A los 58 yo soy mi casa
Por Elvira Hernández Carballido
Esta cuarentena abre la oportunidad de resignificar la celebración del cumpleaños, un festejo en la habitación propia…
Cumplo 58 años, pero esta vez será un cumpleaños sin desayunar en mi lugar favorito, sin el baile de los meseros solidarios que se mueven al ritmo del Rey David, sin el recorrido por escaparates para elegir el vestido más bonito, sin esos abrazos de la gente que me quiere, sin la sonrisa de mis grupos y sin la cena de gala frente al mar. Sin embargo, la magia y mi optimismo hacen posible que me convierta en mi propia casa donde estoy cautiva, para conocerme mejor, para delatarme sin inhibiciones, para confirmar que soy la que sigo soñando ser.
Entonces, me gusta ser mi sala donde cuelgan reproducciones de la obra de Frida y palpo que también estoy llena de clavitos, partida y fragmentada como esa columna rota, pero que ese dolor nunca me ha doblegado. Que remendar mis heridas con tenangos coloridos que me reconcilian con la vida. Agradezco en esta estancia que estén cuerpos femeninos que se muestran sin pudor, orgullosas de sus redondeces y de sus curvas, como yo cuando me miro en el espejo y me quiero, me apapacho, me acepto, me guiño un ojo con gran coquetería.
La magia y mi optimismo hacen posible que me convierta en mi propia casa donde estoy cautiva, para conocerme mejor, para delatarme sin inhibiciones, para confirmar que soy la que sigo soñando ser.
Y cuando me convierto en mi comedor paladeo cada platillo servido en su mesa, sobre todo esos postres que endulzan mi alma sin peligro alguno de mi salud. Saboreo ese pastel de chocolate o muerdo con exquisita provocación esa orejita de hojaldre. Agradezco que en el rincón siga ese estéreo que sin reclamos ni resignación permite que escuche mis canciones preferidas. Y vuelva a ser esa niña que entona a todo pulmón que soy más bonita que ninguna, o la adolescente que se cree pareja de John Travolta, la señora de cuatro décadas, jure que mis caderas no mienten o repita hasta la ignominia que no estoy loca, solamente desesperada.
Pero cuando entro a la cocina, me perfumo de todos los aromas que brotan al cocinar una sopa de verduras o un pan de mantequilla como el que hacía mi mamá. Soy capaz de poner tres gotitas de agua de Jamaica detrás de mi oreja o aplicarme mostaza en el dedo donde me brincó aceite y así calmar el ardor. El mejor lugar para filosofar y aderezar, como lo advirtió Sor Juana.
Me gusta subir mis escaleras porque están rodeadas de soles y de lunas. Siempre he estado enamorada de ese sol que sopla vientos de esperanza. Me encanta mi reflejo en ese espejo de luna. Noche y día mientras subo y bajo, bajo y subo.
Soy mi estudio, tengo mi habitación propia, le creo a Virginia Woolf. Y celebré mis 58 sintiéndome mi propia casa, el lugar más seguro para ser yo misma.
Nada como mi cama con cabecera de eclipse, soy luna y soy sol si despierto agradecida por soñar con él y tenerlo a mi lado. Mi viejo ropero muestra el vestido ideal para disfrazarme según el clima, el lugar que visitaré, la mujer que ese día quiero representar. Soy mi habitación para descansar y regresar a la vida inspirada.
Por supuesto, siempre aprovecho la tina de mi baño para cada noche sumergirme en burbujas y, rociar granitos de sal, para convertirme en la sirena que me ayuda a profundizar en mi alma, a chapotear las aventuras que viviré al otro día.
Y por fin, llego a mi lugar favorito, donde historias giran por todo el ambiente, donde no deja de escucharse el sonido de mis dedos brincando por el teclado, donde la pantalla en blanco me seduce y la complazco con textos, cuentos y poemas. Soy mi estudio, tengo mi habitación propia, le creo a Virginia Woolf.
Y celebré mis 58 sintiéndome mi propia casa, el lugar más seguro para ser yo misma.
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