Cotidiano
Foto: Emma Blancas/MujeresNet
Por Patricia Karina Vergara Sánchez
La violencia feminicida es una amenaza constante para las mujeres -niñas, adolescentes y adultas- que lleva a vivir bajo la sombra del “si no regreso”, una sombra dolorosa e injusta ante la cual, la autora se rebela.
Estamos comiendo felices en la mesa de mi casa. Mi hija de 19 años tiene un pie descalzo en el borde de mi silla, tocando mi pierna. Miro ese pie cubierto de tela que parece una especie de animalito extraño y tierno moviéndose alegre a mi lado.
Le pregunto de dónde salieron esos calcetines tan bonitos -color mamey con puntitos café- y me cuenta que se los regaló una de sus tías.
Yo no se los había visto. Luego, le pregunto de dónde salió esa blusa tan colorida. Esa sí la había visto, pero quería saber quién se la dio o en dónde la compró.
Ella se pone seria y me responde con preocupación:
-Mamá, no te distraigas. Tienes que fijarte bien, saber cómo es mi ropa. Qué tal que un día soy de las que no regresan. Necesitas saberlo. Acuérdate también de que tengo tres perforaciones -señala sus labios y oreja- y la cicatriz en la barbilla y…
Le digo que se calle, que no me diga eso horrible, que se coma el arroz.
-Mamá… tú sabes.
Me quedo toda dolida.
Las chicas no tendrían que vivir un México -ni un mundo- así, recordando a su gente sus señas particulares ni preocupadas de que sepan qué ropa llevaban puesta, ni vivir bajo la sombra del “si no regreso”.
No quiero esto para mí, no lo quiero para ella, no para las que vienen ni para ninguna.
Lo que mi hija no sabe es que, desde hace años, cada vez que la acompaño al metro, cuando se marcha a hacer sus actividades y la despido con un beso, me fijo bien en su ropa, en la mochila que utiliza y en cómo lleva el cabello.
Las madres no tendríamos por qué vivir memorizando el vestuario de las hijas. No tendríamos que vivir ese terror que se siente cuando es una chica cercana la que «no aparece»; no deberíamos temblar si las hijas tardan un poco más; no merecemos sentir nudos en el estómago si no responden el celular; no es justo pelear con ellas si llegan más tarde sin avisar; no es digno ese respirar con alivio cuando aparecen, por fin, en la puerta, ni ese alivio tiene que dejar de ser alivio y doler tanto pensando en las que no alcanzaron a volver hoy.
No, no podemos vivir así, enumerando a nuestras caídas.
No podemos vivir como ciervas en este territorio de caza.
No quiero esto para mí, no lo quiero para ella, no para las que vienen ni para ninguna.