Sin las mismas de siempre, hicimos historia
¿Quién recuerda su fecha de nacimiento como feminista? Aquí, el 32 aniversario de una historia difícil de resumir.
Hace más de 30 años empecé a participar en las marchas del Día Internacional de la Mujer en la Ciudad de México, con “las mismas de siempre”: activistas, académicas, mujeres de diversas procedencias y de algunos movimientos populares (en ese entonces con gran fuerza, después de los sismos de 1985) que se sumaban, aunque muchas se desmarcaban del feminismo.
Casi todas se conocían en esos pequeños contingentes. Yo, no tanto, solo a las figuras de renombre o las integrantes de organizaciones de mujeres que ya tenían un buen rato o que empezaban a constituirse en torno a una demanda específica; en especial, lo relativo a la salud reproductiva, como trabajadoras y sindicalizadas y en contra de lo que se denominaba violencia doméstica.
Llegábamos dispersas. Yo, generalmente, sin nada que me identificara como una feminista (si es que había un atuendo específico). Creo que marchábamos por Insurgentes, rumbo al Zócalo. A cada paso nos daban instrucciones: “¡Separénse!” La idea era que la columna se viera más larga y más ancha.
Esas “mismas de siempre” organizaban otras manifestaciones y foros feministas para conmemorar el 25 de noviembre: Día Internacional de lucha contra la violencia hacia las mujeres, o el 27 de septiembre: Día latinoamericano por la legalización y despenalización del aborto, principalmente.
Las demandas y consignas eran “las mismas de siempre”: alto a la violencia contra las mujeres, legalizar el aborto y respeto a la opción y preferencia sexual, además de hechos coyunturales que marcaban cada año, principalmente, los relativos a la violencia sexual. Años después, me convertí en una más de esas “mismas de siempre”, aunque las estrategias y los grupos se habían diversificado. Yo era parte de las periodistas feministas.
En las evaluaciones informales de esas actividades había una especie de reproche, “los mismos de siempre”: nos había faltado difusión, no hicimos un esfuerzo mayor, no lográbamos convencer o no invitábamos a más mujeres. Pero no podíamos obligarlas, no había pase de lista, no se prometía una vivienda. Es más: ni siquiera ofrecíamos la torta ni el refresco.
Nuestros mecanismos de difusión eran rudimentarios, comparados con los de ahora. Nos cooperábamos y pedíamos apoyo a los sindicatos para publicar un desplegado en un periódico, fotocopiábamos volantes y los repartíamos en donde se pudiera. Pegábamos carteles en los postes o las paredes de algún lugar púbico.
Las demandas y consignas eran “las mismas de siempre”: alto a la violencia contra las mujeres, legalizar el aborto y respeto a la opción y preferencia sexual, además de hechos coyunturales que marcaban cada año, principalmente, los relativos a la violencia sexual. Años después, me convertí en una más de esas “mismas de siempre”.
Se convocaba a conferencias de prensa, a las que iban pocos medios. Yo apoyaba en la elaboración de boletines a medios. En el metro Hidalgo, en la calle de Basilio Badillo, se encontraban varios motociclistas que distribuían boletines o invitaciones a los medios (en especial, a los periódicos). Se les conocía como los Correcaminos.
Era un servicio que utilizaban diferentes grupos, movimientos y sindicatos, los que no teníamos voz ni éramos noticia, entonces. Yo llevaba las invitaciones y boletines y les pagaba con mi dinero. No había acuse de recibo, pero la gente confiaba en ellos. Cuando lográbamos ser noticia, recortaba la nota, la pegaba en una hoja y la guardaba.
A mediados de la década de los 90, el feminismo se fue diversificando y se dio la institucionalización de lo que se llamó perspectiva de género, con el parteaguas de la Conferencia Mundial de la Mujer, efectuada en Beijing, China, en 1995. Con el surgimiento de los mecanismos para el adelanto de las mujeres, varias feministas entramos a trabajar en el gobierno. No muchas, pues quienes llegaron a esos espacios eran, principalmente, mujeres de diversas trayectorias y luchas sociales.
Los procedimientos se modernizaron. El internet ya era una herramienta más al alcance de las feministas, aunque era limitada, costaba más y teníamos problema con la señal. Uno de los primeros servidores que empezamos a utilizar fue el de La Neta. Los correos electrónicos convivieron un poco con el fax que ya iba de salida. Yo guardaba esos faxes que enviaba a los medios e imprimía los correos.
En la Ciudad de México (CDMX), se notó el cambio de partido en el poder, con el triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas, del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Había algunas resistencias, pero las políticas de género (cuyo nombre se empezaba a acuñar) tuvieron mayor relevancia. Cárdenas lo entendió. Sus discursos eran congruentes, no del todo satisfactorios, si bien se sentía un adelanto.
Las demandas se mantenían vivas. Ya no éramos “las mismas de siempre”. Muchas mujeres empezaron a involucrarse, aun distanciadas del feminismo. Entre esa participación estaban las servidoras y funcionarias públicas. Algunas entendían poco de feminismo, pero se impulsaron otras acciones. Entre los efectos negativos, se distorsionó el propósito central del 8 de marzo.
Las demandas se mantenían vivas. Ya no éramos “las mismas de siempre”. Muchas mujeres empezaron a involucrarse, aun distanciadas del feminismo. Entre esa participación estaban las servidoras y funcionarias públicas.
Para el Día Internacional de la Mujer se llevaban a cabo diversas actividades en más lugares, ya no eran “los mismos de siempre”. A mediados de los años 90, como movimiento y organizaciones, instalábamos lo que denominamos Feria de la mujer, ofreciendo información y diversos servicios. Después, las instituciones públicas intervinieron. La marcha tradicional se seguía impulsando con menos fuerza.
La creatividad artística de las ferias y de las marchas era muy buena. Se hacía, también, con los recursos propios de las artistas feministas y algunos apoyos del gobierno. Cada año se imprimían trípticos, folletos y otros materiales de difusión. Se diseñaba un poster conmemorativo, aunque con una edición muy pequeña, apenas para coleccionarlos.
En los estados, efectuar una marcha feminista era más difícil. En la CDMX no había tanto problema el asumirse feminista. No obstante, como activista y, luego, como funcionaria, al terminar las manifestaciones guardaba mis carteles y me iba a la casa. Nadie vivía por mi rumbo. Adentro del metro, me convertía en lo de siempre: una mujer más que viajaba, desde el anonimato, en ese transporte.
Y la violencia contra las mujeres no paraba. A finales de los 90, el feminicidio se empezaba a visibilizar; en especial, en el estado norteño de Chihuahua. A las asesinadas les empezaron a llamar “Las muertas de Juárez”.
Como funcionaria, mi activismo disminuyó y después de mi salida del entonces Instituto de las Mujeres de la Ciudad de México, en 2008 (luego de 10 años), estudié la maestría en Estudios de la Mujer. Entre 1994 y 1996 ya había hecho una especialidad y nunca me imaginé regresar a la escuela. Me gradué sin honores y seguí como “consultora en género y políticas públicas”, trabajando para otras instituciones y organizaciones.
En esa etapa, poco a poco, empecé a retomar mi activismo, desde el Frente Feminista Nacional (FFN). Eran otros tiempos. El activismo se había diversificado; incluso, profesionalizado. Ahora es más especializado, más complejo; se requiere más tiempo y más dinero. Ya funcionaban organizaciones con muchos recursos, con plantillas de personal, consultorías internacionales. Era la ingeniería del género en el Estado (como lo señalé en mi tesis de maestría).
El activismo se había diversificado; incluso, profesionalizado. Ahora es más especializado, más complejo; se requiere más tiempo y más dinero. Ya funcionaban organizaciones con muchos recursos, con plantillas de personal, consultorías internacionales. Era la ingeniería del género en el Estado.
Dentro del feminismo había rupturas ideológicas y de estrategias. Siempre las ha habido, pero se notaba un marcado contraste entre las denominadas feministas autónomas, las institucionales (femócratas, nos llamaron), las que participaban en los partidos políticos o las que eran elegidas a un cargo de representación popular.
También estaban presentes los eternos debates. Entre las llamadas feministas “históricas”, las “vacas sagradas”, y las jóvenes (del siglo pasado). Entre las académicas y las activistas, entre las populares y las burguesas, entre las de la diferencia y las de la igualdad. Otras vertientes feministas también adquirieron relevancia: el feminismo indígena (con la fuerza de las integrantes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional), el feminismo decolonial, el lesbofeminismo, la teoría queer.
Los temas también se diversificaron. Sin embargo, continuaba el incremento de la violencia contra las mujeres, ya denominada violencia de género, violencia feminicida. Se organizaron marchas más allá de las fechas simbólicas (8 de marzo y 25 de noviembre). Ya todo era diferente para mí: los rostros, la forma de convocar, los grupos. Dejé de acumular la información sobre mujeres. Era demasiada.
El 24 de abril de 2016 se convocó a la Movilización Nacional contra las Violencias, con la que se acuñó el lema de la “primavera violeta” y “porque vivas nos queremos”, con más de seis mil mujeres y su réplica en varias ciudades del país[1]. En la CDMX se hablaba de separatismo, de feministas radicales que no querían que los hombres marcharan al frente. Eso para mí era novedoso. Muchas feministas reprobaron el hecho. En mi caso, estuve de acuerdo. “Todo feminismo es radical”, justifiqué.
Las redes electrónicas (no me gusta decirles redes sociales) fueron fundamentales para la convocatoria de esa marcha, como la del 17 de septiembre de 2017, por el asesinato de la poblana Mara Castilla, en sincronía con otras entidades, y la del 12 de agosto de 2019, en protesta por la violación de una adolescente por parte de dos policías, en CDMX. Ahora les llamaban “feministas anarquistas”, “feministas violentas”.
Y así llegó el 8 de marzo de 2020 (y al día siguiente paro político), unos días antes de que se declarara la emergencia sanitaria en el país. El país se tiñó de violeta. Ya no eran “las mismas de siempre”, ni los cantos ni las consignas ni los rostros ni las voces. La rabia y el coraje feminista había tomado fuerza en el marco de un gobierno federal y los estatales ciegos al género (concepto acuñado en esa ingeniería estatal).
Y así llegó el 8 de marzo de 2020 (y al día siguiente paro político), unos días antes de que se declarara la emergencia sanitaria en el país. El país se tiñó de violeta. Ya no eran “las mismas de siempre”, ni los cantos ni las consignas ni los rostros ni las voces.
La prensa reportó que en la CDMX marcharon cerca de 80 mil mujeres. ¿Cómo? ¡Pero si ya no éramos “las mismas de siempre”! Pensé. Fueron muchísimas más, en la capital del país y miles en otras ciudades. Aquí fueron casi cuatro horas de marcha, dividida por varias calles y grupos detenidos en varios puntos. Nunca encontré el contingente del FFN. Solo me topé con unas dos o tres compañeras de tiempo atrás.
Desde temprano, los medios empezaron a reportar concentraciones. El metro se llenó de mujeres de morado y verde. Desde ahí empezaron las consignas. Yo, en un vagón empecé a gritar. Mis sobrinas solo me miraban y se reían. Ya no viajaba en el anonimato. Platiqué con muchas mujeres. Para algunas era su primera marcha. Yo, como si fuera mi primera vez.
Esto ha sido parte de lo que me ha tocado vivir en 32 años como feminista, aniversario que se cumple en este mes de junio. Es una historia sesgada, difícil de resumir. Cada quien la cuenta como le ha tocado vivirla. Ahora, me siento rebasada. Es un movimiento más dinámico, más extenso.
He pensado en lo que me dijo una amiga feminista en la marcha del 25 de noviembre de 2019, al ver tantas caras nuevas y distintas formas de protesta: “Ya no nos necesitan”. Me cimbró, pero quizá exageró. Ya no seremos “las mismas de siempre”, pero ahí estaremos, de distintas formas. Seguiremos haciendo historia. Feliz nostálgico aniversario.
Nota:
[1] Retomado de: http://www.mujeresnet.info/2016/05/24-de-abril-dia-de-la-primavera-violeta.html
✔El amor romántico y el desamor de José José
✔La corrección de estilo: en manos de mujeres
✔#MeToo y el anonimato: estrategia de resistencia al poder