Tulancingo, Oaxaca: cantos y rezos silenciados
Debido a la contingencia sanitaria por Covid-19, fue suspendida por primera vez la fiesta patronal del 29 de septiembre, dedicada al arcángel San Miguel, tradición que refuerza la identidad cultural, gastronómica y musical.
Por primera vez en la historia del municipio de Tulancingo, Oaxaca, sin registro exacto de la memoria, fue suspendida la fiesta patronal del 29 de septiembre, dedicada al arcángel San Miguel, debido a la contingencia sanitaria por Covid-19. Las cazuelas y cazos que se utilizan para guisar el mole, el plato principal elaborado por mi prima Norma, desde hace 15 años, seguirán guardadas en la casa del Comité de Festejos.
Lo anterior, debido al decreto del gobierno estatal que suspende los eventos masivos, multa de por medio. En mayo pasado, justo un día antes de que los denominados “municipios de la esperanza” reanudarían de manera gradual actividades económicas y sociales (18 de mayo), se presentó el primer caso de Covid-19, reportaron las autoridades sanitarias. Fue una mujer que llegó al poblado. Por fortuna, no ha habido otro más.
Ningún territorio, por más aislado que se encuentre, está libre de la pandemia. El problema para muchos municipios, como los de Oaxaca, es que no cuentan con servicios de salud. En Tulancingo, con unos 300 habitantes, principalmente adultas y adultos mayores, solo hay una enfermera y un médico pasante en una pequeña clínica, de acuerdo con el presidente municipal Calixto Aquino Ciprián. No puedo dejar de comentar que en el cabildo que preside, por cuarta vez en la historia del pueblo –gracias a la paridad de género–, participa una mujer: Rosario Velasco Velasco, regidora primera.
En el siglo pasado, la fiesta era organizada por una mayordomía, pero debido a los gastos que representaba, se creó un comité ciudadano que organiza todo, con el apoyo del ayuntamiento y de las y los paisanos que aportan dinero para los castillos, la música, las flores, las velas, la comida, las misas, el baile, tanto a nivel personal como familiar o por medio de las asociaciones de tulancinguenses que radican en las ciudades de Oaxaca y Querétaro, el estado de Veracruz y la región del valle de México.
En este tipo de comunidades no se puede hablar de manera estricta de un Estado laico. Es imposible. En la celebración, representantes del ayuntamiento tienen que recibir a comitivas, munícipes de otros poblados, ciclistas, corredores, clérigos. Están presentes en la misa principal, procesiones y demás eventos. Así es en cualquier acto festivo o luctuoso, como en la muerte de mi abuela, de 105 años, en 2016, cuando “la autoridad” acudió para ofrecer condolencias y encabezar el séquito rumbo al panteón.
En Oaxaca, de los 570 municipios, hay 29 Sanmigueles y muchos otros con el nombre de santos y santas; estas, en menor proporción. Con un origen religioso, la fiesta refuerza la identidad cultural, gastronómica, musical. Es un elemento de cohesión social que fortalece el sentido de pertenencia de quienes migran a las grandes ciudades, pese a que las nuevas generaciones poco a poco se van dispersando.
Esta conmemoración representa un trabajo extenuante para quienes viven por allá, pues tienen que dejar sus actividades cotidianas y participar en distintas comisiones, como la integrada por unas seis personas que se encarga de preparar los alimentos que se sirven durante los días en que se realizan todos los eventos cívicos y religiosos. Esa función sigue estando principalmente en manos de las mujeres, aunque los hombres se encargan del pollo, el consomé, la barbacoa o partir la leña, entre otras ocupaciones.
La responsable del platillo central es Norma García Ángel. Lo hace desde hace ya unos quince años, cuando la encargada en aquel tiempo, la tía Zenaida, pidió que la acompañara para enseñarle: “Inviten a esa muchacha. Que aprenda la gente joven”. Mi tía Rosa García Hernández, con más de 80 años de vida, tuvo esa misma responsabilidad por varios años. De hecho, cuenta en una entrevista vía telefónica, ella fue la que la orientó y le dio muchos consejos.
Creo que no hay una receta única. Hay muchas combinaciones de los ingredientes y sus cantidades, hasta personalizadas, diría yo. Norma define su especialidad como una fusión del poblano y los oaxaqueños: “tirándole al coloradito”.
En México, los estados de Puebla y Oaxaca siempre han estado en competencia por sus moles. En esta segunda entidad está el rojo, el negro y el colorado (depende de los chiles). Sin embargo, creo que no hay una receta única. Hay muchas combinaciones de los ingredientes y sus cantidades, hasta personalizadas, diría yo. Norma define su especialidad como una fusión del poblano y los oaxaqueños: “tirándole al coloradito”.
El que hacía doña Zenaida era más picoso. En cambio, mi prima niveló el sabor al incorporar por partes iguales el chile con los demás ingredientes, sin utilizar muchos condimentos. Cuando le pregunté cuál era su toque personal, dijo que solo cuando la mezcla está hirviendo, la va probando y si siente que le falta algo, le echa otro poco, y así.
Para la fiesta del pueblo, se utilizan 30 kilos de chile, más todo lo que lleva (cuatro kilos por cada ingrediente principal) hasta llegar al mismo peso. Sobre los tiempos, son como diez horas para desvenar y otras diez para cocinar todo. Cuando la pasta está lista, tienen que pedir ayuda de los hombres para moverla hasta que se integre con el caldo de pollo. La preparación es como para mil 500 personas, aparte el arroz que también les toca guisar.
Norma les ha enseñado a varias mujeres del pueblo, pero siempre notan la diferencia en el sabor. “¿Qué más le pones?”, le preguntan. Por eso, también la buscan para hacer el mole en las bodas, bautizos o quince años, un platillo que no puede faltar en esas comidas que se cierran con el baile de los cocineros (y las cocineras).
Al parecer, dice, esta representación es originaria de Tulancingo. En cada compás, quienes cocinaron van repartiendo trozos de tortilla de trigo con mole y arroz. El encargado de las bebidas ofrece mezcal; bueno, casi les empina la misma copa a las y los invitados. La música, igualmente, es de por allá. Bailan “El frijolito”, un jarabe y “La raspa”, entre otras piezas interpretadas por las bandas de viento. Al término, al centro de la pista, se rompen ollas y cazuelas.
Por lo pronto, las y los comensales septembrinos tendrán que esperar. Al preguntarle al presidente municipal qué efectos tendría la suspensión de la fiesta más importante de Tulancingo, señaló que quienes visitan a sus familiares o van a sus casas que tienen allá, no podrán convivir, como se hace año con año.
Calixto Aquino apuntó que ya les avisaron de esa decisión a las comitivas de las y los residentes en otros lugares. Acorde con las nuevas tecnologías, el ayuntamiento pronto tendrá una cuenta de Facebook para facilitar la comunicación. A los habitantes del municipio, como sucede con otros anuncios, se les notificó a través del sonido local.
Esta “es una situación fuera de nuestro control”, se lamenta el alcalde, en una entrevista nocturna telefónica. Confirmó que no se ha presentado ningún otro caso de Covid-19. De hecho, asegura, el único registrado pudo haber sido falso, pues no hubo más contagio, pese a que la persona convivió con sus familiares.
Al comentarle que, aunque no haya festejo, quizá lleguen visitantes a Tulancingo, Aquino Ciprián indicó que a nadie se le ha negado la entrada al municipio (no obstante que el 17 de mayo, las autoridades emitieron un comunicado para pedirle a la gente que no acudiera al municipio), pero les pide que tomen sus precauciones y apliquen las medidas preventivas. Eso es necesario, le refiero, porque se confían o piensan que, porque allá hay pocos habitantes y viven separados, no puede haber tanto riesgo.
Por lo pronto, en este mes, las calles del pueblo estarán libres de gente y carros. Aún con los cantos y rezos silenciados, el tañer de campanas y las oraciones en aislamiento siempre se escuchan, pues en esta época se esparcen gracias a los fríos vientos de septiembre. Ojalá y lleven consuelo a quienes hemos perdido a seres amados, cuyas raíces brotaron de esa tierra.
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