2023 Angélica Jocelyn Soto Espinosa Columnas 

“El canto de las aves es más bello cuando están en libertad”

Por Angélica Jocelyn Soto Espinosa


Esta columna busca ofrecer una reflexión personal, íntima, alrededor de las prácticas libertarias y emancipadoras, de las decisiones sobre la propia vida que tomamos todos los días las mujeres y las niñas y que, de una en una, cifran el mundo en un lenguaje y en un sistema de valores distinto.


“Decidir sobre la propia vida y el mundo es, entonces,
un tabú –una prohibición sagrada– impuesto a las mujeres,
que ocupa el núcleo de la identidad femenina: reproduce
a las mujeres como sujetos sociales cuya subjetividad
se construye a partir de la dependencia y del ser a través
de las mediaciones de los otros (…) la opresión está en nosotras
cuando nuestro cautiverio cuenta con nuestro
más firme apoyo, y cuando aprender, atreverse y experimentar,
son acciones que parecen imposibles”.
Marcela Lagarde y de los Ríos.

¿Qué significa para las mujeres y las niñas la libertad y la autonomía? ¿Podemos experimentar ambos conceptos cuando subjetiva y materialmente estamos sujetas a un mundo cifrado en códigos patriarcales, cuando frente a la dignidad humana se antepone la vivencia de hombres con intereses y valores capitalistas, individualistas y extractivistas de las mujeres?

Estoy convencida de que, a pesar de todo, la respuesta es un rotundo sí. Miremos desde un ángulo distinto y veamos que a lo largo del tiempo y los territorios, las mujeres y las niñas también hemos sabido construir nuestros propios códigos, un cifrado del mundo que está basado en nuestros saberes históricos, nuestras necesidades, nuestra experiencia personal y colectiva, nuestros deseos de experimentar y explorar un camino ignoto, y en el anhelo absolutamente realista de vivir en autonomía y libertad.

Me presento. Soy Angélica Jocelyn Soto Espinosa y desde hace más de una década investigo, documento y narro historias reales sobre problemáticas y sucesos que impactan directamente la vida de las mujeres y niñas en México. Soy feminista, crítica y abolicionista. Me posiciono en contra de toda forma de esclavitud, discriminación y explotación.

De hoy en adelante, una vez al mes, conversaré con ustedes en esta columna bajo el nombre de Jilguera. El apelativo es una alusión a los pájaros jilgueros, cuyo canto es más bello cuando permanecen en libertad.

Esta columna busca ofrecer una reflexión personal, íntima, alrededor de las prácticas libertarias y emancipadoras, de las decisiones sobre la propia vida que tomamos todos los días las mujeres y las niñas y que, de una en una, cifran el mundo en un lenguaje y en un sistema de valores distinto.

Tengo una apuesta: demostrar que a lo largo de la historia, la acción feminista ha encontrado resquicios entre los largos muros patriarcales, ha caminado por ellos sin sujeciones y ha construido a las afueras, en los márgenes, en la lejanía, un montón de formas de vida que son autónomas y distintas a la práctica dominante.

Pienso que la acción feminista, emancipadora, le pertenece a las mujeres que construyen grupos, redes, bibliotecas, cocinas, escuelas, viviendas, centros de trabajo, albergues, observatorios, colectivos, cooperativas, investigaciones, editoriales, medios de comunicación y muchos otros proyectos autónomos que ponen en el centro la experiencia de las mujeres y las niñas. Se trata de mujeres que consolidan sistemas seguros para la reproducción de la vida, del conocimiento, de la cultura y, sobre todo, de símbolos, relaciones y valores que subvierten el orden patriarcal de lo que actualmente importa.

Demostrar que esas mujeres libertarias podemos ser todas, es parte de la apuesta. Cambiemos la narrativa patriarcal y hegemónica que nos dice que fueron algunas mujeres, excepcionales, parecidas a los hombres, quienes construyeron la historia feminista. No fue una, han sido muchas y lo han hecho en colectivo.

Demostrar que esas mujeres libertarias podemos ser todas, es parte de la apuesta. Cambiemos la narrativa patriarcal y hegemónica que nos dice que fueron algunas mujeres, excepcionales, parecidas a los hombres, quienes construyeron la historia feminista. No fue una, han sido muchas y lo han hecho en colectivo.

Libertarias somos, por ejemplo, cuando desde niñas cuestionamos los tratos diferenciados y desiguales; cuando experimentamos la violencia y creamos herramientas para sobrevivir y escapar de ella; cuando construimos una relación íntima con nuestras madres, hermanas, abuelas, primas, tías u otras mujeres que nos rodean; cuando defendemos y protegemos a otras mujeres; cuando terminamos con relaciones desiguales, abusivas o violentas; cuando construimos espacios exclusivos para pensar y crear entre mujeres; cuando validamos nuestros anhelos; cuando dejamos de usar palabras ofensivas y misóginas para referirnos a otras; cuando mostramos las opresiones y buscamos transformarlas.

Libertarias somos cuando estamos convencidas de que las mujeres no podemos vivir en dependencia y a la sombra de los hombres, operando sus instituciones, resguardando sus reglas, reproduciendo sus valores, sobrevalorando sus saberes por encima de los nuestros. Las libertarias somos todas aquellas que elegimos alimentar de un sentido propio, original, nuestras vidas.

Estos ejemplos son apenas signos, síntomas, de que la sujeción subjetiva y material de las mujeres al mundo de los hombres es quebrantable y que la consciencia y la práctica autónoma, si bien no es un hecho omnipresente, sí es un largo camino con mucho pavimento, luces y mobiliario ya instalado.

Esta columna está inspirada particularmente en la vivencia de mujeres mexicanas, cuya historia contaré más adelante, a quienes entrevisté en el pasado y que me relataron cómo, a pesar de la crítica y las rupturas personales, tomaron la decisión de dar un viraje total en sus proyectos de vida para, en adelante, entender sus deseos, construir nuevas rutas basadas en ellos y, muchas veces, identificarse en los anhelos de las otras para transformar la conciencia, las instituciones, las leyes y las prácticas opresivas.

Cada columna tratará de poner en evidencia ese mundo libertario que empezó a forjarse incluso antes de enunciar el concepto feminismo y que, desde la historia antigua, ha buscado interpretar, analizar, nombrar y transformar las experiencias de las mujeres y las niñas.

Hoy ofrezco un conjunto de preguntas sobre las que pretendo reflexionar a través de experiencias concretas, de hechos de coyuntura, de datos y de ideas inspiradas en conversaciones con otras: ¿Qué es la libertad?  ¿Qué es la autonomía? ¿A qué viven sujetas las mujeres y las niñas? ¿Cómo se transgreden esas sujeciones? ¿Qué define una práctica emancipatoria y cuánto puede perdurar en el tiempo? ¿Sabemos reconocer una conciencia autónoma cuando la tenemos enfrente? ¿Realmente es posible construir un sentido de vida propio y empatar con visiones colectivas?

Esta columna es, principalmente, una invitación para empezar a narrarnos desde la potencia que implica la palabra libertad y es, también, un llamado para llenar de contenido, de argumento, de significado y de prácticas reales la palabra autonomía. ¿Lo intentamos?

Si quieren compartir conmigo sus reflexiones, opiniones o historias emancipadoras, por favor dejen aquí sus comentarios o escríbanme a angjos.se@gmail.com. Las leeré con mucho gozo.

Hasta pronto, jilgueras.

 

 

 

 

 

 

 

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