2023 Columnas Elsa Lever M. 

Maternidad deseada: ser madre para amar

Por Elsa Lever M.


Sin ningún afán de romantizar la maternidad, admiro su fortaleza, su persistencia, su llegar hasta el último intento para lograr su deseo por décadas de ser madre. Muchas mujeres no pueden cristalizar ese deseo por la falta de recursos económicos con los cuales acceder a estos tratamientos tan costosos.


En el movimiento feminista tenemos una consigna que expresa nuestro pensamiento alrededor de la maternidad: “La maternidad será deseada, o no será”.

Esta frase encierra la reivindicación de las mujeres a una maternidad libre y voluntaria, lo que incluye por supuesto, la decisión de no ser madre. Pero es más que eso. Es una denuncia a la violencia a la que han sido sujetas las mujeres al imponer desde la cultura patriarcal el mandato de género de ser madre; es una denuncia a las maternidades forzadas de niñas y adolescentes que son sometidas al matrimonio infantil y a la violación sexual, la mayoría de las veces por hombres pertenecientes o cercanos a sus propias familias, obligadas a llevar a término el embarazo y cargar con una maternidad no deseada. Es una denuncia contra la desinformación  y el juicio al que se enfrentan adolescentes y jóvenes al buscar métodos anticonceptivos. Una denuncia contra la sociedad, las familias, las religiones, las costumbres, las ciencias y los medios que presionan para que las mujeres se sientan culpables de no cumplir con lo que se espera de ellas solo por nacer mujeres. Ay de aquella que exprese no sentir el “llamado” del tan llevado y traído “instinto maternal”. Ay de aquella que se anime a decir que no le interesa tener hijos/as. Ay de aquella que decida interrumpir el embarazo.

Yo misma viví ese enjuiciamiento y esa presión durante toda mi etapa “reproductiva”. Ya por ahí de los 40 años de edad se dieron por vencidos/as conmigo.

Sé que muchas veces la vida nos lleva por caminos que ni pensábamos caminar, por experiencias que ni imaginamos viviríamos, por eso defendemos y seguiremos haciéndolo, el derecho de las mujeres a la maternidad libre y voluntaria, a la maternidad elegida, decidida. Sí, tal vez muchas veces adelantándose a nuestros planes, pero decidida finalmente. Y con “decidida” me refiero en libertad, no producto de presiones y mitos que nos venden y que llegamos a comprar de tan naturalizados que están.

Yo, definitivamente, llegué tarde a la repartición de “instinto materno”. Y lo enfatizo para que quede patente el contraste con las mujeres que sí desean ser madres o están en pleno ejercicio de su derecho a una maternidad deseada.

Esta columna está inspirada en Martha, quien buscó por todos los medios lograr tener hijos/as.

Por eso defendemos y seguiremos haciéndolo, el derecho de las mujeres a la maternidad libre y voluntaria, a la maternidad elegida, decidida. Sí, tal vez muchas veces adelantándose a nuestros planes, pero decidida finalmente.

Martha 

Hoy Martha está por cumplir 60 años. Siempre ha sido una mujer con un estilo de vida saludable: se ha alimentado bien, ha hecho ejercicio, y se ha divertido mucho. Hiperactiva, creativa, buena condición física y desde que tiene memoria siempre le llamaron la atención los niños/as, le encantaba estar cargando a los bebés. Su niñez la vivió en la ciudad de México, la adolescencia en Poza Rica, Veracruz, la juventud en la ciudad de México y algunos años después de casarse se mudó a Cancún, donde actualmente radica. De adolescente ayudó en gran medida a su madre en el cuidado de sus hermanos/as menores, lo que hacía por gusto. ¿Quién podría imaginarse que la maternidad se le negaría o tardaría tanto en llegar?

El peregrinaje

En el intento de poder tener un hijo/a, Martha recuerda que cada año, cada diciembre, lo único que pedía era poder tenerlo/a y lo difícil psicológicamente cada mes al llegarle la regla. Comenzó con estudios especializados y tratamientos hormonales “totalmente traumatizantes. Desde que llegas con el doctor y te empiezan a preguntar todo el rollo y ya nomás viendo de a cómo va a ser. Tratamientos muy caros. Te llenan de hormonas, entonces tu cuerpo va para arriba y para abajo, igual tu mente, que pues tú lo que quieres es tener un hijo. Y cada vez que pasaban los tratamientos y los tratamientos y a todo lo que te enfrentabas, pues la situación no era nada agradable; y luego se llegaba el día en que se vería si había funcionado el tratamiento y pues no, negativo, no hay nada, y pues a volver a empezar”.

Y de tratamiento en tratamiento fueron pasando los años, y cada vez hallaban algo: que una trompa tapada y hay que destaparla; que un mioma y hay que removerlo; por el lado de su esposo Alfonso, pues que los espermatozoides ya no tienen la vida que hace años, la movilidad no es la misma, es más difícil, etcétera. “Yo decía: híjole, cómo es posible y con todos los tratamientos…”

En la búsqueda Martha llegó al Instituto Nacional de Perinatología, donde la revisaron, como ella dice, “de la A a la Z”, y le dijeron que no tenía ningún problema. Le realizaron una laparascopía abdominal por el ombligo y para sorpresa de ella misma, resultó que estaba todo muy bien, lo único que le encontraron fue un problema en la tiroides, pero le dijeron que “con el medicamento en cualquier momento te vas a embarazar”.

Como no funcionó Martha y su esposo pasaron al siguiente nivel, el de la inseminación artificial. Intentaron varias, cuatro o cinco, sin embargo sin éxito. Por la parte de la pareja, Martha recuerda que él nunca fue de las personas de “ay te voy a dejar” o que intentara relacionarse con otra mujer para tener forzosamente un hijo/a, “afortunadamente nunca pasamos por eso”. Le decía él: “Si no se puede no importa, yo te quiero a ti y se acabó”. Pero -explica Martha- a medida que pasa el tiempo y vas madurando “te das cuenta que sí quieres tener un hijo”. Y ahí entra el proyecto de vida de pareja, porque compartes el mismo deseo y tu pareja se vuelve tu cómplice.

Decidieron salir de la ciudad de México e irse a vivir a Cancún “porque yo siempre pensé que si quería tener un hijo no me gustaría que viviera en la ciudad de México, nunca me gustó”, cuenta Martha. “Yo decía, pues una vida más tranquila, más sana para mis hijos y que pudieran vivir cerca del mar. Ese era un sueño mío”.

Incluso antes de irse a Cancún, hicieron otra inseminación y Martha recuerda cómo el doctor le dijo: “Tienes todo para embarazarte, decídete ya”. Entonces se quedó pensando en lo que le comentó y lo que en Perinatología también le habían dicho, respecto de que no tenía problema alguno, de que estaba completamente sana. El médico también le dijo que con los años que llevaba buscando embarazarse habría que verse la parte psicológica, “porque por lo regular siempre es el 50 y 50”.

Ya viviendo en Cancún siguió igual la situación. Intentaron con un doctor y realizaron dos o tres inseminaciones  más, “hasta que dije: hasta aquí llegué, ya no hay más intento, ya no quiero saber nada, esto fue lo último que hice y si me quedé sin hijos pues me quedé sin hijos, ni hablar”. Como el maternar sí era parte de Martha, se llenaba de amor con los hijos e hijas de las amigas, o con sus pequeñas alumnas de gimnasia rítmica que hasta la llamaban “mamá”, y sobre todo de su sobrina Itzel, “ella alimentó mucho mi maternidad, la amo, a esa niña la disfruté mucho”.  No le dio, como ella dice, por sentir coraje al ver a las personas que tenían a sus hijos e hijas, al contrario.

El otro 50%: la psicoterapia

Como ha podido notarse, Martha siempre tuvo la seguridad de querer tener un hijo. “En terapia me preguntaban que para qué quería tener un hijo y pues yo les decía: cómo que para qué, ¡pues para amarlo!”.

Sin embargo, en seis meses de psicoterapia se dio cuenta que cargaba con una fuerte y, hasta ese momento, inconsciente culpabilidad. Martha se realizó una interrupción del embarazo mal practicada (por la común razón del miedo a la reacción de su padre al saberla embarazada antes del matrimonio), tan mal hecha que después de mucho sangrado y ya en consulta médica, resultó que seguía embarazada. Recuerda el gran dolor emocional y espiritual que eso le causó, pues tuvo que someterse a un segundo legrado ya que el médico la convenció al argumentar que no sabían cuánto habían lastimado al bebé en el negligente procedimiento, “no sabemos cuánto daño le hayan hecho”.

Por eso al ir a terapia Martha pudo sacar toda esa culpabilidad que por años tuvo latente: “En la terapia me di cuenta que yo solita me castigué la maternidad. Cuando sané esa parte y llegué a los 40 años, volteé y me dijeron ‘esta es tu última oportunidad para ser mamá’”.

El último nivel, la última oportunidad

Pasaron algunos años más, entre ellos con la psicoterapia y sanando interiormente, hasta que un día “llegó una clienta a la que le vendí una casa y me empezó a platicar que estaba divorciada, que tenía dos hijos, y se había unido con otro señor que no podía tener hijos”. Cuando se casaron, él expresó que quería tener un hijo propio e intentaron una inseminación “y ahí me platicó del Instituto Vida, que está en Mérida”.

Ella la animó mucho, cuenta Martha. Le decía “por qué no vas, son biólogos de la reproducción, la mayoría de sus casos son de éxito”. Pero le advirtió que hiciera el reposo total, porque la verdad ella no se cuidó y fracasó el procedimiento.

Una vez que lo platicó con su esposo, decidieron “darse una vuelta a ver qué onda”. Cuando conoció a la doctora le agradó que fuera la persona más sencilla del mundo, y le dijo que por la edad, por todos los estudios que traía y las siete inseminaciones precedentes, ya no había otra cosa más segura que hacer una fertilización in vitro, “eso es lo que te correspondería en este caso”.

Cuando Martha escuchó la explicación de todo el procedimiento se sintió entusiasmada. La doctora “dándote ilusión, pues de acuerdo a las estadísticas que tenían, lo más seguro es que hubiera éxito”. Se trataba de un tratamiento nada más de un mes con unas pastillas, después se sacaría la muestra de ella y su esposo, “hacemos los huevitos, te los ponemos y listo”. Martha quedó sorprendida y esperanzada: “Ah caray, dije, ¿así de sencillo?, pues sí”. La doctora le dijo que lo pensara, que podían empezar el tratamiento en un mes y a los 20 días estar haciendo el procedimiento. “Yo dije para mis adentros, wow, ¿de verdad así tan rápido y fácil, en serio? Entonces ya lo platicamos mi esposo y yo, afortunadamente ganábamos bien, había el dinero, no nos pesaba pues era lo que queríamos y dijimos pues va”.

A los 45 años de edad Martha inició lo que para ella era el último intento. Durante el tratamiento con las pastillas todo estuvo bien, y cuando le dijeron que ya iban a iniciar el procedimiento se puso muy nerviosa y le pidió a su mamá que estuviera con ella. Así que de la ciudad de México voló su madre a Mérida. “Esa fue una parte muy bonita”.

Ya estando en la plancha le dijo la doctora: “’Sabes qué Martha, no se pudieron más que cuatro, no va a haber chance de que volvamos a hacerlo, porque cuando son más se pueden congelar y si no pega se puede volver a hacer después. Por eso los cuatro los voy a poner de una vez para que, de acuerdo a las estadísticas, nos dé uno’. Y dije bueno, ok”.

Se los pusieron y recuerda que estando ahí en la plancha, platicó con  Dios: “Bueno, ya estoy aquí, yo realmente he tenido muchos años pidiendo esto, estoy lista, estoy lista para tener a mi bebé” y se encomendó. También viene a su memoria cuando, después del procedimiento, su mamá volteó a verla y le dijo “tienes cara de niña, haz de cuenta como si fueras más joven en este momento, te ves bien bonita”.

“Bueno, ya estoy aquí, yo realmente he tenido muchos años pidiendo esto, estoy lista, estoy lista para tener a mi bebé”.

Cuenta que de la clínica se fueron al hotel, “donde me aventé la acostada para el reposo por más de 15 días y de la cama al baño y del baño a la cama. Mi mamá me decía ‘estás empollando a tus bebés’ y ya en ese momento yo decía, se me hace que es más de uno. Pero pues ya sabes, en el inter de todo siempre está el ‘no, no se va a poder’, ‘sí, sí se va a poder’, ‘no’, ‘sí’ y ‘sí’, ‘no’, y así estaba yo en la lucha con la mente”. Recuerda que cuando su esposo regresó por ellas al hotel para irse a Cancún, él volteó, se le quedó viendo y le dijo: “Se te ve la mirada diferente, completamente diferente”.

Estando ya en Cancún Martha narra que faltaban tres o cuatro días para hacerse la prueba de embarazo “y pues ya sabes, los nervios a todo lo que dan”. Pero su mamá se iba de regreso a la ciudad de México el día de la prueba, y pidió a la clínica si podían darle el resultado antes “porque a mí sí me gustaría que se fuera mi mamá sabiendo el resultado. Y me dijeron que sí”.

Cuando estaban en el aeropuerto le marcaron al teléfono y le dieron tantos nervios que no quiso saber, se lo pasó a su esposo: “Dile que te diga a ti”, pero renuente pidió que contestara ella. «Le dije: ‘no, dile a él por favor’, y entonces me dijo ‘ponga el altavoz, ahí está su mamá también ¿no?’”. Así lo hicieron y escucharon el tan ansiado “es positivo”. “No pues imagínate -cuenta feliz-, primero pues no te cae el veinte, en segundo mi mamá y yo comenzamos a saltar en el aeropuerto, gritando como locas”.

En consulta y después de los respectivos estudios posteriores, la doctora le dijo: “’Martha, la prolactina está muy alta, te tienes que cuidar, hay más de uno y eso no lo vamos a saber hasta el ultrasonido’. Y entonces mi esposo y yo estábamos: ¿Cuántos serán? ¿Serán dos, serán los cuatro? Y yo pidiéndole a Dios pues que fueran los que fueran pero que estuvieran sanos, sobre todo por mi edad. Que vengan sanos, nada más”.

“Martha, la prolactina está muy alta, te tienes que cuidar, hay más de uno y eso no lo vamos a saber hasta el ultrasonido”.

Llegó el momento de hacer el ultrasonido después de 20 días o casi el mes para que pudieran ser visibles en el estudio y viajaron a Mérida “con muchos nervios, ya sabes, piensas todo: ‘a ver ahora con qué salen’, etcétera. Todavía no lo creíamos”. Durante el ultrasonido con la doctora, apareció uno, otro, estuvo revisando cuidadosamente y confirmó: “son dos, y a cuidarse ahora”. Comenzó a ir cada mes a chequeo hasta los 6 meses aproximadamente que le dijo: “Ya no vengas, ya tu panza está grande, ya no quiero que viajes, hay que empezar a buscar un doctor en Cancún para que te dé seguimiento y empezar a arreglar todo para el nacimiento de estos bebés”.

Desde el ultrasonido normal que el ginecólogo le había hecho antes en Cancún se dejó ver de inmediato uno de los bebés: “Es niña, pero al otro no le puedo ver el sexo, no se deja y no se deja”. A los 5 meses se realizó el ultrasonido de cuarta dimensión y ni así, el doctor decía que tenía el cordón umbilical cubriendo el sexo: “No se ve qué es pero no me va a ganar, ahorita salimos de la duda”. Después de un rato, “todo sudado, el doctor me dice, qué crees, ya lo logré, es niño”. Martha cuenta que a ella la verdad le daba igual que fueran dos niños, dos niñas, lo que fuera, no le importaba, “pero entonces imagínate, niño y niña, era así como lo máximo, y dando muchas gracias a Dios porque no me quedé con la ganas de lo que era saber tener un niño y una niña al mismo tiempo”.

Su embarazo fue bastante bueno, muy cuidada, apapachada. “Yo trabajé todo el tiempo pero era mi propia jefa, había ingresos, no tenía mayores preocupaciones. Luego dicen que Dios da de más, y llegaron en el momento adecuado y justo. Muy contentos mi esposo y yo. Gozando cada vomitada, cada náusea, de todo”.

El último mes ya guardó reposo. “Yo no paraba, clientela todo el tiempo, para allá y para acá, entonces ya me quedé en oficina, y llegó el momento en que me pusieron quieta, me dijeron ‘te calmas, este último mes los bebés empiezan a crecer, entonces el abdomen no es el mismo y hay que tener cuidado, etcétera, y la verdad pues sí, ya me pesaban, en las noches no podía dormir, me acomodaba con almohadas por toda la cama, orinaba a cada rato, no comía mucho pues casi no me daba hambre por el mismo abdomen tan grande, me llenaba muy rápido, me daban taquicardias y se me aceleraba el pulso, la vena del cuello se me inflaba, y se me cambió el horario por lo mismo del insomnio”.

Tuvo chequeo con el doctor y le dijo: “Vamos a esperarnos las 36 semanas, todavía te falta, estás bien, ahorita lo más importante es hacer el reposo para que los bebés no tengan complicaciones, acuérdate que un embarazo gemelar es de alto riesgo, entonces hay que tener cuidado”.

Pero narra que su intuición se aceleró, y de repente un día se levantó y sintió que se le “iban a salir” y le habló al doctor: “Sabes qué, no me gusta, siento que se me van a salir, de verdad siento que ya es el momento”. Él le contestó “no, cómo crees, todavía no corresponde pero vente y te checo, te voy a mandar a hacer el ultrasonido”. En el estudio todo salió bien, el líquido amniótico, la placenta, “lo que pasa es que ya no aguantas tú verdad? Pero no, todo está bien”, confirmó la técnica que lo realizó. Martha le preguntó cuánto pesaban y cuando le informó que el niño pesaba 2.600 Kg (aunque se equivocó demás) y la niña 2.800 Kg, “yo dije ya, ya están calientitos para salir. Entonces ya me quedé tranquila, porque su peso era una de las cosas que me preocupaban. Lo que a mí me importaba mucho es que no usaran incubadora por los riesgos conocidos y porque los gemelos por lo regular no llegan a su peso. Por esa parte sí pensaba mucho en eso, en que nacieran sanos”.

En cuanto pudo le llevó los resultados al doctor y él le dijo que fuera a casa, descansara y en un rato le avisaba qué opinaba, pero que de todos modos tenían que esperar, que todo iba bien, así que seguirían con el tiempo planeado.

“Pero ya me sentía rara”, cuenta Martha. “Llegando a la casa del hospital, exactamente estaba sonando el teléfono y era el doctor y me dice ‘sabes qué Martha, haz tu maleta porque es esta noche, tienes principios de preclampsia’, y como tenía antecedentes de baja de plaquetas, imagínate cómo se iba a poner la situación y se convirtió en urgencia”. Esa noche estaba en la plancha muy nerviosa “porque pues yo sabía que algo no estaba bien”. No podían ponerle la raquea, ya pasaba un doctor, ya pasaba el otro, la otra doctora, “todos me hablaban bonito, y relájate, etcétera”. Tenía las piernas muy hinchadas y así estaba la columna vertebral, “entonces cuando me iban a poner la raquea no entraba la aguja ni de broma. Ya vino un anestesiólogo, ya vino otro,  y nada, música relajante, me sobaban los pies, me hacían de todo y nada”.

“Sabes qué Martha, haz tu maleta porque es esta noche, tienes principios de preclampsia”.

Hasta que decidieron ponerle anestesia general por la urgencia. Antes de hacerlo le advirtieron: “’El problema es que con eso sí hay riesgo para los bebés, sí te lo quiero decir por cualquier cosa’. Yo nada más alcancé a oír eso y dije ni maíz, cómo crees, o sea no llegué hasta aquí como para que pasen este momento estos bebés”. Entonces ya llegó otro doctor, le empezó a preguntar “qué tienes Martha, mira, voy a intentar ponerte la raquea, es importante”, y me solté: “Es que tengo miedo, ya perdí a un bebé y no quiero perder a estos niños, no sabes lo que me ha costado estar aquí, y estuve platicando con él, me sobaba la mano, me decía todo va a estar bien, eres una mujer muy fuerte, y en ese momento entró la aguja”.

Martha vio todo el procedimiento, vio salir a la niña, luego al niño; cada uno tenía a su pediatra que los recibieron, porque así fueron las indicaciones. La niña no paraba de llorar, se la acercaron, se la acomodaron a un lado, “y en el momento en que me la ponen en la mejilla, dejó de llorar, nomás tuvimos el contacto y comenzó a calmarse, y luego sacan al niño y exactamente lo mismo, lo recibieron, revisaron, estaba llorando, lo acercan del otro lado e igual, dejó de llorar al sentir el contacto. Son emociones muy fuertes, bonitas”.

Una vez que nacieron se llevaron a Martha a terapia intensiva porque se estaba desangrando, le dijeron a su esposo que estaba grave y él contestó: “No, a ella no le va a pasar nada, ella no se embarazó para venir a perder en este momento”. El doctor insistió que existía mucho peligro y no se iba a mover de ahí. “El doctor estuvo ahí conmigo al pie del cañón en terapia intensiva y se turnaron todo su equipo, había no sé cuántos doctores y enfermeras a mi lado y yo nada más veía que sacaban cubetas con la placenta, otras con sangre, me hicieron transfusión, pero me seguía desangrando. Alfonso se me acercó y me dijo: ‘Nos vemos en un rato, allá arriba, en el cuarto, todo va a estar bien’ y se despidió.

“Yo no sabía nada a ciencia cierta, y en una de esas desperté y vi al médico pálido y serio y le pregunté qué pasa doctor, y me dijo ‘no para el sangrado Martha’. Entonces me volteé y dije pues ni modo, ya están estos chavos afuera, están sanos y pues ni hablar, me encomendé allá arriba y dije bueno, pues que sea lo que tú quieras”. Durante esa noche, desde las 9.15 pm que nacieron hasta la madrugada el doctor le anunció que ya había parado el sangrado: “Por fin, ha parado. Vamos a estar otro rato aquí, yo creo hasta las 8 de la mañana y ya te subimos a cuarto a descansar” y así fue.

Dice ella que al otro día iban todos los doctores y se le quedaban viendo “como diciendo no manches, ¿esa es la que se estaba muriendo? Nadie lo creía. El doctor llegó después y me dijo ‘me hiciste sufrir, de verdad no sabes lo que he pasado, pensé que te morías’”.

Madre, por fin

Luego de más días en el hospital de lo previsto, se recuperó y a casa con su hija e hijo. Su mamá llegó poco después, “se aventó la cuarentena conmigo, me ayudó un montón, y pasándola bien, gozando a los chamacos, aprendiendo”. Lo que sí se le hizo pesado fue amamantar, quedaba muy agotaba porque cada tres horas les tenía que dar pecho. ”Apenas terminaba con uno cuando ya te habían dado las tres horas porque el niño tardaba mucho, batallaba más con él. Pero también esa conexión con el pecho es impresionante, porque ellos te fijan la mirada al estarlos amamantando, es un contacto muy especial, la caricia que te hacen al ponerte en el pecho su manita y la mirada, siempre está ahí viéndote mientras está tomando la leche. Algo desgastante para mí pero bonito”.

A los seis meses “dejaron de tomar chichona”. Narra que son sanos, no se enferman de nada, que en pediatría siempre les ponían su 10, “si acaso el niño un día se rompió la boca, o sea cosas muy sencillas, no saben lo que es un dolor de panza o de cabeza, no se quejan de nada, afortunadamente son muy sanos y yo creo que tuvo que ver eso, también porque me cuidé mucho en el embarazo. Y pues a gozarlos”.

Con 15 años cumplidos, Ivana y Rodrigo se llevan muy bien, “estamos en el mismo canal, para mí ha sido más sencillo que mis amigas que tienen los ‘escalonados’. Cuando dormían de bebés se tenían que tocar entre ellos la mano con el pie, o la cabeza con el pie, hasta la fecha tienen esa conexión, se apoyan y se cuidan mutuamente”.

“Ahorita por la edad, andan en sus cambios, pero son buenos, lindos, yo creo sí tiene que ver mucho, pero mucho cuando esperas un hijo con amor, yo creo eso hace la diferencia con muchas cosas. Y espero poder guiarlos, que se abran camino, que sean de bien. Hasta la fecha puras alegrías con ellos”.

Recuerda que en sus primeros intentos con las inseminaciones, su padre le cuestionaba el dinero que llevaba gastado y ella le contestó que tenía que darse cuenta que para ella no era fácil quedar embarazada y le estaba costando trabajo porque sí quería tener un hijo. “Pero cuando nacieron, mi mamá me pasó al teléfono a mi papá y me dijo: ‘Muy bien, ya tienes lo que tanto querías’. Y le dije así es. ‘Pues lo lograste y ahora sí a darle mija’. Son cosas bonitas. Creo que sí me pude embarazar cuando sané esa culpa que cargaba”, finaliza Martha.

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Cuando escuché la historia de Martha en su propia voz fue muy emotivo para mí. Sin ningún afán de romantizar la maternidad, admiro su fortaleza, su persistencia, su llegar hasta el último intento para lograr su deseo por décadas de ser madre. Muchas mujeres no pueden cristalizar ese deseo por la falta de recursos económicos con los cuales acceder a estos tratamientos tan costosos como es la fertilización in vitro. Martha es mi hermana. No lo sabe pero al igual que ella, toda la familia pedíamos el mismo deseo cada fin de año. Felicidades hermana. ¡La maternidad será deseada, o no será!

 

 

 

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