2023 Artículos Georgina Rodríguez Gallardo 

Poder y Belleza: la percepción de lo bello

Foto: Gabriela Martínez/MujeresNet

Por Georgina Ligeia Rodríguez Gallardo


El concepto de belleza se ha transformado a través de las diferentes épocas. El concepto de belleza que tenemos ahora no es la percepción que los griegos tenían o bien lo que se considera bello en la actualidad. Lo que es indiscutible es que la definición de belleza establece una línea a la cual la sociedad se ajusta.


En el mundo contemporáneo en que se privilegia el consumismo, la necesidad de dar a conocer los productos es una prioridad, pero cabe la pregunta ¿cómo hacerlo de la manera correcta? Hasta hace unos años encontrábamos comerciales cargados de estereotipos y prejuicios. Hecho que permeaba en la sociedad de manera muy importante. La definición sencilla de lo que es la belleza es la característica que posee una persona, animal u objeto que al solo verlo genera placer. La definición de belleza cambia de acuerdo a la sociedad y el momento histórico.

El concepto de belleza se ha transformado a través de las diferentes épocas. El concepto de belleza que tenemos ahora no es la percepción que los griegos tenían o bien lo que se considera bello en la actualidad. Lo que es indiscutible es que la definición de belleza establece una línea a la cual la sociedad se ajusta.

El combate a estos estereotipos ha sido largo y a contracorriente; el cambiar la imagen de la difusión de una concepción de lo que es la belleza. La imagen de la mujer extremadamente delgada y joven provocó en varias generaciones el temor a engordar y a envejecer. Con repercusiones que aún están presentes como es la anorexia y la bulimia entre otras.

La realidad natural y cultural no resulta sencilla de comprender y clasificar, no todo cabe en una definición de lo que es bello, esta clasificación y ordenamiento no resulta ser igualitario ni equitativo. La repartición de los espacios de poder y dominio parte de diferencias biológicas como son el sexo, la raza y las discapacidades. Lo mismo ocurre con las diferencias de posición social y la belleza, donde el grupo dominante es quien sustentará el poder.

Un ejemplo de este uso del poder es el acoso escolar, mucha de las veces se da por una persona que se adjudica el uso del poder de criticar, herir, golpear y hasta matar a otras personas por un rasgo físico, por su condición social o forma de vestir.

Es la segregación de los menos favorecidos, en este caso podemos hablar no sólo de características físicas, sino de preferencias sexuales, de diferentes formas de discapacidad que van aparejadas a un aprendizaje de sumisión, de exclusión con manifestaciones culturales circunscritas a una sociedad y momento determinado que derivan en relaciones de inequidad y desigualdad con diferentes matices o expresiones culturales.

La manera en que percibimos al otro o a la otra y lo clasificamos es producto de un mundo social históricamente construido. El reconocimiento de cuerpos físicamente distintos a los que se les han asignado valorizaciones –belleza– es también producto de una interpretación. Es la clasificación fundamentada en un orden social que define a una sociedad excluyente y que desvaloriza lo que se extravía de la norma. Este ejercicio, priva a sectores de la sociedad de su derecho de elegir, de su destino personal, de vivir libremente y con igualdad y equidad.

No sólo son las diferencias físicas de los cuerpos que son valorizadas de manera distinta y al atribuirles un valor y jerarquización adquieren un lugar dentro de la estructura social.  La forma de relacionarse resulta confusa al partir de una búsqueda de lo que se considera bello, en donde frecuentemente se reproducen los roles de dominado –lo feo, no estético– y dominante –lo bello y estético–; es una de las formas de la manifestación de la violencia simbólica.

En este modelo se da preponderancia a las características que correspondan a los roles esperados de hombres con poder, mujeres con belleza. “La realidad demuestra que el problema es doble (…) se transmite el sentimiento de atracción hacia quien tiene más poder (chico) y quien posee más belleza (chica) independientemente de los valores que tengan, y muchas veces a pesar de tales valores” (Gómez, 2004:68).

La manera en que percibimos al otro o a la otra y lo clasificamos es producto de un mundo social históricamente construido. El reconocimiento de cuerpos físicamente distintos a los que se les han asignado valorizaciones –belleza– es también producto de una interpretación.

Al otorgarle una valoración distinta a la belleza femenina que a la belleza masculina se establece una adjudicación de rol, de estereotipo, lo femenino es bello. Por tanto, la mujer debe de ser bella.  La belleza entendida ésta como una construcción social y cultural, lo que es bello para una sociedad en este caso se trata de la belleza occidental, y lo que es bello en un momento histórico determinado, los estereotipos de belleza cambian y la mujer debe de adaptarse a ellos para ser considerada bella y ser atractiva al hombre. El estereotipo de la belleza adjudicado a lo femenino reinscribe la diferencia entre los sexos.

“…la belleza no tiene el mismo valor en el hombre que en la mujer. No ocurre lo mismo con los hombres: la imagen de la virilidad no se halla en relación directa con la belleza. Hoy como ayer, las expectativas en relación con la belleza y el valor que se le concede no son equivalentes entre ella y él. Para nosotros, la ecuación resulta obvia: segundo sexo y bello sexo son una y la misma cosa” (Lipovetsky, 1999:93).

«La cultura moderna del bello sexo lo es todavía más por los lazos que la unen al proceso general de especialización, de racionalización y de diferenciación acrecentada de las funciones sociales» (Lipovetsky, 1999:115).

«Ello no es óbice para que, por mediación del código de la belleza, la mujer conquiste una nueva posición simbólica que expresa una vacilación en la manera de percibir la diferencia entre los sexos. Por un lado, la cultura del bello sexo está emparentada con una lógica de tipo ‘arcaico’ basada en la desigualdad y la desemejanza radical entre los sexos» (Lipovetsky, 1999:117).

Ahora bien, la belleza circunscribe a la mujer a su rol de lo femenino, pero ello no afecta a sus aspiraciones de autonomía, de profesionalización. “Pero la belleza resulta una atadura, un estorbo para ser considerada líder, no bella, no se logra ese salto de la mujer en los escalones competitivos del espacio público aún dominado por los hombres. La belleza es estructuralmente desigualitaria” (Lipovetsky, 1999:175).

«…si bien el culto a la belleza ya no logra sofocar las aspiraciones de la mujer a la autonomía, a la vida profesional, a los estudios superiores, nos asisten plenos motivos para pensar que siguen siendo un freno para su compromiso en la conquista de las más altas esferas del poder. La mujer es encumbrada en cuanto Bella, no en cuanto Jefa» (Lipovetsky, 1999:141).

La mujer es educada en las instituciones familiares y educativas en la búsqueda de un prototipo de belleza, no de un prototipo de mujer intelectual o líder, la orientación de la belleza es a lo privado, no a lo público.

«Si el código de la belleza funciona como una máquina política, no es en modo alguno porque mine la confianza y la autoestima de las mujeres, sino porque orienta los sueños, las expectativas y las pasiones femeninas hacia el éxito privado antes que hacia el éxito público, hacia el poder informal antes que hacia el poder formal, hacia lo relacional antes que hacia el poder en el seno de las instituciones» (Lipovetsky, 1999:142).

Por otra parte la belleza valorizada establece para las mujeres profesiones enmarcadas a su aspecto físico no a su capacidad, es una división sexual de la actividad profesional desigual. “Semejante valoración de las profesiones ligadas al aspecto físico constituye una trampa para las mujeres” (Lipovetsky, 1999:171).

La imagen preocupa más a las mujeres jóvenes que tienden a tener una imagen negativa de sí mismas, ello se supera ya que al contar con un desarrollo profesional la imagen de sí misma mejora.

«Si bien las adolescentes parecen tener una imagen de sí mismas más negativa que la de los chicos, no ocurre lo mismo con las mujeres directivas…Si las mujeres siguen teniendo tan escasa representación en lo alto de la jerarquía, no es debido a una falta de confianza en sí misma –sentimiento por lo demás variable, que puede evolucionar en función del éxito profesional– sino más bien en razón de su rol social, marcado con el sello de lo privado, y de un modo de socialización poco orientado hacia la autoafirmación en los enfrentamientos competitivos» (Lipovetsky, 1999:280).

Las preguntas son: ¿Cómo relacionarnos ahora? ¿Se emplean modelos tradicionales? ¿Somos influidos/as por los medios de comunicación? Puedo decir que los medios de comunicación han iniciado con cambios, ahora podemos ver marcas comerciales que incluyen mujeres sin importar su talla, color, con síndrome de Down, hiperpigmentación. En estas fechas vi un comercial de una tienda departamental dedicado al día de las madres, en que da espacio a todas las madres, con un sentido de inclusión. El camino ha sido arduo para cambiar estructuras socioculturales moldeadas, estereotipos y roles que surgen de la dominación masculina. Pero se han logrado importantes avances.

Fuentes:
Gómez Jesús (2004) El amor en la sociedad del riesgo: Una tentativa educativa, Ed. El Roure.
Lipovetsky, Guilles (1999) La Tercera Mujer, Ed. Anagrama.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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