Pandemia y cambio. ¿Seremos capaces de hacerlo?
Por Georgina Ligeia Rodríguez Gallardo
Aún no se avizora un final en el corto o mediano plazo. Lo que es innegable es la fractura social, emocional y económica que la pandemia deja a su paso. Y la necesidad prioritaria es la salud mental de la población.
La pandemia en la que estamos inmersas las personas ha representado un cambio en la conceptualización de nuestra vida. Este hecho ha impactado en todas las esferas de nuestro actuar: social, cultural, económico y familiar. Un virus evidenció lo vulnerable que somos como seres vivos. Pero no solo esto, sino que se agravaron las desigualdades existentes, se acentuaron las brechas sociales y se evidenció lo endeble de una economía de consumo; al paralizarse el consumo todo se derrumba. Pero si esto no fuera suficiente, surgieron -de manera devastadora- otros horrores, como es la violencia, el abuso y maltrato al interior de las familias.
En los primeros momentos de la pandemia se vislumbró una ruptura de estructuras que generaría la construcción de una nueva forma de convivencia: un cambio total de la sociedad; pero nada más lejos de la realidad, la inercia está ganando y volvemos a nuestros antiguos hábitos retando a la enfermedad y exponiendo la vida; salimos a la calle armados/as tan solo con una mascarilla. El instinto social es más fuerte que el instinto de sobrevivir. Con tan solo el asomo de que al menos algo debe de cambiar, pero ello representa replantear las estructuras vigentes y por los hechos que transcurren no estamos dispuestos/as a ceder el estilo de vida que ha prevalecido.
Es cierto que el miedo por enfermar sigue latente, enterrado en lo profundo de nuestros pensamientos, lo que no puede menos que impactar en el desarrollo de nuestra vida diaria. Enfrentamos la emergencia con una salvaguarda indefensa. Las medidas tomadas de distanciamiento social, de no tocarnos, de trabajar desde casa, el desempleo, estudiar desde casa, suspender actividades laborales, sociales, culturales y deportivas, el uso de la mascarilla, han repercutido en nuestra salud mental y emocional de una manera que aún desconocemos.
La gente –de todo el mundo- salió a las calles a la primera oportunidad retando a la enfermedad, por necesidad de convivencia, por necesidad de contar con ingreso o por aburrimiento.
Como seres vivos supondríamos que muchos de nuestros instintos se mantienen, principalmente el de subsistir, sin embargo somos seres sociales por excelencia y la búsqueda del contacto social ha sido más fuerte que el mantener la vida o la salud. La gente –de todo el mundo- salió a las calles a la primera oportunidad retando a la enfermedad, por necesidad de convivencia, por necesidad de contar con ingreso o por aburrimiento. ¿Es un acto de valentía? O de la avasalladora realidad de que no hay ya nada más que hacer que seguir adelante, a costa de la salud y en el peor panorama de la vida misma. Es un ejercicio mental de negar el peligro, o mitigar el riesgo, es la evasión sin sentido, “a mí no me pasará” o “que dios me proteja”. Conscientes o no, este ejercicio de parvedad genera estrés afectando la estabilidad emocional, y si ya se tenía un trastorno emocional no identificado dominado en el trajín cotidiano, esta situación de confinamiento y de tensión ha provocado que emerjan trastornos mentales en la población[1] que se habían mantenido latentes y el incremento en la gravedad de la depresión avasallante que culmina en suicidio.
“El riesgo de sufrir enfermedades mentales se incrementa en ciertos grupos, entre otros, aquellos que viven en pobreza extrema, los desempleados, las personas con bajos niveles de instrucción, las víctimas de violencia, los migrantes y refugiados, los indígenas, las mujeres, hombres, niños y ancianos maltratados o abandonados; personas con discapacidad; quienes padecen enfermedades crónicas como el VIH-SIDA. Además, algunas personas se encuentran en riesgo de padecer este tipo de alteraciones por predisposición genética. Los problemas de salud mental afectan a la sociedad en su totalidad, por lo que representan un desafío para su desarrollo». (OMS, 2004; UNAM, 2004)
Ciertamente aún no se avizora un final en el corto o mediano plazo. Lo que es innegable es la fractura social, emocional y económica que la pandemia deja a su paso. Distintos organismos internacionales han señalado ya, que la necesidad prioritaria es la salud mental de la población, un problema en el que se ha trabajado poco y que se maneja una cifra negra que impide dimensionar el problema.
La pandemia ha evidenciado muchas debilidades de la sociedad, sin embargo el sector salud debe de ser visto de manera integral, nunca es tarde para iniciar. Además debemos de tomar conciencia de los hechos y enfrentar la realidad que nos golpea la cara. Una de las patentes debilidades que han aflorado por la pandemia es la fragilidad de nuestras instituciones, el Estado avasallado ante la imposibilidad de enfrentar económica, médica, social y políticamente la situación; la Familia que se enfrenta al enorme reto de la convivencia, de realizar actividades que tradicionalmente se hacían fuera del hogar y que ahora no queda otra alternativa más que hacerlos en casa: lo laboral y la educación; la Institución de la Educación enfrentando nuevos retos y formas de transmitir el conocimiento y que exhibe la desigualdad, y la calidad educativa que se había mantenido oculta, maquillada; la Institución Política demostrando que la negación, el engaño y la mentira han sido sus herramientas de trabajo ahora inútiles ante una realidad apabullante de muerte, enfermedad e incompetencia.
¿Qué queda por hacer ante un panorama de ausencia de liderazgo no solo nacional y local, sino mundial? ¿El aferrarse a que encuentren una vacuna que nos permita regresar a nuestra tan anhelada rutina? Un virus vino a destruir nuestra vida. NO podemos permitirlo. El ser humano ha demostrado a través de la historia su capacidad de resolver y de enfrentar adversidades, sólo debemos de estar dispuestos/as a tomar la decisión de cambiar, de transformar, de buscar nuevos paradigmas para seguir adelante. Cambiar para subsistir. ¿Seremos capaces de hacerlo?
Nota:
[1] La Organización Mundial de la Salud maneja una cifra negra de trastornos emocionales y psicológicos en la población de al menos un miembro de cada 4 familias que presenta un trastorno mental (2001).
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