 86”, “en la 65”. Él leía y el público emocionado aplaudía y gritaba. Ya se retiraba el poeta y los aplausos continuaban. Regresó, leyó otro poco y se fue. Y los aplausos incontenibles y los gritos “otro”, “otro”, “otro”. Volvió al micrófono y dijo “ya me da pena”. Pero fue peor porque lo quisimos más, le aplaudimos más, le agradecimos más. Parecía que las manos enrojecidas de todos iban a sangrar y que las gargantas quedarían afónicas para siempre. Finalmente, se fue a sentar envuelto en humo. Volví a atestiguar algo semejante, en el homenaje que se le rindió por sus setenta años, en la sala principal del Palacio de las Bellas Artes. Obsesiva que soy, llegué dos horas antes. Deseaba encontrarme con amigos y charlar sobre el tema. Ja, ja, cuando arribé ya había una fila apabullante. La entrada era gratis. Convocaba la poesía. No sé cómo obtuve un lugar. Cuando el poeta apareció en el foro, lo acompañaba un arreglo de flores generoso. La primera ovación, inolvidable. “Estos son aplausos que lo lastiman a uno”, dijo el poeta. Y luego empezó a leer: “Lento, amargo animal/ que soy, que he sido,/…”. Y la noche se desbordó en intensidades y palabras. Se le cantaron Las mañanitas, se le lanzaron besos, gritos de “poeta, poeta”. Se le demostró el amor que se le tiene. Tiempo después, no lo pude evitar, tuve que ir a su entierro, para aceptar que había partido. Él no era para hacerse ceniza, cómo si se la había pasado ardiendo. Tenía que volver a la tierra, al origen. No hubo tumultos en la agencia funeraria. Pocos lo acompañamos al panteón Jardín, de la Ciudad de México. Un ataúd de madera fina y sobre éste una bugambilia y también el dolor de sus deudos que se cuentan por miles. Hubo sol, a pesar de que un poeta había muerto. Luego, a repetirlo, a tomar sus palabras despacito, a gozarlo, a saborearlo. A pesar de que, en ocasiones, la vida nos golpea, no hay como volver a Sabines porque algunos de sus poemas, por doler, reconfortan. En otros momentos es necesario buscar el verso que tenemos subrayado desde siempre, para ponerle una nueva fecha. Hace siglos que perdí la cuenta de las veces que he acudido a sus libros, de las veces que lo he citado, de las veces que lo he repetido ante otros y ante mí, ante mi almohada. Gracias a la memoria lo podemos traer siempre encima. En casos de crisis, de dudas, de influenza y de influencias, de cólera, y de sed, hay que tomar una buena dosis de Sabines. Siempre. En el pasado mes de marzo, con motivo de un aniversario más de su nacimiento, se realizó afuera de Bellas Artes un maratón de lectura. Para variar, tratándose del poeta, resultó un acontecimiento tumultuario. Fue necesario, de pronto a cierta hora de la noche, parar el número de registros para llegar a un término. Si no hubiera sido así, quizá este día y a esta hora, más de alguno seguiría leyendo. Y si bien es cierto que hay poemas y versos que ya están en la memoria colectiva y en las cartas de amor y en las antologías y hasta en el metro, también hay versos más íntimos, que escribió para nosotros y sólo para nosotros; es decir, en los versos que un día leímos y dijimos “aquí está lo que sentí y lo que necesito”. Gracias a Sabines sabemos “¡Qué fácil es la ausencia!”. O requerimos decirle a alguien: “Ven a mi larga sed entretenida/ en bocas, escasos manantiales”. O tener la certeza de que “El exterminio asiste a los amantes”. O confesarle a alguien: “Me gusta pensar en ti desde que pienso”. Y hoy más que nunca, ante tanta angustia, tanta desinformación, tanto bombardeo de palabras absurdas, y ante el riesgo de taparse la boca porque no hay que intercambiar saliva y, por tanto, no hay que besar, no hay que salir, no hay que tocar… se puede declarar: “¡Carajo! Estoy cansado. Necesito/ morirme siquiera una semana”. Para todos los condenados a Sabines, mientras estemos condenados a vida, nada mejor que la combinación de un brebaje mágico: Sabines y la luna porque “se puede tomar a cucharadas/ o como una cápsula cada dos horas. Sí, también a él se le puede tomar “en dosis precisas y controladas” y de vez en cuando, si el corazón y la realidad lo exigen, se puede tomar una sobredosis de Sabines sin cubrebocas. Lo dice con honestidad una de sus lectoras, una más. Una mujer que lo navega y lo pronuncia. Etiquetas: Cotidianidades de Lucia Rivadeneyra » Lee el texto completo...
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