2019 Artículos Edición Mayo'19 Patricia Karina Vergara Sánchez 

Trabajar el hogar

Foto: Mariana C. Bertadillo/MujeresNet

Por Patricia Karina Vergara Sánchez


Ideológicamente se asocia la palabra “mujer” a la de “madre” y a la de “hogar” como elementos de un mismo campo semántico, ligados a los trabajos de cuidados que sirven al sistema mundo patriarcal en sus engranajes económicos, políticos y sociales.



El desentendimiento de tu propia mugre significa explotación.
(Reflexiones desde un 1 de mayo de 2019, Día del Trabajo)

 

“Hogar” es una palabra que etimológicamente viene de focus y de fogar -del fuego, del lugar en donde se prepara el fuego, el fogón-. Para las primeras organizaciones sociales humanas, el lugar del fuego, donde se encendía y se mantenía vivo, era el centro de la vida colectiva. En donde se cocinaba, en donde se ritualizaba, en donde se estaba a salvo, en donde se recibía calor y en la reunión en torno al hogar se decidía qué era lo más conveniente para el destino de todos. Por ello, el hogar era el sitio en donde se organizaban las formas de mantener la continuidad de la vida de los sujetos.

Conforme se han transformado las sociedades y los medios de producción, se han modificado las formas de vida y la organización de las comunidades. Sin embargo, una constante ha sido la necesidad de un hogar, un centro común en donde se produce fuego y se cocina para alimentar a los individuos. Con el transcurrir del tiempo, se extendió la noción de “hogar” a todo lo que le correspondía contextualmente, como el lugar de cobijo, de descanso, de alimento, en donde se guardan las posesiones y en donde se convive con las personas con quienes se comparte la lucha por la sobrevivencia cotidiana.

En el imaginario colectivo del siglo XXI en el lado occidentalizado del mundo, el hogar es el lugar físico, una casa, en donde una familia heterosexual y monógama se refugia, se alimenta y retoma fuerza para salir cotidianamente a participar en el mercado de la producción, si se es adulta (o) o a la formación escolarizada requerida para participar en el futuro en el mercado de la producción, si se es un o una infante.

Es por ello, que la noción de “hogar” en este sistema de producción es de una relevancia política-económica innegable, ya que hace referencia al lugar en donde se hace carne y vivencia concreta el régimen heterosexual[1], (que un hombre y una mujer no consanguíneos habiten en un mismo espacio para cumplir funciones socialmente necesarias), lo que, a su vez, permite la reproducción de aquellas y aquellos que participan en el sistema mismo de producción y mercado de lo producido (Vergara, 2015).

Quien cuidaba y alimentaba el hogar, como centro de fuego, en las primeras organizaciones humanas, tenía un lugar social preponderante, pues de su labor dependía el bienestar de la comunidad entera y era un papel venerable el de quien se relacionaba con el fuego (Barrantes, 1998). Aún hay vestigios en el mundo de esa función sagrada; en la India, el brahmán cuida del hogar y alimenta la llama con leña especial; las historias griegas de Prometeo disputando el fuego, convierten en héroe a quien proporciona fuego a la humanidad; la tradición meshica que indica que el abuelito fuego debe ser custodiado por los guerreros (hombres)…

Sin embargo, en la vida cotidiana, conforme las actividades sociales en el desarrollo de la humanidad se fueron diversificando, y el sistema de dominio patriarcal fue confinando a las mujeres a las labores de crianza, se fueron compaginando esas tareas con el mantenimiento del hogar y de todas las actividades de cuidado que alrededor de él se realizaban. De tal manera, porque era útil a la economía del patriarcado naciente, se consolidó y naturalizó la idea colectiva que asocia a aquellas que presuntamente tienen la capacidad de parir[2] con las labores de cuidado y todas aquellas que implican el mantenimiento del hogar.  Así, por economía doméstica patriarcal, ideológicamente se asocia la palabra “mujer” a la palabra “madre” y a la palabra “hogar” como elementos de un mismo campo semántico.

Hoy, existe un mandato social construido para las mujeres a quienes se les asigna ser “el alma del hogar”. Es decir, se les obliga a hacerse cargo del cuidado y bienestar de los otros habitantes del mismo espacio de vivienda, independientemente de que ellas mismas participen o no en la producción de bienes y servicios de forma asalariada. Los mensajes mediáticos, familiares, escolares y religiosos refuerzan ese mandato.

Este coaccionar a las mujeres al servicio del hogar tiene por objetivo mantener el modo de vida contemporáneo, ya que esos cuidados y atenciones permiten el vestido, la alimentación y descanso que se transformarán en fuerza física y mental para que los sujetos puedan ser explotados en sus trabajos asalariados y, a su vez, produzcan ganancias y estas ganancias se conviertan en consumo y así se funcionalice y refuncionalice el capitalismo en el que hoy habitamos.

Lo que estoy recordándonos, es que la riqueza del mundo se sostiene en la explotación de los esfuerzos de los cuerpos y habilidades de las mujeres dentro del hogar. Que hay una serie de eventos que ocurren para que un potentado pague una suma descomunal para comprar un auto nuevo y que dicha serie de eventos tiene su punto de inicio en horas previas a comenzar el día, cuando alguna mujer, que no puede pagar el mismo auto, cosió un botón como último trabajo antes de ir a dormir para que estuviera listo y que alguien de su familia vistiera un uniforme de trabajo al día siguiente.

La riqueza del mundo se sostiene en la explotación de los esfuerzos de los cuerpos y habilidades de las mujeres dentro del hogar.

Aquí es necesario acotar que, si bien, todas las mujeres son explotadas en el mandato del cuidado del hogar, las tareas asignadas a las mujeres no son las mismas para todas. La clase, la raza, las posibilidades de desobediencia sexual, los contextos culturales y políticos concretos, crean diferencias importantes en la asignación de tareas. A algunas mujeres, los cuidados del hogar les implican recorrer kilómetros cargando cubetas de agua y brazos de leña y a otras, hacer labores administrativas y de coordinación del personal que tienen a su cargo para el cuidado de un hogar lujoso. Estas diferencias de asignación de labores no son poca cosa, pues significan privilegios, opciones de escapatoria distintas y relaciones de poder entre unas y otras.

Sin embargo, en todos los casos, esos trabajos de cuidados del hogar y en el hogar, serán, en un lugar inmediato, actos concretos desde la heterosexualidad obligatoria que a todas las mujeres confiere el amar y servir a los hombres con los que convive -esposo, amante, padre, hermano y otros-. En un segundo lugar, esos trabajos servirán a la forma de producción vigente y, en un sentido amplio, al sistema mundo patriarcal en sus engranajes económicos, políticos y sociales.

Considerando lo anterior, es necesario señalar que en las clases medias y altas, ya sea porque mujeres de  contextos diversos son explotadas en espacios asalariados por muchas horas de tal modo que no pueden realizar las labores de limpieza en sus hogares, socialmente asignadas a ellas; porque otras, exigidas por su lugar de clase privilegiada tienen que hacer otras labores, más no las de limpieza o, porque, por alguna razón, no hay una mujer que se haga cargo -murió, enfermó, se fue, habitan sólo hombres-, se crean situaciones que implican que se necesite “contratar” a alguien para que se haga cargo del aspecto físico de la limpieza y cuidados de un hogar.

Hablar de “contratar” es un mero formulismo porque, de acuerdo con la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), en México hasta hace cuatro años, 96 de cada 100 trabajadoras del hogar no tenían contrato. Lo interesante de esta situación es que a quienes se “contrata” para ocuparse del hogar, es, en la mayoría de las ocasiones, a otras mujeres. Mujeres, porque en ese campo semántico del imaginario social, del que hablaba líneas arriba, son naturalmente, mujeres quienes saben/tienen que hacerse cargo[3].

Se paga -poco, siempre, muy poco, después de todo, “sólo” es hacer el aseo- a mujeres, generalmente a aquellas con necesidades económicas y vulnerabilidades de clase/raza/etnia, niñas muchas de ellas[4], para que se hagan cargo de las tareas más pesadas: de la limpieza de baños, escaleras, pisos, ventanas, habitaciones, cocinas, jardines; de limpiar manchas de excremento y excremento, vómitos y otros fluidos corporales; de lavar platos, paredes, cobijas, toallas, juguetes; de preparar alimentos; de cuidar menores; de cuidar animales; de vigilar la integridad de bienes, de cuidar personas…

Y no se paga, pero resulta parte de ese trabajo: el resguardo de la intimidad de quien le paga; la tolerancia a humores y sin sabores de quienes tienen un lugar de poder respecto a la trabajadora porque son, exactamente, quienes pagan; ser testigos silenciosos cuando hay situaciones de violencia; estar ellas mismas expuestas a acosos y violencias; correr riesgos de salud en el ejercicio de esos trabajos; el peligro de ser despedidas arbitrariamente, de ser acusadas de robo sin fundamentos, de discriminaciones racistas y clasistas; de no recibir un pago, de recibir un pago injusto no acordado…

Es decir, en este sistema de producción, se explota a mujeres -a cambio de un pago muy mínimo- a las que socialmente ya se les exige que hagan trabajo en su propio hogar, para hacer en otros hogares una serie de trabajos físicos, concretos, pesados, peligrosos, agotadores, que son socialmente invisibles porque nadie habla de ellos; que son secundarios porque a nadie le importan ni reconocen su realización y, sin embargo, son indispensables para hacer posible la vida contemporánea.

En este sistema de producción, se explota a mujeres -a cambio de un pago muy mínimo- a las que socialmente ya se les exige que hagan trabajo en su propio hogar, para hacer en otros hogares una serie de trabajos físicos, concretos, pesados, peligrosos, agotadores, que son socialmente invisibles.

Una taza de baño se utiliza y nadie piensa en ella más de un segundo. Sólo cuando está sucia, el desagrado hace notar que no hubo quien la higienizara.

La ropa limpia, los platos en su lugar, la basura entregada al recolector… son trabajos que sólo cuando no se llevan a cabo entorpecen la vida cotidiana.

Esto es: para que un hombre de clase media consuma un producto en un centro comercial y con el consumo de ese producto genere riqueza al dueño de la empresa que lo comercializa, ese hombre tuvo que participar en el trabajo productivo para recibir un salario; para recibir ese salario, y que no lo despidieran, tuvo que asistir frecuentemente con la ropa adecuada, dormido y alimentado; para que eso sucediera,  la mujer con la que convive preparaba la comida para toda la familia, como socialmente se espera de una señora de hogar, pero para que ella preparara la comida, después de su propia jornada en la producción, necesitó que otra mujer hiciera las labores más pesadas de la limpieza que le permitieran desenvolverse a la hora de cocinar.

De tal forma, esa mujer cambiando los pañales de un bebé que no es suyo en un hogar que no es “su” hogar, es la punta de la madeja de un tejido de eventos económicos, culturales, políticos y sociales que sostienen toda la estructura necesaria para que un hombre consuma un producto en el centro comercial, un escultor inaugure su obra o un legislador proponga una ley.

El capitalismo y el régimen heterosexual se sostienen en los trabajos y en la explotación de los cuerpos de las mujeres, con énfasis, sin duda, en la explotación de los cuerpos de aquellas a las que se les ofrece un pago por trabajar para sostener, literalmente, con sus manos, un hogar, las trabajadoras del hogar.

En este país, desde, al menos, hace más de 20 años, ellas están luchando por pagos más justos. En la actualidad, se debate por leyes que regulen sus salarios, por seguridad médica, vacaciones y aguinaldos que se cumplan. Incluso, están “atreviéndose” a mencionar pensiones para el retiro, opciones para vivienda… En pleno siglo XXI están pronunciándose por condiciones que deberían ser las mínimamente dignas para cualquier trabajadora-trabajador.

Lo que valdría la pena señalar es que el hecho de que el sistema mismo retarde, por siglos, o se niegue al reconocimiento y salario regulado del trabajo en el hogar, no es ningún olvido ni falta de visibilidad. Es un problema de orden económico y político.

Es que -tengo que insistir-, en toda forma de producción, pasada o venidera, el hogar tiene implicaciones económicas, dado que es el centro desde donde parte toda fuerza capaz de producir. Igualmente, a qué sujetos se les confiere el cuidado del hogar y la valoración de ese cuidado crea jerarquías sociales y, finalmente, de esta producción y de esas jerarquías sociales depositadas sobre cuerpos con presunta capacidad de parir, es que se organiza la vida en el mundo.

En toda forma de producción, pasada o venidera, el hogar tiene implicaciones económicas, dado que es el centro desde donde parte toda fuerza capaz de producir.

Regular los salarios y las condiciones laborales, le cuesta al sistema porque se niega a mermar sus ambiciosas ganancias, pero, además, corre el peligro de que la discusión sobre la “justicia” en las tarifas de salarios, implicarían el reconocimiento explícito de la cualidad indispensable del trabajo del hogar para la economía capitalista toda. No, no es accidente u olvido, es de intereses internacionales que se insista en negar o buscar invisibilizar esa dimensión.

Es por todo ello que una primera tarea urgente es solidarizarse y acompañar la digna y justa lucha de las trabajadoras asalariadas del hogar.

De forma concomitante, una segunda tarea, urgente también, es politizar todo aquello que tiene que ver con la vida reproductiva. El lavado, la limpieza, el orden, la preparación de alimentos, el cuidado de las personas dependientes y las implicaciones de dominación en la realización de cada una de estas tareas. Una respuesta politizada, por lo tanto, significaría dimensionar la propia responsabilidad de cada individuo sobre su cuidado y el de otros, el aseo y huella de existencia cotidiana sin depositarla en la otra.

Sin embargo, aquellos que son privilegiados por el sistema, no necesitan ni quieren y se oponen a reconocer la forma en que el desentendimiento respecto a su propia mugre significa explotación -de forma asalariada y no- porque el sistema mismo, históricamente, se sostiene en esa explotación.

La pregunta obligada entonces es, si las cifras y estadísticas nos dicen qué cuerpos son los explotados en el trabajo del hogar, cuánta desigualdad económica y social genera esa explotación, cuánta vulnerabilidad y violencia devienen de esa injusticia y, paradójicamente, sabemos también que así se genera la riqueza en el mundo:

¿Cuándo las mujeres haremos la huelga/paro/rebelión permanente de brazos, de cuidados, de sexualidad, de afectos, de servicios y vamos a darle la vuelta al estado de las cosas para dejar de sostener con nuestros trabajos-cuerpos la riqueza y el bienestar de los otros?

Notas:

[1] Concepto acuñado por Monique Wittig en “El pensamiento heterosexual escrito en 1978. en donde muestra que existe una estructura de la cual devienen una serie de instituciones procedimientos y valores que sustentan el poder de la heterosexualidad normando y controlando las sociedades contemporáneas, por lo tanto, su poder es político (Wittig, 2006).

[2] Conceptualizo la “presunta capacidad paridora” (Vergara, 2015) refiriéndome a que sobre, prácticamente, todos los cuerpos que nacen con vulva, la lectura social presupone que tendrán la capacidad de engendrar y parir al crecer, por lo que socialmente se les proyecta el destino de madres. Se trata de cuerpos de mujer sobre los que desde la primera infancia se asignan culturalmente y físicamente tareas de cuidados y de servicios que sostienen gratuitamente al sistema político y económico patriarcal. Aún en el caso de que no pueda o no decida ejercer la capacidad paridora o que sus condiciones físicas, incluso el avance de la edad, le impidan hacerlo, igualmente, se le exigirá que cumpla los mandatos asignados a su cuerpo de mujer, sirviendo y cuidando, pues dichos mandatos fueron construidos sobre la “presunción” de la capacidad de parir, si no lo hace o no puede hacerlo, de todos modos, no puede librarse del resto de los mandatos de la socialización como mujer.

[3] En México el 90% de 2.3 millones de trabajadoras del hogar son mujeres (INEGI, 2018).

[4] El Conapred en 2015, señalaba que 1 de cada 5 trabajadoras del hogar, comenzada entre los 10 y 15 años de edad.

Referencias:

Barrantes, Emilio. (1998). “Breve historia del Fuego” en En torno a la naturaleza, la sociedad y la cultura. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Perú.

Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación [Conapred], (2015). “El trabajo doméstico. Análisis y estudios cuantitativos sobre las condiciones laborales de las trabajadoras domésticas”. México.

Instituto Nacional de Estadística y Geografía [INEGI], (2018). Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. Primer trimestre de 2018. México.

Vergara-Sánchez, Karina. (2015). Sin heterosexualidad obligatoria no hay capitalismo. Recuperado el 13 de marzo de 2017 en http://ovarimonia.blogspot.mx/

Wittig, Monique (2006). No se nace mujer. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, EGALES. Madrid.

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