En las comunidades rurales de El Pie y La Tinaja, las madres resisten a la pandemia
Por Daniela Torres Basila /Tecnológico de Monterrey, campus Querétaro
En el caso particular de las mujeres que habitan en zonas rurales, la situación es aún más complicada y vulnerable debido a los altos índices de marginación y las desigualdades que se viven en estas comunidades.
Elena Ayala es madre de tres hijos, habita en la comunidad rural El Pie, en Santiago de Querétaro. Ella es sólo una de las 25 millones de mujeres entre los 30 a 59 años que, debido a la pandemia provocada por la COVID-19, tuvo que adecuarse repentinamente a una nueva dinámica laboral y familiar.
“Mi hija no tiene mochila en qué llevarse sus libros, no tiene libretas, no tiene nada. Me dice ma, para qué estudio, ya mejor no entro…y ya es su último año de prepa, pero su papá no ayuda y hasta le dice que mejor deje la escuela. Y yo he intentado buscar trabajo y no hay, no me ocupan, y aparte no tengo el tiempo…de verdad sí ha afectado mucho la pandemia aquí a nosotros… Ya no sé que voy a hacer, no sé que voy a hacer, si no me voy a enfermar de esta enfermedad, me voy a enfermar de estrés”, dice Elena.
Sus casas se transformaron en un espacio de convivencia familiar permanente y las labores domésticas y de cuidados, las cuales han recaído históricamente en las mujeres, aumentaron de manera drástica en una sobrecarga de trabajo no remunerado, limitando su participación en el mercado laboral y afectando su salud mental.
La Comisión Interamericana de Mujeres calificó esta situación como una “emergencia global de los cuidados”. En el caso particular de las mujeres que, como Elena, habitan en zonas rurales, la situación es aún más complicada y vulnerable debido a los altos índices de marginación y las desigualdades que se viven en estas comunidades.
Nanci Ayala y su hija en camino hacia La Estancia de la Tinaja, Qro. FOTO: Daniela Torres (2020)
“Mis hijos no aprenden y yo no sé cómo enseñarles”: Los obstáculos de educar en casa
Nanci Ayala vive en La Tinaja de la Estancia, otra comunidad rural en el municipio de Querétaro, a unos cuantos kilómetros de su hermana Elena. También es madre de tres hijos: Toña, Fer y Fany.
Desde la pandemia, la falta de accesibilidad a los recursos para la educación de los 3, la preocupa mucho. En un inicio, y sin apoyo alguno del gobierno, tuvo que instalar un servicio de internet el cual no siempre funciona de manera óptima. Las cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) revelan que más de 16 millones de hogares en México no tienen conexión a internet y sólo 47.7 por ciento de las zonas rurales cuentan con este acceso.
Cuando comenzaron las clases en línea, Nanci se vio obligada a hacer un gasto adicional para comprar teléfonos inteligentes, así como 28.6 por ciento de las viviendas en México con hijos en edad escolar de acuerdo con el Inegi; pero ahora que está por empezar el nuevo ciclo, dos de los celulares dejaron de funcionar y por el momento no le alcanza para conseguir nuevos.
“Y no soy la única, aquí en la comunidad hay muchas mamás que están igual o que, incluso, nunca han podido conseguir un aparato para que sus hijos tomen las clases”, comentó.
Aparte de la preocupación por el rezago educativo que experimentan sus hijos debido a la mala conectividad y la falta de dispositivos, las madres como Nanci también han tenido que ver con tristeza cómo sus hijos abandonan la escuela.
Toña, la mayor, tiene 17 años y estudiaba la carrera técnica de electromecánica, reprobó cuatro materias el semestre pasado y ahora Nanci no tiene cómo pagar la inscripción ni la cuota extra que le permitirían seguir estudiando. En consecuencia, Toña se convirtió en una de las 5.2 millones de personas entre 3 y 29 años que, de acuerdo con el Inegi, por motivos asociados a la COVID-19 o por falta de dinero o recursos, no se inscribieron al ciclo escolar 2020-2021.
“Me pone muy triste, porque a lo mejor ella tendría… más oportunidades de las que tuve yo, y eso es lo quisiera para ella”, lamentó Nanci.
En el caso de Elena, ella solo cursó hasta sexto de primaria, y por más que le gustaría, su poca escolaridad le impide, dice, ayudar a sus hijos con la escuela.
“Sí me cuesta trabajo, sobre todo por las tareas; si hay algo que no le entienden pues es difícil porque quién les va a explicar a mis hijos, yo no sé, yo no entiendo mucho. Mis hijos no aprenden y yo no sé cómo enseñarles”, expresó.
“Y estamos todas igual” -agregó Elena- “es mucha presión, veo a mi vecina con sus hijos en primaria, y prácticamente cae en ella la responsabilidad de sus trabajos y luego los niños no entienden o se cansan y ella termina haciendo toda la tarea”.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) evidencia en sus reportes este incremento drástico del tiempo de supervisión e involucramiento de las madres en el proceso de aprendizaje de sus hijos, en donde ellas han asumido en un 74 por ciento el apoyo a la educación a distancia en el hogar, cuando sólo 4.8 por ciento de los padres lo han hecho. Asimismo, considerando los cuidados pasivos – cuidar a hijos e hijas mientras se realiza otra actividad – las mujeres dedican en promedio 15.9 horas semanales más que los hombres, según datos del Inegi.
“Hay días que de verdad siento que no voy a poder con todo”: Labores domésticas y salud mental
Apoyar y supervisar la educación de sus hijos, no es lo único que estas mamás tienen que hacer. Un día normal para Nanci se ve así: despertar a las 6:30, tender su cama, preparar el desayuno, recoger la cocina. Lavar la ropa, limpiar el baño, barrer el patio, darle de comer a las gallinas y a las borregas. Batallar con sus hijas para que se metan a clase, monitorear a Fany, la menor, quien sufre de síndrome nefrótico, un trastorno renal que provoca que la pequeña retenga líquidos hasta hincharse tanto que ya no pueda jugar, ni caminar, ni siquiera dormir, debido al dolor.
Hacer de comer e ir a clase de zumba, si es que tiene el tiempo o los 30 pesos para pagarla. Por último, recibir a su esposo, hacer de cenar y tratar de dormir mientras piensa en cómo juntar los 2 mil 500 pesos que necesita mensuales para los medicamentos de Fany o en cómo conseguir el nuevo celular de Fer, o en el futuro de Toña… “Hay días que de verdad siento que no voy a poder con todo”, confesó Nanci.
A menudo, las madres como Elena y Nanci se encuentran con una sobrecarga de trabajo no remunerado mientras sus esposos salen a trabajar todo el día en el mercado de abastos, en la casa de construcción o como transportistas. Otras tantas, laboran fuera de casa, principalmente como empleadas del hogar pero debido a la pandemia y a que tienen que cuidar a sus hijos, muchas ya no han podido continuar trabajando y las que sí, acaban muy desgastadas.
La predominancia de este agotamiento crónico tanto físico como mental es una constante en las historias de estas madres que habitan estas zonas rurales. La Encuesta de Seguimiento de los Efectos de la COVID-19 en el Bienestar de los Hogares (ENCOVID-19) muestra que las mujeres durante los meses del confinamiento han reportado mayores niveles de síntomas de ansiedad, depresión y estrés en comparación a los hombres, revelando que las brechas de género en cuestiones de salud mental se han acentuado durante la pandemia.
Alejandra Ramírez Ortíz, asesora familiar y consultora en entrenamiento neurológico, es voluntaria en la comunidad de El Pie desde hace más de 20 años y ofrece terapias psicológicas a las mujeres de la zona. Ella observa que ahora en la pandemia las madres se han visto afectadas anímicamente “y lo que no les ayuda es que no saben ponerles límites a sus hijos, los sobreprotegen y, por lo tanto, los chiquitos no se acostumbran a la presión y a la exigencia. Les pasa con la escuela en el momento en que algo se pone difícil, sobre todo ahora, los niños prefieren abandonar y las mamás no saben cómo motivarlos, ni ayudarlos a estudiar, lo cual las angustia y las agota de más”.
“Hay mucho machismo en la comunidad”: Al alza la violencia intrafamiliar
Otro factor que suma a la difícil situación de las madres en zonas rurales durante la pandemia es la complicada dinámica familiar y la discriminación dentro de sus hogares. En las comunidades de La Tinaja y El Pie, en su mayoría, las parejas sólo se “juntan”, no se casan.
“Es que la Iglesia nos pide muchos documentos y cursos, y los trámites del gobierno son un relajo y son muy caros”, explicó Nanci.
De tal manera, al no registrar oficialmente la unión, resulta más fácil para los hombres deslindarse de sus obligaciones y dejar a las madres asumir, por sí solas, la completa responsabilidad económica y el cuidado de sus hijos.
Por otra parte, las historias de abuso verbal y físico dentro de las familias no son algo fuera de lo común, pues es justamente en el seno familiar donde un gran porcentaje de las violencias contra las mujeres se perpetúan. “Lamentablemente, hay mucho machismo en la comunidad“, señala Alejandra Ramírez. “Los señores suelen tomar mucho y varias veces terminan peleándose con sus parejas por ello. Una de las señoras, apenas la semana pasada, se acercó a mí y me contó que su pareja la golpea a ella y a sus hijos. Tristemente, no es la primera historia que oigo así”.
De acuerdo con datos de la Red Nacional de Refugios, tan sólo en el estado de Querétaro, la violencia intrafamiliar se incrementó más del 37 por ciento con respecto al año pasado.
La rectora y fundadora del Instituto de Estudios Transgeneracionales, Raquel Schlosser, en el reporte semestral de “Nosotras Tenemos Otros Datos” del pasado 26 de julio, declaró: “no es que haya aumentado nada más la violencia, si no que se destapó, se desató un problema subcatalogado, pues las violencias contra las mujeres ya estaban en niveles altos, resultado de una cultura machista y desigual”.
Hacia una red de apoyo entre mujeres
El 31 de agosto, después de casi 18 meses de pandemia, la voluntaria Alejandra Ramírez y sus compañeras Norma y Alma, regresaron a la comunidad de El Pie, así como lo hacían cada miércoles previo a la contingencia. “Doña Ale es como mi ángel guardián y tener terapia con ella no sabes cuánto me ha servido”, expresó Nanci, quien está feliz por su regreso.
El grupo de voluntarias independientes busca crear unidad entre las madres de la comunidad para que se apoyen entre ellas en vez de aislarse y pasar por estas situaciones difíciles solas, como lo venían haciendo. Además, les dan talleres de escritura y lectura y, sobre todo, abren espacios de conversación en donde abordan de todo, desde temas motivacionales, de educación, de valores, de las noticias de la semana, hasta de salud mental, precariedad laboral y violencia de género. “El poner sobre la mesa estos temas permite que las mamás tengan una comunidad en la cual apoyarse, además de que se hagan conscientes de su situación, estén más informadas de sus derechos y del mundo que las rodea”, complementó Alejandra.
Nanci, Elena, y una docena de mamás de la comunidad, confían en el impacto positivo de esta red de apoyo entre mujeres, ya que les da esperanza para poder afrontar las difíciles situaciones en las que se encuentran ahora en la pandemia tanto en el ámbito familiar, laboral y personal.
Aunque sólo sea en dos de las 2 mil 83 localidades rurales del estado de Querétaro, este grupo de apoyo busca hacer la diferencia pues como declara el mismo Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA): “las mujeres en el ámbito rural son la llave para reconstruir un mundo mejor después de la pandemia”.
Sé parte de la comunidad hoy
Si tienes aparatos electrónicos (celulares, tablets, computadoras) que no uses más y que quieras donar, manda un mensaje al 442 2701523 o al 442 2741195.
Las mamás de El Pie y La Tinaja te lo agradecerán.