Como si el tiempo se hubiera detenido
Foto: Elsa Lever M./MujeresNet
Por María Esther Espinosa Calderón
Como si el tiempo se hubiera detenido, la historia de María me recordó la de todas esas pequeñas que son vendidas por cierta cantidad por sus padres como si fueran mercancía a un desconocido, que son madres siendo niñas en contra de su voluntad por los usos y costumbres que todavía prevalecen en muchas comunidades indígenas de México.
A María se le veía nerviosa, iba sentada a mi lado en el avión que se dirigía a la ciudad de Nueva York, le daba miedo ver por la ventana, volteaba, me miraba, sentí que sus ojos me sonreían, rompimos el hielo, empezamos a platicar, para olvidarnos un poco del temor que nos causaba volar. La conversación se tornó muy interesante, me contó que siendo muy chica sus papás la vendieron con un hombre mucho mayor. Que trabajaba en Puebla en una casa y un fin de semana que regresó al pueblo (no me quiso decir de dónde era) le dijeron que se tenía que ir con él, no supo cuánto dinero les dieron sus suegros a sus padres, solo vio que pasaron con tres charolas con billetes. Al poco tiempo se casaron.
Su vida fue muy difícil, la suegra en lugar de solidarizarse con ella, la maltrataba, la traía de su sirvienta, mientras ella se salía a pasear; la obligaba a hacer los quehaceres de la casa y la comida, cuando el marido la golpeaba tampoco la defendía, más bien lo apoyaba, trataba de disculpar su alcoholismo, echarle la culpa a ella. Entre violencia familiar, labores del campo y del hogar, se le fue la vida, embarazo tras embarazo, golpiza tras golpiza. Tuvo nueve hijos, tres murieron, de diferentes enfermedades. Su suegro murió y le dejó a su esposa una parte de un ejido, donde sembraban caña de azúcar. A su marido lo mataron en una cantina, dejándola con seis hijos, para mantenerlos trabajaba también en el campo.
“Mis hijos y mis hijas (tres hombres y tres mujeres) salieron buenos, no como el padre y la abuela. Dos de ellas y uno se fueron a vivir a Nueva York hace 16 años. Todavía no tienen papeles, pero yo sí tengo mi visa y esta es la tercera vez que los visito. Dos veces antes de la pandemia y ahora”. Dice que sus otros hijos viven cerca de Puebla y le ayudan con la tierra que le dejó la suegra.
Los años de sufrimiento quedaron atrás, disfruta mucho a sus nietos que gracias a su hijo Arturo, el que vive en Nueva York, le aconsejó que contratara a una abogada para que le ayudara a tramitar los papeles para la visa, él le pasó los datos, desde lejos estuvo en contacto. Estaba seguro de que si llevaba los papeles de las tierras de la que era dueña, una carta del ingenio azucarero al que le vendía la cosecha, así como los papeles del banco donde tenía su dinero sería fácil obtenerla. Una sobrina la llevó a sacar el pasaporte; tuvo suerte, al poco tiempo, su sobrina la acompañó a comprar su boleto de avión directo a ver a sus hijos y conocer a sus nietos. Ellos la esperarían con mucho gusto en el aeropuerto.
Le daba miedo viajar a un país extraño, sin embargo, a la vez estaba feliz, el amor de sus hijos lo compensaba todo, saber que vería a los que estaban lejos la llenaba de alegría. Me dijo que sus nietos siempre le preguntaban cómo era un avión por dentro, le propuse tomarle unas fotos, accedió a quitarse el cubrebocas, sonrió. Al verle el rostro descubierto me di cuenta de que representaba más edad de la que tenía: 68 años.
“Mi sobrina me enseñó a pedir silla de ruedas para que me traigan hasta el avión, hoy nos dijeron que ya no había, llegando espero que sí me la den, porque mi maleta que traigo aquí arriba está muy pesada”. Cuando llegamos le dijo a mi marido si le ayudaba a bajarla, efectivamente estaba “pesadísima”, le llevaba a sus hijos viandas cocinadas por ella y antojitos que le habían pedido. En agradecimiento nos regaló una tortita de papa con camarón, sabrosa. María es una mujer fuerte, cómo aguantó el trayecto al avión cargando ese peso.
Con la plática tan interesante se nos olvidó el miedo a las alturas y nos asomamos a la ventanilla del avión, el viaje se hizo corto. Mientras nosotras conversábamos mi marido veía una película. Nos despedimos, ella seguía sonriendo con los ojos, dentro de poco vería a sus hijos y a sus nietos. Puede entrar las veces que quiera a Estados Unidos mientras tenga la visa. Todavía le quedan cinco años de vigencia.
Su historia me conmovió y a la vez me dio gusto por ella, que al paso de los años y ya sin sus verdugos puede vivir una vida tranquila, con comodidades y con unos hijos que no siguieron la costumbre de sus padres y sus suegros.
El matrimonio a cambio de dinero, como al que se ven forzadas las niñas de la Montaña de Guerrero y de otros estados, no debería de existir ni en México ni en ningún país del mundo. Es inadmisible que una pequeña de 13, 14, 15 años sea obligada a casarse sin amor y a parir hijos sin su consentimiento…
Como si el tiempo se hubiera detenido, la historia de María me recordó la de todas esas pequeñas que son vendidas por cierta cantidad por sus padres como si fueran mercancía a un desconocido, que son madres siendo niñas en contra de su voluntad por los usos y costumbres que todavía prevalecen en muchas comunidades indígenas de México.
En octubre de 2021, el caso de Angélica salió a la luz, gracias a los medios de comunicación y a las organizaciones que luchan en contra de la venta de menores en la montaña de Guerrero. Angélica vivió un infierno, pues luego de que su esposo se fuera a Estados Unidos, su suegro trató de violarla.
Rutilio “N”, suegro de Angélica “N” la ‘compró’ por 135 mil pesos cuando ella tenía 11 años. Ahora el hombre no solo pedía ese dinero, sino que le devolvieran 265 mil pesos. Después de cuatro años de sufrir acoso y amenazas, Angélica se llenó de valor y huyó de la casa del suegro. Estuvo encarcelada 11 días en la comunidad de Dos Ríos, municipio de Cochoapa el Grande, por la Policía Comunitaria, bajo la acusación de Rutilio de que se había robado unos huipiles.
Por temor a que la violaran en la cárcel, la abuelita se quedó a cuidarla junto con sus otros tres nietos pequeños, en el corredor de la comisaria día y noche. Concepción, su madre, fue golpeada por un policía comunitario y perdió a los trillizos que esperaba.
Cuántos casos existen como el de Angélica, en diversos estados de la República sin que se tenga conocimientos y sin que se proteja a las mujeres de esta violación a sus derechos.
En un comunicado, la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) declaró: “Nos vemos en la necesidad de recordar que la venta de personas —y las niñas lo son: sujetas de derechos, sin discriminación de ningún tipo— constituye una violación a los derechos humanos y un crimen que el Estado mexicano debe investigar y erradicar.
“Condenamos la prevalencia de esta práctica que, bajo el argumento de los usos y costumbres de las comunidades indígenas, cosifica a niñas y adolescentes en diversas entidades del país, como en la zona de la Montaña de Guerrero, lo que constituye serias limitaciones a los derechos de la niñez”.
El matrimonio a cambio de dinero, como al que se ven forzadas las niñas de la Montaña de Guerrero y de otros estados, no debería de existir ni en México ni en ningún país del mundo. Es inadmisible que una pequeña de 13, 14, 15 años sea obligada a casarse sin amor y a parir hijos sin su consentimiento, además de convertirse en una esclava en la casa de los suegros. María aguantó porque no tenía quién la ayudara a salir de esa vida, era la cruz a la que la habían obligado sus padres y sus suegros y tenía que aguantarse, pues a su vez a ellos también los habían obligado. María después de muchos años y de muchos embarazos y de ser la “sirvienta” de su suegra, saborea su libertad. Se va de viaje, disfruta a sus hijos y nietos, pero no se le olvidan las golpizas y humillaciones del marido y de su suegra. Apoyó a sus hijas e hijos a vivir su vida como ellas y ellos la eligieron. Los golpes de la vida le quitaron el miedo, menos a volar.
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