2023 Angélica Jocelyn Soto Espinosa Columnas 

Observatorio Comunitario de Violencia contra las Mujeres en Guerrero: una apuesta común en defensa de la alegría

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa


Su trabajo libertario, autónomo, no es fácil. Muchas veces se enfrentan al estigma de sus familias y de su comunidad, incluyendo las autoridades, a la sobrecarga del trabajo del hogar y de cuidado no remunerado, a la discriminación y a la falta de trabajo o de recursos para movilizarse.


El narcotráfico, la militarización, el capitalismo y el machismo están configurando los territorios mexicanos de una forma que impacta directamente las dinámicas de vida de las mujeres y las niñas. El panorama es cada vez más desolador: mujeres desplazadas, desaparecidas, violentadas de formas crueles, despojadas y en pobreza. Frente a ello, en el contexto más imposible, la organización comunitaria y feminista se levanta desde hace años como el bastión principal de la esperanza.

Guerrero —hogar de 300 mil mujeres y hombres indígenas y afrodescendientes— es conocido actualmente como uno de los lugares más peligrosos del mundo, con hasta cuatro asesinatos al día. Para las mujeres, el riesgo es mayor: Guerrero está en la lista de las 10 entidades con más presuntas víctimas de violencia de género y de homicidio doloso, de acuerdo con datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

En ese contexto, ¿qué significa ser mujer, ser indígena, trabajadora, estudiante o defensora de los derechos humanos? ¿Qué se puede hacer frente a esa experiencia? Esta es la reflexión de un grupo de mujeres habitantes de cuatro regiones —Costa Chica, Montaña, Centro y Costa Grande— de Guerrero que integran el Observatorio Comunitario de Violencia contra las Mujeres en esa entidad.

Este Observatorio, el único en su tipo en México con una visión de feminismo comunitario, cumplió recientemente tres años de haberse conformado, aunque las mujeres que lo integran han estado juntas en el feminismo comunitario desde hace casi una década.

Ellas registran, documentan, analizan y difunden casos de violencia contra las mujeres y niñas que ocurren en sus comunidades, dan talleres, elaboran materiales didácticos y de difusión, acompañan a víctimas y promueven entre mujeres y hombres el derecho a una vida libre de violencia.

“Implementamos talleres con mujeres en donde no hay esta información y recabamos las voces y las palabras de ellas”, “Hay que dar las noticias terribles que nos rompen el corazón pero también hay que dar buenas noticias: cómo nos organizamos, cómo nos estamos transformando y cómo estamos haciendo cosas para que sea diferente“, dijeron las integrantes al presentar el sitio web https://observatoriocomunitariomujeres.mx/ en el que se puede consultar su trabajo.

Son mujeres hablantes de las lenguas mè’pháá, tu’un savi, náhuatl y ñomandas y son maestras, parteras, amas de casa, comisarias, antropólogas, psicólogas, estudiantes y muchas otras ocupaciones.

Como parte del Observatorio, ellas elaboraron afiches, un mapa de las violencias en Guerrero, dos glosarios que describen la forma diferenciada en la que ocurre la violencia contra las mujeres en las comunidades, un manual de ejercicios para reflexionar la violencia, una estrategia de incidencia comunitaria y hasta un libro con técnicas y ejercicios de “cuidado del corazón” que te ayudan a salir de situaciones de ansiedad o estrés.

Tuve el gusto de conocer a estas mujeres en marzo pasado. Desde entonces me acompaña… su invitación elocuente para descentralizar la mirada periodística y ponerla en donde casi no vemos: las comunidades, los territorios y las mujeres que las habitan.

También hicieron un “Fogón de saberes” o “Fogón de las mujeres”, que es un espacio alrededor del fuego que empezó presencial, en sus encuentros, y luego se trasladó a la virtualidad, en su sitio web, para compartir con otras. Ahí depositan historias de sus ancestras y sus comunidades, sus vivencias personales, sus sentimientos, sus emociones y sus saberes. Así son ellas, compartidas.

Su trabajo libertario, autónomo, no es fácil. Muchas veces se enfrentan al estigma de sus familias y de su comunidad, incluyendo las autoridades, a la sobrecarga del trabajo del hogar y de cuidado no remunerado, a la discriminación y a la falta de trabajo o de recursos para movilizarse.

Pese a ello, y a pesar también de sus diferencias de vida y de edad (entre los 24 y 58 años), ellas no dejan el Observatorio. Viajan durante horas para encontrarse en la Ciudad de México, ya que hacerlo en Guerrero es peligroso para ellas; se preparan continuamente con talleres y capacitaciones; se motivan para superar sus miedos o frustraciones; hacen alianza; se apoyan, ríen y se abrazan. No sé si ellas lo sepan, pero lo que más hacen juntas es inspirar.

Tuve el gusto de conocer a estas mujeres en marzo pasado. Desde entonces me acompañan sus risas amplias, su esfuerzo por darle un lugar a la espiritualidad en todo momento, su invitación elocuente para descentralizar la mirada periodística y ponerla en donde casi no vemos: las comunidades, los territorios y las mujeres que las habitan.

También me acompañan sus definiciones, sus saberes, sus relatos de, por ejemplo, cómo las desapariciones de niñas en contextos rurales ocurren bajo dinámicas muy diferentes a las desapariciones en las ciudades o de cómo los procesos de justicia con las autoridades comunitarias tienen otros ritmos, otras amenazas.

Me acompaña su ímpetu por desafiar el miedo a la escritura —producto de la discriminación y violencia académica que padecemos todas— para contar su historia y la de otras mujeres; de convertirse en promotoras de derechos tras haber sobrevivido a violencias sexuales desde la infancia; de defender a otras mujeres en un contexto de crimen organizado a pesar de haber sido ellas mismas unas víctimas recientes; y de narrar su trabajo más allá de las amenazas y los miedos que enfrentan, de narrarse desde un lugar distinto.

Como dice Nadie, una de sus integrantes, “es tiempo de incorporar el placer en nuestras vidas y en cada cosa que hagamos. Las mujeres tenemos derecho a disfrutar, a sentir el placer por alguien o por algo, o simplemente sentir placer por nosotras mismas. Las mujeres tenemos derecho a ser libres y ser felices (…) me han enseñado que necesitamos empezar a hablar desde la fortaleza y la felicidad”.

Para mí ese es un mensaje muy potente en un contexto que nos quiere muertas, deprimidas y descolocadas del centro de nuestras vidas. Cada que convivo con ellas, el Observatorio me recuerda la importancia de saber mirar hacia otro lado y de, aún en contra del viento, apostarle a la alegría, construir narrativas de esperanza y construir otra forma de libertad.

Si quieren compartir conmigo sus reflexiones, opiniones o historias emancipadoras, por favor dejen aquí sus comentarios o escríbanme a angjos.se@gmail.com. Las leeré con mucho gozo.

Hasta pronto, jilgueras.

 

 

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