2023 Columnas Lucía Rivadeneyra 

No, no estoy cuerda, ¿y tú?

Por Lucía Rivadeneyra


Las alteraciones de la conducta de los seres humanos son una constante. Caras vemos, patologías no sabemos…  Rosa Montero presenta un ensayo en un tono fresco, con una serie de referencias interesantes sobre múltiples personajes, artistas en general, que más allá de sus magníficas y trascendentes obras vivieron situaciones fuera de serie.


 Lo más importante que haces cada día que vives es decidir no matarte.
Albert Camus

Quizá es un lujo tener la certeza de no estar cuerda. Muchas personas creen tener al 100% sus capacidades mentales y dicen que jamás necesitarán de un psicólogo, psiquiatra o terapeuta especializado en x; aunque, es posible que estén peor que otros que sí lo aceptan. Las alteraciones de la conducta de los seres humanos son una constante. Caras vemos, patologías no sabemos.

Después de leer El peligro de estar cuerda de Rosa Montero (Madrid, 1951), da gusto saberse acompañada o acompañado por miles; es decir, saber que nuestros apuros no son únicos y no sólo eso, es interesante enterarse con relativa certeza de que hay historias iguales, semejantes o más graves que las de uno. La autora prácticamente empieza con su caso personal.

He escuchado incontables veces que quienes estudian psicología lo hacen por su problemática individual. El asunto de Montero es uno de ellos. Pero, qué significa estar cuerda o cuerdo. ¿Hasta qué punto somos “normales” o “anormales”? Hay ciertas explicaciones, por decirlo de manera sencilla: algo no funciona bien dentro de la cabeza, algunos neurotransmisores del cerebro no operan como en teoría deberían hacerlo y, entonces, se manifiestan situaciones extrañas o muy extrañas, bajo diversas formas: depresiones de diversos tipos, suicidios, obsesiones incontables, fobias y muy variados problemas de salud mental en individuos que, en apariencia, van bien por la vida.

“Según la Organización Mundial de la Salud, una de cuatro personas que hay en la tierra padecerá en algún momento de su existencia un trastorno mental. Son cifras impactantes, pero aún son peores las que se refieren al estado psíquico de los artistas, y en especial de los escritores, que al parecer nos llevamos la palma en chifladuras… Según un célebre estudio de la psiquiatra Nancy Andreasen, de la Universidad de Iowa (Estados Unidos) los escritores tienen hasta cuatro veces más posibilidades de sufrir un trastorno bipolar y hasta tres veces más de padecer depresiones que la gente no creativa. Eso sí, también atribuye a los autores unas altas dosis de fogosidad, entusiasmo y energía, por paradójico que esto parezca…”, comenta Montero casi al inicio del libro.

La escritora presenta un ensayo en un tono fresco, con una serie de referencias interesantes sobre múltiples personajes, artistas en general, que más allá de sus magníficas y trascendentes obras vivieron situaciones fuera de serie. Cita frases de científicos e investigadores; habla de personajes y sus vivencias conmovedoras, intensas, dolorosas, extremas. Cuenta anécdotas de creadores que hemos conocido por sus trabajos literarios, pictóricos, musicales, escultóricos, filosóficos… y de muchos otros/as que resultan novedosos. Se advierte que la narradora realizó una investigación amplia.

Las drogas en general y en particular el alcohol, “es la plaga mayor de los escritores en especial durante el siglo XX”, asevera Rosa Montero.

Además, cita y brinda contextos que ejemplifican las circunstancias y problemáticas que tuvieron autores/as como Emily Dickinson, Rafael Guillén, Albert Camus, Sylvia Plath, Mark Twain, Louis Althusser, Alda Nerini, Friedrich Nietzsche, Alejandra Pizarnik, Stefan Zweig y Lotte, su mujer, Virginia Woolf, Ernest Hemingway, Sigmund Freud y algunas docenas más.

Cómo no conmoverse con declaraciones o versos como “Resulta extraño que lo más intangible sea lo más permanente”, de Dickinson; o “No quiero ir / nada más / que hasta el fondo”, de Pizarnik, la poeta suicida; “He hecho algo contra el miedo. He permanecido sentado toda la noche y he escrito”, del maravilloso Rilke; “La existencia de la Literatura es la prueba evidente de que la vida no basta”, del poeta portugués Fernando Pessoa; o la aseveración memorable de Charles Bukowski: “Parece que los escritores han perdido el norte, escriben para darse a conocer y no porque estén al borde de la desesperación”; por supuesto, hay muchas más sin duda inolvidables.

Sorprende enterarse que, por ejemplo, “Proust se metió un día en la cama y no volvió a salir…  Agatha Christie escribía en la bañera… Freud tenía miedo a los trenes; Hitchcock, a los huevos… Schiller metía manzanas echadas a perder en el cajón de su mesa, porque para escribir necesitaba oler la podredumbre… Por no hablar de Dalí, que siempre fue el rey de las extravagancias”. Asimismo, conocemos una breve lista de noctámbulos/as famosos/as como Baudelaire, Flaubert, Miguel Ángel, Goya, las hermanas Brontë, Plath, Christie, por mencionar algunos nombres. Las actitudes singulares abundan. Es casi seguro que quien lee esto ya está pensando cuál o cuáles son sus alteraciones.

Las drogas en general y en particular el alcohol, “es la plaga mayor de los escritores en especial durante el siglo XX “, asevera Rosa Montero. Y si alguna sospecha queda, ofrece datos que asombran: “De los nueve premios Nobel de literatura norteamericanos nacidos en Estados Unidos, cinco fueron desesperados alcohólicos”. Como es obvio hay miles más de todas las nacionalidades. Ella relata casos brutales.

La narradora habla de dos verdades inobjetables: Todos somos iguales y todos somos diferentes. ¿O alguien se atrevería a contradecir estas dos afirmaciones? Ella cuenta su experiencia desde la infancia y construye y reconstruye un abanico de historias de mujeres y hombres que han pasado por momentos o épocas terribles. Más allá de cuestiones genéticas individuales, se puede padecer a terceros con conflictivas severas. Montero, por ejemplo, fue acosada durante mucho tiempo por una mujer que le robaba la identidad y, además, la perseguía de múltiples y peligrosas formas.

El peligro de estar cuerda, título que proviene de un verso de Dickinson, es un texto interesante, que, de alguna manera, provoca reflexiones en cualquier persona que se acerque a él.

A Rosa Montero esa sujeta le hizo lo que legalmente se conoce como suplantación de identidad, a grado tal que llegó a comer con gente a la que le decía que ella era la novelista y fue capaz de dedicar libros con su nombre. La historia es alucinante. Suele ocurrir que una lectora o un lector pueda verse reflejado en el ensayo por las vivencias que ha tenido o por haber sido víctima de alguno de estos “locos”. En lo personal, me hizo recordar un periodo en el que una tipa me acosó de múltiples maneras, a grado tal que un par de abogados me sugirieron que levantara un acta como medida precautoria. Al parecer, ahora sólo intenta imitar mi estilo. Lo que sí es claro es que las anomalías, alteraciones, excesos, extremos o como se les quiera llamar en cuestiones de actitudes o conductas existen en la cotidianidad desde siempre. Hay un daño en alguna o algunas partes del cerebro en buena parte de la humanidad. Lo que varía son los niveles.

El peligro de estar cuerda, título que proviene de un verso de Dickinson, es un texto interesante, que, de alguna manera, provoca reflexiones en cualquier persona que se acerque a él. Es probable que a las denominadas Personas Altamente Sensibles (PAS), quienes tienen “una manera de ser que afecta a entre el 15 y el 20% de la población mundial y se reparte por igual entre hombres y mujeres. ¿Y qué les sucede a las PAS? Pues que al parecer son capaces de percibir y procesar más información sensorial simultánea… Son, en fin, muy reflexivas, casi diría que obsesivas; con una emocionalidad y empatía muy altas; con tendencia a sobreestimularse e incluso a saturarse por la mucha información recibida; con habilidad para captar sutilezas… Vamos, el hipersensible de toda la vida, conocido afectuosamente como ‘esa histérica’, ‘ese quejica’, ‘esa tarada’, o ‘ese maniático’… Pues no. Somos PAS, que suena mucho más digno”, dice la madrileña. Es de suponer que tal dato genera inquietud en quienes se descubren como PAS.

No deja de llamar la atención que el libro esté escrito en primera persona del singular y, de pronto, en segunda, como si se quisiera que quienes leemos estuviéramos involucrados/as. Nos habla a todas las personas. Creo que nadie es ajeno/a a las historias que ahí se cuentan. “Ser raro no es nada raro”, dice Montero. Como es natural, no todas las alteraciones de los humanos generan belleza; en ocasiones, si no se encuentra -así sea de manera involuntaria- el camino para canalizar cualquier alteración emocional, el resultado puede ser trágico y no pasará a la historia.

Un plus de la obra es que, a manera de apéndice, Montero incorpora una entrevista que le realizó a la escritora británica Doris Lessing, unos años antes de que ganara el Nobel. La historia de esta mujer es memorable y el diálogo que sostuvo con Montero también lo es. Se advierte que escribió desde el dolor y como ella lo dice, “no creo haber temido a la locura, porque, primero, eché mis miedos fuera a través de la literatura, es decir, escribí mi miedo a la locura”. Hacia el final de la charla afirma contundente: “Yo nunca pensé que la vida fuera hermosa”.

Montero, Rosa. El peligro de estar cuerda. Seix Barral, Planeta. México, 2022. 358 pp.

 

 

 

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